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Mi ciudad en llamas

Mi ciudad en llamas

Juan F. Jaramillo

El sábado 12 de octubre fue un día de terror en Quito. Luego de una semana de protestas inusualmente violentas, la humeante ciudad terminó en zozobra, en medio de incendios, actos vandálicos por doquier y con la mayor parte de la población refugiada en sus hogares con el temor de que su barrio sea el próximo.

El detonante de las protestas fue un aumento en el precio de los combustibles, pero los grupos violentos habrían tenido una agenda golpista, como denunciaron el gobierno, políticos de oposición y varios analistas.

Para los que ya no vivimos en nuestra ciudad (escribo este texto desde Dallas, Texas), la única manera de informarnos ese día eran las pocas fuentes confiables en Twitter y nuestros amigos y familiares en WhatsApp. Así fue como mi amigo Carlos, quien vive un punto alto del occidente de Quito nos pasaba videos de los manifestantes que gritaban consignas por la abandonada Avenida Occidental.  A eso de las 2:30 p.m. nos pasó una foto de un incendio, cerca de la casa donde crecí y donde aún viven mis padres, vista desde su edificio. 

“Es el canal 4”, fue mi inmediata lectura. En efecto, en Twitter ya había videos que mostraban cómo un grupo de vándalos lanzaba un cóctel molotov a un autobús en las afueras de Teleamazonas, la estación de televisión. El incendio se propagó inmediatamente.

Los vándalos también apedrearon el camión de bomberos que llegó minutos más tarde y evitaron que pudieran combatir el fuego.

Al ver esas imágenes con jóvenes llevando palos y piedras, no pude sino pensar en el Halconazo, tan bien retratado por Alfonso Cuarón en “Roma”, pero esta vez no se  trataba de colectivos afines al gobierno, sino de un grupo dispuesto a tumbarlo como sea y a cualquier costo: con Quito en llamas.

Mi amigo Carlos se ofreció rescatar a mis padres, pero para entonces ya se había decretado un toque de queda total, que tardó en implantarse. Los policías finalmente llegaron y lograron dispersar a los manifestantes. A unas cuadras más arriba, mi madre salió a la calle a conversar con uno de los policías, lo que motivó mi inmediata súplica, vía WhatsApp, de que regresara a la casa. 

Mientras tanto, otro de mis cercanos amigos, Diego, acababa de llegar a Quito desde Guatemala minutos antes del toque de queda. Con el aeropuerto y las vías cerradas, tuvo que quedarse allí por más de 10 horas en una sala de espera. En la madrugada, finalmente, se unió a un convoy de taxis para llegar a su casa –desafiando el toque de queda–, tras un periplo de dos horas esquivando manifestantes y vías cerradas, un trayecto que a él le toma minutos.

En las redes sociales había que ser cuidadoso con la información. Abundaban los rumores y noticias falsas. Días después, el gobierno de Ecuador denunció cuentas procedentes de Rusia divulgando falsa información.

Teleamazonas no fue el único medio atacado. También los manifestantes llegaron a la sede de El Comercio, el primer diario donde trabajé y para el que cubrí más de una crisis política en los 90 sin contratiempos personales. El panorama de las protestas que vivió Ecuador en estos días fue muy distinto: en los 12 días de las mismas 135 periodistas fueron agredidos, según contabiliza Fundamedios.

Las agresiones vinieron de todas partes: policías, indígenas y estos misteriosos manifestantes, que los propios indígenas denunciaron como “infiltrados”.

Los primeros días de la protesta desencadenados con un paro de transportistas, ya avisoraban una violencia fuera de lo común. Autos quemados, saqueos en fábricas y una policía desbordada que no atinaba a controlar a los vándalos eran hechos que se reproducían a lo largo del país. Los manifestantes incluso atacaron una base militar cerca de Quito y en donde había material bélico.

Al frente de la protesta estaba la CONAIE, la organización que agrupa a las nacionalidades indígenas de Ecuador y que había movilizado a miles de personas a Quito. En 2000, el levantamiento de la CONAIE puso fin al gobierno de Jamil Mahuad durante una durísima crisis económica.

La CONAIE está compuesta por varias nacionalidades y no debe ser vista como un ente monolítico. Existe un ala radical y también un grupo más moderado.

La presencia de los indígenas en Quito nunca ha tenido incidentes tan violentos y Quito suele darles la bienvenida en el centro de la ciudad. 

Suelen concentrarse en el Parque del Arbolito, junto a la Casa de la Cultura, un sitio estratégico al pie de varios edificios públicos y de la Asamblea Nacional. 

Las protestas suelen concentrarse en ese espacio, pero el sábado 12 de octubre la ciudad fue sitiada en varios lugares, al punto de que la población tuvo que permanecer en sus casas. 

Algunos videos mostraban a los habitantes de los barrios confrontando a los vándalos.

No sólo eran barrios de clase alta como en el valle de Cumbayá, sino algunos de clase media como el Pinar Alto, donde sus residentes salieron con palos a defenderse.

Las redes sociales se llenaron con pedidos de ayuda a la policía y denuncias de ataques: Bellavista, Conocoto, Lumbisí, El Condado, La Ofelia, Cotocollao, barrios de toda índole económica y que nunca han tenido manifestación alguna. El hashtag #EsteNoEsUnParo en Twitter es un testimonio fiel de todas las atrocidades vividas ese día.

 Pero estas hordas de vándalos no eran indígenas.

“Las escenas de los colectivos chavistas aterrorizando a la población de Caracas, dueños absolutos de las calles, saqueando y vandalizando, se trasladaron ayer a Quito”, escribió el periodista Roberto Aguilar en Diario Expreso.

En días anteriores el propio gobierno había denunciado la llegada de venezolanos y ex guerrilleros de las FARC a Quito. La detención de 17 venezolanos con la agenda de la semana del presidente Lenín Moreno, reafirmó la sospecha.

Algunos analistas señalan que estos grupos venían financiados desde Caracas, y todo indica que estaban liderados por el ex presidente Rafael Correa, quien también estaba en Venezuela junto a sus lugartenientes.

No era para nada una protesta improvisada. Ya han circulado en el pasado videos de entrenamiento de guerrillas urbanas ligadas al correísmo, pero esta es la primera vez que se las ve en acción.

Varios videos los muestran actuando con tácticas militares. Sabían muy bien lo que hacían.

“Y mientras el terror se apoderaba de Quito y se multiplicaban los llamados a la paz provenientes de todos los sectores de la sociedad y de la política, el dirigente correísta Virgilio Hernández arengaba a los suyos desde su cuenta de Twitter para radicalizar la protesta”, escribió Aguilar.

La evidencia mayor de que Correa estuvo detrás de este intento de golpe de Estado es el incendio del edificio de la Contraloría donde se archivan muchos de los casos de corrupción en contra del ex mandatario. 

En medio del caos, los vándalos llegaron hasta el quinto piso del edificio para propagar el incendio. Días antes ya lo habían intentado.

El proceso conocido como “Arroz Verde” que detalla una red de sobornos liderada por el propio mandatario debía tener una audiencia clave precisamente unos días después de que iniciaron las protestas. El contralor Pablo Celi dijo en un video que puso en Twitter, que el daño al archivo es parcial y que los procesos contra Correa se encuentran respaldados digitalmente.

Aún con la Contraloría en llamas, los líderes indígenas trataban de desmarcarse de los actos vandálicos y se anunciaba una apertura para un diálogo con el gobierno. La noche del domingo, Moreno, reunido con la cúpula de la CONAIE, derogó las medidas y el paro finalizó.

La CONAIE denunció excesos policiales (que sí los hubo), pero no ha reconocido su papel en los daños al espacio público.

Para Moreno este es el fin de su presidencia. Quedó sin margen de maniobra política a la espera de finalizar su mandato con el mérito, no menor, de haber salvado la democracia. Al principio de su mandato se desmarcó de Correa y permitió que salieran a la luz los innumerables escándalos de corrupción del gobierno de su excoideario. 

El distanciamiento no era gratuito. Correa dejó al país sumido en una profunda crisis y Moreno era el que debía administrarla. El exmandatario, que permaneció 10 años al frente del poder en Ecuador, confiaba en volver como “el salvador de la patria”.

Pero un referendo inhabilitó su reelección a nivel constitucional y los juicios empezaron a sucederse al punto que se refugió en Bélgica. Su principal aliado, el exvicepresidente Jorge Glass permanece en prisión, al igual que otros exfuncionarios. Otros más permanecen prófugos.

Todos argumentan ser perseguidos políticos.

Esta semana fueron detenidos algunos funcionarios municipales ligados al correísmo y más de uno se encuentra en la embajada de México pidiendo asilo, aunque ninguno de los refugiados en la sede diplomática tiene una acusación en particular. 

Los quiteños han empezado la limpieza de la ciudad. Los destrozos incluyen además de la propiedad pública, pequeños negocios alrededor de la Asamblea y el incendio de 5,000 árboles, incluido un árbol de 200 años en el parque del casco colonial de Quito

La CONAIE no se ha responsabilizado por la destrucción de la propiedad pública, pero reclama las cabezas de los ministros de Defensa y del Interior, por la “masacre” que fueron objeto. Al menos 8 personas murieron durante las protestas, entre ellos un dirigente de la organización indígena en medio de la trifulca provocada por gases lacrimógenos al interior del Ágora de la Casa de la Cultura, que servía de refugio de los indígenas.

En jornadas de este tipo siempre hay excesos, y esta no es la excepción. Pero el sábado se percibió a una policía abrumada y a una ciudad indefensa. El hecho de que los vecinos salgan a defender sus casas es la evidencia de la ausencia de la fuerza pública.

Solo cuando salieron los militares durante el toque de queda se volvió parcialmente al orden, pero para entonces estaba la ciudad estaba aterrorizada.

¿Que pasó con los servicios de inteligencia? ¿Por qué policías y militares actuaron de manera tan desigual y pusilánime? 

Mi ciudad está herida y la democracia más mancillada que nunca. Los indígenas, cuyas reivindicaciones son legítimas, ganaron esta batalla ya que impusieron a la fuerza su voluntad, pero perdieron la buena fe de los quiteños.

Mientras tanto mis amigos y familiares tratan de retomar su rutina con el tráfico abrumador, la contaminación y la parálisis económica. La normalidad.

jaramilloJuan F. Jaramillo (Quito, 1971) es periodista radicado en Dallas. Es editor de noticias locales en Al Día, una publicación en español de The Dallas Morning News. En Ecuador, trabajó en El Comercio y Diario Hoy.

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Posted: October 21, 2019 at 9:33 pm

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