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Una poesía que mira hacia la incertidumbre

Una poesía que mira hacia la incertidumbre

Mayco Osiris Ruiz

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• Alberto Blanco: Canto desierto (Hyperion, 2024, 188 pp.)

Hay, en la ya vasta obra de Alberto Blanco, un lugar especial para el desierto. Esa predilección, fácilmente imputable a un principio poético, resulta, sin embargo, más humana, más ligada a la sangre que a las operaciones de la literatura. Me refiero a que el vínculo con dicho territorio le viene por herencia, pues, como lo reconoce en alguna entrevista, “esos paisajes están en mi familia por la vía materna quién sabe desde cuándo”. Por supuesto, como suele ocurrir cuando la vida alcanza a la creación (y viceversa), es casi inevitable que algo vaya a parar a la escritura e incluso la trasmine de tal modo que llegue a condensarla, a encarnar un motivo o un núcleo recurrentes.

Se cuenta que muy joven, durante su estadía en la ciudad de El Cairo, el poeta Edmond Jabès se aventuraba solo en el desierto, sin sospechar siquiera lo que dicha experiencia comportaría más tarde a su obra artística. Pienso que, dada la naturalidad de su contacto, es posible asumir que la poesía de Blanco reproduce o acusa esa misma inconsciencia visionaria. Dicho de otra manera: que ese espacio, presente por doquier y por doquier presente, constituye, en su caso, una preparación, un rasgo anticipado del carácter y de la identidad que hallaremos después en la escritura.

Es verdad que —al tratarse de un poeta cuyo amplísimo arco de intereses ha forjado una obra igualmente diversa—, resulta inconcebible situar un elemento por encima de otros tanto o más decisivos. Sin embargo, creo que Canto desierto, su último poemario, exige especular sobre lo que subyace ya no en el territorio, sino en lo que comporta a una forma pensada como la más flexible de las estructuras, quiero decir, como una superficie en donde las palabras rematan en historias que parecen venir desde todos los puntos y ninguno.

Resulta inevitable, pues abarcan casi cuarenta siglos de literatura, nombrar los paralelos que la creación poética guarda con la experiencia del desierto. Ya sea que reparemos en su naturaleza doblemente expectante, ya en la mitología de la palabra que debe de venir (o que, sobreviniendo, revela y se revela sólo en la intimidad de su silencio), lo cierto es que hallaremos una serie de símbolos fuertemente arraigados a nuestra tradición. Con todo, lejos de prolongarlos o buscar su acomodo en lo habitual, Blanco entrega al lector la crónica de un mundo devastado que ha trascendido ya sus propios signos y precisa —si no recuperarlos— abandonar el círculo en que se convirtieron:

el mundo estaba listo
……….para darnos la espalda […] en la oscuridad más alta…
hay un lugar para nosotros…
así que salimos a buscar
nuestro consuelo…

salimos a buscar
……….salimos a buscarnos
……….más allá de los nombres
salimos a buscar
……….y desde entonces
……………solo buscamos salir

La pregunta inmediata, surgida desde el fondo de la encrucijada, es qué ruta seguir o a qué aferrarse en este territorio donde todo parece acusar las señales de infinitos derrumbes. Si la tierra, correlato velado del lenguaje, “se sigue degradando” es posible que nada resulte tan urgente como emprender un viaje no hacia lo interior, sino hacia las afueras, hacia la periferia donde pueden nacer, y de hecho empiezan, las coordenadas de lo inesperado:

hay una verdad
……….más allá del horizonte de la poesía
hay un lugar que nos espera
……….con la paciencia de todos los astros
……….y el corazón lo sabe
allí hemos de volver
……….tarde o temprano
……….para partir de nuevo
……….con el cuerpo colmado
……….por nuevas interrogantes

Dicha abertura, la del presentimiento, es tanto una esperanza como una invitación a la metáfora. La poesía, ciertamente, surge de una carencia, pero su cometido es ir tendiendo redes que puedan acortar la brecha que separa el allá del ahora. En ese aspecto, el libro puede verse como un largo periplo en pos de “ese lugar que nos espera” y al cual, de una manera o de otra, habremos “de volver”. Su fuerza evocativa reside, sin embargo, en el hecho inusual de que su más allá no está en las palabras ni en lo que de continuo se entiende por poesía: se trata, en realidad, de una aspiración a otro lenguaje o, más puntualmente aún, a una forma distinta —personal— no ya de las palabras como de su intención y de su contenido:

si acaso pudiéramos
……….hablar de la lluvia
……….del fuego inolvidable
……….del poema perfecto
……….de los árboles desnudos
……….al extremo opuesto del lenguaje
……….a ti que me escribes mientras te escribo
……….que me lees y me perdonas la impaciencia
……….me escribes y me dices que no es cierto…
……….en un orden íntimo y preciso
……….que sólo otro solitario comprende
……….desde su desasosiego intransferible
……….de su gana loca de decir cada vez menos

Pero ¿cómo fraguar una contradicción? ¿Cómo poder tocar el otro extremo, pedir esa “otra forma de lenguaje /no con palabras /con viento /con luz”, sin pronunciar primero viento y luz? Estimo que es aquí, ante lo perentorio de su apuesta, donde cobra sentido el título del libro, donde se nos revela la secreta potencia de su ambigüedad. No es que sea necesario dinamitar los signos, ni que, para excederlo, el poeta precise deformar el lenguaje hasta obtener de él algo más musical que inteligible; debe —eso sí— vaciarlo y luego descender más hondo en el vacío para atisbar, al fin, “la íntegra bóveda /de ese canto /que los dioses /nos construyeron con su silencio”. Sólo por esa vía, la del canto desierto, aquel que ha renunciado hasta a sus propios mitos, se puede revelar lo que hay en la otra orilla, detrás de la cortina del lenguaje; se puede conquistar “esa oscura verdad /que mana a borbotones /desde el siseo de la herida”:

…todo pasa aquí
……….sí          así
……….en el centro
……….en esta página
y tú estás dentro [lector] ……….moviendo estas palabras
……….de lugar
……….acrecentando los límites
……….del reino de las sílabas…
la vida es todo esto
……….que no está aquí
……….y no está en ninguna otra parte
……….sino aquí
siente palpitar
……….la estrella de esta paradoja
……….en tus pupilas

¿Por qué cantar entonces? Si todo, al otro lado, es artificio, un fabuloso engaño colorido; si la poesía no puede más que la paradoja de sus medias verdades, ¿por qué no retirarse? ¿Para qué disponer de las palabras? ¿Dónde está su razón y su necesidad? “Desde que comenzó esta historia” —dice la voz poética— “hay allí un árbol… /un pájaro que canta solo /para redondear /el invisible anillo /de compromiso /pues desde que comenzó esta historia /hay un compromiso”.

Es posible que ninguna otra imagen condense, con tal exactitud, lo que a mi parecer está en el corazón ya no sólo del libro, sino de la poesía de Alberto Blanco. El arte, la palabra poética, no tiene más confín que su misterio, ni más utilidad que el compromiso, esa forma velada de aludir al intento de nombrar lo que excede a los nombres y a los hombres. Desde esa perspectiva, es fácil entender que la propuesta no consista en buscar un lenguaje homogéneo, sin fallas ni aberturas; por el contrario, se trata de alcanzar el otro extremo con la plena conciencia de que, si bien no hay nada —nada más que “la página en blanco del instante”—, corresponde al poeta mostrar esa carencia por si, a través de ella, conquistara una forma de hablar sobre el misterio, de entregar a los otros la Poesía aun desde el espectáculo de su retirada:

aceptémoslo
……….no hay nada
……….más que el cielo azabache
……….y esa pared que alguna vez fue blanca
no hay nada más que esos zapatos
……….deformados
……….al pie de la cama…
……….flores secas / reliquias pintadas
……….que no sacian el hambre del año
y en medio de la noche
……….la certeza
……….de que esta ceguera
……….es la luz

No es gratuito que, en su última página, el editor incluya una leyenda que se refiere al libro como “culminación de la obra poética” de su autor.  Y si bien es difícil agotar ese caudal de líneas y lecturas que, como la forma misma, se abren y se cierran en sus versos, no creo muy arriesgado sostener que, tras su largo viaje por la literatura, Alberto Blanco ha conseguido una aproximación a ese libro ideal con que a menudo sueñan los poetas; un libro que corona tanto sus obsesiones como un modo de hacer y entender la poesía. Una poesía que mira hacia la incertidumbre sólo para enseñarnos que todavía podemos ser misterio, que “no hay /de cierto /nada, que “no hay /nada /desierto”.

 

Mayco Osiris Ruiz (Xalapa, Veracruz, 1988). Poeta y crítico. Ha publicado en revistas como Sibila, Palimpsesto, Literal. Latin American Voices y Letras Libres. Es autor de El revés de esta luz (Taller Ditoria, 2015). Twitter: @MaycoOsirisRuiz

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Posted: October 22, 2024 at 10:14 pm

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