UN INFINITO SURTIDOR DE FICCIONES
Félix Reátegui
• Gustavo Faverón Patriau: Vivir abajo (Lima, Peisa, 2018. 646 pp).
Nuestra violencia es todas las violencias. Todos los horrores del mundo son nuestro propio horror. Si esto es cierto, relatar una historia de espanto es relatar todos los espantos. Pero, al mismo tiempo, si esto es verdad, para narrar nuestra historia de horror es imperativo narrar todos los horrores.
Esa podría ser la premisa bajo la cual Gustavo Faverón ha imaginado Vivir abajo, una novela que es la historia de un dilatado ajuste de cuentas, pero que, al ser contada, se convierte en un surtidor infinito de ficciones: historias de horror que nos llevan de Maine a la Argentina de la Junta, de los Balcanes de la Segunda Guerra Mundial al Paraguay de Stroessner, del Chile de Pinochet al Perú de Fujimori y de Sendero Luminoso. Al abordar esta historia multitudinaria, Faverón no solo ha producido una laberíntica y coherente novela de intriga sino también un comentario sobre nuestras posibles memorias del siglo XX. Y, tan importante como esto, un exorbitante homenaje al arte de narrar: un narrar, en este caso, proliferante, siempre vecino de la parodia, de historias recordadas o soñadas que nada tienen que ver entre sí a primera vista, pero que terminan colisionando para iluminar la realidad.
La anécdota parece simple y está resumida en la primera parte. George, norteamericano, hijo de un agente de la CIA, llega a Lima. Tiene vagamente decidido un asesinato; acecha y secuestra a su víctima y le da muerte en una derruida casona de Maranga tras una larga tortura.
Necesitamos una razón; intuimos una venganza. Vivir abajo es la historia de ese porqué. Solamente que las respuestas que nos da, aunque rebosantes de anécdotas, no pertenecen al plano de las motivaciones personales. Son insinuaciones de una teoría de la historia: la marcha del mundo está guiada por la justicia poética. George tiene que ejecutar a su víctima para matar dentro de sí al torturador de la CIA que fue su padre; George tiene que realizar esa venganza para redimir a esa infinidad de víctimas “que tampoco pueden vengarse por sí mismas”. La enorme mayoría de ellas son abstractas, son los millones de víctimas de un siglo de barbarie industrializada; pero algunas tienen rostro y han desfilado, contando sus historias —pues en Vivir abajo todo el mundo tiene historias que contar— por la vida de George desde su infancia.
No es casual que en Vivir abajo una venganza realizada en la Lima de 1992 resuma todas las vindictas pendientes de la historia contemporánea. Ese principio de correspondencia histórica es también el principio de composición de la novela. Como se ha señalado, aquí todos cuentan historias. George, en Asunción, cuenta argumentos de películas. Pinochet cuenta la historia del Mano Manzano. El Mano Manzano, el más prolífico narrador chileno, cuenta 135 historias antes de que acepten publicarle ni una sola. Esta profusión de historias impregnadas de una sarcástica fantasía termina por borrar las fronteras de la realidad. ¿Qué es realidad?, ¿qué es sueño fantástico?, ¿qué es solamente el delirio de un contador desbocado? Son preguntas difíciles de contestar pero, a la postre, por fortuna, irrelevantes. Es más, son un obstáculo para capturar íntegramente el mundo de Vivir abajo y su moral de la historia. La verdad nace de los incesantes roces de la ficción.
El lector no tarda en advertir, con desconcierto, cómo algunos elementos de las historias contadas por los personajes se cuelan en la historia “real” de la novela y ayudan a explicarla. Esos elementos invasores son los “hrönir” que en el Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de Borges, saltaban desde una enciclopedia a la realidad. Y eso nos lleva a calibrar de otro modo la ambiciosa apuesta de Faverón: Borges rechazaba la escritura de novelas y, en efecto, la tensión poética de sus cuentos hacía difícil imaginar sus laberintos y sus espejos diseminados a lo largo de una historia extensa. Vivir abajo nos cuenta el infortunio político de América Latina mediante un mundo tejido de minotauros, laberintos subterráneos y libreros inverosímiles y nos dice, así, que la tristeza del mundo también puede ser plasmada, como quiso Borges, a través de los infinitos juegos de espejos de la ficción.
Félix Reátegui es sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actor clave en la escritura del Informe final de la Comisión de la Verdad, hoy es asesor del Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la PUCP.
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Posted: June 13, 2019 at 10:01 pm