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Señales de virtud
COLUMN/COLUMNA

Señales de virtud

Alberto Chimal

Por la mañana, mientras hago ejercicio, escucho dos capítulos del audiolibro de Vigilancia permanente (Permanent Record), la autobiografía de Edward Snowden. La grabación de audio está hecha por un locutor español, lo que condice con los modismos de la traducción, y dura en total unas doce horas. Aunque la experiencia no es exactamente la misma que la de leer (es mucho más fácil perder la concentración, distraerse con cualquier cosa), el texto de Snowden es ameno y, francamente, iluminador. Harían bien en leerlo o escucharlo quienes se interesen en las transgresiones y abusos cometidos por el gobierno de los Estados Unidos no sólo más allá de sus fronteras, sino contra su propia población, y también quienes deseen saber más acerca del desarrollo de la comunicación y las comunidades de internet entre los años noventa y el presente. Los capítulos iniciales del libro contienen un resumen muy claro, subjetivo pero no tendencioso, de ese periodo, incluyendo el surgimiento de las tecnologías de vigilancia y extracción de datos personales como pilares de esta etapa del capitalismo global.

Paso después a oír podcasts. Primero el de artículos “extensos” (longreads, les dicen en inglés) del diario The Guardian. Entre otras grabaciones acerca de temas de actualidad, elijo “Why can’t we agree on what’s true anymore?” (“¿Por qué ya no podemos estar de acuerdo en qué es verdad?”), un artículo de William Davies. Leído –por supuesto– en inglés británico estándar, se refiere al deterioro de los debates públicos y (por debajo) de las instituciones y democracias occidentales a causa de la sobresaturación de información y la reducción de nuestro tiempo y capacidad para asimilarla y comprenderla. El ascenso de las redes sociales y de campeones de la desinformación –como el populismo de ultraderecha o los movimientos a favor de las seudociencias– estarían relacionados, y no de un modo oscuro y conspiratorio, sino simplemente porque hay quienes encuentran acceso a poder y dinero en la propagación de mentiras en dosis breves y con encabezados sensacionales.

(En el artículo se habla de cómo todas las posturas ideológicas achacan a sus adversarios una actitud deshonesta, no objetiva. Hay algunos podcasts de ideología muy clara y franca que escucho de manera habitual, aunque no el día de hoy, como Trumpcast de Virginia Heffernan en el portal Slate, o Deconstructed de Mehdi Hasan en The Intercept.)

Lo siguiente que escucho es en español: Radio Ambulante, de Daniel Alarcón, parte de la oferta de la emisora pública estadounidense National Public Radio (NPR). Me faltaba un episodio (“Nosotras decidimos”) acerca de las activistas ecuatorianas que buscaban la ampliar las vías legales de interrupción del embarazo en su país y casi lograron su objetivo. Había visto la indignación de amigas ecuatorianas en Twitter, pero las noticias recientes que vienen de aquel país han dejado un poco en la sombra esa lucha que hemos visto también en muchos otros lugares del mundo, México incluido. La producción es impecable y la perspectiva de Alarcón y su equipo, que observan América Latina desde una posición

Luego paso horas trabajando. Lo normal de un día cualquiera. Salgo de casa a dar una clase, regreso. Avanzo un poco en pendientes de escritura. Preparo la cena. Por la noche tengo tiempo de leer.

Como llevo más artículos leídos en el mes de lo que permite el sitio de The Washington Post, me salto la barrera (la verdad) mediante un truco que descubrí. Leo un artículo de Aaron Blake. Es sobre el presidente de los Estados Unidos, que es el tema central de la prensa estadounidense en este momento, incluyendo sus pataletas y amenazas habituales, sus actos de corrupción y la extraña sensación de impotencia que, dicen, se ha apoderado de sus opositores ante el hecho de que nada, ninguna denuncia ni escándalo, afecta la popularidad del presidente ni la devoción animal que le tienen sus partidarios más numerosos y menos favorecidos. Es posible que Gordon Sondland, un empresario sin experiencia diplomática que es amigo y donante del presidente y hoy embajador de Estados Unidos ante la Unión Europea, declare contra él (pese a todo) ante el congreso de su país. Se sabe que Sondland colaboró en el intento de extorsión de Trump contra el presidente de Ucrania; ¿querrá cubrirse las espaldas? ¿Será parte de su proceso de destitución?

Luego leo en CTXT.es otro artículo, ahora sobre el calentamiento global. ¿Sabían que el término “cambio climático”, menos duro y más ambiguo, fue introducido durante la administración de George W. Bush por sus allegados dentro de la industria de combustibles fósiles, como una manera de reducir la preocupación de los estadounidenses respecto del tema? Carmen Madoyán Averra no escribe sobre esto, pero lo recuerdo mientras empiezo a leer su nota acerca de los grupos 2020 Rebelión por el Clima y Extinction Rebellion, y sus esfuerzos en España por hacer cumplir los Acuerdos de París. El esfuerzo no es el primero, del mismo modo que la información sobre el daño que estamos haciendo al planeta (o a nuestras posibilidades de vivir en él) tampoco es nuevo.

Pasaría a otros textos en español –uno sobre la Suprema Corte de Justicia mexicana, por ejemplo, y otro sobre la obra polémica de Peter Handke, recién premiado con el Nobel de Literatura–, pero ayer vimos Guasón, la película de Todd Philips, y me encontré un artículo en la LA Review of Books que (al parecer) intenta defender la película, que ha causado revuelo en los Estados Unidos, incluso más allá de la actuación extraordinaria de Joaquin Phoenix.

Y al final tampoco lo leo. Puede esperar. Ya es tarde. Paso a la cama, donde esperan mi esposa y nuestros gatos. Nos ponemos (los humanos, al menos) a ver un rato de Netflix: ya habíamos empezado, y hoy terminamos de ver, el documental Nada es privado (The Great Hack) de Karim Amer y Jehane Noujaim. Su tema es la empresa Cambridge Analytica, la manipulación de elecciones de la que se le acusa y, de manera más amplia, la forma en que compañías como Facebook –este tema ya estaba en el libro de Snowden– utilizan los datos personales y el resto de la información que cientos de millones de personas les damos cotidianamente como una mercancía, que ofrecen a quien pueda pagar por ella sin consultar a nadie, a pesar de todas sus protestas de respeto a nuestra privacidad. Cambridge Analytica es sólo una de las colectoras y manipuladoras de datos que podrían estarse valiendo de las redes sociales y de otros sistemas en los que participamos alegremente, sin leer jamás los términos de uso, para manipular resultados electorales, manipular la opinión pública o –como ya está sucediendo en varios lugares del mundo– implantar mecanismos permanentes de control de sociedades enteras.

Esto, y todo lo demás que he leído o escuchado durante el día, me preocupa.

Me preocupa mucho.

Y no debo ser la única persona en el mundo que se preocupa así. Debemos ser millones. Parte de las masas comparativamente privilegiadas que tal vez no puedan pagar suscripciones a periódicos ni donar a los que buscan fondeos voluntarios, pero tienen al menos conexión a internet y quieren enterarse de las noticias que les aguardan en todas esas fuentes diferentes; más todavía, que buscan encontrar algunas que se escapen de la banalidad de casi todo lo que recibe hoy la etiqueta de “noticias”. Enterarse de verdad: precisamente hacer a un lado tanto como sea posible del ruido (parafraseando el artículo de The Guardian) que nos abruma y nos deja tan confundidos, tan indefensos. Hay gente que se deprime incluso ante un poco de la sobreabundancia, del diluvio de cada día. Hay gente que prefiere simplemente resignarse al ruido, lo que en el fondo significa negarse a todo excepto a reaccionar a los temas de moda, las etiquetas y los videos del día, que eligen quién sabe quiénes por quién sabe qué razones.

Tal vez queremos sentir un poco menos de desamparo. Tal vez queremos dar (aunque sea para nosotros mismos) señales de una virtud mayor: de poseer capacidad de discernimiento, de no ser únicamente consumidores de información.

Y, sin embargo, al actuar también nosotros somos consumidores, igual que cualquiera: la masa que forma el mercado de la información con aspiraciones. No es excusa el que no paguemos: estamos pagando, como mínimo, con nuestra atención, nuestro tiempo, con las huellas que dejamos en los registros de archivos descargados, leídos, vistos, escuchados.

No quisiera terminar este artículo diciendo que no hay salida. Tiene que haberla. Pero está afuera del sistema global de información en el que vivimos. En lo que hemos hecho, en este punto del siglo XXI, de nuestra relación con la tecnología.

 

Alberto Chimal es autor de más de veinte libros de cuentos y novelas. Ha recibido el Premio Bellas Artes de Narrativa “Colima” 2013 por Manda fuego,  Premio Nacional de Cuento Nezahualcóyotl 1996 por El rey bajo el árbol florido, Premio FILIJ de Dramaturgia 1997 por El secreto de Gorco, y el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002 por Éstos son los días entre muchos otros. Su Twitter es @AlbertoChimal

 

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Posted: October 15, 2019 at 9:48 pm

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