Biden. Sí o no
Rose Mary Salum
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Y por qué no volver a parafrasear a Shakespeare cuando lo que recibimos es una realidad caótica: To leave or not to leave, that is the question.
Esa es la pregunta que muchos de los ciudadanos de Estados Unidos nos estamos preguntando a raíz del debate entre los dos candidatos presidenciales que se llevó a cabo hace ya más de una semana.
El escenario fue doloroso para muchos. Dos hombres octogenarios que se niegan a dejar el poder. El primero, el presidente Biden, quien claramente perdió la contienda desde el momento que entró al escenario: su gesto corporal, sus primeras palabras apenas perceptibles, su demencia tan dolorosamente evidente. El segundo, el expresidente Trump, un político sin escrúpulos que engaña en todo momento a pesar de que sus aseveraciones se han desmentido en las cortes federales. El final de la contienda fue aún más preocupante: dos ancianos discutiendo sus habilidades en el golf.
A partir de ese momento, que fue muy revelador, una facción demócrata salió a pedir al presidente Biden su retiro. Pocas voces hicieron eco de esta petición, al menos no públicamente. Sin embargo, se sabe que otros demócratas, como el mismo Obama, quien ha dado muestra de apoyo incondicional frente a estas demandas, pidieron su deposición en privado.
Como ya se sabe, el debate fue un desastre: lo que ahora el presidente Biden menciona como un mal día, circula ad infinitum en las redes sociales las 24 horas del día. Y es doloroso verlo. Doloroso porque habemos muchos que incluso lo volveríamos a votar con tal de no ver a Trump de vuelta en el poder. Desafortunadamente, el deterioro cognitivo que ha quedado en evidencia y la falta del vigor necesario para el trabajo demandante que la presidencia del país exige se está volviendo un problema fundamental para su reelección.
El debate quiso mostrar las claras diferencias políticas de los contrincantes, sus estilos de liderazgo y visiones para América. Joe Biden, un político experimentado con décadas de experiencia, tenía como misión ofrecer un sentido de estabilidad y un retorno a la diplomacia tradicional. Su presidencia ha estado marcada por la aprobación de una legislación que ha motivado a la infraestructura a nivel nacional así como la restauración de alianzas con los socios internacionales del país. Sin embargo, los críticos argumentan que su administración no ha sabido lidiar con la inflación y el control fronterizo. Por otro lado, Donald Trump, con un enfoque poco convencional y su estatus de outsider, continua atrayendo a una base de votantes que se encuentra frustrada con el establecimiento político. Su mandato se caracterizó por el socavamiento de las instituciones democráticas, los recortes de impuestos a ciertos sectores de la sociedad, una postura firme sobre la inmigración, así como de muchas mentiras, aún más controversias y el asalto al Capitolio.
Desafortunadamente, esto que vimos no fue solo un debate, fue la prueba indeleble de que el líder del mundo occidental carece de la lucidez necesaria para gobernar al país por otros cuatro años más. Lo trágico es que su ya evidente deterioro podría socavar sus logros y debilitar la confianza pública, potencialmente allanando el camino para un resurgimiento de Trump.
Los expertos están divididos sobre las ventajas de cambiar de candidato presidencial en esta etapa. Por un lado, reemplazar a Biden con un aspirante más joven y vigoroso podría revitalizar la base demócrata y presentar un desafío más sólido a Trump. También podría aliviar las preocupaciones sobre la salud de Biden y asegurar una campaña más dinámica. Sin embargo, históricamente, cambiar de candidato puede ser arriesgado y desestabilizador. Estados Unidos rara vez se ha visto en una situación así porque da la impresión de inestabilidad, debilidad e indecisión dentro del partido. Otro de los temores de hacer un cambio a cuatro meses de la elección podría fundamentarse en la experiencia histórica de Lyndon Johnson. El lector recordará que el presidente demócrata subió al poder a raíz de la muerte de John F. Kennedy. En esos momentos, la guerra de Vietnam había desgastado al país. No había persona que no tuviera un familiar, amigo o conocido en esa guerra. Los jóvenes eran llamados a pelear aún en contra de su voluntad. Y unido a eso estaban las tensiones raciales del momento. Las marchas frente al pentágono hacían historia por la cantidad de heridos y arrestados. A un mes de esta marcha, Eugene McCarthy, el senador demócrata de Minnesota, anunció su campaña con la única promesa de terminar con la guerra. Su propuesta fue muy bien recibida porque, a pesar de que el Presidente Johnson afirmara que los avances eran inminentes en aquel país asiático, la sociedad civil sabía que nada de lo que decía era verdad y el sacrificio ya había sido enorme. McCarthy se volvió el portavoz de ese malestar. La amenaza principal llegó desde New Hampshire: las posibilidades de que el estado se lo llevara el presidente eran mínimas.
Pronto surgió otro contrincante aún más poderoso: Robert F. Kennedy. Su poder se asentaba en tres circunstancias importantes: era el hermano del John F. Kennedy y había sido el fiscal general de su gobierno. Además, en el momento de postularse, era senador de su estado. Tenía 42 años y desbordaba carisma.
Johnson tenía todo en su contra y decidió dejar el puesto para ser recordado por lo que hasta ese momento había sido: uno de los presidentes más productivos y eficientes de la historia del país. Pensando a futuro, su nombre quedaría entre uno de los grandes. La noticia fue muy bien recibida. Pero al poco tiempo, su suerte dio un giro trágico: Martin Luther King había sido asesinado y unos meses más tarde, lo sería Robert F. Kennedy. Así es que la historia no le cedió esa oportunidad que buscaba al no reelegirse. Por el contrario, a la fecha, Lyndon Johnson tiene el estigma de haber sido el presidente que tiró la toalla.
Quizá sea este el motivo por el cual el presidente Joe Biden, a pesar de tener toda la presión de una buena parte de su partido, de los medios y de la misma sociedad, no se haya retirado de la contienda. Quizá el presidente no quiera ser recordado como un perdedor, como aquél que dejó al partido en banda a pesar de que en la campaña de su primer periodo hubiera prometido ser un candidato de transición. Quizá sea simplemente el amor al poder. Aunque eso, tal vez, nunca lo sabremos.
La inestabilidad cerca de las elecciones no ha sido un fenómeno nuevo. Sí lo sería sin embargo, que Biden decidiera no volverse a postular a menos de cuatro meses de la elección. Tampoco lo es este sentido de orfandad al momento de votar ,y descubrir que ninguno de los candidatos, por distintas razones, tiene la capacidad de presidir al país. Como dice el intelectual Peter Zeihan, votar por cualquiera de estos candidatos es un atento a la seguridad nacional. Hasta el momento que se escribe esta columna, los dados están en el aire, y la pregunta que prevalece es: To vote or not to vote. That would be the true question.
Rose Mary Salum es la fundadora y directora de Literal, Latin American Voices. Es la autora de Donde el río se toca (Hablemos escritoras, 2024 Sudaquia, 2022), Otras lunas (Libros del sargento, 2022) Tres semillas de granada, ensayos desde el inframundo (Vaso Roto, 2020), Una de ellas (dislocados, 2020). El agua que mece el silencio (Vaso Roto, 2015), Delta de las arenas, cuentos árabes, cuentos judíos (Literal Publishing, 2013) (Versión Kindle) y Entre los espacios (Tierra Firme, 2003), entre otros títulos. Sus obras se han traducido al inglés, italiano, búlgaro y portugués. Es colaboradora en Hablemos escritoras. Su Twitter es @rosemarysalum
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Posted: July 9, 2024 at 10:16 pm