Interview
Otra vuelta de tuerca al estereotipo de la poesía femenina

Otra vuelta de tuerca al estereotipo de la poesía femenina

Alba Lara

Entrevista con Berta García Faet

La poeta española Berta García Faet (Valencia, 1988) fue galardonada el pasado octubre con el Premio Nacional de Poesía Joven 2018 de España por Los salmos fosforitos (La Bella Varsovia, 2017), un poemario escrito como una relectura de Trilce de Vallejo. Joven no es sinónimo de principiante. García Faet tiene ya una trayectoria adulta respaldada por la publicación y buena acogida crítica de seis libros de poemas y la aparición de su obra recopilada en Corazón tradicionalista. Poesía 2008-2011 (La Bella Varsovia, 2017). Desde este año, sus poemas pueden leerse también en inglés gracias a la traducción de su libro de 2011 La edad de merecer. The Eligible Age (Song Bridge Press, 2018) que puede conseguirse aquí.

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¿Cómo te enteraste de que habías ganado el Premio Nacional?

El teléfono me despertó, vi prefijo español y me empezó la taquicardia. Luego me quedé muda… Horas más tarde hice click y grité, salté, lloré…

Los salmos fosforitos (La Bella Varsovia, 2017), el poemario por el que se te ha concedido el premio, es una reescritura del Trilce de Vallejo, un libro que ha traído a los críticos de cabeza durante décadas por su supuesta incomprensibilidad y disposición azarosa del lenguaje. ¿Qué te llevó a querer entablar una conversación con este libro? ¿Qué significa para ti Trilce?

Trilce es una cumbre del lenguaje, del lenguaje español y de los muchos otros lenguajes, sublenguajes, metalenguajes, lenguas locales y globales, etc., que frota a Vallejo ahí como lámpara mágica, una cumbre del lenguaje en sí, me parece. Como es tan raro y tan incomprensible, da para muchas interpretaciones, se pueden hacer muchos experimentos de paráfrasis, y esos experimentos, ellos mismos, pueden ser poemas. Me topé con un libro de Paul Legault muy gracioso que “traduce” (“de inglés a inglés”) la poesía completa de Emily Dickinson, y estuve pensando a quién “traduciría” yo y me salió Vallejo. Pero lo que comenzó siendo un proyecto de libro cómico (porque el de Legault es cómico), enseguida se convirtió en otra cosa, mucho más seria. Quizás Trilce es tan profundo y emocionalmente tan grave que no cabía sino caerme a ese tipo de mood. Incluí muchísimas bromas también, pero a la vez es lo más serio y doloroso que he escrito. Está bien que no quepa en la cabeza Trilce, me gustaría haberle robado algo de eso, de irresolución.

¿Y tus otros poemarios? ¿Cómo empiezan a gestarse? ¿Decides que vas a empezar algo nuevo y haces una búsqueda consciente, o la idea del libro se te impone?

No tengo ni idea. Al principio era muy intuitivo. No había reflexionado mucho cómo componer un libro, me importaba el orden, pero era visceral, como hacer collage. Fresa y herida e Introducción a todo sí los pensé bastante, la estructura, digo, pero después de tener y seleccionar los poemas. Realmente el punto de inflexión fue La edad de merecer, que lo trabajé como cuatro años y tuvo mil versiones previas (y mil otros títulos). Dejé fuera mucho, porque no encajaba en la estructura o el trazado emocional que se me fue imponiendo. No sé si, para esos cuatro primeros libros, los de Corazón tradicionalista, la cosa se fue armando y luego me di cuenta, o si metí un poco más de dirección o premeditación por mi parte. Los salmos fosforitos sí fue un proyecto delimitado formalmente desde el comienzo, tanto en su estructura como su proceso, estrictamente secuencial y paralelo a Trilce, y con reglas que yo misma me marqué. Luego he escrito otras cosas que también siguen desde el principio una misma lógica, como los poemillas de Cash Project, que están por terminar, y que están muy “pegados” a una experiencia lectora específica, la de leer despacio, como degustando las letras, e ir subrayando L’animal que donc je suis, de Derrida. Ahora estoy haciendo una cosa loca con un bestseller gringo súperconservador (que le apasionaba a mi abuelo).

¿Cómo se entrena la mirada poética?

Leyendo y, sobre todo, releyendo, leyendo muy despacio y otra vez. Fijarse y disfrutar.

¿Y cómo se castra a la mirada poética?

Desgraciadamente, el análisis puede castrar la mirada poética, puede imponer un guion o una lista de elementos donde sí o sí hay que detenerse y decir algo. El análisis intelectual, incluyo aquí determinadas lecturas académicas o academizantes de mucho razonar y de mucho buscar coherencia, puede llegar a ser un “fijarse” literal, un quedarse ahí, en lo de siempre, en el código, en las instrucciones de “cómo leer”, en no moverse, en atravesar al bicho con un alfiler. Esto es un problema. Al menos para mí. Es un problema porque puede llegar a prefabricarse un itinerario de lectura que no nos da placer o no nos renueva. Es difícil no querer encajar a los poemas en lo que ya sabemos de otros poemas, es difícil eso que Hannah Arendt decía que era la filosofía: “pensar sin barandillas”. Ojalá que leer poesía fuera siempre, por mucho que hayamos leído antes, eso, un “sin”, una novedad frente a la cual no tenemos de dónde asirnos.

Tus poemas son celebrados entre las nuevas generaciones de lectores y escritores del mundo hispanohablante como feministas. Has hablado antes de la revelación que supuso la lectura juvenil de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Tu poesía, sin embargo, no renuncia a una emocionalidad que en términos tradicionales podría considerarse femenina. ¿Cómo se conjuga la deconstrucción que hacemos cada día del género con los anhelos sentimentales que están tan arraigados en nosotras? ¿Cómo quiere ser la voz lírica de los poemas de Berta García Faet?

Esta pregunta me parece clave y me obsesiona, también en el día a día. En realidad, leí a Beauvoir bien tarde, por desgracia para mí, me pilló bien metida en el curso 2011/2012. Mi toma de conciencia feminista fue lenta y progresiva y a base de varios golpes que en su momento no podía comprender y que me noquearon. Leer a Beauvoir me aceleró y, hasta hoy, casi todo son preguntas. Tuve un gran cambio ideológico por esa época. Respecto a la emocionalidad típicamente “femenina”, en mis primeros libros juego con ella y puede verse claramente en qué tipo de palimpsestos me metía, no era “una” sino que de repente era alumna, luego femme fatale, luego chica inocente, luego profesora, luego heroína romántica, luego adulta divorciada… Y siempre muy madamebovary, quiero decir, madamebovary sin madamebovary, una especie de obsesionada, cada vez más autoconsciente y autocrítica, por el amor romántico. Con esto quiero decir que en mis primeros libros la sentimentalidad “femenina” es intensa pero no completamente ciega, no es un automatismo. A medida que crezco, y crezco también en esos libros, aceptar esos “guiones sociales”, esos estereotipos de género, es a la vez compulsión y metaconciencia, vicio y autocrítica y crítica ideológica. Es elección, elección contradictoria, quizás tragicómica. Eso en La edad de merecer está mucho más claro, porque es ahí cuando se me empiezan a encender las bombillas y me atrevo a pensar, más o menos sinceramente, en por qué me maquillo, por qué voy de rosa, por qué sufro de ser puta-santa-hija-madre, por qué tengo problemas con la comida, por empezar por lo más obvio y tonto, y por qué en todo esto no hay persona femenina del singular, por qué nos pasa esto.

Entonces, ¿cómo quiere ser la voz lírica de los poemas de Berta García Faet?

Me planteo la emocionalidad como otra vuelta de tuerca al estereotipo literario-ideológico de la poesía femenina como “confesional” y “cursi”. Hay amigas que optan por sortear directa, temáticamente, lo que el canon espera de ellas: no hablarán del yo, del amor, del sexo, del cuerpo, etc. Es una opción que me fascina. Por ahora no he podido tirar por ahí. Lo que he podido decir es: ok, soy chica, queréis que hable de X, Y, Z, para poder reconocerme y clasificarme y controlarme, pues bien, hablaré de X, Y, Z pero seré más chica, más cursi, más tonta, más intensa, más todo lo que decís que somos las chicas, y lo haré (o lo intentaré hacer) de manera tal que los estereotipos, cumpliéndose, se incumplan. Me escaparé por la tangente. Es paradójico pero es verdad. En una reseña un crítico comentaba que le había tenido muchos prejuicios a La edad de merecer antes de leerlo porque pensaba que era eso, yo, amor, sexo, cuerpo, viajes, burguesía, juventud, etc. Pues sí, pero luego le sorprendió, y a mí me dio mucha felicidad que percibiera ese desvío de lo que creía que sería una serie de clichés. Esto lo digo con humildad, pero también enfadada: mi intención era reescribir a Wittgenstein, dialogar con él. Y con la carta a los Corintios. Y decir que como la mirada es gasa y viceversa, no hay conocimiento, hay misterio, hay fe. O sea, que estoy haciendo, a mi manera y sin pasar por el aro del lenguaje filosófico analítico, ejercicios y propuestas de epistemología, de metaética y política. Y como creo únicamente en el conocimiento relativo y encarnado, escribo desde aquí. Como mujer, sí. Pero mis inquietudes, digamos, temáticas, al menos en ese libro, van por ahí, por las obsesiones “meta” sobre cómo conocer, decir y hacer.

Tu compromiso con la literatura va más allá de la propia creación. Has sido editora de Todos los ruiditos: antología de poesía Alt Lit (Pesopluma, 2017) y has traducido a poetas como Dorothea Lasky, Nick Flynn o Mira González; haces el doctorado en poesía contemporánea transatlántica… ¿Cómo se complementan estas diferentes actividades literarias que realizas?

Lo de las traducciones es por placer, por amor. Luego me voy metiendo en cosas y líos un poco por azar. Me gustaría controlar o planificar un poco más a qué voy a dedicar mi tiempo, idealmente lo dedicaría a traducir todo lo que me va impresionando y lo que creo que debería leerse en español, pero al final son varias tareas y obligaciones en tensión y no siempre acabo produciendo lo que deseo. Tanto las traducciones como el doctorado tienen una lógica y una utilidad exterior a mi propia escritura poética, pero casi siempre consigo enriquecerme por ese lado, filtrarlo todo por ahí, todo me sirve, todo gravita en torno a lo que voy a usar para escribir poemas, pensar y vivir.

Por cierto, tu libro La edad de merecer (La Bella Varsovia, 2015) acaba de ser traducido al inglés con el título de The Eligible Age (Song Bridge Press, 2018) y puede conseguirse en Estados Unidos. ¿Reconoces tu escritura en una lengua distinta a la tuya?

Reconozco una complicidad. Es la lengua de Kelsi en diálogo con la mía. Fue un proceso increíble, y el resultado me tiene todavía boquiabierta. Creo que el libro supura amistad y ritmo, que es lo mejor que podía soñar.

¿Qué poetas actuales no podemos perder de vista?

Hay un montón. Estoy ahora con Amor divino de Ángela Segovia que es genial. Recomiendo mucho los dos libros de Guillermo Morales (y a Jorge Gimeno, que me lo descubrió él). Juan Andrés García Román, Erika Martínez, Elena Medel, María Sotomayor, Alberto Acerete, Unai Velasco, David Leo, Blancallum Vidal…

Como ganadora del Premio Nacional de Poesía, el año que viene formarás parte del jurado del certamen. ¿Tienes ya alguna apuesta?

¡Ninguna! Tengo mucho que leer.


Posted: February 28, 2019 at 10:04 am

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