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Un mundo sin izquierdas
COLUMN/COLUMNA

Un mundo sin izquierdas

Andrés Ortiz Moyano

No hace falta ser Giovanni Sartori para percatarse del fragilísimo estatus de la democracia contemporánea. Con o sin pandemia, los derechos individuales ya sufrían una evidente erosión provocada, entre otros, por el ascenso y normalización de los populismos, el viraje autoritario de las democracias consolidadas o la fatiga de Occidente y sus valores humanistas en la contienda cultural internacional.

En este rimero existen otros dos factores críticos, quizás velados, o quizás no, que se antojan como sendos cohetes V2 para el devenir de nuestras libertades. Torpedos que, a diferencia de los de von Braun, sí han llegado a tiempo para hundir nuestro sistema democrático. Por un lado, la tendencia cada vez más evidente del mundo hacia una derecha inmovilista, cínica y burda en sus planteamientos, en ocasiones más propia del alto medievo que del siglo XXI. Por otro, el despeño desastroso de la izquierda, la clásica, la necesaria, la socialdemocracia liberal, trocada anteayer por una nueva izquierda oscura, pergeñada ésta por opacos mesías que medran a la sombra, precisamente, del árbol democrático que pretenden desmochar. En la esfera hispanoamericana los ejemplos son numerosos: el aquelarre cubano, AMLO y sus desvaríos indigenistas, las atroces corruptelas de Ortega en Nicaragua, el Frankenstein antitodo en España, el inepto kirchnerismo de Argentina, o, cómo no, Venezuela, cuya desintegración baila entre lo grotesco y lo macabro.

Vivimos en el momento más crítico para las ideologías progresistas de los últimos 60 años. Cual lince ibérico, la izquierda liberal es, hoy, tan escasa como, ay, irrelevante. Su descenso progresivo en todas las grandes democracias del mundo es la constatación de una muerte anunciada.

Este triste aforismo puede parecer osado, pero los hechos confirman esta tesis agorera. No en vano, esa misma izquierda tramposa que la ha fagocitado supone un peligro más real para su destrucción total, por pertinaz y real, que cualquier movimiento de extrema derecha.

Y es que a pesar de, o quizás como consecuencia de, los altísimos índices de democracia mundiales, aún sin parangón en la historia de la humanidad, la izquierda actual ha parasitado multitud de ideologías y corrientes fundamentales para el desarrollo y progreso de la raza humana (sí, no creo que exagere) con el fin último de, simplemente, sobrevivir y destruir. Acuérdense de la mosca que vuelve zombis a las abejas y deduzcan cuál es cuál.

A la nueva izquierda le da igual convencer, le da igual dar ejemplo. Sólo busca sobrevivir en un mundo cada vez menos democrático, menos diverso. Y para ello, no duda en traicionar a unos y otros que ríase usted de Tartufo.

La nueva izquierda predica trasnochadas ocurrencias sobre los derechos de los homosexuales cuando la inmensa mayoría de los países desarrollados ya los han asumido con plenas garantías. La nueva izquierda, no obstante, sigue próxima y sibilina a los movimientos LGTB quienes se encuentran con el abrazo del oso ante la incongruencia de esos mismos salvadores que justifican los éxodos de Mariel o las persecuciones y ahorcamientos públicos en países islámicos. Elevan a los altares de su pseudocultura chic al Che Guevara, homófobo confeso, a la vez que insultan al colectivo con falsos profetas de lo rosa que se aprovechan de su potencia mediática para el autobombo.

“Pero la nueva izquierda es feminista, ¿no?” La cobardía de la nueva izquierda respecto a los derechos de la mujer resulta insoportable. Hasta el punto que incluso no se esconde la tesis de que las mujeres de izquierdas son más mujeres que las de derechas, quienes están alienadas, por supuesto. La izquierda nueva se atreve incluso a decirle a cada mujer cómo debe vivir su sexualidad, cómo debe manifestarse, y cómo debe humillar al heteropatriarcado, ese enemigo etéreo y recurrente tan útil. Revela una inquisición repulsiva que sigue recordando al “chicas al salón”. Su propuesta es la del absurdo, la del fomento del empoderamiento femenino a través de un hiyab; la del desprecio a mujeres discretas y con éxito que, por muy lejos que lleguen, no son dignas de sentarse en su mesa.

La nueva izquierda también se dice verde y ecologista, pero es negra. Sablea una de las urgencias más terribles de nuestra historia, el cuidado del medio ambiente, devorando lo ecológico y esputando diatribas pop. La izquierda etiqueta el rigor científico como fascismo mengueliano y eleva a profetisas como Greta y su encomiable esfuerzo por escaquearse de clase. Porque el rigor, en cualquiera de sus formas, para la nueva izquierda es fascista y reaccionario.

La nueva izquierda es caníbal. Cuando un salafista radical acusa a otro musulmán de no creyente o infiel, utiliza el término takfir, Posteriormente entiende que su deber es perseguirlo, pues no hay nada peor que uno de los tuyos no sea, precisamente, de los tuyos. Valga esta analogía para entender la cacería encarnizada de la nueva izquierda hacia sus propios acólitos. Son ellos, y nadie más, quienes reparten el carné de verdaderos izquierdistas. Bien es cierto que el propio espectro ideológico ha tendido siempre a la atomización, y el panorama actual lo confirma. No ha lugar para la moderación, para la revisión, para el debate interno. En este nuevo escenario esquizofrénico, el disidente es, eso, un enemigo, un peligro, alguien a quien erradicar. Para ellos, Martin Luther King sería hoy un cerdo fascista.

La nueva izquierda vive del marketing político. La tendencia general al mensaje, relato lo llaman ahora, superficial, despojado de cualquier análisis y complejidad, es la plataforma idónea para verter su veneno estúpido. Estos postulados prosperan porque, en última instancia, nadie les exige; y quien exige es alegremente tildado de reaccionario, fascista y enemigo. La nueva izquierda es el reinado del no: no digas, no pienses, no hables, no ames, no folles, no rías, no ofendas, no estudies…

A la nueva izquierda, a quien le importa poco o nada el prójimo, ha entendido que para su supervivencia debe vehiculizar y articular todos los predicamentos de estos pensamientos. Es su necesidad de etiquetarse, de reducir al absurdo su esencia, que se ha transformado en un cascarón vacío al que le basta con ser identificado con cualquier metatag ut supra.

El debate ya no es una economía mixta justa, es demoler el capitalismo con postulados prosoviéticos y bolivarianos.

Ya no es educación, sino revanchismo ideológico.

No es luchar contra la pobreza desde arriba, sino cercenar la generación de riqueza desde abajo para que así papá estado ordene y mande.

El debate ya no es una economía mixta justa, es demoler el capitalismo con postulados prosoviéticos y bolivarianos.

Ya no es educación, sino revanchismo ideológico.

No es luchar contra la pobreza desde arriba, sino cercenar la generación de riqueza desde abajo para que así papá estado ordene y mande.

Ya no es respetar y cuidar a los mayores, es el deseo del óbito exprés de posibles votantes más conservadores, en un macabro desprecio que recuerda demasiado al Camboya Año Cero de Pol Pot.

Ya no es la protección del trabajador, sino el fomento de lobbies apesebrados que hagan las veces de matones sindicales.

Ya no es garantizar el secularismo, sino cambiar al dios religioso por los dioses paganos de la nueva izquierda, siendo estos segundos en infinito mucho más vengativo y caprichoso.

Ya no se busca una política exterior de apoyo a las democracias y a la protección de los derechos humanos, sino la complicidad y el silencio ante los excesos de, fíjese qué casualidad, regímenes opresores del mismo signo político o ideológico.

La izquierda, la tradicional, la real, la progresista, la humanista, la liberal, es fundamental y clave para garantizar nuestras libertades individuales. En un mundo cada vez más miedoso y virado a la derecha más borrega, la izquierda de Jacques Maritain, Olof Palme o Willy Brandt debe reaparecer con un asidero vital para el futuro y porvenir de nuestras sociedades.

Todo lo demás, un mundo sin verdaderas izquierdas, es el conradiano horror, ah, el horror y una auténtica puñalada trapera a nuestros hijos.

 

*Imagen de Mike Andrews

 

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetasClaves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

 

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Posted: November 9, 2020 at 10:41 pm

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