La conversación infinita. En los 60 años de Adolfo Castañón
Literal
Es difícil escribir unas cuantas líneas sobre alguien que ha dedicado más de diez mil páginas para hablar de los otros. Sólo la dilatada semblanza de Adolfo Castañón, que este 8 de agosto cumplió 60 años, ocuparía muchas páginas y en ese asombroso recuento se perdería la voz de quienes lo han leído y, en esa lectura, algo o mucho de su vida se modificó. A Castañón le debemos la voz lúcida de un poeta y su vasta, ejemplar, obra ensayística. A esa deuda de varias generaciones debemos añadir la innumerable lista de títulos que, como editor del Fondo de Cultura Económica, puso ante nuestros ojos con esa rara e íntima generosidad de quienes ven en los libros el origen de una conversación interminable e inteligente. Adolfo es también el no tan oculto autor de innumerables títulos afortunados, como el propio Octavio Paz reconoció en su caso. Es también personaje y presencia, como en ese relato de George Steiner en el que un grupo de poetas mexicanos, admiradores de Paz, va a Medellín, Colombia, animados por alguien de nombre “Casteñón” para intentar una empresa fabulosa: exorcizar el Mal –la violencia– mediante lecturas públicas de poesía. Poeta, editor, crítico y traductor, para muchos Adolfo es nuestro amigo, nuestro maestro.
Adolfo gusta de verse a sí mismo como un jardinero voltaireano que ha construido y animado muchas revistas, desde las más importantes hasta las hojas donde un puñado de amigos se reúne: todas ellas han sido y son albergues, casas y jardines de la conversación. Literal comenzó también alentada por su generosidad y hoy queremos darle un abrazo de reconocimiento recordando algunas palabras que para él, y sobre él, han escrito sus amigos y lectores. [La Redacción]
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Cuando buscaba un título que abarcase el asunto plural, movedizo y proteico de estas páginas, se le ocurrió a mi amigo, el joven escritor Adolfo Castañón, sugerir que usase el del libro famoso de Pérez de Guzmán: Generaciones y semblanzas. Acepté agradecido. Generaciones: proceso y procesión de autores y libros; semblanzas: bosquejos, esbozos, apuntes. Octavio Paz
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Adolfo Castañón es uno de los escritores más singulares de México. Su singularidad radica ante todo, paradójicamente, en lo esencial de su vocación: quizá no haya escritor más pura y naturalmente escritor que éste, quizá no haya persona más esencialmente literaria que ésta en la que oralidad y escritura, pensamiento y expresión, intuición y sintaxis surgen como simultáneas profundidad y superficie. No estamos ante un grafómano, sino ante un hombre gramatical que habla y piensa escribiendo, dando forma a una lengua que es a un tiempo expresión y sustancia y en cuya andadura sinuosa y espiral no es difícil percibir la imantación de una estrella polar. Castañón escribe atento a las constelaciones y en él, literalmente, escritura es destino. Aurelio Asiain
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Si no existiera un excelente traductor y escritor mexicano llamado Adolfo Castañón, que se metió entre pecho y espalda la hercúlea tarea de traducirnos al castellano el libro de Steiner, tampoco hubiésemos tenido acceso a su pensamiento. A no ser que aprendiésemos inglés, que al paso que vamos parecería ser el idioma materno de Dios. Y una vez más estaríamos, entonces, caminando paso a paso para ponernos en la cola e ingresar en la infinita espiral ascendente de la torre de Babel, de acuerdo con la interpretación tradicional del mito. Hay otras. Ricardo Bada
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Adolfo Castañón no solamente comparte otras vidas al leer, sino que parece llevar consigo a un otro que lo vive, lo sustituye a ratos, y que se sintetiza en una escritura deliberadamente familiar (o personal), pero tendida como un matiz que arraiga en voces profundas de un pasado no reconocible. José Balza
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Poco a poco, Adolfo Castañón sustituyó su nomadismo hemerográfico por un laborioso sedentarismo bibliográfico. Su prolongada estancia a la cabeza editorial del Fondo de Cultura Económica acabó de equiparar su perfil espiritual con la arquitectura de la casa editora, es decir, con un elevado libro ideal, abierto a todos los vientos y firmemente plantado sobre nobles cimientos. Poco a poco también, el pelo de Adolfo Castañón fue albeando como si cada hebra de su constante cabellera, tan voluminosa como el catálogo del FCE, fuese una de las miles de páginas que todavía proyecta escribir. Pero, por más que nació dotado de una prodigiosa memoria, adiestrada por una descomunal voracidad de lectura y una incorregible grafomanía, Adolfo Castañón no ha olvidado otra lección de su padre: apurar las bibliotecas “consultando constantemente el diccionario de la vida”. Esto lo salva de ser un mero erudito, incapaz de conmoverse ante un verso o un vaso de vino. Al contrario, es dado a llorar y, además, a redactar sus lágrimas. Fabienne Bradu
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A partir de una alusión al Borges de Ficciones, Adolfo Castañón (México, 1952) comienza a construir su poesía tan tersa como espejeante. Tan nítida, en un primer momento, como poblada luego de ensoñaciones y abismo. El eje límpido que recorre el paisaje es también el ojo ciego que se hunde en la negrura del sueño. Pero quizás la defina mejor el paseo de un transeúnte solitario pelando una naranja: las semillas son palabras. Juan Gustavo Cobo Borda
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Adolfo Castañón es un polígrafo que sabe y gusta de grafiar en diversos géneros: la erudición, el ensayo, la narración, el poema, la crítica, la traducción, etc., porque en principio es un multilector a quien sé que nunca pescaré en la situación de no conocer alguna obra de la que yo tenga noticia. Me gusta imaginar que desde mozalbete portaba ya las hoy famosas, enormes y laterales talegas de cuero (las sacoches) cargadas a reventar de libros y revistas y papeles de todo género, y lo recuerdo con el rostro joven y enmarcado en melena a lo Beatle con el que llegaba a casa a comienzos de los años sesenta para, en tanto el calvados iba pasando de la botella a nuestras cabezas y oíamos letras y músicas de Joaschim des Prés, de Debussy, Satie, Brassens y Boris Vian, conversar de los ensayos de Montaigne o de la polémica de Sartre y Camus o el fond de cuisine o las esbeltas curvas de Brigitte Bardot. Y es que, además de ser lectores de otras literaturas y escritores de lengua española, también éramos, somos, afrancesados, e imaginariamente paseábamos siguiendo el tramo parisiense del Sena, “río que fluye entre orillas de libros” (Apollinaire dixit). José de la Colina
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Castañón ha sido mi maestro y mi hermano mayor […] Bloques enteros de mi biblioteca se deben al deseo de emular la suya; si he logrado ser poseedor de algunos de los libros que me ha recomendado, nunca llegaré, en cambio, a leerlos tan bien como él lo ha hecho. Guardián de una biblioteca (y desde 2004 académico de la lengua), Castañón también puede ser visto como el vigía trepado en el faro, alerta, durante el día, de la evolución de las multitudes laboriosas que acuden al puerto de la literatura mexicana. En esas funciones, Castañón garantiza la libre circulación de las novedades literarias, coteja manuscritos y pesa pergaminos, obstinado en brindar trato generoso a los forasteros y en otorgarles pasaporte para internarse, por su cuenta y riesgo, tierra adentro en nuestra imaginación. Christopher Domínguez Michael.
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La obra crítica de Adolfo Castañón es la de un verdadero lector. Cualquiera que abra por primera vez algunos de sus libros (Arbitrario de la literatura mexicana o Por el país de Montaigne, por situarnos ante dos de sus mejores contribuciones) no tarda en percibir que quien escribe lo hace desde el placer de la lectura, aunque sea, en ocasiones, para disentir en algún aspecto. Se trata de un crítico que ha sido durante muchos años editor y nada menos que en el Fondo de Cultura Económica, esa Babel en la que nos hemos educado en parte casi todos los lectores de lengua española. También ha sido traductor y como tal cuenta en su haber Después de Babel, de George Steiner. Ya tenemos algunas de las palabras claves: crítica, placer, Babel, lo que equivale a decir que en Castañón el gusto por la lectura y la necesidad de dar cuenta crítica de ella es una tarea inagotable. Juan Malpartida
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Es pues Adolfo Castañón un crítico que ama la literatura y que busca en ella nuevas amistades. Él no es un censor sino un amigo entusiasta de las letras. José Luis Martínez
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Siempre me ha parecido que la legitimidad de un poema se aprecia plenamente cuando, por parte del lector (su coautor) se da este juicio absolutorio: “Este texto sólo pudiste componerlo tú, autor. Y a tal punto en/canta que ha hecho de mí, lector, también un poeta mientras lo leía”. Aquí dirijo, agradecido, esas palabras a Adolfo Castañón, y en nombre de unos cuantos poseídos del furor de apurar la vida hasta las heces, quiero terminar añadiendo esta frase: el rostro de nuestro autor es un libro (Recuerdos de Coyoacán) donde sus amigos cantamos coralmente, una y otra vez, en la aventura más resuelta de nuestra generación para darnos (para generarnos) cada quien una voz dentro de una fratría de seres libres, es decir, imbuidos por la imaginación y el espíritu lúdico. José Luis Rivas.
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—Lo que estamos intentando hacer es a la vez muy pequeño y muy grande. Entendemos que la vida en Medellín (les pido que perdonen a un extranjero por decirlo así) resulta a veces difícil. —Casteñon había sopesado la palabra y su posible exactitud desde que había salido de México—. Que la muerte y la desesperanza recorren las calles de Medellín. —El anillo que estaba en la ventana lanzó un destello glacial, como dando una señal—. Tenemos la esperanza de dar a ustedes una hora o dos de belleza, de ese género de olvido que es también recuerdo.
—Oh, Madre de Dios, pensó Cardenio, otra vez Casteñon el místico, el sofista. —Pero el ciego alzó los ojos, poniendo su mano tras el oído como para oír mejor.
—La poesía puede ayudarnos a salir de nosotros mismos y de nuestras miserias. Nos hace soñar mientras estamos despiertos. Habla de cosas que son fantásticamente reales, pero que no pertenecen a nuestra vida diaria. De cosas que perduran cuando nuestras preocupaciones presentes y nuestras actuales confusiones, por graves que sean, hayan pasado hace mucho. —El pordiosero ciego lanzó al aire un agudo cacareo y Casteñon por un momento, se creyó perdido.
—Siga —gritó el ciego con magnánima condescendencia—, siga.
—Los poetas creen, o al menos algunos entre ellos lo hacen, que un poema verdaderamente grande es más poderoso que la muerte. Porque sobrevive y dura más tiempo que la residencia en la tierra, no sólo del hombre o de la mujer que lo escribió, sino también de quienes lo oyen o lo leen. En ciertos casos, el poema sobrevive incluso a la lengua en la que fue originalmente escrito. ¡Un hecho verdaderamente asombroso si piensan ustedes en él! —Casteñon estaba sonriendo desde el fondo de sí mismo, casi libre de sus perturbaciones intestinales—. Ésa es la razón, amigos nuestros, de por qué hemos venido hasta Medellín a compartir con ustedes el más poderoso narcótico conocido hasta ahora por el hombre: la esperanza. Y por eso deseamos empezar leyendo un poema que, sin duda alguna, ya les será conocido. Un poema que vence a la muerte.” George Steiner. (Fragmento de “A las cinco de la tarde”, en traducción de Adolfo Castañón).
Posted: August 26, 2012 at 7:59 pm
empiezo hoy a leer a adolf castañón