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Covid-19: por un no regreso a la normalidad

Covid-19: por un no regreso a la normalidad

Alejandro Badillo

El documental Food Inc. dirigido por Robert Kenner y estrenado en el ya lejano 2008 muestra, de manera ejemplar, el modus operandi de la sociedad moderna para lidiar con un problema. Trataré de resumirlo: en la producción industrial de carne, en específico de ganado vacuno, se alimenta a los animales con maíz. Por supuesto, este proceso –ajeno por completo a la evolución del animal– ha generado efectos secundarios inconvenientes. El más importante es la aparición de la bacteria E coli que puede afectar a personas vulnerables como niños o ancianos. Barbara Kowalcyk sufrió esto en carne propia cuando su hijo de 2 años, Kevin, falleció en el 2001 producto de una infección con esta bacteria. La familia del niño emprendió un interminable viacrucis legal y de cabildeos con políticos para proteger a los consumidores de este peligro a través de la “Ley Kevin”. Fue hasta el 2011 que el presidente Barack Obama promulgó una ley sobre seguridad alimentaria. Ignoro si esto ha sido suficiente para eliminar los riesgos en el consumo de cárnicos en los Estados Unidos pues, como lo pudo comprobar la señora Kowalcyk, importan más las ganancias de las empresas que la salud de las personas. Lo que muestra el documental es que, en lugar de cambiar un poco la dieta del ganado vacuno para eliminar el peligro, la industria decidió rociar a la carne con diferentes tipos de químicos para, supuestamente, garantizar la salud de los consumidores. Este tipo de soluciones, por supuesto, generan muchos interrogantes y muestran la dinámica del sistema de producción actual: en lugar de ir al origen del problema y solucionarlo, encuentran un artilugio tecnológico para no cambiar sus procesos. Se cierra una puerta, pero se abren otras que quizás conducen a escenarios peores.

¿Qué tiene que ver esta historia con el Covid 19 y la pandemia que dominó al mundo en el 2020? Hay dos vínculos importantes: el modelo agroindustrial que produce masivamente los alimentos que consumimos y las soluciones tecnológicas que se emplean para resolver un problema sin ir, necesariamente, al fondo de éste, es decir, su origen. Para analizar el primer elemento de la ecuación hay que rastrear el origen del Covid 19. En los últimos meses, al parecer, han desaparecido de los medios de comunicación las noticias acerca del famoso mercado de Wuhan, China –supuesto origen de la pandemia– y del murciélago como probable transmisor del virus a los humanos. Se sabe que algunos científicos han viajado a la zona para estudiarla, pero no hay más información al respecto. ¿Por qué es importante identificar el mecanismo exacto de la pandemia y su génesis? En primer lugar, como es obvio, tener la historia completa ayudará a combatir mejor el Covid-19 y, acaso, ayudar a prevenir futuros contagios masivos de éste u otros virus. Sin embargo, hay algo más importante: si se identifica, paso por paso, toda la cadena de transmisión se podrá saber, con certeza, el papel que juega la interacción humana con ecosistemas y animales salvajes. Con estos datos, la narrativa de la pandemia dejará de parecer una maldición divina, un desastre provocado por una fuerza misteriosa sobre la cual no tenemos ningún control. Al contrario, como ha sucedido en el pasado, las enfermedades que han asolado a la humanidad son producto de la compleja interacción de climas, animales y la acción del hombre sobre la naturaleza que, sobra decirlo, es cada vez más depredadora. A pesar de ese pasado comprobable, los que se han beneficiado de la explotación del mundo –empresas, élites financieras y sociales– están emprendiendo una campaña para que la pandemia sea sólo un bache, que el 2020 sea una anomalía en el curso de este siglo y no, como muchos expertos afirman, la puerta de entrada a un estado que han denominado como de “emergencia crónica”.

Andreas Malm (Suecia, 1977), profesor asociado de Ecología Humana de la Universidad de Lund, explora el probable origen del Covid 19 en El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social. En el libro, de reciente publicación, hay un repaso a los avisos que tuvo el mundo antes de la aparición de la pandemia en el 2020. A través de una rigurosa recopilación de fuentes, que van desde el periodismo hasta documentos científicos, se llega a una primera conclusión: la aparición de un contagio masivo fue anunciada desde hacía muchos años por las autoridades de salud internacionales. Había una certeza del evento y sólo faltaba la combinación adecuada para que el virus se extendiera por varios países a una velocidad que nunca se había visto. Brotes epidémicos como el del MERS aparecido en Oriente Medio en 2012 fueron avisos de lo que vendría después, síntomas que no fueron prioritarios para ningún gobierno. Andreas Malm menciona al murciélago como el repositorio ideal para decenas de coronavirus –de hecho, varios de ellos se han aislado en esta especie–. El murciélago, un animal que vive en colonias concentradas y que puede viajar largas distancias, vive en un tenso equilibrio con varios tipos de coronavirus. Cuando el animal es expulsado de su hábitat llega a asentamientos humanos que cada vez se extienden más en el planeta y ocurre la zoonosis, es decir, la transmisión de una enfermedad infecciosa de un animal a un ser humano.

Siguiendo con el libro de Andreas Malm aparece otro factor importante: la pérdida de ecosistemas y de biodiversidad como un laboratorio que acelera y especializa virus y bacterias. Por supuesto, estos microorganismos, como mencionan los especialistas, han convivido desde épocas muy antiguas con el hombre. El biogeógrafo Jared Diamond en su bestseller Armas, gérmenes y acero menciona la ganadería primitiva como el momento en el que algunos virus que, originalmente, se reproducían en animales gregarios, de rebaño, comenzaron a invadir al ser humano. Pagamos un precio por una convivencia que aún no consumía los recursos que ahora consume. En la actualidad, como sucede con la ganadería industrial, se ha llevado la producción a niveles exponenciales que favorecen el contagio de diversas enfermedades para las cuales se necesitan antibióticos cada vez más poderosos. Por otro lado, el consumo de carne en el planeta ha llevado a deforestar miles de hectáreas para cultivar granos o forraje. Los incendios en Brasil del 2020 se atribuyen a este tipo de explotación desmedida de la naturaleza. La carne, antes artículo de lujo, se ha vuelto un producto de consumo diario, con las consecuencias en la explotación masiva de agua, entre otros recursos. Aldeas chinas que, en el pasado, eran habitadas por familias con un bajo poder de compra, ahora son ciudades populosas que demandan cantidades inmensas de productos alimenticios. Creemos, dominados por nuestra soberbia, que tenemos el control sobre el mundo, pero la manera de explotarlo genera consecuencias que no imaginamos y para las cuales no estamos preparados.

El coronavirus, como tantas otras enfermedades, también tiene una dimensión social y simbólica. La ensayista Susan Sontag hablaba de las metáforas encerradas en enfermedades como el cáncer o la tuberculosis. El virus que, como he explicado, es un síntoma y no la raíz de la enfermedad, ha sido acotado para el consumo irreflexivo e instantáneo de estos tiempos. El cambio climático, un fenómeno complejo y con muchas variables, aún es discutido en los medios y los gobiernos coaccionados por las empresas globales no han tomado medidas concretas y urgentes sobre el tema. ¿La razón? Para el norte próspero, como algunos le llaman, no es prioridad combatir un enemigo que, a pesar de algunos avisos, aún no afecta masivamente a sus ciudadanos. Ha sido el sur global el que ha pagado con la extinción de sus ecosistemas y la extracción de sus materias primas que viajan a todo el planeta con un costo que no refleja las consecuencias de este modo de producción. Por el contrario, el Covid 19 afectó, después de China, a los países europeos. Por supuesto, como se comprobó después, los muertos han sido, en su mayoría, personas de edad avanzada y gente cuya precariedad laboral le ha impedido resguardarse en casa o tener acceso a una atención médica de calidad. El virus, entonces, se volvió un asunto de máxima urgencia y se empezó a descifrar su estructura genética para combatirlo. En la actualidad cualquier obstáculo al “progreso” es visto como un elemento que debe extirparse de inmediato; en ningún momento se asume que es un aviso de algo sistémico y mucho más grande. Por otro lado, la narrativa del coronavirus –al contrario de las historias heroicas de solidaridad que más bien parecen la excepción a la regla– ha fomentado el individualismo y el acaparamiento de recursos, incluso de las vacunas que ya se están aplicando en algunos países. La “sana distancia” tiene un significado que va más allá de lo literal: nos alejamos del otro gracias a que, en una sociedad global cada vez más desigual, nos cuesta entender la realidad de las demás personas. El aislamiento también se ha llevado a cabo entre los países, como ha sucedido recientemente en el Reino Unido: el cierre de fronteras, la demonización del extranjero, incluso el desprecio al pobre cuando este sector cada vez más numeroso de la población ha puesto la mayoría de los muertos para que los cada vez menos favorecidos puedan tener acceso a sus bienes de consumo. El Covid 19, acelerado por los viajes en avión y un mundo cada vez más conectado, también ha llevado al límite nuestros prejuicios.

Una vez hecho este recuento, convendría preguntarnos: ¿Nos conviene regresar a la normalidad? La normalidad para muchos es, en el mejor de los casos, tener un paliativo como las vacunas para hacernos sentir seguros. Habrá termómetros, pruebas y detectores avanzados. Con la llegada de esta aparente salvación –a pesar de la incertidumbre de si se logrará una disminución importante de contagios y decesos– muchos creerán que el 2020-21 será una pesadilla y no exigirán cambios de fondo en el sistema económico que domina el mundo. El fenómeno que algunos llaman “gaslighting” (la manipulación de la realidad para que alguien dude de algo que ocurrió) ya está en marcha. El discurso que llegó con el año nuevo 2021 es el del pensamiento positivo cuyo objetivo es seguir consumiendo y aceptando las reglas que nos han llevado a esta crisis. Sin embargo, como en una ruleta rusa planetaria seguiremos en el juego, inundados de propaganda, incapaces de renunciar, poco organizados, hasta que nos toque perder definitivamente. Quizás haya un muy breve respiro, es cierto, pero la realidad después del virus será diferente: como muchos científicos mencionan, incluidos los que pertenecen a la OMS– el Covid 19 se sumará a nuestra vida diaria con su carga de consecuencias. Quizás uno de los primeros efectos importantes es la consolidación de la hipervigilancia tecnológica y el dominio aún mayor del capitalismo de plataformas. No sólo nos someteremos a más controles que involucrarán nuestros datos personales e información de nuestra salud, también habrá más oportunidades para el capitalismo de plataformas. Nick Srnicek, profesor de Economía Digital en el Departamento de Humanidades Digitales del King’s College London, habla de una dinámica que ha llevado al capital un paso más allá: ante la necesidad expansiva del capitalismo –su ADN– el internet ha supuesto un modo de acumulación que, según el autor, está más valuado que el petróleo y que lo ofrecemos nosotros mismos: nuestra información. El modelo de plataformas, impulsado por la pandemia, ya está funcionando en algoritmos cada vez más complejos. Los sectores más pobres monetizarán su vida diaria, expandirán su jornada laboral; otros –como los maestros– monetizarán sus hogares, mientras empresas multimillonarias acumularán cada vez más recursos que, a su vez, harán que el mercado se transforme en un gigantesco monopolio. El mundo virtual funcionará, por supuesto, para los que puedan permitírselo, mientras los demás trabajarán como proveedores empobrecidos para una élite que permanecerá atada a sus pantallas, víctima y cómplice de todo tipo de manipulación mediática, clamando por un regreso a la normalidad cuando la normalidad, como se puede inferir fácilmente, es la crisis. 

 

Alejandro Badillo, es escritor y crítico literario. Es autor de Ella sigue dormida, Tolvaneras, Vidas volátiles, La mujer de los macacos, La Herrumbre y las Huellas. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela. Su Twitter es @alebadilloc

 

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Posted: January 17, 2021 at 6:23 pm

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