Ecoidiotas
Andrés Ortiz Moyano
En el momento en el que estoy escribiendo estas palabras, a buen seguro que debe de haber algún cretino arrojando salsa de tomate a alguna obra de arte reconocida y popular; o quizás rociando con pegamento algún marco para quedarse adherido y echar un rato que bien podría emplear en, no sé, ¿trabajar? Lo que sí es seguro es que, de ocurrir, se dará siempre en un museo occidental, claro. Resulta que estos idiotas, estos imbéciles, dicen, pretenden “concienciar” sobre el cambio climático haciendo el más absoluto de los ridículos.
Provocan sonrojo y mofa, pero los ecoidiotas no son inofensivos. Son radicales acólitos de una nueva religión dogmática que, disfrazada de ciencia sin contrastar, me recuerdan a esa secta de científicos asalvajados que Alfred Bester nos detalla en su formidable novela Tiger, tiger. El bueno de Batman, a quien siempre hay que hacerle caso, también nos alertaba contra este perfil de ecoterroristas; pues los ecoimbéciles son, precisamente, de la misma cuerda que Ra’s al Ghul o la despampanante Hiedra Venenosa. Quien crea que frivolizar está en un error; los ecoidiotas son unos infames y perversos extremistas a quienes les importa un bledo el prójimo. ¿A quién nos recuerda eso de reventar obras de arte? Sus más recientes referentes son, por un lado, los nazis que quemaban libros en público; y por otro, los talibán y sus bazookazos a los budas gigantes de Bāmiyān.
Es para defender el planeta, dicen, como si un planeta de 5000 millones de años necesitase a unos carajotes sin criterio ni coherencia.
Son ridículos, ecoridículos. Pero, los ecoidiotas son, además de eso, idiotas, unos ignorantes redomados y peligrosos. Con una desaforada y sospechosa necesidad de atención, estos imbéciles desconocen que pocas cosas unen más a la siempre dividida y atomizada Humanidad que el ataque a los símbolos. Incluso más que la desgracia ajena, pues no es lo mismo, por ejemplo, un atentado en Francia o Alemania que un huracán en Haití o un bombazo en Rann o en Um Kasar, que no sabemos ni donde están y además los que sufren son más canijuchos y morenos que nosotros. Faltaría más. Y es que somos así de caprichosos con las pasiones. Prueben a golpear a un político (bueno, no lo hagan literalmente, ustedes me entienden) y el debate del merecimiento incendiará las calles, las barras del bar y, sobre todo, el estercolero de las redes sociales. Después completen el experimento intentando reventar, por ejemplo, la estatua de la libertad, como decía Paul Auster en Leviatán. Salvo un par de descerebrados, les aseguro que se enfrentarían a un granítico bloque homogéneo de enemigos implacables. Pero la ecoidiocia no conoce límites, y han ido a atropellar, ni más ni menos, que a piezas artísticas. Podían haber tirado contra algún elemento o símbolo político o económico; pero no, los ecolumbreras han preferido atentar contra el arte, uno de los pocos reductos que todavía aguanta bien y no es permeable a la ola de cinismo y debate huero que ahoga a nuestra generación. Los ecoignorantes desconocen que atentar contra el arte, contra una manifestación tan pura y hermosa, tiene un efecto rebote especialmente virulento. Lo dicho, ecoidiotas.
Pero sigamos regodeándonos en la estupidez de los ecoimbéciles. Poniéndonos algo más serios, nótese que la lucha contra el cambio climático es, precisamente, la gran damnificada de la ecomemez de estos niñatos y puretas ociosos de canuto fácil, rasta mugrienta pero Iphone X y calzado Vans. Es evidente que estamos en una situación de cambio en la vida del planeta y que los compromisos para amortiguar lo que parece un impacto inevitable deben ser concretos y ambiciosos… por lo que me pregunto si El grito de Munch o las Majas de Goya en realidad ienen algo que ver.
No sé usted, querido lector, pero yo estoy cansado de tanto adolescente cretino con afán de protagonismo. De tanto intransigente con sudadera de capucha, airpods y mordaza en la mano; de ese ejército de insoportables gritones que se creen su propia milonga culpando a todo lo que no profesora su perverso credo. Y cansado de que las quejas siempre sean para el mismo lado, para el lado que ampara la libertad. Cansado de que me calienten la oreja con rollos ecoestúpidos y que ni uno de esta gentuza tenga los cojones o los ovarios suficientes para plantarse en China, Irán o Rusia, los paises mas contaminantes del mundo, para arrojarle salsa de tomate a los ayatolás o al gran emperador Xi.
Si es cierto que el mundo se está yendo al carajo, cosa que, insisto, al propio mundo le da igual que vivan en él animales, ecoidiotas o meras bacterias, no deben ser precisamente unos zotes con ínfulas los que lideren el cambio. Porque de ser así prefiero morir abrasado en un mundo con veranos de 60 grados Celsius que en otro gobernado por ecomemos que me ordenen qué comer, qué sentir, qué decir o qué pensar.
Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy
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Posted: December 19, 2022 at 11:18 pm