Divertimento sobre Los apretados infiernos
Jorge Brash
Título: Los apretados infiernos
Autor: Asdrúbal Flores
Editorial: Universidad Veracruzana
Año: México 2013
Introducción. Allá por el siglo VI a. C., Pitágoras, con el apoyo que le brindaban las matemáticas, postuló que todo es número y que la armonía universal se enseñorea de los astros y la música. Desde entonces la ciencia que no duerme, aunque a veces no falten quienes se empeñan en administrarle poderosos somníferos, no ha quitado el dedo del renglón, traduciendo en fórmulas y ecuaciones el lenguaje de la naturaleza.
Preludio. La novela cuyo nacimiento celebramos hoy, en acatamiento a ignotas circunstancias determinantes, viene disfrazada de misterio policiaco. Pero luego de haberla examinado con los ojos de la imaginación, he podido ver en ella los trazos compositivos de una obra musical.
En las primeras páginas se desarrolla la introducción, en un tempo de obertura francesa, pausado y solemne, en el cual se exponen de manera sucinta los fundamentos teóricos de la partitura que estamos a punto de escuchar. La realidad, nos dice el autor, no importa, “es una bruma tan tenue que el menor soplo de la imaginación puede disiparla”.
Sin embargo, para que el lector consiga meterse de lleno en la trama, es necesario que el novelista se la presente convenientemente aderezada con ingredientes de la realidad, lo que en este caso se consigue de la mejor manera remitiéndonos a la compleja segunda mitad del siglo veinte y principios del veintiuno.
El vasto escenario abarca la agonizante Unión Soviética y el convulso país que nos tocó vivir, si bien, a decir verdad, en un momento histórico relativamente amable. Ese momento cuando en México podíamos ofrecer mejores condiciones de vida a los músicos de allende la cortina de hierro. Unos músicos eslavos y de Europa oriental, en busca de horizontes más amables, cruzan el Atlántico para venir a recalar entre nosotros. Es de todos sabido que gracias a aquel exilio las principales orquestas mexicanas enriquecieron y diversificaron su acervo artístico y humano. Por momentos, el autor nos deja atisbar la realidad mexicana desde los ojos de un músico inmigrante de la ya desaparecida Unión Soviética, músico a quien, a su arribo a la Ciudad de México, lo primero que le llama la atención son nuestras azoteas con sus grotescos tinacos y, más adelante, la gran variedad de frutas. El clima tropical, donde las ciudades nevadas son punto menos que desconocidas, no habrá sido el menor atractivo que les ofrecía este país. Skleranikov llega a México gracias a que las orquestas de acá tienen necesidad de mejorar su planta y ofrecen una oportunidad de superación económica, con el añadido de los palomazos o huesos que, como trabajos eventuales, representan un ingreso complementario.
Para darse una idea de la visión de un exiliado ruso de entonces, nada como las cartas de Amaria a Natasha. Téngase presente que las que siguen son opiniones de una chelista, por lo que llama la atención más que su mirada, su oído de extranjera. Un botón de muestra:
En la calle de este nuevo país se escuchan pisadas con ecos diferentes a los del nuestro. El verano septentrional debe ser acústicamente diferente del trópico… […] Hemos pasado nosotros, los rusos, los últimos veinte años recorriendo demasiados y multiformes caminos: desde brillantes prospectos del Komsomol y ciudadanos de una patria que era la igualdad, la justicia y la luz del mundo, al menos en los discursos oficiales, hasta la triste condición de exiliados en latitudes extremas, bastante diferentes de las nuestras.
Adagio meditativo. No bien abrí la novela, el epígrafe de Witold Kula, el historiador y economista polaco, suscitó una de mis primeras reflexiones: “Hasta que llegue el día en que nos comprendamos bien, tan bien, tan perfectamente bien que nada tengamos que decirnos.” En ese comprenderse al colmo de la perfección asecha la tan peligrosa uniformidad en la opinión y el pensamiento. Diríase que algo peor: el pensamiento anquilosado. Para movernos necesitamos espacio; para pensar, silencio. De manera análoga, la música, la literatura y, salvo la mejor opinión de Asdrúbal, la ciencia misma, no podrían entenderse sin el silencio. La lectura sin reflexión no aporta absolutamente nada. Pensemos por un momento en un caso extremo, el silencio que se hace en la sala de conciertos después de la última nota del Quinteto en do mayor, el último que compuso Franz Schubert. Si a ese silencio sigue el aplauso inmediato, la obra misma se duele ante la incomprensión del milagro musical por parte del infractor. Luego de esa última nota el oyente queda en la absoluta indefensión porque aunque su entorno se empeñe en demostrarle que nada ha cambiado, él mismo, como sujeto de la experiencia estética, ya no está en el mismo lugar al que llegó a sentarse, toda vez que ha sido transportado a una dimensión que si bien poco tiene que ver con la nuestra de todos los días, le confiere pleno sentido a la existencia.
Déjenme contarles algunas resonancias y evocaciones que me ha traído de regalo esta novela. Al igual que su inolvidable protagonista (Nuri Montserrat), conocí al maestro Francisco Savín al principio de la adolescencia. El por entonces titular de la Orquesta Sinfónica de Xalapa ofrecía conciertos dominicales a los que los estudiantes asistíamos pagando un boleto que nos costaba un peso. Y quien no lo llevaba siempre podía colarse al amparo de la indulgente complicidad de los vigilantes de la entrada. En esos conciertos didácticos el maestro Savín nos permitía familiarizarnos con el repertorio clásico y frecuentemente nos daba una probadita de música contemporánea, no sin antes explicarnos los principios fundamentales de la teoría. Había veces en que yo, quien por entonces incursionaba en la actuación y ensayaba con mis compañeros en los bajos del Teatro del Estado, conseguía colarme al patio de butacas durante los ensayos de la orquesta. Nada mejor para entender una obra que ver al director ensayarla una y otra vez al frente de la orquesta.
Scherzo. La juguetona inventiva de nuestro autor presenta los personajes con la objetividad de que hicieron gala los novelistas del xix. Y para ello nos permite ver a un mismo actor desde la mirada de los otros. El autor ilumina por todos lados su personaje para delinearlo mejor ante nosotros, y para ello recurre a la visión de los otros actores del drama e incluso a las muy diversas perspectivas de los lectores. Asdrúbal Flores consigue sobradamente uno de los principales objetivos de cualquier escritor: que cada lector pueda ver algo de sí mismo en la obra y que esta lo invite a la reflexión.
Debo reiterar que en Los apretados infiernos escucho ecos de mi propia biografía. Nuri Montserrat (la protagonista a que aludía hace un momento) y yo, ambos a edad temprana, tuvimos el nada desdeñable privilegio de conocer a Gerardo Muench, a quien Nuria describe como “un alemán muy flaco y muy horrible (parecía el mismísimo lucifer) que interpretaba piezas diabólicas y como muy atropelladas de un señor que se llamaba Scriabin…”.
Recuerdo que fue precisamente el maestro Savín quien trajo a Gerardo Muench a Xalapa, a estrenar un concierto para piano. Muchos años después vendría yo a enterarme, leyendo a Henry Miller, que en aquella ocasión pude ver y oír a uno de los más grandes prodigios musicales del siglo xx. El escritor estadounidense dedica un pasaje conmovedor de Big Sur o Las Naranjas de Jerónimo Bosch al compositor y pianista alemán quien, por cierto, murió en Tacámbaro, Michoacán, en 1988, luego de largos años de vida productiva entre nosotros.
Nuri, como toda heroína de novela que se respete, es un personaje bastante complejo. En consideración a los lectores que prefieren descubrir el misterio de la historia por sí mismos, no les contaré la trama. Sólo les diré que estén atentos al desarrollo de este personaje en torno del cual, en cierto sentido, gira la trama de esta historia.
Allegro, digresión y fuga. La novela podría verse, grosso modo, aparte de como una tragedia moderna, como una divertida y sabrosa intriga pasional, pasión que a mi manera de ver se intensifica por cuanto quienes la protagonizan han ejercitado las neuronas musicales en la apreciación de las más nobles y complejas obras del repertorio universal. Sin embargo, en esa misma trama van urdiéndose incidentes, pensamientos y consideraciones de lo más variado, todo ello sazonado con las debidas dosis de ironía y sentido crítico del autor. Un rasgo de esta novela que me llama especialmente la atención es que se cuenta en buena parte desde la perspectiva de los personajes. Las páginas dedicadas al diario de Nuri me parecen de gran fuerza y verosimilitud. En ellas asistimos a la formación de una jovencita provinciana hija de un padre con inquietudes científicas y una madre que, a riesgo de simplificar, podríamos calificar de practicante de la doble moral que caracteriza a la clase media mexicana.
Paralelamente nos enfrascaremos en observar los progresos de una joven prodigio del violonchelo, Ana Skleranikova, Ánushka, personaje encantador, heredera y continuadora de la más sólida y brillante tradición musical rusa.
Coda. No soy experto en géneros literarios pero creo que nos hallamos ante un extraño caso de tragicomedia. Cada uno de los personajes que desfilan ante nuestros ojos trae consigo sus dioses y demonios. Cupido, aunque no haya sido invitado a la fiesta, prueba su arsenal ineluctable y esta vez ha decidido emplear, a más de sus afrodisiaco dardos que anuncian el drama, un arma de fuego para el fatal desenlace, la Luger Parabellum 914 de 9 mm, acaso la pistola más famosa que se haya empleado a lo largo de cuando menos la primera mitad del siglo xx.
Posted: March 9, 2014 at 12:22 am