Fiction
Underground

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Mélani Flores

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Unos segundos después de que se oyera un sonido en el andén, se abrió la puerta del tube y, mientras Madison oía a lo lejos el altavoz que repetía please mind the gap, con el pequeño Jimmy de la mano se abrió paso a empujones entre los pasajeros que —como ella— querían subir y los que ya estaban arriba del tren, hasta que finalmente entró al vagón. Era la hora pico y los trenes estaban llenos. Este era el cuarto que estaba repleto y lo habría dejado pasar, si no fuera porque no debía llegar tarde otra vez a su trabajo. El regaño en esta ocasión terminaría en algo definitivo y no podía permitírselo. Adentro no había un asiento libre, pero alguien les dejó el lugar y antes de que las puertas se cerraran ya estaban sentados. En el tren hacía calor —sobre todo comparado con el aire frío de la calle—, aunque como se acostumbra, nadie se quitaba el abrigo, el suéter o gorro adentro del tube, independientemente de la temperatura que hubiera. Esta vez ella lo habría hecho con gusto, pero no había lugar para quitarse la chamarra. Era su favorita —roja, brillante, acolchada y oversize— y le quedaba perfecta a las mallas rosas de punto que llevaba puestas. Bajó la mirada para comprobarlo, mientras su compañera de asiento le sonreía a Jimmy que —de rodillas en el asiento en medio de ellas— miraba pasar las estaciones y manoteaba en la ventana. Madison vió que las mallas se le habían descosido un poco cerca del tobillo. Nadie lo iba a advertir, pensó. Quería verse bien. Tenía algo así como una cita. La primera desde hacía ya mucho tiempo. Últimamente platicaba a la hora del descanso con uno de los chicos que trabajaban en el almacén y, en caso de que ese día también lo viera, las mallas eran justo lo que debería traer puesto.

Con ayuda del celular revisó que las pestañas postizas que se había puesto a toda prisa antes de salir de la casa estuvieran en su lugar y aprovechó para mandarle un beso a la cámara, al tiempo que se tomaba una foto. De pronto, oyó claramente la voz de una mujer: Si ves algo que no se ve bien, habla con el personal o envía un mensaje de texto a la policía. Nosotros lo arreglaremos. See it. Say it. Sorted! Era el anuncio de la seguridad del transporte. Así comprendió que la música que iba escuchando en sus audífonos había parado. Pensó que quizás había apretado algo por error en el celular al tomarse la foto, o que había sido Jimmy cuando quiso jugar con él, pero no. A lo mejor sólo se había acabado la batería de los audífonos, pensó. Desde hacía unos días, se desconectaban y se descargaban más rápido de lo normal y, aunque tenía años de usarlos, le habían costado una fortuna y esperaba que funcionaran por más tiempo. Intentó sincronizarlos una vez más con el celular y nada. ¡Carajo!, pensó y deseó que sólo fuera la batería. Volvió a ver la hora y supo que había perdido mucho tiempo en el andén intentando subirse al tren, sin embargo, si se apuraba, podría llegar a tiempo al trabajo.

Please stand clear at the door, escuchó claramente decir a la voz del tube al cerrarse las puertas del tren antes de arrancar. Madison inspeccionó la foto que acababa de tomarse y decidió que tenía que repetirla, pero ahora se aseguró de que el pelo estuviera en su sitio. No hacía falta ponerse el corrector para las ojeras, pensó. El filtro sería suficiente. Una vez que su mirada crítica aprobó la nueva foto, decidió compartirla en cuanto tuviera señal. Fue cuando recordó las fotos que le había enviado su amiga. El grupo se había reunido los días anteriores en el pub y, al parecer, la habían pasado muy bien. Emma le escribió que James y Chloé se besaron. De broma, decía. No era nada serio. No debía preocuparse. Ahí estaba ella para cuidar sus intereses. También mencionó que la noche anterior se quedó a dormir con Emily, aunque en su casa había dicho que estaba con ella, por lo que le pedía que, si se encontraba a su mamá por casualidad, no la delatara.

A Madison, más que el beso de James y Chloé le molestó lo de Emma. La relación que había tenido con él se había acabado y ahora, a lo más, entre ellos sólo quedaba Jimmy. Pero Emma era su mejor amiga.  No le irritaba que la usara como coartada —muchas veces las dos lo habían hecho—. Lo que no le gustaba era la relación que tenía, cada vez más cercana, con Emily. No nada más se juntaban en la escuela ahora que Madison la había tenido que cambiar por el trabajo, sino que, además, se había unido al grupo que salía por las noches. Entonces decidió hablarle a su amiga cuando terminara de trabajar y, si su madre aceptaba quedarse en casa con Jimmy, podría verse un rato con ella para platicar.

El tren cerró las puertas, pero antes de arrancar las volvió a abrir y se oyó un anuncio. En esta ocasión era un hombre —probablemente real— disculpándose por el retraso y explicando que debían esperar unos momentos en la estación antes de seguir. El servicio se restablecería en unos cuantos minutos. Madison volvió a ver la hora. Se estaba haciendo tarde y el tren no arrancaba. Si no lo hacía rápidamente no le iba a dar tiempo de pasar a casa de su tía a dejar al niño para luego correr hacia el trabajo. Primero pensó en salirse y cambiar de línea, aunque decidió no hacerlo. Tardaría más. De nuevo vino un anuncio, así que se esforzó por escuchar las palabras del hombre y de esta forma saber si llegaría a tiempo. Por desgracia, era la voz de la mujer del tube que, como en casi un tercio de las estaciones, repetía: See it. Say it. Sorted! Algunos de los otros pasajeros se desesperaron, salieron del tren y cuando Madison había decidido seguirlos, el anuncio que esperaba llegó. El tren estaba listo para partir y las puertas se cerraron.

En la siguiente estación entraron muchísimas personas. El calor subía y ella, detrás de sus audífonos que no funcionaban, con la mente en sus amigos, sintiéndose asfixiada, engullida por ese mundo paralelo en el que ahora vivía y sin saber cómo remediarlo, escuchaba los anuncios del transporte público de Londres. Una estación más. La suya era la que seguía, entonces bajó a Jimmy del asiento y se paró. Sintió que sudaba debajo del maquillaje y aunque, con cuidado, quería quitarse la humedad que se le había acumulado arriba del labio superior, no tenía una mano libre. De cualquier forma, debían bajar ahora, así que —desesperada—, de manera instintiva se limpió con el hombro. Afuera del vagón, vio con tristeza el maquillaje embarrado en su brillante chamarra roja. Frustrada, siguió a la muchedumbre hacia el fondo del andén con el pequeño que caminaba a tropezones delante de ella, hasta llegar a otro túnel que la condujo a las escaleras eléctricas que la llevarían al nivel de la calle. Hubiera querido subirlas a toda prisa del lado izquierdo como antes, rebasando a todos los que —parados del lado derecho— dejaban que la máquina los subiera lentamente, pero ahora ni siquiera eso podía hacer. Así que, con desesperación y la mirada fija en las personas de hasta arriba de la escalera, dejó que el aparato los llevara junto con viejitos y maletas, mientras escuchaba otra vez a la mujer con los anuncios del transporte asegurando que solucionarían los incidentes que se reportaran. Una vez arriba, tan rápido como pudo caminó por el último túnel siguiendo la señal de salida.

Ahí, justamente en la estación y antes de los torniquetes, entre las cabezas de las personas que marcaban sus boletos al salir, Madison vio a lo lejos que la cabina de asistencia, donde normalmente hay alguien del personal del transporte para ayudar a los pasajeros, estaba vacía. La observó por unos segundos mientras avanzaba despacio, en silencio, detrás de las personas que, en orden, hacían cola para salir de la estación. Cuando llegó a la cabina, comprobó que no había nadie y que la puerta estaba ligeramente abierta. Entonces —sin pensar— la abrió y sentó a Jimmy en el banco, pues le quedaba muy alto y no podía hacerlo solo. Le dijo unas palabras que nadie escuchó gracias al ruido silencioso de la muchedumbre en movimiento, le dio un beso en la cabeza y cerró la cabina. A través del vidrio, el pequeño vio como Madison se volteó en dirección de la puerta y el gentío la llevó rápidamente hacia los torniquetes y finalmente la salida.

En la entrada de la estación Madison aspiró el aire fresco. Reconoció al empleado del servicio de transporte por el chaleco que llevaba —estaba fumando justo en la puerta de la estación—. Se le acercó y recordando las palabras del anuncio de seguridad, le dijo que había visto algo extraño en la cabina de asistencia que requería su atención. Le habría dado sus datos cuando el hombre se los pidió, pero no lo escuchó —sus audífonos se habían conectado finalmente y reproducían una canción a todo volumen— y, además, tenía prisa. Iba llegando tarde. See it. Say it. Sorted, repitió mientras salía.

 

Mélani Flores (CDMX, 1968) estudió Ingeniería en computación. Posteriormente realizó una maestría ejecutiva en administración de empresas en Inglaterra en el Henley Business School, University of Reading. Durante más de treinta años se ha desempeñado como consultora de negocios en Europa y América trabajando para importantes firmas globales de consultoría. Desde 1997 radica con su familia en Alemania. Puedes encontrarla en X-Twitter: @Melani_FG


Posted: November 18, 2024 at 11:49 pm

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