Camino
David Miklos
Mamá camina, abre las piernas y yo nazco, caigo al suelo, ruedo un poco jalado por el cordón umbilical, hasta que consigo alzarme y camino yo también, junto a mamá que camina sin detenerse, sin mirar atrás, sin quejarse de todo lo que escurre entre sus piernas y que no es más yo. Cuando no puedo caminar más, porque tengo hambre y el cordón umbilical, polvoriento, ya no me nutre, mamá me jala, me levanta por el aire y me acuna, se saca una teta y me ofrece el pezón, bebo leche y mamá camina, mamá nunca deja de caminar, no hay un sitio para nosotros y es mejor seguir en el camino que refugiarse en ninguna parte, hacinados junto al resto. Nadie camina junto a mamá, sólo yo cuando camino y no exprimo su cuerpo.
Adelante de mamá camina una niña y detrás de mamá camina otra mujer, embarazada. No sé si estamos al comienzo o al final o en medio de la fila, que no parece tener fin y bien podría darle la vuelta entera al planeta, una fila que no va a ninguna parte, una fila en sí misma, luego invisible como el Ecuador o alguno de los Trópicos. Mamá se cansa de llevarme contra su seno y me deja caer al suelo, ruedo, me alzo pero mamá no me jala más, el cordón umbilical se ha roto y debo dar pasos largos, un brinco, luego otro para llegar a su lado y adaptarme al ritmo de su andanza. Detrás de nosotros se escucha el gruñido de unos perros, se pelean y devoran la placenta que cayó por entre las piernas de mamá, hasta que un hombre se sale brevemente de la fila y los somete a ambos, les quiebra el cuello y, pesos muertos, se los lleva a cuestas, sus colas inertes meciéndose al viento. Mamá me da un golpecito en la nuca y señala hacia adelante, No mires atrás, me dice, nunca mires atrás. Y seguimos caminando, mamá y yo, hasta que de pronto anochece y la fila se detiene, todos nos sentamos, se enciende un fuego y, de mano en mano, nos llega un perro asado, mamá desgarra un trozo de su carne y se lo pasa a la niña, sentada junto a nosotros. Cuando no hay más luz, nos echamos de espaldas y dormimos. Aunque detenida, la fila parece moverse aún, nos arrulla y pronto se hace de día, las mujeres orinan viendo hacia un costado, acuclilladas, y los hombres orinan viendo hacia el otro, de pie. Quien quiera cagar que deje la fila ahora y vuelva en tres minutos, dice una voz. La fila se rompe y hombres y mujeres se ocultan lo mejor que pueden para liberar sus tripas. Tres minutos después, la fila se compone de nuevo y los pasos se animan, avanzamos, avanza la fila y mamá camina, de nuevo, yo camino, camina la niña que cae por entre las piernas de su madre detrás nuestro, cae al suelo, rueda un poco jalada por el cordón umbilical, hasta que consigue alzarse y camina también, junto a su madre que camina sin detenerse, sin mirar atrás, sin quejarse de todo lo que se escurre entre sus piernas y que no es más ella.
David Miklos es autor de La piel muerta, La hermana falsa y La gente extraña, así como de Miramar, entre otras novelas. Actualmente es profesor asociado de la División de Historia del CIDE, en donde se desempeña como jefe de redacción de la revista de historia internacional Istor. Es columnista de Literal. Su twitter es @dmiklos.
Posted: March 16, 2016 at 10:08 pm