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Estados Unidos: víctima de su propio éxito
COLUMN/COLUMNA

Estados Unidos: víctima de su propio éxito

José Antonio Aguilar Rivera

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Los norteamericanos tienen mucho que aprender de México y otros países que han transitado de regreso al autoritarismo. Harían bien en mirar ahí con detenimiento.

Para imaginarse cómo podría ser la democracia los mexicanos históricamente han mirado al norte. Después de todo, el gobierno representativo se originó en Estados Unidos y Europa. El norte no sólo era un modelo; era también un muestrario de lo que podía esperarse de ese sistema político. Lo notable es que hoy los norteamericanos harían bien en mirar al sur para hallar claves sobre el posible futuro de su democracia. Dos cosas destacan en los análisis sobre el regreso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. La primera es lo que podríamos llamar un aggiornamiento del peligro que representa este personaje para el régimen democrático. La segunda es una falta de imaginación comparativa.

Aunque muchos norteamericanos lamentaron el advenimiento del segundo periodo presidencial de Trump el ambiente, más que catastrófico, era de resignación dentro de la normalidad. Ya nadie parece muy alarmado por el regreso al poder de un político que dio múltiples pruebas de deslealtad democrática: desde las falsas acusaciones de fraude electoral hasta la incitación a la insurrección en vísperas de que dejara el poder. Hay múltiples explicaciones de este fenómeno. La primera es que lo que parecía una anomalía en 2016 demostró ser la nueva política normal. En 2024 Trump ganó la mayoría del voto popular y su victoria no sólo se debió a los hombres blancos sino a una variada coalición que  incluyó a latinos, afroamericanos y asiáticos. El republicano ganó en distritos tradicionalmente azules. Pocos niegan ya que Trump fue el receptáculo del enojo y los anhelos de muchos norteamericanos. Los propios demócratas entendieron tarde que era un error calificar a la mitad del país como “deplorables”. Así, Donald Trump adquirió, irónicamente, entre 2020 y 2024 una legitimidad política indudable a pesar de ser un criminal convicto.

La segunda razón tiene que ver con la paradoja de las democracias en peligro. La paradoja radica en que si una democracia enfrenta exitosamente un riesgo existencial entonces retrospectivamente se descuenta el peligro. Si el régimen democrático sobrevive entonces el riesgo no debió ser tan serio después de todo. Ello lleva a minimizar amenazas futuras, sobre todo aquellas de carácter estructural. Lo único que pareciera confirmar una amenaza existencial es el quiebre mismo de la democracia ex post. Así, la democracia es víctima de su propio éxito porque éste oculta o impide ver sus propias debilidades. Tal vez la supervivencia de la democracia se debió a la casualidad o a la suerte y no a la fortaleza de las salvaguardas del sistema.

Si Trump perdió la elección en 2020 y la democracia norteamericana sobrevivió se sigue que entonces no hay nada de qué preocuparse en los próximos cuatro años. Quienes así piensan aluden a las dos salvaguardas de la democracia: las verticales y las horizontales. El control vertical lo ejercen los votantes en las elecciones. Si un autócrata amenaza a la democracia, los electores intervienen para frenar el proceso. Eso hicieron en 2020 los votantes cuando sacaron a Trump del poder. Mal que bien,  frenaron el proceso de autocratización en Estados Unidos. Por otro lado, el control horizontal lo ejercen las cortes y el congreso. Trump encontró bastante oposición judicial en su primer mandato, no hay razón para que ésta desparezca en su segundo.

Creo que el éxito de estos dos mecanismos enmascara sus debilidades. Un edificio puede sobrevivir un sismo intenso y sin embargo sufrir daños estructurales significativos a pesar de haber quedado en pie. No es una casualidad que, en términos comparativos, los mecanismos verticales y horizontales han sido insuficientes en la mayoría de los países que enfrentan procesos de autocratización. Que las elecciones y los tribunales sean un freno efectivo a estos procesos es más bien la excepción que la norma. Los optimistas olvidan que la transferencia de poder en 2020 no fue pacífica ni normal. Personas perdieron la vida en la asonada al Capitolio. La voluntad de desconocer las elecciones estaba ahí. Los políticos que desconocen elecciones democráticas buscarán en el futuro desarticular las instituciones imparciales que garantizan procesos electorales confiables. No hay razón para creer que Trump o los Estados Unidos son diferentes. Los norteamericanos tienen mucho que aprender de México y otros países que han transitado de regreso al autoritarismo. Harían bien en mirar ahí con detenimiento.

De la misma manera, Trump en su primer periodo no tenía la mayoría en ambas cámaras del congreso ni había intervenido en la conformación de la Suprema Corte de Justicia. Aquí los analistas muestran una ingenuidad teórica. Creen que aunque haya gobierno unificado los incentivos del sistema de separación de poderes bastará para contraponer y controlar a un Ejecutivo autocratizante. Los indicios de que Trump estaría dispuesto a desacatar los mandatos judiciales son claros. El control que ejerció sobre el partido republicano desde fuera del poder fue enorme. Creer que un congreso de mayoría republicana se le opondría es extremadamente optimista. Sólo hay que recordar la experiencia de décadas de un régimen como el mexicano en el cual se anularon efectivamente los contrapesos constitucionales.

En estas circunstancias entender a la democracia de manera minimalista es muy útil. La democracia es un régimen en el cual los partidos políticos pierden elecciones. Lo cierto es que muchos de los programas anunciados por el presidente Trump, incluida la deportación masiva de inmigrantes indocumentados, no pondría en riesgo el carácter democrático de ese país, entendida la democracia en estos términos. Lo que pondría en riesgo la supervivencia de ese régimen sería un cambio estructural en las condiciones de la competencia política de forma que hiciera muy difícil derrotar al partido en el poder. Eso es lo que ha ocurrido en México y otros países. ¿Podría ocurrir en Estados Unidos? Si el aparato de impartición de justicia se utiliza de manera facciosa para impedir que los opositores contiendan exitosamente por el poder estaríamos en ese escenario. Si las cortes son incapaces de impedir tales acciones también. Intervenir el sistema para impedir que los adversarios puedan competir exitosamente no es imposible, sobre todo en un sistema poroso como el norteamericano. Eso y una sólida mayoría electoral podrían transformar críticamente la naturaleza del sistema político de los Estados Unidos. Si ese país seguirá el camino de la autocratización es una interrogante abierta y sólo lo sabremos cuando Trump lleve al sistema democrático de su país hasta sus límites.

José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1

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Posted: January 20, 2025 at 9:37 pm

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