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8M: fuimos todas. Somos todas
COLUMN/COLUMNA

8M: fuimos todas. Somos todas

Miriam Mabel Martinez

No dejan de pasar contingentes. El dron fotografiará menos de las que somos. Las cámaras individuales captarán la verdadera dimensión mientras las de los medios se enfocarán en el desorden. Antes la injusticia que el desorden.

8:00 El paseo canino es distinto. O quizá soy yo. No. Somos todas. La complicidad ya no es secreta. Una mascada morada, un paliacate verde. Vestimentas negras. Playeras con mensajes políticos. La ternura radical está en las calles. Llego al café de siempre y las clientas y las chicas de la barra nos sonreímos. Estamos listas. ¿Vas a ir a la marcha? Las respuestas son corporales: alzar el puño con una banda verde, mostrar la playera morada, una parroquiana nos regala stickers: “Aborta tus prejuicios”. Tenis, faldas, playeras, pantalones o vestidos morados, accesorios verdes. El día tiene otro matiz.

Un despistado rompe la complicidad: “Felicidades a todas las mujeres, ¿cuándo es su marcha, el domingo? Nos miramos con ojos de papel volando y con sorna respondemos al unísono: “Hoy”. Una samaritana le explica que el 8 de marzo no se festeja, sino “se conmemora”; acto seguido le agradecemos la felicitación. Alguien más le explica detalladamente que es una marcha de larga duración, que hay rodadas ciclistas, que unas se han citado desde el mediodía en distintos puntos: la Ángela de la Independencia, el Monumento a la Revolución, la Glorieta de las Mujeres que Luchan. “¿Dónde es eso?”. Nos miramos y en voz en off nos echamos la bolita: “¿Le explicas tú o yo?”. Donde está el hotel Fiesta Americana, le contesto, otra agrega pacientemente, “en la que antes era de Colón”. Responde con una onomatopeya: “¡Ah!”. Sonreímos. Es tiempo que las mujeres expliquemos cosas.

10:00 Me apuro. Siento la emoción que sentí cuando fui abanderada en mi primer año de primaria, y como entonces preparo mi vestimenta. Mientras busco mi blusa morada tejida pienso lo privilegiada que soy, y por eso mismo siento la responsabilidad de participar en la marcha. Es por mí y por todas mis compañeras. He tratado de hacerlo desde mi época universitaria. Para mí manifestarse es una responsabilidad social y una muestra de empatía, es contribuir en representar a quienes no pueden asistir porque viven lejos, porque viven violencias, porque tienen que trabajar, porque no tienen redes de apoyo, porque no les alcanza o porque no tuvieron opciones y el deber social se impuso en su cotidianidad, como le sucedió a mi madre. Suena mi celular. Es ella: “¿Vas a la marcha?”. Sí, respondo. “¡Qué bueno! Te cuidas mucho”. Los tiempos sí cambian, y mi madre en su silencio ha ido liberándose de las violencias vividas al ir reconociéndose en las experiencias de otras mujeres aún más jovencitas que su nieta y que, por fortuna, ya tienen el vocabulario para expresar los abusos. Pero la lucha sigue, sigue, y fechas como esta nos recuerdan la importancia de no bajar la guardia. Es nuestro deber, como escribió Simone de Beauvoir, mantenernos atentas y alerta. Es emotivo ver a las jovencitas hablar de sus cuerpas con orgullo y en un homenaje a sus abuelas seguir combatiendo para acabar con la invisibilización de la violencia contra las mujeres. Sé que mis acciones no podrán borrar lo que vivió, también sé que nunca los podrá pronunciar ni siquiera del todo lo que le ha pesado los sometimientos sociales, pero sí sé que el saber que otras hablan, que otras luchamos, la curan y esos reclamos se vuelven un arrullo en su vejez. Una sororidad anónima, cálida, tierna la abraza. Y es esa misma sororidad la he visto consolidarse con el paso de los años en las calles.

13:00 Estoy impaciente. Aún tengo unas cosas que terminar. Advertencia: después de las dos, no cuenten conmigo. Confirmo con una amiga encontrarnos en la Glorieta de las Mujeres. Ella también está impaciente, es su primera marcha con su hija de 13 años, Camila. Pienso lo que me hubiera encantado asistir a una con mi mamá, así como lo ha narrado la artista feminista Mónica Mayer. Quizá por eso me emociona hoy acompañar a dos amigas con sus hijas. Sofía, la hija de Angélica ya es preparatoriana y hoy es su cumpleaños; desde unos años ella ha decidido que ésta es su celebración, así que llegarán a la cita con sus amiguitas. No habrá pastel, pero sí muchos carteles, flores, baile y gritos.

13:30 Sombrero, bloqueador, agua, tarjeta de movilidad, identificación, celular, doscientos pesos. Antes de la marcha, comeré con Sally, mi compinche Lana Desastre; luego nos reuniremos con Claudia, otra de la colectiva, y amigas varias para después reunirnos con nuestro contingente que una vez más es un apéndice de las Restauradoras con Glitter y APIS Fundación para la Equidad; sin embargo, mientras camino rumbo a la estación del Metrobús entiendo que por hoy todas pertenecemos al mismo contingente. En cada esquina o cruce alguien se une, nos delatamos por los colores, por los sombreros, las pañoletas, los puños verdes, los maquillajes, sobre todo, por el paso apurado. Queremos llegar ya.

13:45 Pasa un primer autobús, luego otro y otro, van repletos. “Por manifestantes sólo se dará servicio hasta Durango”. Se abre la puerta, nadie baja, todas subimos y nos apretujamos para que entremos más. Muchas hijas universitarias con sus madres. Muchas mamás jóvenes con sus hijas pequeñas. Muchas adolescentes con sus primas, amigas, tías y vecinas. Ahí adentro pegaditas sabemos que no vamos solas. Me dan ganas de gritar “¡Alertaaa!”, me contengo, no quiero espantar al chofer ni a los usuarios del género masculino que van callados. No creo que calladitos se vean más bonitos. El silencio no se lo deseo a nadie, pero hoy es nuestra conmemoración y me encantaría que en lugar de observarnos, nos escucharan más y se atrevieran a preguntarnos sobre esas cosas que dan por hecho. Ya será.

14:15 Me bajo para llegar a mi primera cita. Atravieso la calle y me siento como George Orwell al inicio de Homenaje a Cataluña, una felicidad parecida que narra mientras deambula por una ciudad donde todos parecen pertenecer a la clase obrera, la siento hoy al transitar entre mujeres sin miedo. No hay izquierda sin feminismo. O no debería. Mientras el semáforo está en verde, el relato de Orwell y el mío se empalman. Rojo. En un mundo tan desigual las diferencias sociales brotan en cada esquina y, sin embargo, en los feminismos que caminamos hoy la interseccionalidad nos cruza y nos entreteje.

No fuimos las únicas a las que se les ocurrió comer un caldito antes de la marcha. Sin duda, somos privilegiadas. Le pregunto al mesero si puedo conectar mi celular.

15:00 La cuenta. El mesero me regresa mi celular con un postit: 8M, un distintivo que me da orgullo. Tengo un chingo de WhatsApp. “¿Dónde estás? Ya vamos en camino. Me mandas tu ubicación. Allá nos vemos. ¿Cuánto te falta?”. Esa impaciencia se siente en las otras comensales o en las chicas que aprietan el paso o las que buscan la sombra o las que en cada esquina agitan las manos, “apúrate”. O las que corren “perdón, todo está muy lleno”, o las que se terminan de maquillar con los colores del día o las que ayudan a otras a colocar las pañoletas para que se lean los mensajes que se extienden a las playeras y a los carteles. Las mujeres hoy somos un libro abierto.

15:30 El barullo se ha extendido por calle de Versalles. La voces forman un enjambre sonoro. Es increíble cómo el hecho de reunirnos nos alegra tanto. Estamos aquí para pelear el derecho a tener derechos, como señaló desde 1949 la Beauvoir. Aún seguimos peleando nuestra habitación propia y exhibiendo la inoperancia judicial y del Estado por combatir la violencia contra las mujeres. “Señor, señora, no sea indiferente se matan a mujeres en la cara de la gente”. Me uno al grito mientras busco a las mis amigas de mi segunda cita. Leo los carteles. La cifra de desaparecidas, de asesinadas no baja. No quiero ni imaginarme cómo era antes cuando la impunidad ni siquiera era el tema porque esos crímenes nadie ni los reportaba ni los notaba, como en el de Merceditas la protagonista asesinada en la película Salón México (1948). ¿Cuántas mujeres al día eran asesinadas? Muchas veces simplemente las dejaban de ver y ya, como en el corto Lola de mi vida (1965) dirigido por Manuel Barbachano Ponce. “Lo dejó y se fue”. Nadie preguntaba a dónde. Una violencia normalizada en los filmes blanco y negro, o feminicidios a color como en El cumpleaños del perro de Jaime Humberto Hermosillo, o resistencias vencidas como en Retrato de una mujer casada de Alberto Bojórquez, o violaciones multitudinarias como en La fuerza inútil de Carlos Enrique Taboada. Un sistema violento y patriarcal como el que exhibe Felipe Cazals en Los motivos de Luz, un cine que contaba ya historias de violencia sin facilitarle a las mujeres directoras y guionistas la posibilidad de contar sus propias historias. Espero a mis amigas y no dejo de pensar en mi madre, en su hermana, en mis abuelas ni en La Sunamita de Inés Arredondo ni en El huésped de Amparo Dávila. Ficciones de la vida real.

16:00 Es tan intenso todo que me siento dentro de una película. Soy una cámara que documenta. Voy recopilando imágenes para armar escenas y luego secuencias. Enfoco los peinados, luego hago acercamientos a los ojos, a las sonrisas a los peinados, accesorios. No hay sonido, sólo los gestos y mi voz en off que acompaña los movimientos de mis compañeras. Estamos bailando.

Ya no. Hemos estado calladas cuando no nos tocaba. Ya no. Adaptarnos por sobrevivencia no es opción. Lo fue, pero ya no. “No era paz, era el silencio”, una pinta que quedará registrada no sólo en nuestras memorias, sino que se integrará a un archivo de frases e imágenes que darán cuenta de los aguerridos años veinte del siglo XXI.

16:00 ¡Miriam!, una voz me saca de mi ficción. Las voces se escuchan más fuerte. Ya estamos las amigas con las amigas de las amigas. Somos 14 y nos debatimos entre esperar a las Restauradoras con Glitter o unirnos al contingente de las chicas de museos que nos acogen. Optamos por lo práctico: avanzar. Ahí está la Monse del Museo Nacional de las Culturas Populares y Cati del Museo del Estanquillo y Jessica del Museo de la Bola todas con sus playeras moradas que señalan su futuro: “Todas a despatriarcar todos los museos”. Antes de que nos demos cuenta ya estamos en el oleaje. “No somos una, no somos, cien, somos un chingo, cuéntenos bien”. Es emocionante escuchar multitud al grito de guerra. Sí. Una revuelta morada y verde llena de tambores y cánticos. Me siento vital.  Así que sin más ahora sí me convierto en megáfono: “¡Alertaaaaa!”, “¡Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina, y tiemblen y tiemblen los machistas, que América Latina será toda feminista!”. Avanzamos y en mi guion hay referencias a la película sueca Las chicas de Mai Zetterling y guiños posmodernos a una Lisistrata que sí quiere la guerra.

16:30 Las hijas de mis amigas irradian alegría. Mis amigas quieren llorar, yo también. Un nudo en la garganta. “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”, las morritas se abrazan. ¡Por fin las mujeres no estamos dispersas entre los hombres! El “quiere llorar” cobra otro sentido, “Chillona, pero chingona”, ¡qué no! Las mujeres ya estamos juntas vivas y difuntas. Pienso en las que no están y la fuerza de todas las que estamos me cimbra. Muchas hemos esperado esto toda nuestra vida y es conmovedor ver que muchas más empiezan su vida acompañadas del grito: “Fuimos todas, fuimos todas”. Somos todas.

17:00 “Abajo el machismo que va a caer, que va a caer; arriba el feminismo que va a vencer”. Paso a pasito nos vamos descubriendo y encontrando. Escucho mi nombre y veo a Thaina, una vecina. ¡Qué explosiva es la posibilidad del hallazgo! “He esperado este momento 11 años”, me grita mientras le alza el brazo a su pequeña hija. Me acerco y por un instante pareciera que nos vemos por primera vez. Es la fuerza femenina. Sé por qué está aquí y sin embargo me intriga.

17:30 Es curioso cómo funciona la mente. Entre los huecos del “no se va a caer, lo vamos a tirar”, se filtra la voz de Nacha Guevara cantando un poema de Mario Benedetti que tanto le gustaba a mi hermana: “Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”; de pronto, aquella canción de amor de pareja en mi recuerdo se transforma en un canto de amor fraternal. Yo quiero a mi hermana, porque ahora sé que su mirada me sembró futuro. Son extraños los caminos de la memoria.

18:00 Tengo ganas de brincar entre los contingentes. Mi amiga Sally está agobiándose, después de la pandemia, las multitudes no son tan sencillas de metabolizar. Claudia propone nos vayamos por la lateral, antes, me acerco a Thaina, me podría ir con la duda, pero prefiero no, así que sin más le pregunto si es su primera marcha. “Vengo desde el 2020. De adolescente tenía un sueño recurrente que era estar junto a una multitud peleando por algo. Luego ya tomé conciencia desde que me convertí en madre de porqué tenía que luchar: yo había sido privilegiada por tener muchos derechos, hasta que fui discriminada en el embarazo en la agencia donde era ya directora creativa. No quería que ser madre me descartara como profesional y a mi hija menos. En ese momento me vino a la cabeza la cantidad de veces que me sentí incómoda trabajando en publicidad al ser mujer y la constante misoginia. También vengo porque llevo años buscando romper estereotipos dentro de la comunicación hacia y para las mujeres. De pronto tomé conciencia del miedo que tenemos las mujeres de hacer una vida sin temor a no regresar. Así que se sumó todo, y la necesidad de querer cambiar las cosas desde mi cancha ya no fue suficiente y salí a marchar. Fue hasta ahora que mi propia hija se sumó ya con total conciencia y quiso ir con sus amigas y maestras. No solo me siento plena, me siento acompañada de nuevo”. La abrazo. “Mujer consciente se une al contingente”.

18:10 Dejo a Angélica y a Mónica con su minicontingente dentro del contingente de las chicas de museos. No me preocupa, porque de las experiencias más gratificantes en las marchas es redescubrir la generosidad “de los extraños”. Aquí nadie viene sola, porque ese prejuicio no existe. “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”. Nadie viene sola y todas venimos solas. Somos una manada que canta y se acompaña. “El Estado opresor es un macho violador”.

 

18:15 Nos paramos en Bucareli para ver la marcha pasar. Sí están haciendo pintas. Sí, están brincando sobre el techo de la estación de Metrobús. Sí están con sus esténciles mientras otras pegan denuncias, mientras otras atascan las paredes de la Esquina de la Información con carteles de “Ternura radical es… amar nuestras cuerpas”; Sí pintan las paredes y los cristales mientras otras hacen un alto para comprar un elote y el contingente de mamás con carriolas descansa. “La que no brinque es macho”. Reforma vibra. Es un desfile de peinados, de atuendos, de creatividad. Sí, hay unas enmascaradas y hay otras que regalan flores, todas rompen estereotipos. Tengo antojo de un elote, pero ya no hay. Me alegra que además les vaya bien a los vendedores. Mascadas de a veinte, aguas de a diez, comida china lista, bicitaxis, papas, tamales, raspados, sombreros. ¡Lleve, lleveeee! En la vendimia veo a Isabel y a su hija María. “Fue su idea”. Me parece un sueño: niñas de nueve años que motivan a sus mamás. Y luego por ahí pasa Paola con Elena de seis y Patricia saltando y Karina tomando fotos. Y no es que la clase media sea muy pequeña, como se decía el siglo pasado para presumir los privilegios frente a otros, sino que cada vez más mujeres entendemos la necesidad de protestar y la importancia de la representatividad. Me da gusto encontrarme con tantas amigas. ¡Ya era hora! Me gusta que le dejen de temer a la calle, que dejen de estigmatizar la protesta, que se atrevan a gritar “Fuimos todas” mientras las anarcofeministas en una coreografía osada nos recuerdan que también tenemos derecho a la ira y al resentimiento.

18:30 No dejan de pasar contingentes. El dron fotografiará menos de las que somos. Las cámaras individuales captarán la verdadera dimensión mientras las de los medios se enfocarán en el desorden. Antes la injusticia que el desorden. A mí el desorden me alienta, lo entiendo como un factor que señala que las cosas se están moviendo, que la política está –como debe ser– haciéndose, exigiéndose y reclamándose en el espacio público. El desorden como el camino al cambio. Aprender que manifestarnos es nuestra obligación; debería ser lo cotidiano, no la excepción. Siempre deberíamos tomar las calles. El orden me asusta.

18:45 Karina pasa fugaz con su cámara. Me siento orgullosa de mis amigas. Isabel se despide, aún deben caminar de regreso, Sally se les une. Las marchas no son una manda. Claudia y yo cruzamos miradas: ¿Hasta el Zócalo? ¡Hasta la Victoria siempre! Sin prisas y con mucha curiosidad nos reintegramos. Es increíble los matices creativos que han transformado y ampliado la performatividad de esta marcha. Una manifestación que la que exigimos justicia cantando y bailando. Unos cánticos tristes, dolorosos que nos provocan sonrisas porque estamos juntas. Un aquelarre. Los tambores suenan invitándonos a bailar, fuera blusas. “Eso, chingonas, estas morras sí me representan”. Perreo. Más batucada. Palos de lluvia. Percusiones. Por allá va la comparsa. Y el sonido de la concha de caracol sumándonos. Un ritual de sanación.

19:00 ¿Por 5 de Mayo o 16 de Septiembre? “La que no brinque es macho”, no quiero fallar, pero como aclara el meme: “¡Ay, mis rodillas!”. No hay red, así que los WhatsApp van llegando como pueden. Decidimos tomar una ruta alterna, caminar por 16 de Septiembre, para luego tomar Gante, o Bolívar o Isabel la Católica. No somos las únicas, la marcha se desborda por las callecitas contiguas. Claudia y yo vamos a nuestro paso, deteniéndonos para admirar las estatuas intervenidas, para ver cómo les regalan flores a las policías (“Hermana, escucha, esta es tu lucha”), para tomar fotos, leer carteles (“Mi posición favorita es yo arriba y abajo el patriarcado”), para aceptar las pulseras naranjas de las mujeres que viven violencia vicaria nos comparten o para comprar los periodiquitos impresos para la ocasión… ¡Hay tanto que ver y escuchar! ¡Tanto por compartir y charlar! Claudia y yo gozamoe el estar aquí, y aquí estamos. Es la segunda que nos acompañamos, la primera fue en 2019 cuando tejimos las “Mantas por la Sororidad”; en 2020 no logramos encontrarnos; en 2021 hicimos acciones virtuales (yo participé en la pieza de Tania Candiani No voy sola), el año pasado cada quien vino por su parte y hoy, sin hacer cita, estamos aquí. Somos generaciones distintas, ella millennial y yo X hemos aprendido a tejer feminismos. Me cuenta que ha participado en las marchas del 8M desde 2017, para ambas es importante participar. “Son representativas. Creo que es muy necesaria la participación de personas en sus diversidades para entender la problemática y el movimiento, razones sobran; en México el movimiento feminista ha sido muy agredido y está súper estereotipado”. Como el tejido, bromeo. Estereotipos que se repiten en los medios de comunicación, “los cuales siguen propagando la imagen de las mujeres ‘malas’, mal portadas, que hacen disturbios y que destrozan. No hay una empatía ni un tratar de entender de dónde viene esa furia ni lo necesario que ha sido la catarsis. Hay mujeres que descargan furia en los inmuebles, y no me parece malo. Para mí no hay conflicto si se ‘vandaliza’ edificios gubernamentales, éstos se mantienen también con mis impuestos y yo estoy contenta de contribuir”. Los inmuebles se limpian, las vidas no regresan. Como ya lo explicaron Las conservadoras, arquitectas y restauradoras con Glitter, estos bienes inmuebles han respondido a la necesidad de conformar símbolos que integran la identidad de sociedades reunidas en un espacio geopolítico; la falta de atención de los gobiernos ante las injusticias, presentes y las ignoradas y precarizadas a lo largo de la historia, nos ha obligado a las mujeres a tomar medidas desesperadas, como la intervención en monumentos (fuimos todas, fuimos todas). Le cuento a Clau, que después de la Marcha del 25 de noviembre del año pasado, mis amigas Daniela y Paulara, de las Restauradoras con Glitter, me compartieron un artículo en el que se cuestiona si el papel del restaurador debe ser neutral o no. ¿Se deben quitar o dejar las evidencias materiales sobre un objeto o un monumento? Nos está dando miedo revisar qué sostiene a esas narrativas que se sostienen a partir de imágenes impuestas como testimonios materiales de una historia que, sin duda, está construida invisibilizando a ciertos grupos –y su memoria– en el afán de sostener el discurso hegemónico. Me duelen los pies. “¿Entonces?”, nos reímos y de pronto nos descubrimos ya en el Zócalo. Una manta verde colgada en el Hotel Majestic, que dice “Fuera Aborto del Código Penal”, nos da la bienvenida. “Ni del Estado, ni del marido, ni del iglesia, ni del patrón, mi cuerpo es mío y solo mía, y solo mía la decisión”, tarareamos las dos.

20:00 Tiene razón Claudia, “para muchas morras es un momento catártico, la mayoría ha sufrido violencia, que no es sólo física, sino esa que nos exige encajar, es una manera de procesar. Estos eventos son muy necesarios, porque se convierten en espacios seguros”. Caminamos entre grupitos de chicas de todas las edades, unas están sentadas comiendo, otras nos piden les tomemos fotos, otras bailan, otras simplemente están ahí acostadas viendo el cielo mientras otras están pintando las vallas de protección que rodean a la Catedral y a Palacio Nacional. Me agrada cómo esas vallas se han transformado en lienzos, en esculturas efímeras. Anochece, los edificios del gobierno local y los hoteles que flanquean al Primer Cuadro se iluminan de morado. “¡Vaya, ya era hora!”, escuchamos a una joven. ¿Una chela? Va.

20:30 Mientras caminamos acompañadas de todas, pienso en las palabras de mi amiga Angélica: “Estoy aquí por un sentido de supervivencia, porque deseo contribuir con mi grito y mi presencia para demostrarle a las personas que no creen en este movimiento que están equivocadas; comprobarles que más allá de banderas políticas, las mujeres sí sabemos organizarnos y protegernos las unas con las otras. Vengo porque cuando marchamos somos libres y porque estoy convencida de que somos la salvación de un mundo en destrucción, de una sociedad en descomposición y ante eso nos resistimos”. Sí, nosotras somos la resistencia.

© Fotos: Karina Morales

Miriam Mabel Martínez es escritora y tejedora. Aprendió a tejer a los siete años; desde entonces, y siguiendo su instinto, ha tejido historias con estambres y también con letras. Entre sus libros están: Cómo destruir Nueva York (Conaculta, 2005); los ebook Crónicas miopes de la Ciudad de México Apuntes para enfrentar el destino (Editorial Sextil, 2013), Equis (Editorial Progreso, 2015) y El mensaje está en el tejido (Futura libros, 2016). Coordinó las antologías Oríllese a la izquierda Mujeres  (2019) y Mujeres. El mundo es nuestro (2021) ambas bajo el sello Universo de Libros. Forma parte del Colectivo Lana Desastre con el cual ha participado en “El Panal Monumental” (2017); un mural tejido para la Central de Abasto (2018); “Manta por la Sororidad” (2019) y “Data: Cambio Meta Tejido” (2019), entre otros. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte.

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Posted: March 12, 2023 at 8:10 pm

There is 1 comment for this article
  1. Moisés Gonzalez at 9:41 pm

    Esa parroquianoa que mencionan al principio de esta crónica, bien pudo ser una de las desafortunadas dueñas de establecimientos o negocios que arrasaron…,al cabo que tenemos un gobierno que se pasa de consecuente y sabe que con cualquier gesto de represión verdadera -como antes- todo mundo se rasgaria las vestiduras, hay que separar muy bien las demandas auténticas de los intereses obscuros que aprovechan ampliamente la situación, las verdaderas luchadoras no parecen caer en la cuenta…

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