Un gobierno que se revuelca en el pasado
Sergio Negrete Cárdenas
Los brasileños tienen una broma cruel sobre su país: “Brasil es el país del futuro… y siempre lo será” refiriéndose a esa promesa de pujanza económica que finalmente nunca acaba por llegar.
El actual gobierno mexicano, en cambio, se revuelca en el pasado. Un presidente que se caracteriza por su resentimiento y afán de polarizar ha encontrado en el tiempo cercano y lejano una forma de canalizar su odio y fomentar la división entre la ciudadanía. En el ámbito interno no se cansa de despotricar contra los neoliberales, conservadores y fifís, mientras que en el externo su rechazo se dirige hacia Estados Unidos y, sobre todo en tiempos recientes España.
Andrés Manuel López Obrador es pertinaz cuando se trata de humillar a los que percibe como sus enemigos. Por años se cansó de decir que tenía la solución a todos los problemas nacionales; desde que gobierna repite que se le dejó un cochinero que tomará mucho tiempo arreglar. La obsesión con sus antecesores sirve a varios propósitos: marca un rompimiento con el pasado, fomenta la condena a la “era neoliberal”, polariza a la población y presenta chivos expiatorios para sus fracasos, aparte de ofrecerle una fuente de distracción ante su impotencia para enfrentar aquello que no esperaba, como es el caso del Covid.
Por ello mientras que el país enfrentaba una nueva oleada de la pandemia, el tema central del gobierno era la consulta para “juzgar a los expresidentes”. Ni siquiera con esa mentira se motivó la masiva participación popular que deseaba AMLO como una justificación para iniciar un linchamiento popular, que no judicial, contra sus antecesores.
El error recurrente de AMLO es pensar que el pueblo da mayor importancia al pasado que al presente o futuro. La fórmula de pan y circo funciona, pero solo cuando hay suficiente pan. Muy pocas personas son propensas a aplaudir cuando tienen hambre.
Un resbalón parecido comete el gobierno con España. El tabasqueño, nieto de cántabro, se obstinó en buscar una solicitud de perdón por parte de Felipe VI con respecto a la Conquista que siempre fue ingenuo esperar. La narrativa ha derivado en una exaltación ramplona del indigenismo.
Más grave todavía, hace de lado la extraordinaria hermandad y cercanía que surgió en el siglo XX entre ambas naciones, cuando México abrió sus puertas a los refugiados republicanos. Fueron más de 40 años en que el país fue referente para el antifranquismo. López Obrador pone la imagen de Lázaro Cárdenas entre los símbolos de su gobierno, pero parece ignorar el capítulo de cercanía que inauguró el michoacano. Como la caricatura de enjuiciar a los expresidentes, el tabasqueño cree que puede encender el resentimiento popular contra los reinos de Castilla y Aragón entre una población que siente afinidad y cercanía con la España actual.
La obsesión con el pasado es todavía más grave cuando AMLO tratar de revivir esa era dorada de su juventud que nunca existió: los años felices de riqueza que corría a raudales por Tabasco y el país entero, gracias al petróleo. Entre todos los caprichos convertidos en política pública, este es el más grave por los cientos de miles de millones de pesos que se están tirando en una coladera.
Mientras que el mundo festeja las energías limpias y a Elon Musk, en la tercera década del siglo XXI el gobierno mexicano se obstina en buscar chapopote, construir una refinería y comprar otra, al tiempo que estorba la energía eólica y solar y se aumenta la generación de electricidad con combustóleo. Ineficiencia y contaminación no importan, porque la prioridad es que la Comisión Federal de Electricidad, como Pemex, se transforme de nuevo en un gigante industrial, por más que las pérdidas financieras sean astronómicas. La visión obradorista es que no se trata de dinero, sino de recuperar una mal entendida soberanía energética.
Finalmente, la obsesión con el pasado y con la historia (muchas veces caricaturizada) efectivamente lleva al país hacia un retroceso del que tomará muchos años recuperarse. México tiene el peor de los mundos. Los gobernantes piensan en el año entrante y los estadistas en la década siguiente, mientras que el presidente de México estaría feliz de regresar al país a 1980, y hace todo lo posible por lograrlo.
Sergio Negrete Cárdenas. Profesor de Tiempo Completo en la Escuela de Negocios del ITESO. Trabajó en el Fondo Monetario Internacional. Profesor en varias universidades de España y México, destacadamente la Universidad Pompeu Fabra y la Escuela Superior de Comercio Internacional, en Barcelona, la UNAM y la Escuela de Periodismo Carlos Septién en la Ciudad de México. Doctor en Economía y Maestría en Economía Internacional por la Universidad de Essex. Diplomado en Política Exterior de Estados Unidos por la Universidad de Maryland. Licenciado en Economía por el ITAM y en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Twitter: @econokafka
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Posted: August 17, 2021 at 9:14 pm
Y todo por la influencia de su musa inspiradora, la xopi.
Al peji no le alcanza el cerebro para tanto.