Essay
Regreso a casa
COLUMN/COLUMNA

Regreso a casa

Malva Flores

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El día de mi aventura todo empezó con una “calma chicha”, que es la forma clásica de inicio cuando uno va a emprender una aventura. Un día antes se había abierto una nueva plataforma, Threads, y miles huían despavoridamente de Twitter porque Elon Musk, su dueño, había hecho estragos en ese mundo que ya había tomado, para muchos, el lugar del café, la sala de su casa, etcétera.

Las redes sociales son un mar nada proceloso y más bien lleno de apocalípticos monstruos que habitan las profundidades de ese océano y de pronto aparecen en la superficie llamados por el número de likes, corazoncitos o estrellitas que los usuarios —esa informe masa de rostro deslavado— les otorgan. Entonces conocemos el fondo de su ira, la boca horripilante que nos quiere tragar y no como a Jonás, ni siquiera como a Pinocho, aunque sí compartimos con ellos la enorme culpa de haber fallado a nuestra misión. Nos devoran los monstruos que nosotros mismos creamos pensando que buscábamos el bien. (“El bien, quisimos el bien: / enderezar al mundo. / No nos faltó entereza: / nos faltó humildad. / Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia”).

No sólo nos faltó humildad, le refuto a Paz desde mi silla: nos sobraron toneladas de estupidez, aunque sé que me desvío. Desde mi silla veo el mundo a través de una pantalla. Qué espectáculo extraordinario. Me asomo por uno de los portillos de mi nave, imaginando que se abrirán frente a mí las maravillas que observaron Pierre Aronnax y Ned Land cuando Nemo abrió ante sus ojos los misterios de la Atlántida o la vez que observaron a un pulpo gigantesco de cerquita: apenas separados de aquel monstruo por el cristal prodigioso del Nautilus. Lo que observo son miles de palabras, conversaciones que no me atañen, pero quiero creer que sí, que estoy en el ajo de la conversación con nadie.

El día de mi aventura todo empezó con una “calma chicha”, que es la forma clásica de inicio cuando uno va a emprender una aventura. Un día antes se había abierto una nueva plataforma, Threads, y miles huían despavoridamente de Twitter porque Elon Musk, su dueño, había hecho estragos en ese mundo que ya había tomado, para muchos, el lugar del café, la sala de su casa, etcétera. Los que aún permanecían, como yo, veíamos la desbandada, los adioses tempranos que creímos definitivos. Y empecé a sentir una angustia indecible. Me quedaría sola, sin amigos con quienes platicar. Esos eran mis pensamientos cuando apareció en el horizonte de mi TL el espanto en forma de un video infiltrado de Tik Tok, plataforma a la que me he negado a entrar como defensa última. Una joven lectora cuyo username es @noxefa, hablaba casi llorando sobre Crimen y castigo. Su “crítica” decía lo siguiente:

Que alguien me explique qué necesidad de algunos autores de poner animales en los libros. Estoy leyendo Crimen y castigo y hay una parte en donde se explica, se narra, una escena de maltrato animal en donde es muy explícito. Y son hojas, muchas hojas, contando relatos de maltrato animal. Lo malo es que yo —o sea no es malo— pero yo utilizo muchísimo mi imaginación; entonces yo siento que estoy rodando una película en mi mente y ahora estoy traumada. Que si bien estoy disfrutando la lectura y no puedo quitarme de mi cabeza todo lo que leí, no sé cómo procesar esto, porque no puedo dejar de imaginarme todo; porque sé que son cosas que a día de hoy [sic] aún ocurren. Entonces no sé. ¿Qué hago? no sé. Creo que si un autor quisiera utilizar algún suceso para poder utilizar como metáfora o para describir x cosa, no sé, psicológicamente hablando, sobre un personaje, ocupa objetos, ¿okay?, no animales en situación de maltrato. Eso es una preferencia personal, pero es que no entiendo por qué hay que hacerlo así. Estoy más traumada y me impactó más ese suceso que el principal que tiene relevancia en esta historia.

Avisa Tik Tok, que @noxefa tiene 60.6K seguidores. En el video, la chica aparece con un atuendo parecido a un pijama y su visible alteración a la hora de hablar me dejó muda y con ganas de salir corriendo. Recordé la escena cuando Raskólnikov sueña con la espantosa muerte del pobre caballo a manos de unos campesinos borrachos, atrabiliarios y crueles, escena que, descrita en los primeros capítulos de la novela, no dura tantas páginas como la joven ¿lectora? sugiere, pero que sí es —afortunadamente para la literatura— una escena brutal: metáfora de la novela, es decir, de la vida, y prolegómeno del asesinato de Aliona Ivanovna. En ese momento recordé lo que yo me preguntaba en la adolescencia sobre esa obra de mi amado Dostoievski, mi debate interior sobre si era mejor la verdad o la mentira. Me pregunté, entonces, si @noxefa habría leído el resto de la novela o si, horrorizada por el dolor del mundo, había huido al país de los sueños, al de la bondad sin mancha, con todo y su piyama de flores.

Después de escuchar aquel espanto producto del wokismo más pedestre decidí que era hora de abandonar Twitter —hoy “X”— y me di de alta en Threads. No tengo la capacidad para describir lo que ahí observé: cuerpos y cuerpos, sudorosos, bien expuestos; brazos y piernas aceitados, dientes, muchos dientes, bikinis, tatuajes sobre músculos color sandía, hordas de influencers (muchos también en piyama o casi desnudos, en posiciones ridículas). La única imagen que puede comparársele es la escena de una película malísima, pero aterradora: cuando miles de zombis suben, unos sobre otros, gesticulando, por encima de una muralla en World War Z. Lo último que logré pensar en ese momento de terror intenso fue “¡y estos seres pueden votar!”

Aunque supe que era culpa del “algoritmo” (ahora todo es culpa suya), salí de allí despavorida. En mi frenética carrera virtual choqué, en la real, con el librero. Se me presentó un libro en forma de salvoconducto. Era el discurso de Salvador Elizondo cuando ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua y allí leí: “A punto de saltar a tierra puedo ver el reflejo de una figura simbólica que preside sobre la vocación de los hombres y de las obras de la literatura: la de una vuelta al origen, la del regreso a casa”.

Volví a “X” todavía temblando. Aunque se avecinan nuevos éxodos (y aparentemente tendremos que pagar para ver a nuestros conocidos en la casa), mis amigos también estaban de vuelta.

 

Malva Flores es poeta y ensayista. Autora de La culpa es por cantar. Apuntes sobre poesía y poetas de hoy (Literal Publishing/Conaculta, 2014), Galápagos (Era, 2016), A extraña línea quebrada (Literal Publishing, 2019) y Sombras en el campus (Bonilla, 2020). Su libro más reciente es Estrella de dos puntas (Planeta, 2020), por el que obtuvo el Premio Mazatlán y el Premio Xavier Villaurrutia. En 2022 recibió el Premio Internacional Alfonso Reyes. Es columnista de Literal Magazine. Twitter: @malvafg

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Posted: October 12, 2023 at 9:39 pm

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