Essay
La vida en sismos

La vida en sismos

Gisela Kozak

I

Este año mi vida cambió pues mi pareja y yo emigramos, ella unos meses antes que yo. Sufrimos un vuelco raigal, un sismo que removió nuestras raíces y las lanzó al país por el cual tantos venezolanos sentimos más afinidad cultural. Llegué en julio del año que finalizó a Ciudad de México, a la que ya conocía y apreciaba de viajes anteriores. Al pasar la aduana sentí un enorme alivio. Mi reunía de nuevo con quien un par de semanas después me casaría y la pesadilla vivida en Caracas quedaba atrás. La pesadilla, no las décadas de existencia, labor, amores y padecimientos.
No sabía que me esperaba otro sismo apenas dos meses después.

II

Al rato del terremoto del diecinueve de septiembre de 2017 en Ciudad de México, bajamos a recorrer la colonia donde vivimos, luego de telefonear a los parientes en Venezuela para avisar que nuestro departamento estaba en perfecto estado y contábamos con todos los servicios, INTERNET incluido. Vivimos en Popotla, una zona antigua al norte de la ciudad cuyo origen se remonta a tiempos prehispánicos, absorbida por esta Roma tan moderna y antigua, descendiente de Tenochtitlan, capital del país que nos acogió en nuestra salida ante el sismo sin término llamado chavismo-madurismo. A pocas cuadras de donde resido, Hernán Cortés, el conquistador español, lamentó la derrota frente a los aztecas en la llamada Matanza de Tóxcatl. Lo hizo ante un ahuehuete, un árbol que formaba parte de lo que entonces era un bosque, acto que aseguró su consagración: los restos se conservan todavía con el boleristico nombre de “El árbol de la noche triste”, en plena avenida México Tacuba (o de la noche victoriosa, visto de la perspectiva azteca).

III

También yo pensé en una derrota cuando vi el viejo tronco del ahuehuete por primera vez recién llegada a México y a mi actual domicilio, un edificio pequeño de pocos años de construido, habitado mayormente por parejas profesionales y familias jóvenes. La posterior victoria de Cortés sobre los habitantes originarios de estas tierras, a pesar de las tantas derrotas sufridas, no es el tipo de acicate que podría disminuir en mí el sabor a fracaso con la esperanza de un triunfo futuro. Era un invasor, no un hombre que luchaba por una vida mejor como hemos luchado tantos en Venezuela en medio del terremoto tiránico. Me pesa la derrota de los demócratas venezolanos, nuestra larga noche triste, sea la de los que hemos tenido que salir de nuestro país de origen obligados por las circunstancias políticas y económicas en que se encuentra, sea la de los que se quedaron y se rebelaron en el primer semestre de este año con un denuedo y valentía que iluminó por breve tiempo las sendas de la salida democrática.

IV

Popotla conserva un aire bucólico a pesar de limitar con las trepidantes avenidas Mariano Escobedo, México Tacuba y Cuitlahuac. Ese aire bucólico nos tranquiliza al pasear luego del terremoto del 19 de septiembre, al contemplar los cipreses, maravilladas como siempre por el silencio acogedor, por la paz que suaviza la presencia de las dificultades de emigrar, por la curiosa belleza de las mansiones antiguas que se mezclan con vecindades, casas modernas y pequeños condominios. Popotla, cuyo nombre significa entre popotes, una hierba de hojas largas, huecas y delgadas, conserva su condición pueblerina a pesar de sus edificios nuevos. Pueblerinas me resultan para bien la tortillería, la panificadora, la tienda de abarrotes, la frutería, en pleno funcionamiento en medio de una tragedia cuyos efectos catastróficos se nos evidenció, en su real magnitud, vía medios de comunicación más amistades y parientes que nos enviaron mensajes por whatsapp. La conseja popular chilanga, palabra que designa a los naturales de ciudad de México, es “comete un bolillo (un pan) para el susto”. Los negocios abiertos, en un acto de humor involuntario, ratifican el consejo gastronómico para las emociones fuertes. Mi esposa y yo pasamos el terror tremendo ante el grito de la tierra aferradas a una columna, abrazadas; al rato, cocinamos y comimos, a diferencia de tanta gente sumergida en la catástrofe. Se interrumpió nuestra jornada laboral más no la vida cotidiana.

V

La caminata la tarde del terremoto me resultaría ahora tremendamente irreal si aquellas escenas de normalidad que presenciamos no tuviesen su raíz en la voluntad indomable de esta suerte de ciudad-Estado que es Ciudad de México. Indomable es el impulso de sacudirse el polvo de los escombros para seguir produciendo, ayudar a las víctimas del sismo y continuar la lucha de los mexicanos contra la violencia, la pobreza o la corrupción que a tantos de ellos avergüenza hasta llegar a las más despiadada autocrítica. Olvidan por momentos su grandeza cultural; su economía gigante; la belleza de sus tierra; su invaluable patrimonio histórico; la comida; la gallardía de un país siempre en tensión con su vecino, primera potencia mundial; sus instituciones educativas evaluadas algunas como entre las mejores del continente; la cortesía del vendedor de tacos o de la marchanta de las verduras, que no tiene nada que envidiarle al fino trato de los académicos del Colegio de México; su pasión por los negocios y el trabajo; su éxito turístico.

VI

Los mexicanos tiene miedos colectivos (la violencia, la pobreza, el futuro de su democracia) pero no parecieran especialmente signados por ellos en su vida cotidiana. Lo sé muy bien ya que vengo del país donde el miedo se ha convertido en enfermedad con categoría de epidemia. Porque el miedo no los somete los chilangos luego del terremoto abrieron sus tiendas, los niños volvieron a la escuela, ofrecieron los espacios de las librerías a quienes perdieron su oficina, trabajaron. En Venezuela las universidades pueden paralizarse meses por huelgas o protestas o simplemente por días ante la simple presunción de un disturbio; se pierden empleos constantemente; se cierran las oficinas públicas con cualquier excusa; un trámite oficial es una agonía. Caracas, soñolienta, perdió su ritmo enloquecido. Desconcertados y enflaquecidos mis conciudadanos deambulan de un lado a otro como espectros con miedo a no conseguir comida o a no poder pagarla; se esconden en sus casas apenas cae el sol por miedo a la delincuencia; ruegan porque no les dé una infección pulmonar leve o una simple diarrea por miedo a no conseguir medicinas. La existencia se ha vuelto mezquina y pequeñita, un recuerdo de cuando al menos había alimentos en la tienda de la esquina y un trabajito para sobrevivir sin tener que vérselas con una inflación de tres dígitos que puede convertirse en cuatro. Unos cuantos héroes permanecen dignos y en pie en medio de la mansedumbre cansada que quien sabe cuando finalice.

VII

Hay miedos profundos, hay miedos raigales, hay miedos que matan. La naturaleza es capaz de acabar con nosotros pero jamás podrá compararse su capacidad destructiva –ligada siempre al florecer de la vida– con la que es capaz de desplegar con crueldad profunda –consciente, maquinada, espeluznante en su odio y su desprecio por la dignidad humana–, una tiranía con ribetes totalitarios como la que ha devastado Venezuela.

VIII

El terremoto del 19 de septiembre en Ciudad de México, de 7.1 grados en la escala de Richter, dejó a cientos de miles de personas en la calle, segó vidas, sembró una estela de temor e insomnio. El del 7 de septiembre en el sur del país igualmente. Pero lo mejor de esta sociedad bulle, se dispone, lucha, exige, se enfurece, se indigna, actúa. Con altivez, millones de personas siguieron adelante y el caos, el temible caos chilango, se me antoja lleno de humanidad y pasión frente a mi soñolienta ciudad de nacimiento, la antes bullente Caracas, a la que dejé sin mirar atrás y sin una lágrima cuando abordé el avión porque no tengo la fortaleza para vivir en medio de una tiranía. Pase lo que pase con nuestra incierta aventura de inmigrantes, mi esposa y yo no olvidaremos que pudimos casarnos en México y que este país nos acogió. No olvidaremos Popotla, firme ante los sismos. Por sobre todo, no olvidaremos que perdimos el miedo. Acaso la libertad sea a veces simplemente esto, ausencia de miedo.

Buen augurio para este año que apenas comienza.

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006);  Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales(Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

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Posted: January 3, 2018 at 6:18 am

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