Escritores artificiales
Efraín Villanueva
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La popularización de ChatGPT ha despertado el debate sobre la amenaza que la inteligencia artificial representa para los mercados laborales. ¿Qué tanto reducirá, o suprimirá, la fuerza laboral y en cuáles industrias? Una preocupación recurrente con la introducción de nuevas tecnologías y que ha tenido consecuencias reales en el pasado. Los operadores de ascensores y centralitas telefónicas y los trabajadores de videotiendas fueron reemplazados por tecnología, por ejemplo.
En la industria editorial, la amenaza ya se ha materializado. En agosto de 2023 el portal de tecnología Gizmodo en español despidió a sus escritores y los reemplazó por inteligencia artificial. El sitio web ya no produce contenido original para hispanohablantes y se limita a publicar traducciones al español de artículos de su portal en inglés.
En octubre de 2022 escribí para Literal Magazine AI Helped Me Write This Article, un texto sobre algunos programas de inteligencia artificial programados para asistir en la generación de textos. Sudowrite, el más potente de ellos, empleaba el modelo de lenguaje GPT versión 3. En términos sencillos, estos algoritmos son entrenados con millones de documentos para generar textos coherentes indistinguibles del lenguaje natural. Una vez se le da la orden de crear un texto (pues solo funcionan por instrucciones de un operador humano: “escribe un ensayo de 500 palabras sobre la industria de la moda”), el modelo ejecuta cálculos matemáticos para elegir la palabra que estadísticamente tiene la mayor probabilidad de haber sido elegida por un escritor humano que estuviese escribiendo el mismo texto.
Hace un año intuí el altísimo potencial de esta tecnología en las maneras en las que creamos y consumimos literatura. Pero, ignorante de los cambios que ChatGPT provocaría (su lanzamiento público ocurrió un mes después de la publicación de mi artículo), asumí el tema como una curiosidad momentánea. Hoy no puedo dejar de preguntarme hasta qué punto un futuro de solo escritores artificiales podría convertirse en realidad. No sé si esta posibilidad me provoca más alivio que miedo.
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Es evidente, y el de Gizmodo en español seguramente es apenas el primer caso, que esta tecnología sí que tendrá un impacto en el mercado laboral de los escritores independientes. Imagino un futuro en el que el editor de una revista se siente frente a su computador y le pida a GPT-X (la versión de GPT en mi futuro imaginario): “escribe un perfil sobre Goethe para conmemorar su fallecimiento” o “necesito una reseña en retrospectiva de La hora de la estrella, publicada en 1977, de Clarice Lispector”.
En ambos casos, GPT-X enfrentaría esta tarea como lo haría yo mismo: buscaría fuentes relacionadas, seleccionaría las más apropiadas y produciría dos textos que se acoplen al estilo de la revista –probablemente siguiendo parámetros predefinidos y personalizados. Los resultados podrían ser indistinguibles de aquellos que yo mismo escribí sobre ambos temas para Literal y El Heraldo. La gran ventaja de GPT-X sobre nosotros es la capacidad de generar estos textos en solo minutos, mientras a mí probablemente me tomó un par de semanas escribir y editar cada artículo.
Imagino un futuro en el que se han superado los problemas actuales de la implementación de esta tecnología. GPT-X no comete plagios incluyendo frases o párrafos completos sin citar las fuentes, ni las referencia erróneamente. Ha mejorado su habilidad de verificación de información. Se ha regulado el tema de la autoría y propiedad intelectual de material generado por la inteligencia artificial. Esto, anudado a la posibilidad de obtener resultados más rápidos, y potencialmente más económicos, convertirían a GPT-X en una alternativa atractiva para cualquier medio digital e impreso.
Imagino un futuro en el que GPT-X es empleado para compilar datos y análisis cortos, como los resultados de la última fecha del Calcio italiano o un resumen noticioso de los últimos avances del golpe de estado en Gabón. No es un futuro tan irreal considerando que Associated Press ha utilizado aprendizaje automático desde 2014 para “historias sobre ganancias corporativas” y evitar que sus reporteros se “distrajeran de periodismo de mayor impacto”.
No me sorprendería si GPT-X fuese incluso capaz de escribir columnas de opinión. Después de todo, lo único que necesitaría es que se les alimentase con fuentes relacionadas y muestras de columnistas humanos. Como lo expliqué anteriormente, GPT-X es una especie de autocorrector en esteroides que escribe palabra a palabra sin ser consciente de lo que escribió. Quizás por esta particularidad, el público del futuro valore la opinión de entidades no humanas precisamente por sus perspectivas impersonales y carente de emociones.
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Pero en mi futuro imaginario no todo es negativo para los escritores a sueldo como yo.
Aunque he escrito textos por encargo, los de Goethe o Lispector no lo fueron. La idea del primero me surgió cuando Neil MacGregor, en Germany – Memories of a Nation, mencionó la intensa sed de conocimiento de Goethe. El artículo de Lispector tuvo un origen similar luego de que mi lectura de La hora de la estrella me provocara conocer más de la autora de tan extraordinaria obra. En ambos casos, un detalle tocó una emoción que me llevó a escribir los artículos: la curiosidad. GPT-X, en cambio, carece de iniciativa, no puede proponer ideas porque está imposibilitado a tenerlas. [Es posible programar un algoritmo que use GPT- para analizar la información con la que es entrenado y sugerir temas o textos sin necesidad de un operador humano que le solicite una tarea. Pero incluso en este caso, se trataría de una rutina programable y no de iniciativas generadas por la experiencia humana].
En mi futuro imaginario sin escritores de revistas, el editor estaría obligado a añadir instrucciones específicas, como las que yo mismo me doy cuando decido escribir un texto: ““escribe un perfil sobre Goethe que se centre en su personalidad curiosa y su interés por culturas ajenas” o “necesito una reseña en retrospectiva de La hora de la estrella que tenga en cuenta el proceso creativo de Clarice Lispector a la hora de escribir la novela”. En escritura todos los temas son universales y de todos ellos se ha escrito hasta el cansancio, así que la perspectiva desde la que se abordan y el estilo que se elige para hacerlos más llamativos son cruciales. Sin puntualidades proporcionadas por el editor y por la falta de iniciativa de GPT-X, sus textos terminarían sido genéricos, compilaciones de datos generales.
Así, en mi futuro imaginario, puede que los escritores independientes seamos reemplazados por la inteligencia artificial para este tipo de artículos investigativos. Pero se nos abriría un nuevo mercado como editores del algoritmo, pues un único editor sería insuficiente. Lo que nutre a medios como Literal es, precisamente, la simbiosis entre construir una audiencia y producir contenido de interés para la misma gracias a la variedad de orígenes, formaciones académicas y trasfondos personales de sus escritores.
En un futuro en el que todo boletín o resumen noticioso es producido por algoritmos que usen GPT-X, los reportes y escritores humanos que están en campo, recopilando información, entrevistando involucrados y viviendo la noticia seguirán siendo necesarios.
Puede que en mi futuro muchos lectores disfruten las columnistas de opinión artificiales. Pero una cantidad considerable de la población entenderá que dichos textos están compuestos de palabras puestas unas detrás de la otra según una probabilidad estadística, que las opiniones de GPT-X no son tales pues carece de creencias, ideas, sesgos y experiencias propias. Un lector informado sabrá que, por muy avanzada que sea la tecnología detrás los programas que usan GPT-X, no son entidades capaces de apreciar la magnitud del tema del que escriben, que no reconoce el impacto económico o social de aquello sobre lo que están “opinando”.
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¿Y qué pasará con la literatura?
GPT-4 es la versión más reciente del modelo de lenguaje sobre el que funciona ChatGPT y es capaz de analizar las 3.000 palabras anteriores del texto que está produciendo para predecir la palabra siguiente. Esto les permite a estos algoritmos producir artículos, entradas de blogs, presentaciones, estudios poemas e incluso historias cortas. Pero les imposibilita escribir textos de largo alcance, como novelas, en los que los hechos del trigésimo capítulo, por ejemplo, podrían estar íntimamente atados a un diálogo que ocurre, digamos, unas 20.000 palabras atrás en la trama, en el segundo capítulo.
En mi futuro imaginario, GPT-X habrá superado esta restricción y se abrirá un mercado literario de autores artificiales, de calidad prosaica indistinguible de la de un autor humano. Un mercado híbrido en el que humanos y algoritmos compiten por lectores, con concursos literarios exclusivos para cada tipo de escritor, pero también otros que acepten propuestas sin distinción biológica.
En mi futuro, como en el presente, los autores humanos también usarán herramientas automatizadas para buscar sinónimos y definiciones, crear personajes, introducir giros en sus tramas, mejorar descripciones situacionales. GPT-X sería un ayudante que lee los textos de un escritor y detecta errores semánticos, ortográficos e incluso de la trama y sugiere modificaciones y adiciones. Sobre todo, imagino una gran utilidad cuando se requieran disparadores inspiracionales para superar el bloqueo de escritura: “dame dos o tres alternativas sobre cómo iniciar una novela sobre un abogado filipino que huye a Islandia por un crimen que no cometió”.
En este futuro en el que humanos y algoritmos comparten el mercado literario, vislumbro una alternativa de menor probabilidad. Una en la que las generaciones venideras estarán completamente acostumbradas a la producción artificial pues será una parte significativa, si no esencial, del mundo en el que nacieron. Es probable que encuentren mayor interés en la literatura artificial, que la vean como algo natural y familiar y no como un artilugio novedoso y curioso como lo vemos hoy. De la misma forma en la que las generaciones jóvenes de hoy no recurren a discos de vinilos para escuchar música –pues nacieron en un universo en el que esta se consume a través de aplicaciones conectadas a internet.
Bajo esas circunstancias, es posible que en mi futuro la literatura humana se convierta en un mercado especializado. En una añoranza de académicos y melancólicos, de consumidores antitecnología. Pero, tal como ha ocurrido con el resurgir de los discos de vinilo, la literatura humana también tendría picos de interés gracias a consumidores deseosos de vivir experiencias fuera de lo convencional y solo las encuentran recurriendo a tecnologías pretéritas.
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Estoy convencido de que mi futuro imaginario es uno híbrido en el que lo humano y lo artificial comparten el mercado literario. Me inclino a ello por la carencia más esencial de toda inteligencia artificial: consciencia sobre sí misma. Ni Sudowrite ni ChatGPT son entidades con sintiencia, no son seres vivos con emociones ni capaces de percibir su entorno con subjetividad. Generan textos, magníficos textos, en ocasiones, sin reconocer el valor de su propia creación.
Estos algoritmos son extremamente eficientes a la hora de seguir instrucciones y estoy seguro de que GPT-X escribirá textos que, si se publican con un nombre humano, engañarían al mejor de los lectores o críticos literarios. Pero sin conciencia, los “autores artificiales” sólo lo serán entre comillas, pues la trama y las particularidades de la novela que produzcan necesariamente le habrán sido dadas por un humano.
Sin conciencia, GPT-X no encontrará inspiración luego de atestiguar un incidente en la calle, una conversación con un amigo o, en general, de vivir. Después de todo, no es una musa mágica la que nos siembra semillas de inspiración que luego transformaremos en un poema, en un cuento, en un ensayo, en una investigación, en una diatriba, en una novela. Lo que nos brinda los recursos para escribir es nuestra humanidad y la experiencia humana: los enamoramientos y los desamores, las risas al ver una comedia y las lágrimas alentadas por una tragedia, la felicidad de compartir un helado con amigos y el miedo de montarnos en una montaña rusa, la satisfacción de ayudar a un extraño, la tranquilidad de recibir una buena noticia, el calor picante del sol primaveral, el agrado de cepillarnos los dientes cada mañana, pero también la necesidad de evacuar nuestros intestinos.
Cuando compramos una novela, la leemos asumiendo su contenido como ficción, pero es también parte de la diversión de la lectura especular sobre cuánto de la vida real el autor utilizó en la historia, cuáles personajes son exactamente como sus contrapartes humanas, qué tanto es metáfora y qué tanto es realidad. Cuando leemos no ficción damos por sentado que lo que se nos cuenta es la versión más leal a los hechos que ocurrieron en la vida real.
Sea cual sea el género, existe un contrato implícito entre el autor y el lector sobre el origen de lo escrito y este contrato influye en la forma en la que asimilamos lo leído. En ambos casos, los lectores reconocen que lo que leen es, en mayor o menor medida, el punto de vista de un artista humano como ellos. De cierta forma, leer un libro es crear una conexión entre el autor y el lector, un vínculo capaz de superar el tiempo (si leemos a un autor fallecido), el espacio (un autor de origen y residencia geográfica ajeno al nuestro) y las diferencias culturales.
En mi futuro en el que se escribe y publica novelas a través de GPT-X, los lectores no podrán ignorar que su autor es artificial (asumo que la legislación del futuro obliga la divulgación de la naturaleza del autor). Puede que GPT-X logre escribir novelas impecables, en prosa, sobre el amor y la compasión durante una guerra cruenta. Pero el lector no podrá ser engañado. Sabrá que GPT-X nunca ha experimentado el amor, el miedo y la empatía de la que habla en su obra y la conexión autor-lector que hoy ensalza la escritura y la lectura –es también un lazo bidireccional, pues las herramientas y los estilos que un escritor elige para transmitir un mensaje varían de acuerdo con el género– se perdería por completo.
Esta desconexión humana y cultural será mucho más obvia en la no ficción. Entre un megáfono y el silencio, mi más reciente texto en Literal, fue un ensayo basado en una experiencia personal con el racismo. Quien lo lea entenderá la urgencia y honestidad de mis emociones pues sabe que son fieles a las que experimenté en la vida real. GPT-X no podría escribir un texto de este tipo pues no es humano, no tiene experiencias ni emociones humanas que compartir.
La invención de la fotografía digital no acabó con los fotógrafos análogos ni la fotografía análoga acabó con los pintores. De la misma forma, dudo que la inteligencia artificial destruya por completo la profesión de escritores humanos. Lo digo con convicción. Pero también con cierta aprehensión: espero no escribir una tercera parte sobre este tema en un año y verme en la necesidad de publicarlo en un blog personal porque Literal reemplazó a sus colaboradores con la versión más reciente de ChatGPT.
*Foto de Elisabeth Brenker
Efraín Villanueva. Escritor colombiano radicado en Alemania. Ha publicado los libros Tomacorrientes Inalámbricos (Premio de Novela Distrito de Barranquilla, 2017), Guía para buscar lo que no has perdido (XIV Premio Nacional de Libro de Cuentos UIS, 2018) y Adentro, todo. Afuera… nada (Mackandal, 2022). Es Magíster en Escritura Creativa en español de la Universidad de Iowa y tiene un título de posgrado en Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá.
Sus trabajos han sido publicados en diversas antologías y medios como Granta en español (España); Arcadia, El Heraldo, Pacifista!, Vice, Revista Corónica (Colombia); Revista de la Universidad de México; Roads and Kingdoms, Iowa City Little Village Magazine, Literal Magazine, Iowa Literaria (Estados Unidos); entre otros.
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Posted: October 8, 2023 at 11:57 am