“Cartilla inmoral”
Ana Clavel
Si se hubiera llamado “cartilla inmoral” no hubiese levantado tanta ámpula la reciente publicación de la Cartilla moral de don Alfonso Reyes, acostumbrados como estamos a la inmoralidad en este México nuestro de cada día. Se sabe que el texto original de Reyes surgió en 1944, a partir de una petición del entonces secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, para acompañar una campaña alfabetizadora del México posrevolucionario. Pero no vería la luz sino en edición personal del autor hasta 1958, un año antes de su muerte.
La edición recién lanzada que puso a tirios y troyanos de cabeza, se basa en la versión editada por el crítico e historiador de la literatura José Luis Martínez en 1982, que tampoco se publicó en su momento. Para quien se atreva a documentarse antes de arrojar la primera condena, puede leer la crónica puntual y lúcida de Rodrigo Martínez Baracs, publicada en la revista Letras Libres el 23 de enero de 2019, a propósito del vía crucis de un texto creado por el gran patriarca de nuestras letras para abonar a la educación moral de una población analfabeta en los hechos y en las ideas.
La versión que yo conocí y leí en su momento fue una recopilación que nadie parece recordar porque a nadie incomodó entonces: Cartilla moral / La X en la frente / Nuestra lengua, un volumen de bolsillo, que tomó como base la edición del tomo XX de las Obras completas (FCE, 1979). Fue publicado por la Asociación Nacional de Libreros para conmemorar el entonces Día Nacional del Libro —promulgado por José López Portillo— en su tercera entrega del 12 de noviembre de 1982. El cuidado editorial del valioso librito estuvo a cargo del maestro Felipe Garrido y del amanuense Lorenzo Ávila, y contó con un tiraje de 100 000 ejemplares de distribución gratuita, o como se decía antes: una edición no venal. Releo algunos de mis subrayados y me maravillo de la pluma de pedagogo clásico de don Alfonso —no me cuesta nada imaginarlo con túnica blanca y su barba de piocha perorando en nuestra acrópolis indiana como un Sócrates o un Diógenes moderno—. Sigo al azar las páginas marcadas y me sorprende su vigencia, como cuando habla de lo peligroso que es entregarse a miedos inútiles y escribe: “Una de sus formas más dañinas es el miedo a la libertad y a las hermosas responsabilidades que ella acarrea”. O cuando leo una lección que bien nos haría a todos para ahorrar saliva y bilis en las redes: “La educación moral, base de la cultura, consiste en saber dar sitio a todas las nociones: en saber qué es lo principal, en lo que se debe exigir el extremo rigor; qué es lo secundario, en lo que se puede ser tolerante; y qué es lo inútil, en lo que se puede ser indiferente”.
Catedral Alfonsina
Tanta ámpula, tanto revuelo, pero me temo que pocos de los que lo usan como máquina de guerra se han tomado la molestia de abrevar en la obra de este coloso de nuestras letras, el mexicano universal que es Alfonso Reyes. Para que el lector distraído considere prestarle atención ahora que ha sido puesto en el ojo del huracán, expongo aquí un par de casos, no los que citarían académicos y críticos muy sesudos de los 26 tomos de sus Obras completas editadas por el FCE —sesudos y hasta tediosos ellos porque aun obras fundacionales de don Alfonso como El deslinde o la Crítica en la edad ateniense, “adolecen” de erudición amable, inteligencia sutil y luminosidad esclarecedora—. Por el contrario, los que comentaré son ejemplos muy cercanos a mi corazón lector.
La malicia del mueble
El primer texto que descubrí de la biblioteca Alfonsina siendo una imberbe de 19 años (ya he explicado en otro lugar el asunto de mis barbas metafóricas) se titula “La malicia del mueble”: un delicioso y brevísimo ensayo publicado pocos días antes de su deceso (13 de diciembre de 1959 en El Dictamen, diario veracruzano). Trata con humor sublime la malignidad con que los objetos se rebelan a la servidumbre impuesta por los humanos: las patas de la mesa que nos ponen zancadillas deliberadamente para hacernos caer, la máquina de escribir que se “atranca como mula en lo más florido del cuento” que escribimos, la mascada de Isadora Duncan que se trabó en una rueda del automóvil en marcha, estrangulándola, y que “lo hizo de propósito, según las últimas investigaciones”.
El texto maneja un sentido de la corporalidad que pocos se atreven a reconocer en un hombre de altos valles metafísicos como don Alfonso:
“He aquí que los muebles, testigos mudos de nuestro existir que adquieren poco a poco a fuerza de vernos y de palparnos, o de sentirse palpados por nosotros, una manera de muda y sigilosa conciencia. Animales estáticos y, al parecer, enteramente pasivos, nos acechan y nos van envolviendo en una baba invisible de intenciones. Como al fin son nuestros esclavos las intenciones son vengativas: hay en los muebles una rebeldía expectante, una paz armada, una actitud de guerra fría, para decirlo en la lengua de nuestro tiempo. Y en ocasiones, allá cada vez que se atreven y confían en no ser descubiertos, nos lanzan un zarpazo oscuro”.
Nada de lo que pueda yo decir, se acerca a la ligereza y calidez de la prosa Alfonsina, así que invito al lector gustoso a deleitarse con esta pequeña obra maestra del estilo y la agudeza en el enlace:
Copla a la muerte de su padre
Otra de mis lecturas más amadas de Reyes es un soneto dedicado a la muerte del general Bernardo Reyes, su padre, abatido a las puertas de Palacio Nacional, durante la cruel Decena Trágica. Cuando lo leí, ignoraba el suceso, pero resonó en mí, a parte del poder de sus imágenes poéticas, por el hecho de que yo misma perdí a mi padre a temprana edad. Aquí la entraña viva y expuesta del poeta, verdadera calidad de entrañable, cala profundo en la experiencia de la orfandad como definición esencial de vida. Reproduzco el poema, muy afamado pero pocas veces compartido:
† 9 de febrero de 1913
¿En qué rincón del tiempo nos aguardas,
desde qué pliegue de la luz nos miras?
¿Adónde estás, varón de siete llagas,
sangre manando en la mitad del día?
Febrero de Caín y de metralla:
humean los cadáveres en pila.
Los estribos y riendas olvidabas
y, Cristo militar, te nos morías…
Desde entonces mi noche tiene voces,
huésped mi soledad, gusto mi llanto.
Y si seguí viviendo desde entonces
es porque en mí te llevo, en mí te salvo,
y me hago adelantar como a empellones,
en el afán de poseerte tanto.
(Rio de Janeiro, 24 de diciembre de 1932, OC X: Constancia poética)
Sólo como corolario mencionaré unas líneas finales de la prosa confesional que un poco antes, en 1930, don Alfonso dedica a la figura y muerte de su padre, conocido como la célebre “Oración fúnebre del 9 de febrero”. Ahí reconoce también un parteaguas en su vida por la pérdida paterna: “Aquí morí yo y volví a nacer, y el que quiera saber quién soy que lo pregunte a los hados de Febrero. Todo lo que salga de mí, en bien o en mal, será imputable a ese amargo día”. Véase el texto completo que es, al decir de Christopher Domínguez, “una de las piezas más perfectas y conmovedoras en la historia de la prosa hispanoamericana”, en el enlace.
Un Reyes sabio, filósofo, pedagogo, fundacional, pensador clásico y moderno, universalmente nacional… pero también un Reyes risueño, prosista y poeta, conversador, cálido, con sentido del humor e ironía, o trágico y entrañable hasta el tuétano, pero sobre todo, un hombre de carne y sesos, le espera al lector que resista el canto de las sirenas digitales y se interne en el palacio de la memoria y el presente que es la monumental obra Alfonsina.
Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007). Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013) entre otros. Su Twitter es @anaclavel99
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Posted: February 11, 2019 at 10:31 pm
Excelente artículo. El enlace a “Oración fúnebre del 9 de febrero” no funciona.
Conozco el dolor del gambusino rubio de Owen, o el del Mayor Sabines, incluso el que causó la madre de José Carlos Becerra. No conocía el de esta maestría implacable que sólo requiere 14 versos para calar más. Gracias.