Contribuciones al factor Kozer
Adolfo Castañón
Decir que José Kozer es heredero de emigrantes polacos y checoslovacos es tocar con la mente sus raíces europeas e inscribirlo en la historia trágica de Europa, equivale a hablar de las revoluciones, guerras, genocidios, reclusiones, desplazamientos…
Prólogo al libro La verdad de la materia (Instituto Estatal de Cultura de Guanajuato, 2023), de José Kozer
I. José Kozer (La Habana, Cuba, 1940) es el autor de una obra poética vasta –alcanza más de un centenar de títulos– y creciente –si cada día escribe un poema que corrige al día siguiente y a veces el olmo da más peras, la aritmética para poder calcular su obra debe ser flexible y tener abiertas las patas del compás. A ese caudal se le ha definido como “neo-barroco” o aun “neo-barroso”, cosa enigmática pero afín a la raíz caribe de que es portadora esta palabra que se ha ido inventando una escritura, un modo, una actitud y una poética a lo largo y a lo ancho de los años. Los lectores de este poeta han coincidido en referirse a la “sintaxis-Kozer” (Reynaldo Jiménez), “el alfabeto de cosas” (Orestes Hurtado), o al “efecto Kozer” (A. Castañón), quizá cabría hablar también de un “factor Kozer”:
No tengo saber, me queda el sabor. El sabor a ti de un bolero, de una mesa compartida, el estallido del vino, la risa del pan con la boca llena, la gloria del sol: pan es mediodía, vino es verano, mesa es ágape, amistad. De pronto, no estamos solos sino intertextuales; afinidad, en lo finito, entre cuerpo y momento, poema y compañía. La dicha del acompañado, la risa nutricia de los amigos en verano: a moveable feast. Escribo, estoy de fiesta. Sale un poema, fuimos muchos. La mesa está puesta, no hay otro hecho, otra necesidad: reímos; y el tiempo no existe. Masticamos y nada muere. Abro la boca, y el pez se nutre; expectoro palabras y reímos. el verso crece, se extiende, porque mastico, trago, bebo, ingiero. Palabras tintas, palabras boronas, y la palabra borona que te llena la boca mientras la dejas caer, maravillado de redondez, en el poema.[1]
De raíz hebrea, judía polaca y eslovaca, este inasible e inconfundible Kozer es –y no podía ser de otro modo– un poeta religioso, aunque no en un sentido ortodoxo. El oficio de su piedad es más bien asiático, oriental, chino o japonés más que asirio o libanés, como se puede documentar por la presencia de ese léxico único donde conviven “satori” e “ikebana” con voces cubanísimas y criollas hasta las uñas y artejos, hispánicas, arcaizantes, invariablemente sostenidas por un ventarrón de libertad y de subversiva sintaxis enredada en las volutas de sus construcciones.
¿Qué cuenta? ¿De qué tratan estos rituales que llamamos “poemas” por comodidad? ¿Cómo lo tratan? Con elegancia, ternura, desenfado, amoroso mimo, fuerza y velocidad. Cuentan diástoles y sístoles, arritmias, isquemias, pulsos, retratan y auto-retratan a la vida que viene y va y se dilata y se contrae. La verdad de la materia es un libro escrito cuando el autor rondaba su octogésimo aniversario. Acumula viñetas y estampas de la vida-verdad que ante el espejo de la palabra va declarando la consistencia de su materia. El cuento de la cuenta, más allá del personaje, es la escritura o más precisamente el acto de escribir o de estar escribiendo, pues Kozer es un poeta que sabe incluir en cada momento a su lector y hacerse acompañar por su tácito vocativo… Es La verdad de la materia no un libro desgarrador sino que se desgarra, se va desgarrando en cada tramo, verso, estancia, estrofa, versículo, apostilla, como esos recién operados que lo primero que hacen cuando uno los encuentra es enseñarle al visitante sus cicatrices. La verdad de la materia: cofre de indiscreciones y de cosas que pasan de lo indecible por obra y magia del poeta, soberano, dueño y señor de su ciudad de letras a una dimensión poética.
Ahí entra la política, pero una política de altura que parece transmutarse en astronomía o meteorología. Puede leerse el libro como un inventario o consultarse como un reloj de otros husos horarios.
José Kozer es alto y espigado, afilado y de cuello largo, como una jirafa que sólo se alimenta de retoños y brotes recién nacidos, aunque en los poemas, por cuestiones llamémoslas escénicas, aparezcan viandas y vísceras, carnes, vegetales, en esas composiciones que se presentan casi como “naturalezas muertas” donde el ojo-pincel va detallando resplandores sobre la piel de las frutas al contraluz de la tarde…
II. “Y fui al Ángel, diciéndole que me diese el librito, y él me dijo: ‘Toma y trágalo; y él te hará amargar el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel’.
Y tomé el librito de la mano y lo devoré; y era dulce en mi boca como la miel; y cuando lo hube devorado, fue amargo en mi vientre”, se lee en el capitulo 10 “El libro devorado” del Apocalipsis de San Juan, en la versión de Cipriano de Valera y Casiodoro de Reyna.
El motivo del libro devorado no sólo está presente en la cultura judeo-cristiana. Aparece materializado en algunas estatuas chinas como la encontrada en un Museo de Holanda en febrero 2015, que fue sometida a una tomografía que descubrió que la figura envuelve a una momia de un monje rellena de sutras escritos a mano que aseguraban la trascendencia del viaje en el más allá.[2] Estos fueron mis primeros pensamientos cuando me invitaron a hacer unas palabras para el libro más reciente de José Kozer, a quien he leído, editado y comentado en diversas ocasiones y con quien he intercambiado letras, recados, mensajes, desde 1983, año en que se editó en el FCE su libro Bajo este cien.[3]
Es cierto que la del profeta o el sabio que se come o devora un libro es una imagen presente en varias tradiciones, pero no es común encontrarse, en carne y hueso, en verdad y materia, un homínido que se ha hecho jeroglífico con la oración incesante de esa escritura que atraviesa en cara y cruz sus días y sus noches. Éste ícono presente en varias tradiciones y en no pocos de los versos del poeta cubano descendiente de emigrados de Polonia y Checoslavaquia, nacido en La Habana en 1940 y atraído en 1960 a los Estados de Norteamérica en donde se dedicó a enseñar, no tanto español, como dicen las fichas curriculares, como cultura y civilización hispánicas en colegios y universidades, sin perder nunca en ese laberinto el hilo de la escritura poética. Puedo dar fe de su entrega a ese oficio de caridad didáctica que entrañaba la transmisión de actitudes y saberes inscritos y enterrados en el consabido espejo de la expresión americana. De ese oficio didáctico son de algún modo muestra superviviente los poemas publicados aquí, en la medida en que se pasaron al estado escrito al socaire de sus lecciones a los participantes de la Cátedra Efraín Huerta, organizada por el Instituto Estatal de Cultura de Guanajuato. Esos seminarios o espacios de polinización intelectual los ha animado antes José Kozer a lo largo y a lo ancho de las Américas, desde Nueva York, Middlebury, Ohio, hasta Monterrey, Querétaro, Puebla, Xalapa, México, Buenos Aires, Cuenca, Ecuador. Este oficio enseñante de la filología en la práctica poética lo emparienta a mis ojos con las figuras de Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas o del dominicano Pedro Henríquez Ureña y de sus discípulos Amado Alonso y Raimundo Lida.
III Al preguntarle a Kozer acerca del origen y circunstancias que han dado origen a este libro, me respondió con una página que en mi trasfondo interior trufaré como un añadido a la edición de los diarios que tuve la fortuna de editar para Bonilla y Artigas Una huella destartalada:
Mi método por así llamarlo de trabajo ha sido desde hace décadas escribir poemas, nunca libros. Además, como los pintores escribo en series, en las que voy variando el tono, el contenido, la materia y su verdad o mentira: de filfas y menudencias de arrastre y acarreo se hace también en parte la poesía. Y como nunca pienso en libros, sucede que estando escribiendo una serie de poemas que llevaban todos el mismo título o título cercano al del libro que prologas, surgió de parte de la editorial La Rana y de los amigos de Guanajuato con quienes vengo trabajando muy a gusto, la idea de sacar con ellos un libro. Y siendo justo el momento en que trabajaba el concepto de la verdad de la materia, reuní una selección de poemas que circulaban como abejorros o moscardones alrededor de ese título, y de esa reunión surgió el manuscrito que ahora prologas y que la editorial La Rana sacará a la luz próximamente.
Considera por lo tanto esta particular manera de montar mis libros que vengo realizando desde una organización que se nutre de la acumulación de poemas que conforman mi vida diaria, en parte y no con exclusividad, y que me permiten montar un libro con base a una a una de las series en que trabajo (ya pasan de 50) con relativa rapidez. Nada hay de extraño ni sobrecogedor en este método, es como opera la mente, la poesía en una cabeza determinada, en este caso la mía.
El libro citado: Una huella destartalada despliega en sus páginas el otro revés de la trama de la escritura de José Kozer. Pongo como ejemplo clave la entrada correspondiente al día 20 de julio de 1995, que se encuentra en el capítulo titulado “Staccato. De los diarios de José Kozer, volúmenes 29 y 30, del 30 de mayo al 3 de septiembre de 1995”:
20 de julio, jueves. 1. ¿Me debo repetir una vez más que debo aprender a vivir en el presente, dejar fluir? ¿Me debo repetir una vez más que debo aprender a vivir en el presente, dejar fluir? ¿Me debo repetir una…?, chico, no jodas. 2. El minimalismo nace del cuento de la buena pipa, ¿quieres que te cuente? 3. Una tarde dichosa, leía, tomaba apuntes, miraba y escuchaba a la tarde, a su espectáculo interior, sus gaviotas, su mar, a sus cipreses y su blancura, una oportunidad perdida, no hice un poema. 4. Piedra de sol tiene el ritmo de Altazor, sobre todo cuando se embala. 7. El endecasílabo encadena Piedra de sol. 8. ¿Cómo es posible escribir (in this day and age) un verso que diga “Oh, México, recibe/con las alas que volaron/ desde el extremo sur, donde termina,/ en la blancura, el cuerpo/ de la América oscura” y pretender que eso es gran poesía? Eso es poesía buesa, poesía Corín, derecho de nacer. 9. Yo seré un despilfarrador, un desordenado y un caótico en poesía, exuberante, diarréico, pero al menos tengo el cuidado de no escribir versos como los anteriores, se me caería la cara de vergüenza. ¿Por qué Neruda no elimina esos versos? De hacerlo, tendría que eliminar buena parte de su obra. 10. Descubres una palabra, o la redescubres: saltas de alegría, aflora una sonrisa; hay que leer, escuchar de continuo para, de continuo, saltar de alegría (lindo mal de San Vito), sonreír. 11. Cadalso, “creyendo (en) la transmigración de las artes…”. 12. Recordar Cuba es recordar el lenguaje, mi primer oído.[4]
Un editor como el que firma estas líneas siempre está tratando de inventar o reinventar libros. En este caso, la encomienda del prólogo que me ha hecho Raúl Bravo, del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, ha suscitado en mí la idea de un José Kozer portátil. Dicho libro no sólo sería una antología de la obra del poeta cubano, sino también un muestrario de sus escrituras: cartas, diarios, recados y entrevistas, como la arriba citada. También incluiría, desde luego, tramos o ejemplos de los libros que él ha traducido al español como Espejo de la luna (1989) del monje medieval Saigyo, Mon (la puerta) (1991) del japonés Natsume Soseki, Leyendas del bosque frondoso (1995) de Nathaniel Hawthorne, Rashomon y otros cuentos (1998) de Ryunosuke Akutagawa, Muere mi madre (2009), del poeta japonés Saito Mokichi, Kokoro. Ecos y nociones de la vida interior japonesa (2009) de Lafcadio Hearn. El libro tendría que concluir con una micropaedia kozeriana, donde vendrían expuestas algunas voces y nombres de personajes esenciales para entender cabalmente su proyecto: José Lezama Lima, Lorenzo García Vega, César Vallejo, Vicente Huidobro, Chuang-Tzu, Jacob Boehme, San Juan de la Cruz, Rosa Luxemburgo, La Habana y sus barrios, Nueva York y algunos barrios, Florida, Torrox, España, etc. Sería una forma de dar unidad a la cornucopia del cubano-americano-polaco-ruso José Kozer Katz.
IV Decir que José Kozer es heredero de emigrantes polacos y checoslovacos es tocar con la mente sus raíces europeas e inscribirlo en la historia trágica de Europa, equivale a hablar de las revoluciones, guerras, genocidios, reclusiones, desplazamientos que cimbraron la historia de esa región del mundo que llegan hasta los versículos de sus composiciones para dejar en su trama sustantiva el salitre de sus peldaños.
V José Kozer vive en Florida, Estados Unidos, donde se habla inglés, además del español. La expresión que él ha puesto como título de este libro “la verdad de la materia” es una frase hecha en inglés, “the truth of the matter”, de la cual se echa mano para enfatizar la veracidad de un enunciado. Esta aspiración a la veracidad o a la verdad es uno de los ríos subterráneos que recorren las páginas de este libro que podría calificarse también como una suerte de auto-tomografía.
NOTAS
[1] José Kozer, No buscan reflejarse. Antología poética, selección y prólogo de Jorge Luis Arcos, editorial Letras Cubanas, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 2001, p. IX.
[2] El Universal, 23 de febrero de 2015.
[3] José Kozer, Bajo este cien y otros poemas, Barcelona, El Bardo colección de Poesía, 2002; 1ª ed. en el FCE, 1983.
[4] José Kozer, Una huella destartalada, México, Bonilla y Artigas, 2014, pp. 120-121.
© Foto de José Kozer: Taller Igitur
Adolfo Castañón es poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Xavier Villaurrutia 2008, Premio Alfonso Reyes 2018 y Premio Nacional de Artes y Literatura 2020. Creador Emérito perteneciente al SNCA. Twitter: @avecesprosa
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Posted: February 6, 2023 at 7:56 pm