El amor que nos queda de Fernanda Reyes Retana
Lissete Juárez
¿De qué hablamos cuando hablamos de la familia? De un complejo engranaje, de una asociación simbiótica, de una feria de vanidades, o de todo lo anterior. Lo cierto es que para intentar descifrar los vínculos consanguíneos, incluso los propios, necesitaríamos de un glosario, de una secuencia de significados, o de El amor que nos queda , novela publicada por Sudaquia Editores (2022) y escrita por Fernanda Reyes Retana. Y es que la historia de los hermanos Martínez Alcazar tal vez no se parece a la nuestra, sin embargo, contiene una sustancia que gradualmente nos inocula una idea: la realidad, sobre lo que está aconteciendo o ha acontecido, no es semejante a la realidad que está percibiendo el otro. Esto claro, lo hemos escuchado infinidad de veces, lo grandioso aquí, es que la narradora logra, acercándose con delicadeza a los lamentos y murmullos de los hermanos: David, Aurora, Camilo, Lucía y Blanca, mostrarnos, con absoluta imparcialidad, la perspectiva, siempre limitada, de cada uno de ellos, de tal forma que estas cinco voces terminan siendo un eco de la nuestra.
Además de los hermanos en este mapa familiar habitan otros personajes: Hermelinda, los padres, la abuela, un retrato, la familia política y la infancia, esa a la que los hermanos retroceden constantemente, y escudriñan y deconstruyen, seguros de que ahí está la razón por la que se han convertido en quienes son. Pero la memoria es embustera, lo sabemos y lo olvidamos, porqué de qué más podríamos fiarnos, sino de ese cúmulo de recuerdos desordenados, cuando un suceso llega, nos zarandea y saca lo peor de nosotros.
“En la vida hay momentos decisivos en los que por un gesto, una palabra, tan sólo una mirada, aparentemente banal, todo cambia, con tal contundencia y velocidad, como cuando se toma una súper autopista y, un segundo después, el conductor se da cuenta de que se ha equivocado”.
El día del cumpleaños del padre, don David, Aurora le comunica a sus hermanos que ha decidido donar, al Museo Regional de Jalisco, el retrato de la abuela Lucía, ese para el cual, la joven de entonces diecinueve años posó, “Sentada en un taburete alto, con la luz de la mañana iluminándole el perfil…”, el mismo que ha estado colgado en el muro principal de la sala de la casa familiar, ese del que cuenta don David: “lo pintó un artista muy famoso, Murillo… el del agua, ese”.
A partir de esa tarde todos transitarán por un territorio dinamitado, donde una muerte, un secuestro y una prueba de amor y lealtad, los llevará a romper todos los códigos que alguna vez pensaron indestructibles. Y si bien nunca existirá una ocasión ideal para un conato de erosión de tal magnitud, lo cierto es que las vicisitudes personales que serpentean en ese momento también juegan un papel importante.
A Camilo lo atraviesa el temor de perder a su hijo, a quien su madre está a punto de llevarse a vivir a Nueva York con su nuevo novio. Él siempre ha querido ser un padre presente, ir a los partidos, recogerlo en la escuela, llevarlo a cenar pizza, pero nunca había querido casarse, pensando que si lo hacía, la mujer terminaría dominándolo, arrebatándole su identidad y fuerza, tal y como su madre lo había hecho con su padre.
Blanca se encuentra ante el dilema de cumplir con su palabra y mudarse a Suiza, donde su esposo ha conseguido el sueño de su vida, trabajar en el circo Knie; o quedarse, porque aunque jamás lo reconocería ni ante ella misma, allá serían, ella y su hijo, ciudadanos de segunda clase, mientras que en México “tenía la fisonomía adecuada; el apellido correcto; el estrato social justo”. Ella había crecido sin presiones ni expectativas, hasta que le presentó a su madre al cirquero con el que quería compartir su vida.
Con zapatos incómodos pero perfectos para su atuendo, Lucia camina sobre el mundo tambaleante que le ha dejado el descubrir el secreto de su marido. Había logrado fabricar la imagen perfecta de un matrimonio, de una familia y de sí misma, tal y como su madre había destinado que fuera, sin embargo, aquel hallazgo, que destruiría todo y que exigía toda su rabia, no la hizo sentir nada, más que una profunda tristeza.
“Tú eres un muchacho bueno y cuidadoso” le dijo su madre a David, y como suele pasar con esta clase de sentencias, terminan condenando. En su caso, a vivir preocupado para que ninguna de sus hermanas ni su hermano, le quitaran el puesto. Esta batalla lo llevó a siempre sentirse aislado, y como en la crisis todo se magnifica, será un abrazo entre los hermanos, del cual se siente excluido, lo que detonará que inicie una guerra de trincheras.
Aurora es la dueña del cuadro de la abuela Lucía y la que vive en la casa familiar, por lo que será la primera en entrar al combate. Ella, que nunca creyó estar a la altura ni de la belleza ni de las aptitudes de su madre y sus hermanas no piensa darse por vencida. Porque sobre perder sabe, pues nunca se atrevió, en sus épocas de estudiante, a presentarle a su madre al hombre que le gustaba (y con el que ahora mantiene una relación prohibida), ya que sabía que no cumpliría con sus expectativas.
Los frutos de las semillas que se siembran en la infancia son abundantes, pero algunos contienen veneno, un brebaje que no mata al instante, sino que se va dosificando a lo largo de nuestra vida adulta. La geografía familiar de los Martínez Alcazar nos muestra como no reparamos en esta pócima, que nos lleva a estar constantemente colisionando con el otro, con ese que amamos y que lleva nuestra sangre. Dicen que el sentimiento de traición produce un trauma, y el trauma es una impresión en una parte de nuestro cerebro, la amígdala. Ahí se guarda y queda latente el significado emocional, que en el caso de la traición es una desconfianza colosal, una duda constante, no sólo hacia los demás, sino hacia nuestra propia apreciación, porque nos hemos equivocado, porque esa persona hizo, nos hizo, lo que jamás hubiéramos pensado. Sin embargo, ¿qué tanto la ofensa es real o imaginada? ¿qué tanto simplemente está activando una agravio ya rancio, cometido por unos padres que no tenían idea de lo que hacían?
Reyes Retana nos interpela a buscar lo que hay de nosotros en cada uno de esos personajes que vemos girando sobre el eje del retrato de la abuela Lucia, provistos de sus rencores más añejos, de sus miedos más profundos y de una apostasía que sólo obedece al dolor, a ese dolor primitivo que brota al no sentirse reconocido ni parte del clan. Porque al final de eso va todo, del sentido de pertenencia y de reconocer si el amor que nos queda basta.
Lissete Juárez (Chihuahua, 1982) Estudió Literatura y Creación Literaria en Casa Lamm México. Algunos de sus cuentos han sido publicados en las antologías: Dime si no has querido (Literal Publishing, 2018) y Suele Pasar que nos quedemos (Literal Publishing, 2021). Es coguionista del cortometraje Necios (México, 2022). Instagram @lissari
© Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.
Posted: March 2, 2023 at 11:46 pm