De consorcios editoriales y enterradores
Adriana Díaz Enciso
Empecé a escribir mi novela Ciudad doliente de Dios (Alfaguara/UNAM, 2018) en 1997. Una escena apenas, ideas vagas que se concretaron en un primer borrador al año siguiente, durante una residencia literaria en la entonces llamada Ledig House, en el estado de Nueva York. La escritura de este libro atravesó muchas vicisitudes desde ese primer impulso desdibujado hasta su publicación veinte años después. El primer borrador fue destruido porque no me satisfacía. Una segunda versión corrió la misma suerte.
No todo lo que escribo se lleva dos décadas entre su concepción y ver la luz; en ese periodo, de hecho, escribí y publiqué otros libros. Pero Ciudad doliente de Dios era un caso aparte, por lo ambicioso del proyecto. Aclaro desde ahorita que esa ambición no tenía nada que ver con el “éxito” (el más ambivalente y potencialmente letal epíteto para una obra artística), sino con su consumación como expresión literaria y mapa de un cuestionamiento existencial. Espiritual incluso. Me había planteado una pregunta sobre la posibilidad de redención del dolor humano, e intentaba responderla a partir de los poemas proféticos de William Blake, uno de los faros por los que elegí Londres para mi autoinfligido exilio de ya 22 años.
No voy a contar mucho más sobre la novela en sí porque estas notas no son sobre su contenido. Ya he hablado antes sobre el viaje que fue su escritura, tanto en la “Langosta literaria” de Alfaguara como en una serie de cuatro entregas para el blog Finding Blake. Esta introducción es nada más para que los lectores se den una idea de las dimensiones que puede cobrar la aventura de escribir un libro, y de la devoción, entrega y años de la vida de un autor o autora que están en juego.
Hubo momentos en esos veinte años en que interrumpí momentáneamente la escritura de la novela, con un dolor abismal. Las complicaciones prácticas de la supervivencia obstaculizaban la concentración absoluta que ésta exigía. Pero siempre regresaba. Abandonarla era una imposibilidad. Cuando recibí en 2008 la beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte del FONCA, dejé todo para trabajar solo en mi escritura. Durante esos tres años no pasó un solo día sin que trabajara en la novela. La llevaba a todas partes. Trabajé en ella, por ejemplo, en el largo vuelo de ida y vuelta de un viaje a México. O regresando a mi casa tras pasar una noche en la sala de emergencias de un hospital. Ya se darán una idea. Nada, absolutamente nada me apartaba de ella.
En 2011 la consideré terminada. Un par de años después cambié de opinión y la volví a corregir. En julio de 2016 la envié a Alfaguara, cuando el director literario en México era Julio Trujillo, que ya había sido mi editor en la Dirección General de Publicaciones de la Secretaría de Cultura con mi libro de cuentos Con tu corazón. Hasta el año siguiente se confirmó el dictamen favorable y, cosa crucial, la Dirección de Literatura de la UNAM, entonces con Rosa Beltrán al timón, generosamente le propuso a Alfaguara una coedición, lo cual hizo posible la publicación de una novela de 700 páginas de una autora que no es, definitivamente, bestseller. Siguió otro periodo de espera, cuando Julio dejó Alfaguara y se hizo un silencio enorme sobre el destino de mi novela (al parecer el manuscrito anduvo perdido un par de meses). En enero de 2018 volví a enviarla, esta vez a Mayra González, la nueva directora literaria. Desde ese primer correo, ansiosa por la espera, dejé claro lo que esta editora ha tenido con toda seguridad muchas oportunidades de constatar: que Ciudad doliente de Dios ha sido mi proyecto de escritura más importante y arriesgado.
Mayra respondió de inmediato para decir que Alfaguara seguía interesada en el proyecto. En marzo de ese año recibí un correo electrónico del muy extrañado Ramón Córdoba, quien sería, para mi gran fortuna, el editor propiamente dicho de la novela. Entusiasta y comprometido, encontré en él de hecho a un amigo, que siempre manifestó su fe en la novela y fue un sólido apoyo hasta su publicación. Su lectura atenta significó que la idea inicial de “recortar” fuera sustituida por una comprensión y respeto absolutos por lo que yo había querido hacer.
Por un momento angustioso pareció que la publicación del libro se retrasaría hasta el segundo semestre de 2019. Finalmente, con el apoyo invaluable de Rosa Beltrán en la UNAM, el proceso se aceleró —en efecto, tuve apenas el tiempo justo para leer las pruebas—, y la novela se imprimió a fines de noviembre de 2018. Ignoro por qué en el colofón dice que se acabó de imprimir el 5 de noviembre. En esos días se imprimió solo la portada, y durante el resto del mes todavía estuvimos haciendo correcciones a la página de agradecimientos. Fue el 30 de noviembre que Ramón me envió la fotografía de la primera muestra en un email titulado “Ya nació”. Habían pasado dos años cuatro meses desde que enviara el manuscrito a la editorial.
Tanto durante el tiempo de preparación para la publicación del libro y los planes para su promoción, mi relación con Mayra González y las personas de su equipo fue cordial, concentrada en las cuestiones prácticas y administrativas. En cuanto a Ramón, trabajamos juntos en una relación de confianza y entusiasmo por la novela, a partir de la cual yo concluí, ingenuamente quizá, que el entusiasmo era compartido por el resto de la editorial.
Es cierto que desde el principio hubo algunas irregularidades: todo el trabajo de preparación para la publicación se hizo antes de firmar el contrato (se firmó hasta el 17 de diciembre), y el anticipo a cuenta de regalías, que según el contrato se me debería enviar a más tardar treinta días después de su firma, lo recibí hasta el 25 de marzo de 2019. Después de una espera tan larga para publicar, me aguanté la ansiedad y acepté los enredos burocráticos, pero sí me pregunté —y me sigo preguntando— si todos los autores de Alfaguara enfrentan semejantes anomalías.
Lamentablemente, Ramón Córdoba falleció unos meses después del lanzamiento de la novela. Me entristeció enormemente la pérdida de un amigo y aliado que fue un devoto amante de la literatura, y a cuya labor como autor y editor legendario le debemos mucho, como escribí en mi blog al enterarme de su fallecimiento. Nunca voy a saber cuál habría sido el destino de Ciudad doliente de Dios si Ramón aún estuviera con nosotros, pero sospecho que habría sido distinto, y que, como autora, yo no habría perdido tan contundentemente el apoyo y el respeto que Alfaguara me ha negado desde entonces.
He decidido contar esta historia porque estoy convencida de que autores, lectores y editores, todos a quienes nos importa la literatura, y quienes de ella viven aunque no sean sus creadores, debemos tener un diálogo serio sobre cuál es exactamente la función de entidades como Bertelsmann/Penguin/Random House/Alfaguara. No me queda además otra opción para intentar abrir el diálogo: en dicho conglomerado ya ni siquiera responden a mis emails.
***
Los primeros indicios de que las cosas andaban mal los tuve muy poco tiempo después de publicada Ciudad doliente de Dios. Aunque se imprimió el 30 de noviembre (es decir, a efectos prácticos, en diciembre) de 2018, esa no es la mejor fecha para promover un libro, por lo que la difusión inició –y concluyó– a finales de enero de 2019. Hasta donde tengo noticia, y dada la renuencia por parte de la editorial a hacerme llegar su plan de promoción, ésta consistió en el artículo en “Langosta literaria” que mencioné antes, en un día de 8 entrevistas telefónicas agendadas el 25 de enero, dos el 29 de enero y dos últimas el primero de febrero. No todas las entrevistas programadas se realizaron, y faltaron varios medios importantes. En noviembre Mayra González me había pedido que le enviara nombres de periodistas y gestores culturales, lista que le envié dos veces, incluyendo algunos festivales e instituciones donde sugería que se propusiera una presentación. No tengo idea de si se hizo algo respecto a esta sugerencia.
Durante meses estuve esperando que la promoción continuara, pero no pasó absolutamente nada más. Yo seguí enviándoles otras reseñas y promoción que yo había conseguido, como el blog en Finding Blake; supuestamente era importante que lo hiciera, para que Alfaguara las aprovechara en la difusión del libro.
Otro indicio de que había problemas fue que, ya desde marzo de 2019, recién lanzada la novela, amigos y familiares empezaron a decirme que no la encontraban en ningún lado. Yo, por ingenuidad, o tal vez simplemente creyendo que la editorial estaba cumpliendo con su trabajo, les decía que debía haber un error, que volvieran a preguntar; que era imposible que no estuviera en librerías: ¡era Alfaguara! Una amiga me había dicho que cuando la compró en enero, en la librería le habían dicho que mucha gente estaba preguntando por ella. La misma Mayra me había dicho que había subido la foto a su página de Twitter y había recibido muchas respuestas, y que estaba segura de que nos iría muy bien. Estaba claro que había interés del público. Sin embargo el libro, que era buscado por lectores pese a su escasa difusión, era en efecto inencontrable.
Yo me concentré en insistir en la necesidad de hacer una presentación de la novela. La Universidad del Claustro de Sor Juana me ofreció generosamente su espacio. He perdido la cuenta de cuántas veces le mencioné a la nueva directora literaria este ofrecimiento, recordándole el éxito que había tenido la presentación de mi novela La sed y la de uno de mis libros de cuentos ahí mismo años atrás. Le hice también otras sugerencias de lugares donde se podría presentar. Me explicó que para llevarme a México (yo no contaba con los medios para pagarme mi boleto de avión) era necesario que me invitara alguna feria del libro, pues la editorial no podía hacerlo. Sin embargo, no obtenía respuesta cuando preguntaba qué esfuerzos concretos se estaban haciendo para avivar dicho interés en alguna feria. La única constatación de dichos esfuerzos era el silencio.
Alfaguara no podía pagarme el boleto de avión, lo que quizá sea comprensible, pero en varias ocasiones le sugerí a Mayra González que hablara con los foros que les había sugerido para su presentación, para ver si aquellos interesados se podían coordinar para resolver el problema del pasaje. Sugerí incluso que hablaran con el departamento de cultura de Relaciones Exteriores. Le pedí que me dijera cómo podía ayudar en estas gestiones. Ninguna de estas sugerencias recibió respuesta.
Tampoco se molestó Alfaguara en organizar una presentación virtual. Cierto, nuestra existencia todavía no estaba regida por Zoom, pero sí que existían otras plataformas desde las que una presentación a distancia habría sido posible. La novela tampoco se envió a la feria del libro de Londres, donde no se habría tenido que pagar ningún boleto de avión para organizar una presentación, pues es la ciudad en la que vivo. Yo había tratado de interesar a Alfaguara en la posibilidad de una presentación acá para la población de habla hispana, que habría coincidido con la mayor exposición de la obra de William Blake en veinte años en la galería Tate, y la feria del libro habría sido una excelente oportunidad, pero mi interés no tuvo el más mínimo eco en la editorial, ni tuvo la novela presencia alguna en la feria.
Con el paso del tiempo, lo único que yo sabía era que había gente que seguía preguntando por Ciudad doliente de Dios en librerías, sin encontrarla. El libro que desde su concepción hasta que vio la luz vio pasar veinte años, dos meses después de publicado era ya inexistente.
En diciembre de 2019 el Centro de Estudios Mexicanos de la UNAM en el Reino Unido, dirigido por Ana Elena González, se coordinó con la Embajada de México para presentar la novela en la Residencia del embajador. La presentación estuvo llena y se vendieron libros. Estaba claro que algo así podría haberse hecho un año antes si Alfaguara hubiera prestado atención a mis sugerencias, pero para entonces ya era palpable la sensación de que todo esto sucedía no solo sin el esfuerzo, iniciativa o intervención de Alfaguara, sino sin que la editorial demostrara el más mínimo interés.
Tras el fallecimiento de Ramón Córdoba, la comunicación con mi supuesta editorial se había vuelto claramente accidentada. Mis reiteradas preguntas sobre noticias respecto a la difusión de la novela y la oportunidad de llevarla a las ferias del libro se quedaban a menudo sin respuesta. Cuando al fin se respondía a mis correos, era con extrema vaguedad.
Después de la presentación en Londres, no supe más de Mayra González ni de su equipo hasta mayo de 2020, en que recibí del departamento de regalías de Random House un deprimente informe de ventas. O, más bien, de ausencia de las mismas, aunque no debí haberme sorprendido: ¿cómo se compra un libro que no está a la venta en ningún lado?
Le escribí a Mayra para expresar mi desaliento, así como mi convencimiento de que no se le había dado a la novela la debida difusión. Le preguntaba por qué no se había hecho siquiera una presentación virtual. Le pedí también que me hiciera llegar un informe pormenorizado de en qué había consistido la promoción de la novela desde su publicación; si existía en otros soportes además del impreso; si se había llegado a negociar su traducción con alguna otra editorial, posibilidad incluida en el contrato; si se había hecho algún esfuerzo por venderla en el extranjero a través de las filiales de Alfaguara u otros sellos de Penguin Random House, y pedía un reporte detallado de su distribución, pues sobre nada de esto tenía noticia. Le envié también el enlace de mi lectura de un fragmento de la novela para el programa “Quédate en casa”, de la Embajada de México en Londres, pues supuestamente todo este tipo de material les era “muy útil” para la difusión de la novela, aunque nunca he tenido evidencia de que se haya hecho nada con él.
Mayra se defendió con vaguedad: se había hecho por Ciudad doliente de Dios lo mismo que por todos los libros de Alfaguara (pero no había revelación alguna sobre qué, exactamente, era eso que se hacía), “al margen” de que su equipo me pudiera enviar un reporte; las librerías regresan los libros que no se venden; los medios no suelen cubrir a distancia libros que no son de autores “conocidos”, etc. En cuanto a las invitaciones a las ferias del libro, ahí la editorial “no podía incidir”.
Dato interesante, afirmó que el libro existía también en formato digital como ebook, disponible para todo lector (cosa que, pronto sabría, no era verdad).
En su email no había sin embargo ningún indicio de lo que estaba por venir: la expulsión de mi novela del universo de Alfaguara de que hablaré en un momento. Volví a hacerle las preguntas que no me había respondido, y le propuse organizar algún evento en línea, en el contexto de la pandemia. Le pedía disculpas también si al expresar mi desazón había parecido malagradecida, y reiteraba mi deseo de que pudiéramos aclarar malentendidos.
No recibí respuesta. Diez días después volví a escribirle repitiendo mis preguntas. Mayra entonces le pidió a Diana López, coordinadora de difusión y promoción, que me enviara el informe sobre la promoción de mi libro que solicitaba (sigo sin recibirlo), pero me decía que en cuanto a las ferias del libro, no existía tal reporte, pues las novedades se enviaban a través del distribuidor. Aquí encontré una discrepancia: ¿no me había dicho que la gerencia de ferias y eventos hacía la propuesta a las distintas ferias del libro de los títulos que a la editorial le interesaba que estuvieran presentes?
Al menos logré que Alfaguara accediera a la realización de una muy tardía presentación en línea de la novela. De nuevo, no había ningún indicio de que pensaran borrar toda visibilidad del libro.
A los pocos días Diana López me envió la agenda de entrevistas de enero de 2019 (las que se concretaron y las que no), y un reporte pobrísimo de la presencia de la novela en medios, en el que se repite 15 veces la nota de un solo reportero, tres veces la de otro (supongo que porque la enviaron a distintas secciones de sus medios), y se ignoran algunas otras reseñas de las que yo tenía noticia. Esos dos documentos desoladores son lo único que he recibido como evidencia de la difusión de la novela. Del reporte pormenorizado de su plan de promoción, que les he pedido una y otra vez, nada.
Por estas fechas Diana me envió también el enlace restituido de mi texto para “Langosta literaria” de Alfaguara, que misteriosamente había desaparecido.
Deprimida por la situación, decidí ponerme manos a la obra y hacer lo que pudiera por revivir el interés en la novela. El apoyo de lectoras y escritoras que son además amigas fieles fue inmediato. Mi coeditora por parte de la UNAM, la autora Rosa Beltrán, aunque ya no está al mando de la Dirección de Literatura, con gran generosidad, y con la convicción de apoyar libros en los que cree como literatura que la ha distinguido siempre en su trabajo, grabó un breve video hablando sobre Ciudad doliente de Dios. Por mi parte, invertí lo poco que pude de mi bolsa para hacer un poco de difusión independiente, y junto con Escritoras Mexicanas, agrupación encabezada por la siempre entusiasta e industriosa Cristina Liceaga, organizamos una presentación virtual de la novela con las autoras Ana García Bergua y Verónica Murguía, quienes, como ya se lo había dicho a Mayra en repetidas ocasiones, habían estado listas para presentarla en cualquier momento desde finales de 2018. La presentación tuvo lugar año y medio después de lo que habría sido pertinente, en el contexto de “Quédate en casa”, y si bien ahora Alfaguara se dignó a conseguir el espacio (el foro virtual de la cafebrería El Péndulo), el evento sucedió solo porque yo como autora insistí, me movilicé y conté con el apoyo de las personas arriba mencionadas. Lamentablemente, es probable que ninguno de los asistentes haya podido de todas formas adquirir el libro, porque en El Péndulo ha tenido el estatus de “no disponible” desde hace mucho tiempo y, de hecho, en el reporte de movimientos de ejemplares que recibí meses después se ve que a El Péndulo solo se envió un ejemplar. Entonces aún no se podían adquirir ejemplares directamente en la página web de Alfaguara, de la cual, además, se había borrado la novela, sin que yo lo supiera, como veremos más adelante. Es decir: la editorial consiguió, a regañadientes, un espacio virtual para una presentación que no organizaba ella, a sabiendas de que sería sumamente difícil para los asistentes conseguir el libro en cuestión. Esto fue en junio de 2020.
Con Escritoras Mexicanas, Cristina Liceaga publicó una entrevista sobre Ciudad doliente de Dios, y organizó un círculo de lectura de la novela en cuatro sesiones, entre julio y agosto. Ignoro si Alfaguara se molestó en difundir algo de esto. Lo que sí sé es que el 25 de junio les solicité el apoyo de una sala Zoom para el círculo de lectura, pues me parecía que era importante que tuviera el respaldo, así fuera simbólico, de la editorial, con la que quería creer que seguía formando equipo, pero me fue negado. Diana López me dijo que era complicado, pero me hizo unas preguntas sobre fechas y el número de asistentes. Le respondí el 27 de junio, preguntándole además si Alfaguara podría hacerle promoción. No respondió. No hubo respuesta tampoco a mis correos del 2 y el 8 de julio. En este último les mandaba además el enlace de un video en que Carlos Chimal y Raquel Castro leían en su programa de YouTube un fragmento de mi novela. Solo hubo silencio; la promoción del círculo de lectura, que concluyó en agosto de 2020, la hicimos entre Escritoras Mexicanas y yo.
No volví a oír de Alfaguara hasta el 14 de septiembre, en que recibí un email de la administradora de Registros y Atención al Autor, con una carta adjunta, en la que se me avisaba que estaban considerando la destrucción del tiraje completo de Ciudad doliente de Dios, incluyendo todos los ejemplares que les fueran regresados de librerías.
Por supuesto, Mayra González y su equipo tenían clarísimo que yo estaba tratando de darle nuevo impulso a la promoción de la novela. Su indiferencia, como si éste fuera asunto que no atañera a la editorial, se vio manifiesta en esa amenaza de destrucción absoluta del libro justo entonces. En la carta se me daban veinte días a partir de su fecha para responder, pero, aunque fechada el 2 de septiembre, me fue enviada hasta el día 14 por correo electrónico, y como en México se atravesaba el puente del día de la Independencia, en realidad tenía menos de seis días para solucionar el asunto como pudiera, comprando los ejemplares si quería, desde Londres, a media pandemia.
El golpe fue brutal. Ahí, al parecer, culminaban los veinte años de trabajo en la novela y esfuerzo por publicarla: en la trituradora. Entré a la página web de Alfaguara para tratar de averiguar en dónde aún podían comprarse ejemplares y me llevé un golpe quizá peor: ni el título de la novela ni mi nombre como autora aparecían ya por ninguna parte. Una y otra vez realicé la búsqueda: nada. Se me había borrado del catálogo de Alfaguara, al menos en lo que toca a su acceso público, sin siquiera avisarme, desde hacía quién sabe cuánto. Que los lectores se imaginen el estado en que me encontraba: la desolación, el dolor, la rabia.
Habrá quién se pregunte, además, como me lo pregunto yo, si haberme borrado así públicamente de su catálogo no constituye una violación del contrato, en el que se supone que la editorial representará al libro durante cinco años.
Por fortuna, pronto supe que los ejemplares de la UNAM no se destruirán, lo que es un gran alivio. Sin embargo, estos ejemplares son los que recibió la universidad por su papel e inversión como coeditora. La promoción de la novela sigue siendo responsabilidad de Alfaguara, como queda muy claro en el contrato que firmé. Y en Alfaguara, en septiembre de 2020, y quién sabe desde cuándo, ni la novela ni su autora existían más.
Tras muchos emails conseguí al fin concertar una cita telefónica con Mayra González, quien me prometió que “en breve” se me enviaría la campaña de promoción de la novela (cosa que hasta hoy no ha sucedido), aunque más adelante, en el mismo email, me decía que no sabía si los mecanismos de difusión quedaban formalmente documentados. También se manifestó ofendida porque yo pensara que había sido deliberado enviarme una carta fechada muchos días antes, un día antes del puente, para no darme tiempo de resolver nada respecto a la destrucción de los ejemplares. Al parecer, encontraba insultante la falta de confianza, pero ¿qué confianza podía tener yo en una editorial que no solamente no había hecho nada por difundir mi libro, ni era capaz de prestarme una mísera sala Zoom para promoverlo por mi cuenta, sino que me había sacado de su catálogo (al menos en lo que toca a su sitio web) sin explicación y sin avisarme?
La llamada fue sin embargo cordial de ambas partes. Una vez más le di el beneficio de la duda. Negociamos y logré que se destruyera “solamente” la mitad del tiraje. Volví a preguntarle qué se había hecho para promover el libro y volvió a decirme que lo mismo que con cualquier otro. Insistió en que la editorial no tiene ningún poder de influencia sobre a qué autores invitan las ferias del libro. Le dije que eso no podía ser verdad; que editores y organizadores de las ferias se conocen, hablan de las novedades, y que seguramente las editoriales eran capaces de manifestar su interés en la presencia de un libro. Se quedó callada.
Me habló de los problemas que enfrentan las editoriales con librerías y distribuidores, y más ahora, con la pandemia. Por supuesto, sé que las editoriales no la tienen fácil; soy consciente de que el mercantilismo infernal de librerías y distribuidores es responsable de buena parte del problema del mercado literario, pero una editorial con la trayectoria de Alfaguara, que ahora es además parte del megalítico consorcio transnacional Penguin Random House, debería tener recursos para hacer frente a los obstáculos, y de hecho los tiene a granel para sus autores estrella. En cuanto a la pandemia, difícilmente era un pretexto, en septiembre de 2020, cuando mi novela había sido publicada en diciembre de 2018.
Le hice de nuevo a Mayra la pregunta que no me había contestado en ningún correo electrónico: qué esfuerzos se habían hecho para interesar en Ciudad doliente de Dios a filiales de Alfaguara en otros países. La respuesta fue, de nuevo, “el mismo que con todos los libros”, lo cual por supuesto no es evidencia de esfuerzo alguno ni responde nada. Pregunté en qué librerías había tenido presencia y se me ocurrió preguntar por Sanborns. La respuesta fue que nunca se llevó a Sanborns porque las novelas de tiraje tan pequeño como la mía no se distribuyen ahí, sino en librerías literarias. Le dije que no entendía ese criterio: si se quiere dar potencial comercial a autores menos conocidos, hay que impulsar más su visibilidad, no menos. Me dijo que no estaba en sus manos. Yo me pregunto entonces cómo es que una editorial independiente como la desaparecida Colibrí, dirigida por el llorado Sandro Cohen y Josefina Estrada, logró colocar ahí mi primera novela, La sed, pero Alfaguara no puede. La respuesta debe ser que no quiere. Todo en esta vida ofrece un aprendizaje. Para mí fue que, después de todo, no está mal que un libro mío no pase por las manos de Carlos Slim, pero los lectores estarán de acuerdo en que es una reflexión más bien al margen de lo que se estaba discutiendo en esta llamada: la responsabilidad de una editorial de volver visibles sus libros.
Durante la llamada, Mayra me dijo que había sin embargo dos “buenas noticias”. Una era que por fin iban a poder adquirirse los libros directamente en la página web de Alfaguara, así que ahí mis lectores encontrarían ejemplares incluso si ya no estaban en librerías. Le pregunté cómo iban a poder hacer eso si la novela ya no se encontraba en su página, y se disculpó por lo que llamó “un error”, que prometió se corregiría esa misma semana. La otra buena noticia era que ya iba a salir el libro electrónico, el cual, en cuanto se subiera a la página, sería novedad y se le podría dar algo de promoción, si bien, obviamente, no la misma que se le daría a un libro impreso recién publicado.
Me quedé helada: ¿entonces no se había publicado todavía la novela en formato electrónico? (Los lectores recordarán que apenas hacía unos meses Mayra había afirmado en un email que el libro existía en formato digital como ebook). Ahora me decía que había habido, desgraciadamente, un error; que no se había hecho el ebook porque se había “pasado de largo”, pero que ahora, en cuanto se lanzara, sería novedad y estaría a nuestro favor. Ese fue su compromiso.
No era un gran consuelo saber que se les había “pasado de largo” algo tan elemental hacía casi dos años y que yo no lo sabía, pero al menos ahora el descuido de la editorial podría servirnos para tratar de reavivar un poco la presencia de la novela. Creí en las promesas de Mayra. Le sugerí además que, ya que el ebook sería novedad, hiciéramos algo de promoción en el canal de YouTube de Alfaguara, “Me gusta leer”, que recién había descubierto, donde se anuncian sus libros y se entrevista a sus autores, y en el que nunca se había dado difusión a Ciudad doliente de Dios. A esto no respondió. Al finalizar la llamada le dije que era triste ver cómo la editorial ponía todo su peso en la promoción de sus bestsellers, pero no hacía el mismo esfuerzo por autores menos conocidos, y ella misma admitió que, en efecto, eso perpetuaba la disparidad.
Ciudad doliente de Dios volvió a aparecer en la página web de Alfaguara hasta mediados de octubre de 2020 en este enlace. (Al momento de escribir estas notas, para mi confusión, parece que aún puede comprarse en algunas librerías en las que antes no estaba disponible, aunque no en todas las que aparecen en la lista. No puedo estar segura de que no volverán a desaparecer la novela de su página).
En noviembre le escribí de nuevo a Mayra González para preguntarle cuándo aparecería el libro electrónico. Le contaba también que estaba por iniciar un curso en línea sobre William Blake para la Cátedra Octavio Paz en el Colegio de San Ildefonso, y que sería una buena oportunidad para hacer algo de promoción. Mayra le pidió a Diana López, que como hemos visto es la encargada de difusión, hacer promoción digital del curso “para empujar la novela”, pero no tengo ninguna constancia de que dicha promoción haya existido. El 15 de noviembre vi que ya estaba el ebook a la venta, aunque no se me había avisado, y volví a escribirle a Mayra para concretar el plan de promoción que habíamos acordado. Le preguntaba también si se podría hacer un descuento a los alumnos del curso de San Ildefonso que estuvieran interesados en el libro. El descuento, se me informó, solo sería posible si se tratara de una venta directa “de varias decenas”. Como el cupo del curso no era en lo absoluto multitudinario, no se pudo ofrecer el descuento: otra puerta cerrada.
Pero lo verdaderamente innoble en la respuesta de Mayra fue decirme que “más que hacer nueva difusión sobre el ebook, es aprovechar tus eventos y cursos para empujar su venta”, contrariando así la promesa que me había hecho en septiembre de darle promoción al libro electrónico como novedad.
Esta fue la constatación, por si todavía me hacía falta, de que Alfaguara no tiene ningún interés en la suerte de Ciudad doliente de Dios. Le escribí un email a Mayra en el que expresaba con firmeza mi desilusión. Le decía que había tomado notas puntuales de nuestra conversación por teléfono; que era triste tener que recurrir a ellas para recordarle lo que habíamos acordado, y que nuestra relación pareciera la de personas con distintos objetivos. Le decía también que apenas podía creer que no pudieran tomarse la molestia de avisar a los lectores que ya podía conseguirse la novela en ebook, sobre todo porque sería la forma de decir que algo que debía existir desde hace dos años al fin ya estaba ahí, y que mi impresión era que la voluntad de Alfaguara era, activamente, NO vender Ciudad doliente de Dios. Le preguntaba también si realmente era imposible aprovechar su canal de YouTube, al que jamás había sido invitada, para darme unos minutos para promover el ebook en tiempo de pandemia, y le hacía la siguiente pregunta: “¿Por qué prefieren este desgaste de comunicación en que parece que somos antagonistas, en lugar de una autora trabajando en colaboración con su editorial, que debería creer en la novela que publicó?”
Asimismo, le recordaba que seguía esperando el informe pormenorizado de en qué había consistido la promoción de mi novela desde su publicación; añadía que quería ver constancia de que habían compartido mis eventos y cursos relativos a la novela y/o William Blake en redes, y concluía manifestando lo triste, agotador e incomprensible que era que una editorial como Alfaguara no considere que es su responsabilidad caminar junto a sus propios autores.
El email lo envié el 24 de noviembre de 2020. No recibí respuesta. El 30 de enero de 2021 volví a escribirle a Mayra, aludiendo a su falta de respuesta y pidiéndole de nuevo el reporte de promoción de mi novela. Le decía también que quería saber cuántos ejemplares se habían enviado a ferias del libro, nacionales e internacionales, y cuáles habían sido dichas ferias.
Tampoco obtuve respuesta, y no he sabido nada más de la directora literaria de Alfaguara hasta el día de hoy (escribo esto el 27 de febrero). Es decir: ya no tengo ningún punto de comunicación con mis editores. Me han cortado por completo.
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Dada esta falta de comunicación, insistí con el departamento de regalías de Penguin Random House en que me enviaran un informe completo del movimiento de ejemplares de Ciudad doliente Dios. Es un documento sombrío. Con la excepción de un puñado de ejemplares dispersos enviados más tarde a un par de librerías, los esfuerzos de colocar la novela, que salió en diciembre de 2018 y se empezó a promover a fines de enero de 2019, no fueron más allá del primero de febrero de ese mismo año. A partir de ahí, Alfaguara empezó a esperar las devoluciones, sin hacer absolutamente nada por impulsar el libro, así que, en efecto, cuando amigos y familiares me decían, tan pronto como marzo de 2019, que no lograban encontrarlo en librerías, era verdad.
En lo que toca a ferias del libro, el reporte no muestra ninguna presencia de la novela en ellas, con excepción de la FIL de Guadalajara de 2019, donde dicha “presencia” parece más bien una burla: se envió un ejemplar. Uno solo. Me pareció tan imposible que creí que simplemente no sabía cómo leer esos reportes, así que escribí a la administradora de regalías para pedirle que confirmara que solo se envió un ejemplar tanto a la FIL de Guadalajara como a El Péndulo. Me lo confirmó claramente por escrito. ¡Con razón Mayra González nunca ha querido responderme cuál fue la presencia de mi novela en las ferias del libro!
Para mi confusión, un lector me dijo hace poco que consiguió Ciudad doliente de Dios en la FIL del Palacio de Minería. ¿Por qué entonces esos ejemplares no aparecen en el reporte de movimiento de unidades? ¿O será que los ejemplares en Minería eran de los de la UNAM? ¿O que los ejemplares los envían a las ferias los distribuidores, y se ven reflejados en otro reporte? ¿Estoy siendo injusta entonces con Alfaguara, y mi novela sí llegó a las ferias del libro? Imposible saberlo, pues mi supuesta editora se niega a responder a mis preguntas, y, de plano, a mis emails.
Hace un par de semanas envié un correo a Penguin Random House, a la atención de su director general en México, Roberto Banchik, para solicitarle una cita telefónica o por Zoom. Quería hablarle sobre mi inquietud respecto a la falta de comunicación con mis editores, y las preguntas que necesitaban respuesta sobre las muchas irregularidades en el manejo de mi novela por parte de Alfaguara. Le enviaba adjunto un documento con la correspondencia que he tenido con Mayra González sobre el tema desde mayo de 2020. No he recibido, tampoco, respuesta alguna.
***
La catástrofe de Ciudad doliente de Dios en manos de un gran consorcio editorial no es en modo alguno un caso aislado. Cuando en 2003 publiqué mi novela Puente del cielo en Random House Mondadori, el libro no debe haber durado en librerías más de un par de semanas: los reportes de amigos de que no lo encontraban en ninguna librería fueron inmediatos. Entonces la comunicación con la editorial fue todavía peor. Durante años no recibí reportes de regalías ni respuesta a mis correos electrónicos preguntando qué pasaba. Finalmente, en respuesta a mis repetidos intentos de comunicación, recibí un email en el que se me decía que no había regalías porque todo el tiraje de la novela había sido destruido hacía tiempo (no se aclaraba la fecha) en una inundación de las bodegas de la editorial.
No recibí respuesta sobre por qué no se me había avisado de la supuesta inundación en su momento (y debo decir que tenía mis serias dudas de que hubiera ocurrido nunca), o de por qué estaban todos los ejemplares en las bodegas en lugar de distribuidos en las librerías. Me enteré de que la misma noticia se la habían dado a una amiga escritora sobre su novela: perdida en el diluvio universal. En un viaje a México, hablé con ella y decidimos hacer una cita con el nuevo editor de Mondadori (el que había contratado las novelas ya no trabajaba ahí). Creíamos que siendo dos sería más fácil poner algo de presión para que repusieran el tiraje y rescataran nuestras novelas del entierro prematuro de que habían sido víctimas. El editor, sin embargo, se mostró impermeable a presión alguna. Nos dijo que se nos haría el pago correspondiente para reparar el daño. Le dijimos que no queríamos el dinero; que lo que queríamos era que nuestros libros se reimprimieran (en caso de que el cuento de la inundación fuera cierto) y se distribuyeran como Dios manda. Nos dijo que eso no le interesaba a la editorial, y en efecto, recibimos nuestros cheques. Dinero amargo, por novelas que no habían existido.
Recuerdo nuestro pasmo y desencanto, sentadas en un café afuera de la editorial tras nuestra infructuosa visita, que logramos aliviar más o menos con humor.
Constantemente oímos de autores cuyos libros son destruidos en las fauces de los grandes consorcios editoriales que no se tomaron la molestia de darles difusión. Por más que lo intento, no logro entender por qué hacen esto. Por qué editoriales prestigiosas, con un poder cada vez más ciclópeo, tratan ciertos libros como si fueran meras imprentas y, al poco tiempo, como inquisidores, no quemándolos, pero sí triturándolos o volviéndolos pulpa, que da igual.
La excusa es que las editoriales no pueden hacer nada ante los rigores del mercado editorial, la inmisericorde política de vende-tacos de las librerías, que regresan todo lo que no se venda a carretadas en unas cuantas semanas, y las intrincadas cuestiones fiscales. Y claro que esos problemas son reales, pero si consorcios como Penguin Random House no fueran capaces de sortear estos problemas, su existencia no estaría justificada. Digo no estaría porque claro que saben sortearlos, cuando les importa.
El gran misterio es por qué los autores menos conocidos somos sometidos a desempeñar involuntariamente este papel de cordero sacrificial. ¿Para qué nos publican, si han de tratar así nuestros libros? Seguro que no puede ser negocio: gastan en papel, impresión, diseño, la poca promoción que hacen, los derechos de uso de imágenes para la portada (con Ciudad doliente de Dios, hubo que pagar al Museo Británico para poder utilizar esa imagen de The First Book of Urizen de William Blake). Invertir todo ese dinero y ese esfuerzo para a los dos meses mandar los libros a sus mazmorras y luego destruirlos no tiene lógica, ni financiera ni de ningún tipo. Con Ciudad doliente de Dios, Alfaguara desperdició no solo su propia inversión, sino también la de la UNAM como coeditora. Si las editoriales les dieran difusión a estos libros, sería benéfico para todos. ¿Por qué no lo hacen?
Está clarísimo que invierten todo su tiempo, recursos y energía en promover a sus estrellas, pero eso no es una respuesta. Si sus estrellas son lo único que les importa, ¿por qué nos publican a los demás? Los editores deben saber perfectamente que “atrapar” libros así con sus contratos, para luego abandonarlos, equivale a su aniquilación, a volverlos invisibles, a algo peor que no haberlos publicado. Saben que nuestros libros son el fruto —el único— de nuestro trabajo. Sus acciones constituyen el mayor daño que se le puede hacer a una autora, y sin embargo, no cejan. ¿Será que hacen esto para competir con los otros grandes consorcios, a ver quién publica más títulos?
Una cosa que sí sé es que los editores y el resto del personal de estos negocios, quienes siguen recibiendo sus sueldos durante todo este proceso, y que personalmente no están arriesgando absolutamente nada, están todo el tiempo “haciendo carrera”. Me imagino que al publicar a muchos autores ganan “puntos”. Incluso pueden darse el lujo de publicar a los que vendemos menos para decir que publican tanto a las grandes estrellas como a autores más oscuros. Es decir: estos editores hacen su carrera a costa de los autores. O, al menos, a costa de algunos. A costa de autoras como yo, y muchos otros.
Es un crimen.
Cuando escribimos un libro, los autores —al menos los que lo hacemos por vocación— estamos poniendo ahí nuestra vida. Como podemos ver en el caso de Ciudad doliente de Dios, a menudo dejamos en ellos años. Estamos poniendo ahí los frutos más depurados de nuestra imaginación, nuestro intelecto. No me toca a mí hablar de los méritos o yerros de mi novela, pero sí defiendo mi devoción en su escritura, y la buena fe con que firmé el contrato con Alfaguara creyendo que el libro podría ahora encontrar a sus lectores, y que la editorial estaría de mi parte.
Como autora, el cuestionamiento existencial ante esta situación no es nuevo, ni es mío nada más. Artistas y escritores siempre se han encontrado ante el dilema de cómo hacer llegar su obra a un público (es decir, cómo compartir su universo con otros seres humanos para los que quizá tenga también algún significado), y de cómo pueden vender su obra sin degradarla ni corromperse. En un mundo desquiciado por un mercantilismo brutal que solo entiende el arte como producto explotable, y por el afán protagónico de lo que parecería ser la humanidad entera merced a las redes sociales y la cultura de la celebridad, que conlleva el despliegue de las más indignas acrobacias para competir por nuestra cada vez más diezmada capacidad de atención, ¿tiene sentido publicar un libro? ¿No sería mejor bajarse del tren descarrilado, escribir en silencio y confiar en que alguna vez nuestra obra llegará a las manos de sus legítimos lectores a través de una especie de callada justicia? Son preguntas serias que estoy segura nos hacemos muchos creadores, constantemente.
Inextricablemente entretejidas con éstas, pues no somos sino humanos, hay otras cuestiones más mundanas. Por ejemplo, que los creadores necesitamos comer; tener un techo sobre nuestra cabeza; contar con el tiempo y el espacio donde podamos ejercer nuestro trabajo con la máxima excelencia posible. En este mundano terreno, las editoriales tienen una seria responsabilidad hacia sus autores. Ambas partes tienen que caminar juntas, con confianza, con transparencia. Solo así puede la responsabilidad convertirse en el gozo y la satisfacción de crear libros por amor a los libros, de honrar la nobleza del oficio de editores como el puente entre una autora y sus lectores.
En el caso de Ciudad doliente de Dios, las consideraciones mundanas se extienden al imperativo de tener canales de comunicación con mis supuestos editores, que desde hace tiempo me han sido negados. Pero esta desventura no es un caso aislado. Tenemos que poner la discusión sobre la mesa, autores y autoras, lectores, editores, librerías, periodistas de cultura, si queremos que la literatura siga siendo un arte que enriquece y alimenta a la comunidad humana, y no un conjunto de productos desechables al servicio del enriquecimiento de leviatanes corporativos.
Adriana Díaz-Enciso es poeta, narradora y traductora. Ha publicado las novelas La sed, Puente del cielo, Odio y Ciudad doliente de Dios, inspirada en los Poemas proféticos de William Blake; los libros de relatos Cuentos de fantasmas y otras mentiras y Con tu corazón y otros cuentos, y seis libros de poesía. Su más reciente publicación, Flint (una elegía y diario de sueños, escrita en inglés) puede encontrarse aquí.
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Posted: March 2, 2021 at 10:58 pm
Querida Adriana,
Me conmueve profundamente leer esta crónica sobre el destino de tu novela en manos de un grupo editorial indolente. No puedo ni imaginar tu dolor ante la tragedia de la destrucción de una obra que presupone el esfuerzo de toda una vida. Admiro mucho tu valor de hacer esta denuncia pública, porque nos plantea reflexiones muy valiosas sobre el papel de las grandes corporaciones intentado regir sin piedad el mundo literario.
Muchas gracias por compartirnos tu escritura. No conocía Ciudad doliente de Dios, y ahora pienso leerla.
Hola Adriana,
estoy que no me la creo.
Tu testimonio es un regalo para quienes hemos querido escribir y lo vemos difícil, pues tanto nos alienta como nos abre los ojos ante el panorama que enfrentan los libros. Me imagino el pesar de quienes por fin dejaron de corregir y firmaron para soltar su texto, esperando que este hallara buen puerto… ¿Cómo es posible que se trate así a quienes escriben con tanto afecto y rigor como tú lo haces? En serio me gustaría que más autores nos platicaran sus experiencias con dicha editorial, u otras, para que esto no se quede así. Leyéndote llegué a pensar que CDD tuvo ese destino por cierta reseña de una revista popular de intelectualoides, como diría un colega; como si no hubiera pasado cierto filtro y a razón de ello el escaso apoyo. No sé… ¿Quién destruye un tiraje? Jamás pensé que eso era lo que pasaba con los libros que ya no hallaba en librerías. ¿Cómo podemos ayudar a que esto cambie?
La duda que queda es si podrías vender tu novela con otra editorial para que la traduzcan. Lamentablemente, creo que varios pensamos esto, tiene una que brillar en lengua ajena para que la materna te aprecie. Sabemos que el inglés no te es ajeno, bien podrías traducirla tú, pero de esas horas no se come. Se habita el lenguaje con alegría, pero el estómago chilla y hay que buscar el sustento en alguna parte.
Agradezco nuevamente que nos compartas tu pasión por Blake, tus letras, y también agradezco a este espacio por atreverse a compartir tu testimonio.
Un abrazo desde Puebla.
Estimada y admirada Adriana Díaz-Enciso:
Solo escribo para decirte que comprendo y comparto tu dolor y frustración.
Te agradezco mucho que hagas público este aberrante maltrato por parte de la editorial Alfaguara y algunos de sus ineptos empleados. Es una lástima que una escritora de tu talla (medida por tus enormes méritos literarios y una vocación de fuego) deba pasar por esto. Quién sabe, tal vez sea una ironía del destino, que te lleva por una senda tan sinuosa y te vuelve la protagonista de una trama digna del más alucinado Buzzati, el Kafka más cruel o el más llameante y desesperado William Blake. Tu viaje al infierno editorial es tal vez el crisol por el que se ha de purificar tu alma, un descenso al inframundo de la estupidez humana del que saldrá más fuerte y luminosa que nunca, con las alas renovadas.
Te mando un fuerte abrazo y te reitero mi más grande y sincera admiración.
Daniel Rodríguez