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Destripando historias

Destripando historias

Efraín Villanueva

“En la bella Verona, donde nuestra historia ocurre, del resentimiento antiguo de dos hogares, ambos de igual nobleza, surge una nueva discordia que tiñe manos con sangre. De la entraña fatal de estos rivales nacieron dos amantes desdichados, cuyas desgracias y muertes enterrarán la riña de sus padres…” Con este coro que da inicio a Romeo y Julieta, Shakespeare revela no sólo la trama de su obra sino también el destino final de sus protagonistas.

Gabriel García Márquez ejecuta un truco similar con el título de Crónica de una muerte anunciada. Sin darle oportunidad de abrir el libro, el lector es advertido del desenlace, inmediatamente confirmado en la primera línea: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nassar se levantó a las 5.30 de la mañana” –(aunque quizá hubiese sido más efectivo “El día en que lo mataron…”)

No logro imaginar a ningún espectador retirándose del teatro, quejándose de la anunciación temprana del destino de los amantes, ni al comprador en potencia regresando Crónica al estante para ir en búsqueda de un libro sin título revelador. Esto parecería indicar que nos interesa conocer los pormenores que tejen el entramado de los relatos, incluso aquellos cuyos finales conocemos de antemano.

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Abundan en internet comunidades que comparten información sobre sus libros, series de televisión o películas preferidas. Usan etiquetas de Twitter, escriben blogs en Tumblr, se unen a grupos y páginas de Facebook, discuten en foros de Yahoo, mantienen sitios que emulan las funciones y apariencia de Wikipedia. Este fenómeno ha provocado también el nacimiento de “facciones” que repudian los spoilers o, como los define la RAE, el acto de destripar: “interrumpir el relato que está haciendo alguien de algún suceso, chascarrillo, enigma, etc., anticipando el desenlace o la solución”.

Games of Thrones, la serie de HBO que rompe el internet durante tres meses cada año, proporciona el ejemplo más reciente (la serie Lost y los libros y películas de Harry Potter lo hicieron primero). Cada artículo o reseña relacionado advierte al lector que el texto incluye datos de la trama y que tal vez sea mejor no leerlo sin haber visto antes el episodio. Para este grupo, la trama parece constituirse en el elemento clave, relegando otros aspectos a un segundo plano.

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En 2011, Nicholas Christenfeld y Jonathan Leavitt, del departamento de psicología de la Universidad de California en San Diego, condujeron un experimento para estudiar el efecto de destripar historias antes de leerlas. (Advertencia de destripe: el resultado indicó que destripar historias en realidad no las destripa).

Los investigadores seleccionaron 12 textos cortos: de giro irónico (como Una apuesta, de Anton Chejov, o Lo qué pasó en el puente de Owl Creek, de Ambrose Bierce), de misterio (Un problema de ajedrez, de Agatha Christie) y una tercera categoría de ‘historias literarias’ (incluyendo La calma, de Raymond Carver, y Plumbing, de John Updike). Todos fueron presentados en tres formatos: original, con un párrafo inicial que destripaba la historia o con el mismo párrafo incorporado como si fuese parte del texto. Cada versión fue leída por al menos 30 participantes.

Sorpresivamente (no para el lector de este texto al que se le reveló el corolario dos párrafos arriba) los resultados determinaron que, en las historias de giro irónico y misterio, los lectores disfrutaron más las versiones destripadas. Los textos literarios no fueron tan populares (“probablemente debido a su carga literaria”, según los investigadores), pero aun así los lectores también prefirieron sus versiones destripadas.

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Cada género, unos más que otros, destripa sus propias historias. En las telenovelas (cualquiera de ellas, antiguas o contemporáneas, nacionales o extranjeras) los espectadores sufren las desgracias de la inocente protagonista, se enamoran del seductor galán y odian con ahínco a la malvada antagonista. Esto, a pesar de que saben el destino que les depara: los protagonistas se casarán y serán felices para siempre mientras la “mala” terminará en la cárcel, en un manicomio o sola e infeliz.

Comprar discos de series de televisión y películas es la decisión consciente de quien disfrutó una historia en pantalla y decidió hacerse con una copia que pudiera reproducir cuantas veces quisiera. Cualquiera que haya llorado con el final de La vida es bella y la vea por segunda vez se esperanzará con la idea de que Guido saldrá con vida del campo de concentración. Nadie deja de reírse con las repeticiones de episodios de las primeras temporadas de Los Simpson.

Ocurre igual en la no ficción. Quien lee por primera vez El diario de Ana Frank lo hace sabiendo que Ana no logró terminar su diario porque fue apresada por los nazis. El título de los seis tomos de La decadencia y caída del Imperio Romano, es necesario sólo para aclarar en qué consiste la investigación y recopilación de Edward Gibbon, no para informarnos que los romanos cesaron de existir como civilización. Incluso en relatos basados en la vida real, pero no necesariamente fieles a ellos, se conoce de antemano el final: vimos Titanic sabiendo que el barco moriría ahogado.

Después de leídos, no exhibimos los libros en estantes sólo por decoración y porque se constituyen en propiedad por la que se pagó dinero y se quiere mantener, sino también porque no desechamos la posibilidad, por remota que sea, de que algún día los releamos. Y aunque puede que no las mismas, la relectura estará acompañada de emociones y disfrute.

Al fenómeno que engloba los ejemplos anteriores se le denomina “La paradoja del suspenso”: 1) el suspenso requiere incertidumbre, 2) el conocimiento del resultado de una narración, escena o situación elimina la incertidumbre, 3) aun así, sentimos suspenso en respuesta a ficciones de las cuales conocemos sus resultados.

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Las narraciones, sin importar su formato, constituyen una serie de eventos paulatinos, que no necesariamente cronológicos; así, los autores deciden cómo dosificar y presentar la información. Quizá por este contrato tácito con el que nos aproximamos a un libro o a una serie o película es que se le otorga tanta importancia al qué de las historias. Es imposible negar que leer o ver una trama destripada surte un efecto emocional, pero de la misma forma es ilusorio afirmar que se arruine por completo la experiencia. Del todo de una historia también hacen parte los cómos y porqués.

Para Christenfeld y Leavitt conocer de antemano el final puede “mejorar el disfrute al incrementar la tensión”. Conocer el destino de los personajes facilita la lectura y ayuda a enfocarla en escudriñar el tejido de la trama, por ejemplo. Para quienes primero leen las últimas páginas de los libros, el final de la historia pasa a un segundo plano y la lectura se concentra en las emociones y momentos significativos de la misma. En algunos casos (y esto aplica también para las historias destripadas por accidente) el lector u observador se percata, a medida que avanza la narración, que el final que conoce no parece plausible. Entonces, el goce vendrá, en parte, de la expectativa de descubrir los giros de la historia que permitirán llegar a ese final.

“La trama es sólo una excusa para la buena escritura. La trama es (casi) irrelevante. El placer está en la escritura”, anuncia también Leavitt. Aunque no concuerdo cien por ciento en cuán irrelevante sea la trama, sí que es cierto que una buena escritura sólo puede traducirse en una buena lectura. Y un texto bien escrito nos transmite otros aspectos que aportan al disfrute (la capacidad de odiar, amar o, simplemente, interesarnos por los personajes). De igual forma aplicable al cine o la televisión: los fanáticos anti-destripe de Games of Thrones olvidan que en televisión también cuenta la producción, los efectos de sonidos, la actuación, la escenografía, la música –una buena historia no es sólo sus qués y es inmune a los destripes.

“El texto está plagado de espacios en blanco, de intersticios que hay que rellenar”, sentenció Umberto Eco en su ensayo El lector modelo. Las historias son, entonces, no sólo lo escrito, sino también lo que dejó de escribirse. Estos espacios, según Eco, fueron dejados a propósito por el autor porque es el sentido del lector el que le da plusvalía al texto y por la intención de dejar en el lector la iniciativa de interpretarlo: “un texto quiere que alguien lo ayude a funcionar”.

Efraín Villanueva (@Efra_Villanueva). Escritor barranquillero radicado en Alemania. Tiene un título en Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá (2013) y es MFA en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa (2016). Sus trabajos han aparecido, en español y en inglés en publicaciones como Granta en español, Revista Arcadia, El Heraldo, Vice Colombia, Literal Magazine, Roads and Kingdoms, Little Village Magazine.

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Posted: November 20, 2017 at 11:19 pm

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