Essay
KATHY ACKER EN TIJUANA
COLUMN/COLUMNA

KATHY ACKER EN TIJUANA

Cristina Rivera Garza

1.

Sinónimo de curación

Antes de ser la capital del pecado fronterizo, antes de la Cahuila y el Zacazonapan y el paseo inmoral, mucho antes de que los hermanos Arellano-Félix la pusieran en el mapa del narcotráfico, Tijuana era un rancho reconocido por las propiedades curativas de sus aguas termales. Ubicadas a unos cuantos kilómetros de donde quedó la aduana, donde ahora se encuentra la Universidad Metropolitana de Agua Caliente, las aguas termales transformaron a ese rancho fronterizo en un destino de turismo de salud. Hacia finales del siglo XIX, cuenta Arturo Fierros Hernández en Historia de la salud pública en el Distrito Norte de la Baja California 1888-1923, era común que inversionistas estadounidenses publicaran anuncios en el San Diego Union Tribune invitando a los aquejados por enfermedades varias a sumergirse en las aguas curativas del balneario. Tijuana “era sinónimo de curación de distintos tipos de enfermedades para muchos estadounidenses que desde varios puntos llegaban en tren a California, para así trasladarse por medio de carretas a Tijuana, buscando curar sus distintos padecimientos”.1

Después de convertirse en la capital del pecado fronterizo, después de la Cahuila y el Zacazonapan y el paseo inmoral, mucho después de que los hermanos Arellano-Félix la pusieran en el mapa del narcotráfico, Tijuana continuó atrayendo a enfermos norteamericanos en busca de medicinas baratas, dentistas con precios módicos, y cirujanos plásticos asequibles. La ausencia de un sistema de salud pública que garantice el cuidado médico de la mayoría de la población—un aspecto que continua siendo materia de debates en los debates entre los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos—sigue empujando a muchos norteamericanos a buscar paleativos en una ciudad que, pese a su fama pecaminosa, sigue ofreciendo curas diversas para una cantidad crecientes de males.

2.

Apropiación en San Diego

Cuenta Chris Kraus que, luego de casarse con Bob Acker en New York, Kathy Acker llegó a vivir a San Diego, California, en 1966, donde la pareja rentó una amplia casa victoriana en la calle C, justo en el centro de la ciudad costera.2 Kathy terminó su carrera en UCSD en mayo del 68 y, aunque tomó algunas clases de posgrado en el Departamento de Literatura, nunca continuó con unos estudios que le interesaban bastante poco. Lo que sí hizo fue tomar clases con David Antin, quien había aceptado una posición como director de la galería universitaria y como profesor de algunas clases de escritura creativa y arte. El campus de UCSD había sido inaugurado apenas unos ocho años antes, en tierras que le habían pertenecido al Departamento de Defensa y, en el proceso de definir su identidad dentro del sistema de la Universidad de California, se decantaba por trabajos de avanzada tanto en el campo de las ciencias como en las artes. No era, pues, extraño que, además del mismo Antin, la universidad le ofreciera contratos a intelectuales como Herbert Marcuse o Jerome Rothenberg.

Las clases de David Antin fueron fundamentales en el arranque de la escritura de Kathy Acker. Aunque ya era una grafógrafa consumada, Acker vino a encontrar la semilla de su estética apropiativa en las clases en que David Antin, “reacio a leer cientos de malos poemas de sus estudiantes”, los conminaba mejor a ir a la biblioteca y robar todo lo que pudieran. “´Vayan a la biblioteca´, le decía Antin a su clase, ´encuentren a alguien que ya haya escrito sobre el tema que les interesa de manera mucho mejor de lo que ustedes podrían hacerlo en este momento de sus vidas, y acá vemos como ponemos todas esas piezas juntas como si fuera un film´”.3

Los resultados se dejaron ver muy pronto. En lugar de recibir poemas basados en su joven experiencia interior, los alumnos de la clase de Antin empezaron a elaborar piezas que yuxtaponían materiales disímiles—por ejemplo, “Esquilo y un manual de plomería”—de modos arriesgados e imaginativos. Más que un simple copy-paste azaroso o de una mescolanza sin ton ni són, la tarea era buscar “las conexiones entre realidades dispares”, explicaba Kathy Acker, quien nunca dejó de reconocer la influencia de esta pedagogía en su propio trabajo. Liberada de la carga de la autoría, especialmente la de un yo fijo y estrecho, Acker empezó a trabajar con singular furia en esa serie de libros que le darían a la estética de la apropiación su sello de revuelta contra el status quo y a ella el rango de una heroína de la contracultura norteamericana: Politics, en 1972; The Childlike Life of the Black Tarantula: Some Lives of Murderesses, su primera novela en 1973; y I Dreamt I Was a Nynphomaniac: Imagining, en 1974.4

En The Childlike Life of the Black Tarantula, por ejemplo, Acker trataba de dinamitar al viejo Dios de la identidad compacta y sin fisuras asociadas a nociones convencionales de autoría y género literario. Así le describió su método de trabajo a Barry Alpert en una entrevista de 1976: “Me interesaban los distintos usos del ´yo´. Así que fui a la biblioteca de UCSD… y saqué todos los libros sobre asesinas que pude conseguir…. básicamente copiaba… solo que cambiaba la tercera persona por la primera, de tal manera que parecieran que se trataba de mí misma. Y luego, elaboré algunas secciones en paréntesis con secciones de mis diarios. Así que ya tenía dos yos en el libro… Lo que pasó es que gradualmente los dos yos empezaron a jugar el uno con el otro, y se convirtieron en uno”.5  En efecto, Acker acostumbraba sustituir los “él” o “ella” de los textos fuente por un “yo” que, en adelante, podría metamorfosearse en otra cosa. Este desplazamiento, que no sólo le correspondía al personaje o voz narrativa sino a toda la noción de género literario en conjunto, se convirtió en su firma. Con influencia también del cut-and-paste que se practicaba en New York, y las experimentaciones con los cut-up d William Burroughs, Kathy Acker estaba lista para convertirse en la superestrella del feminismo punk anti-establishment. La apropiación literaria que emerge así desde el lejano SoCal en los 1970s, entre un grupo de escritores blancos sin intención alguna de cuestionar la hegemonía del inglés en la frontera, tiene desde un inicio el aura de rebeldía y contestación contra un sistema literario rígido y opresor. Esos escritores radicales de San Diego, que vivían en pequeños pueblos somnolientos de la costa como Solana Beach, un lugar creado en sus orígenes para dar cabida a trabajadores migrantes, nunca miraron hacia el sur, hacia esa Tijuana que encendía las luces de noche del otro lado de la frontera.

3.

Desapropiación

Muchos años después, frente a una pequeña audiencia en la Universidad de Brown, el gesto apropiacionista que le permitió al poeta Kenneth Goldsmith presentar el reporte de la autopsia de Michael Brown—el joven africano-americano asesinado apenas el verano anterior a manos de la policía local—en una lectura de poesía, generó reacciones muy distintas. Lejos estaba ya esa aura de radicalidad que había nimbado a lo que se conocía ya como conceptualismo, al que Vanessa Place y Robert Fitterman le habían sabido tomar bien el pulso en Notes on Conceptualisms.6 Era ya 2015 cuando Goldsmith leyó en Brown, y una nueva generación de escritores-activistas de las más variadas minorías los Estados Unidos denunció con furor el mecanismo colonial y la explotación subjetiva que le permitía a un hombre blanco de indudable privilegio recitar palabras que, de manera dolorosa, exponían los resultados letales del racismo y clasismo de la sociedad norteamericana, dejándolos intactos en el campo de la literatura experimental. Una crítica similar persiguió el trabajo de Vanessa Place, quien en un gesto provocador se había dado a la tarea de copiar en su cuenta de twitter todas las frases de la controversial novela Gone with the Wind, en la que Margaret Mitchell había reproducido estereotipos degradantes de la comunidad africano-americana, especialmente de la esclavitud durante la Guerra Civil, que muchos encuentran todavía como justificativos del racismo. El hecho de que Place eligió utilizar como avatar la imagen de Mammy, la trabajadora doméstica que, de acuerdo al punto de vista de la novela, se encuentra tal vez demasiado a gusto en su papel de esclava, generó un malestar que pronto se convirtió en rabia generalizada. No es una exageración decir que el conceptualismo, y especialmente la operación estética y política conocida como apropiación, murió entonces.

Los que escribíamos en Estados Unidos, especialmente desde el sur de la costa oeste, muy cerca de la frontera con México, no podíamos dejar de atender las intervenciones que demandaban de manera más o menos clara, más o menos vehemente, una nueva poesía, una nueva escritura, una nueva sociedad. Estudiantes de UCSD, ahí donde Antin había dado alas a estrategias de apropiación de su época, participaron con especial entusiasmo en discusiones que, en mi caso, como profesora de clases de escritura creativa en la misma institución durante ocho años, me llevaron de frente al concepto de desapropiación. Mi posición como una escritora bilingüe, acentuada, migrante, morena, latinx, y siempre mirando hacia Tijuana, asumía así los retos siempre abiertos de la experimentación, pero sin olvidar las disparidades de raza, género, clase, estatus migratorio y lengua materna, inmiscuidas siempre en el trabajo con materiales ajenos que es toda escritura. Volver visibles, e incluso palpables, las palabras que desde otros y con otros conforman nuestros textos, y hacerlo de maneras estética y éticamente relevantes, es tal vez la primicia básica del que desapropia.7 Aunque en esas largas discusiones el nombre de Kathy Acker estuvo conspicuamente ausente, su presencia especular en salones de clase donde seguramente había puesto los pies, levantado la mano, y ofrecido opiniones, revoloteaba, invisible, sobre nuestras cabezas.

4.

Expectativas que se cumplen

Las fotografías de Kathy Acker le hacen honor a su fama. De pelo muy corto y mirando directamente a la cámara, ufanándose de sus vistosos tatuajes y portando su característica chamarra de cuero, Acker se muestra como la escritora punk y rebelde que siempre fue. Su reputación como escritora a la que había que tomar en serio creció cuando Printed Matter Books, el prestigioso sello que había fundado Lucy Lippard y Sol LeWitt, decidió publicar dos de sus libros—The Childlike Life of the Tarantula y Toulouse Lutrec—; y se afianzó, un par de años después, con la publicación de su libro más reconocido, Great Expectations, en 1983. Su leyenda, para entonces, ya caminaba por sí sola de New York a London a San Francisco, y de regreso. ¿Cómo sucedió todo esto? Cuenta Chris Krauss que, después de dejar San Diego, Acker famosamente regresó a vivir a New York donde las dificultades de encontrar empleo estable y su decisión de dedicarle la mayor cantidad de tiempo posible a la escritura, la llevaron a pasar cuatro meses trabajando en un sex show junto con su novio, Len Neufeld, en un club llamado Fun City en la calle 42. Mucha de su escritura posterior—novelas, ensayos, performances—estuvo influenciada por esta experiencia fundacional, tanto a nivel de la anécdota como en términos de sus reflexiones críticas contra un capitalismo galopante que a ella siempre le pareció que replicaba los mecanismos básicos de la explotación sexual. Por ejemplo, cuando la policía cerró Fun City y la llevaron a la cárcel, esa noche inspiró “The Whores in Jail at Night”, que apareció en New York City in 1979.8

Los libros no se hacen a solas y los de Kathy Acker no son la excepción. Así como Antin jugó un papel fundamental en el inicio de su carrera, su relación con los Language Poets, que han dejado una huella indeleble en UCSD, acompañaron mucha de su escritura en sus primeros años. Jerome Rotehenberg y Ron Silliman, por ejemplo, fueron sus lectores cercanos cuando escribía Politics y Toulouse Lutrec, respectivamente. Aunque compartían intereses intelectuales y el regusto por cierta estética experimental, Acker, a quien le interesaba que “sus ideas se manifestaran en una prosa que pudiera ser leída compulsivamente”, viró poco a poco hacia la novela, donde, en efecto, cosechó sus mayores triunfos.9 Sus relaciones con el mundo del arte y del performance, que crecieron a la par de sus presentaciones y publicaciones, pronto le trajeron nuevos compañeros de viaje: el escritor británico Paul Buck acompañó la escritura de Great Expectations y el cineasta Peter Wollen hizo lo mismo cuando escribió Don Quixote

Kathy Acker iba cumpliendo así y, con frecuencia superando, las expectativas de sí misma a mediada que se cerraba el siglo XX. En 1978, sin embargo, tuvo su primer contacto con el cáncer. Una revisión de rutina reveló un pequeño bulto en uno de sus senos y, aunque la biopsia resultó negativa, el susto fue lo suficientemente grande como para obligarla a casarse con Peter Gordon, su pareja por seis años con el cual ya no vivía por entonces. Aunque las revisiones médicas a lo largo de los años continuaron siendo negativas, el cáncer de mama estuvo ahí, con ella, acompañando su carrera creciente y todo su camino a la fama.      

5.

El don de la enfermedad

Enfermarse en Estados Unidos no es un asunto sencillo, especialmente si se carece de un trabajo que venga con seguro médico. La pequeña minoría que cuenta con algo así puede acudir al médico y someterse a cirugías pagando una porción ínfima de los costos reales, pero, para la gran mayoría de la población, una enfermedad, especialmente si es una enfermedad grave o crónica, es una sentencia de muerte. No es casualidad, pues, que cuando Kathy Acker fue diagnosticada con cáncer de mama en abril de 1996, sus primeras palabras se refirieran a las condiciones precarias de trabajo que no le garantizaban seguro médico:

“En aquel entonces, trabajaba como profesora invitada en una escuela de arte, así que no calificaba para tener prestaciones médicas. Y como no tenía seguro médico, los gastos correrían por mi cuenta. La radiación costaba $20,000 dólares; una sola mastectomía cuesta, aproximadamente, $4,000 dólares. Por supuesto, habría gastos adicionales. Elegí la doble mastectomía, pues no quise quedarme con un solo seno. El precio era $7,000 dólares, podía costearlo. No me interesaba la reconstrucción de senos, y no costaba menos de $20,000 dólares, al igual que la quimioterapia”.10

El terror primero y la confianza, después, la empujaron a dar un “salto de fe” hacia formas alternativas de enfrentar el cáncer. Acker ya había mostrado interés en el budismo tibetano, y consultaba nutriólogos y astrólogos con frecuencia. Pero no fue sino hasta después de su doble mastectomía, y de su frustración creciente con lo que empezó a llamar la industria del cáncer, que empezó a explorar sistemáticamente el mundo de la medicina alternativa no occidental—de las antiguas culturas incas a los chamanes nativos de Norteamérica a los herboristas chinos—. Kathy Acker nunca se sometió a quimioterapia.

Para creciente preocupación de sus amigos, no sólo le dio la espalda al hospital norteamericano en tanto institución, sino que se puso en manos de un psíquico, Frank Molinaro y, tratando de buscar la causa de la enfermedad en su propio pasado, en una especialista en regresión de vidas, Georgina Ritchie. Preguntando aquí y allá, investigando cuánto método saltara a la vista, Acker encontró personas que la invitaron a confrontarse a sí misma. Quería vivir y, contrario a lo que le ofrecía la industria del cáncer, quería creer en la posibilidad de sanar. Esa era, a final de cuentas, el regalo de la enfermedad: creer que podía curarse y, sobre todo, que ella podía curarse a sí misma, sin tener que confiar ese proceso a alguien más. El regreso a la salud era su propia responsabilidad. Confrontar el cáncer fue una manera de confrontarse con su yo, su pasado, su cuerpo, su historia. Cuando escribió “The Gift of Disease” estaba convencida que el cáncer había desaparecido de su cuerpo.

6.

Una clínica en Tijuana

Una mujer desnuda. Una jauría de perros blancos con los hocicos abiertos. Un hombre en silla de ruedas ofreciendo poemas mecanografiados a cambio de caridad. Compra: 18.30. Venta: 18.53. Apenas si me asomo a las calles de Playas de Tijuana y la ciudad se me viene encima. A mis espaldas está el mar, iridiscente, pero enfrente de mí Tijuana se desenvuelve con una parsimonia que traiciona su singularidad. No hay otra ciudad como ésta en el mundo. A uno de los costados de la frontera más transitada del planeta, Tijuana es muchos Méxicos, muchas centroamericas, muchas Áfricas, muchos Caribes juntos. Los inmigrantes que llegan aquí con los deseos de pasar al otro lado, con frecuencia se quedan aquí, y aquí rehacen sus vidas. Un hombre hablando solo. Un pelotón de bicicletistas a lo largo del muelle. Una quinceañera que saca la cabeza por el techo de una hammer-limo negra. Compra: 18.05. Venta: 18.56. Cacofónica, llena de contrastes, Tijuana es una ciudad perfecta para los mundos que creó Kathy Acker. Tengo la impresión de que le habría gustado. El santo sin ojo izquierdo a la entrada de la catedral. Las escaleras que dan paso al mundo subterráneo del Zacazonapan. El sórdido ambiente de sexualidad y comercio del Hong Kong. La barra de El fracaso. Todos los puestos de Tacos Varios. Los tacos de la Ermita. Los tacos del francés.

El cáncer, de todos modos, la trajo aquí.

Fue gracias a su acupunturista que se enteró del método nutricional Gerson para curar el cáncer. Supo que “en noviembre de 1946, la American Medical Association, atacó abiertamente al Dr. Max B. Gerson. Destruyeron su reputación profesional y le negaron el seguro por malas prácticas. Gerson se vio obligado a trasladarse a México; hoy en día, el Gerson Institute, dirigido por su hija Charoltte Gerson funciona parte en Bonita, California, y parte en Tijuana, México”.11 Acker se había negado a ser internada en un hospital de medicina convencional pero, cuando el cáncer se propagó a páncreas, pulmones, hígado, huesos y los nodos linfáticos, ya en una condición muy deteriorada, pidió que la llevaran a Tijuana. El Instituto Gerson, sin embargo, se negó a admitirla debido al avance del mal, pero Viegener, uno de sus mejore amigos, consiguió que la admitieran en otra clínica ubicada a un lado de Alianza Francesa, a una cuadra del Hospital Del Prado: la American Biologics. Ahí llego Acker un día de los muertos, y ahí murió el 30 de noviembre de 1997. Viegnener esperaba que los amigos de San Diego cruzaran la frontera para visitarla, “pero Tijuana parecía quedarles demasiado lejos, lo cual es cierto, al menos culturalmente”.12

Asegura la poeta canadiense Anne Michaels que uno no es de donde nace, sino de donde entierran sus huesos. Las cenizas de Kathy Acker fueron esparcidas en varios lugares, como le correspondía a su vida de nómada entre ciudades de Estados Unidos y Europa. Pero su acta de defunción fue expedida en esa ciudad fronteriza que, a pesar de encontrarse a unas cuantas millas de San Diego, solo conminó su atención demasiado tarde. Qué acertado, sin embargo, que llegó aquí no buscando fiesta, como tantos otros, sino afanándose por encontrar curación. Como sus congéneres de fines de siglo XIX que venían a sumergirse en las aguas termales, y como los que continúan huyendo de un sistema de salud en banca rota, Acker también buscó la salud de su cuerpo en Tijuana. Quiero creer que también somos un poco del lugar donde dejamos de respirar, del sitio que vio nuestros ojos abiertos por última vez, del lenguaje que escuchó nuestros últimos gemidos. Si esto es cierto, Kathy Acker—al menos la Kathy Acker que dio un salto al vacío cuando sintió terror y confianza, cuando ya no tenía nada que perder—es también un poco de Tijuana.

 

NOTAS

Arturo Fierros Hernández, Historia de la Salud Pública en el Distrito Norte de la Baja California 1888-1923 (CENCA-CCT, 2014), 36.

2 Chris Kraus, After Kathy Acker. A Literary Biography (Semiotext,2017), 34.

3 Chris Kraus, After Kathy Acker, 49.

4 Estos libros están publicados bajo el título Portrait of an Eye: Three Novels (New York: Grove Press, 1997)

5 Chris Kraus, After Kathy Acker, 81.

6 Vanessa Place y Robert Fitterman, Notes on Conceptualisms (Ugly Ducking Press, 2009). Traduje este libro como Notas sobre conceptualismos (CONACULTA, 2013).

7 Una versión rápida del concepto de desapropiación se encuentra en “Desapropiación para principiantes”, Literal Magazine.

8 Chris Krauss, After Kathy Acker, 59. Acker también trabajó como stripper en algunos bares de San Diego a donde iban trabajadores y marineros unos años más tarde, cuando ya estaba casada con Peter Gordon.

9 Chris Krauss, After Kathy Acker, 134.

10 Kathy Acker, “The Gift of Disease”, traducido por Gabriela Torres Olivares, en OutOfrNothingness.com

11 Ibid.

12 Chris Krauss, After Kathy Acker, 277.

  

Cristina Rivera Garza es la autora de Nadie me verá llorar (México/Barcelona: Tusquets, 1999), La cresta de Ilión(México/Barcelona: Tusquets, 2002), La muerte me da (México/Barcelona: Tusquets, 2007), Dolerse. Textos desde un país herido (Mexico: Sur+, 2011) entre otros. Su título más reciente es Había mucha neblina o humo o no sé qué (México: Literatura Random House, 2016).  Es columnista en Literal Magazine. Su Twitter es @criveragarza

 

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Posted: September 16, 2019 at 9:07 pm

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