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¿Cómo es ser gobernado por Javier Milei?

¿Cómo es ser gobernado por Javier Milei?

Mónica Maristain

Una cosa recuerdo: la llegada a mi casa con mi hermana (las dos éramos casi niñas) en plena dictadura. Unos soldados que nos llaman (vivíamos enfrentes del ejército) y un auto de algún superior que nos salvó de quién sabe qué.

Teníamos por entonces una ilusión izquierdista. Era el año 1976. Pensábamos en el Che Guevara, en Nicaragua, había empezado a leer escritores revolucionarios como Pablo Neruda, como Julio Cortázar… en ese bolso que los soldados no revisaron tenía un diario y contaba algo muy diferente a lo que contaría hoy. No sólo por la edad, sino porque cualquier cosa que escribo ahora, creo que al mismo tiempo pensaría en publicarla. Mientras los soldados nos hablaban, yo acariciaba el rostro del Che Guevara pegado en mi cuaderno. Ahora también pienso que nunca me faltaron cuadernos en la vida. Siempre estuvo alguien dispuesto a regalármelos. Como ese, una agenda cuadrada, con muchas hojas llenas de símbolos arriba de los cuales yo escribía: Hoy me levanté, fui a la fiesta de tal y luego me acosté. No había mucho más para contar.

Recuerdo también estar hablando con Juan, el amigo de mi vida, en una esquina por donde pasan los colectivos (peseros), creo que también estaba Eduardo y los tres hablando de arreglar el mundo, que para esa edad estábamos dispuestos y preparados. De pronto, un camión de la policía se para adelante nuestro y claro que nos suben al vehículo donde por supuesto había otros detenidos. Una ley de entonces decía que no podías estar hablando con más de una persona en la esquina y padecerías una detención de 24 horas.

Mi madre me decía, dime por dónde es el concierto para ver qué comisaría funciona por ahí para ir a buscarte. Una vez vi la espalda del Flaco Spinetta. Llevaba una campera azul y hablaba con otros. Hay que decir que yo siempre entraba gratis en los conciertos. Le ponía una cara a los que cuidaban la puerta y pa’dentro.

Caminaba por la avenida Constituyentes. Pasé por la casa de mi amiga Diana Umanski. Llevaba un libro de política en mi bolso. Caminar era estar perseguido todo el tiempo y comencé a experimentar el sentido de paranoia que a 50 años de aquello no he podido atenuar. Lo que hice fue dejar en el buzón de Diana el libro y al otro día comerme los regaños de su hermano Bernardo.

Memoria del miedo. Retrato de un exilio, editado en 1999, de Andrew Graham Yooll, lo leí antes de venirme a México, hace de esto 24 años. Conocí a ese periodista inglés que había pasado su juventud y su energía durante la dictadura argentina y ya mucho después de eso escribió este tratado del miedo.

¿Cómo pudo la sociedad argentina vivir en compañía del miedo como si fuera algo normal? Durante la terrorífica década de los setenta, Andrew Graham-Yooll trabajó como redactor en el Buenos Aires Herald. A su alrededor, amigos y conocidos iban “desapareciendo”, secuestrados o asesinados por guerrilleros o bandas paramilitares. Aunque el menor traspié podía resultar en su propia muerte, Graham-Yooll continuó recabando información sobre esa carnicería y las actividades de terroristas, rebeldes y estatales; asistió a ruedas de prensa clandestinas; ayudó a padres, esposas y hermanos a seguir el rastro de sus familiares desaparecidos e incluso tomó el té con un torturador que no se avergonzó de sus escalofriantes confesiones. Años después recogería sus recuerdos de esa época y les daría forma de libro. Memoria del miedo tiene su historia, como cualquier libro –escribe su autor–. “Cuando estaba exiliado en Londres, un amigo me animó a publicar algo en su revista para que dejara de relatarle en el pub las historias de crueldad cuya memoria me abrumaba día y noche. Con este libro sólo pretendía mantener viva la memoria del miedo; mantenerla para no repetirla”. Son las palabras que la editorial española Los Libros del Asteroide usa para promover la nueva edición, en 2006.

Esa frase de Andrew, fallecido a los 75 años en 2019: “sólo pretendía mantener viva la memoria del miedo; mantenerla para no repetirla”, repercute en mi cabeza y en mi corazón por estos días. Ya no vivo en la argentina y creo que mi exilio es doble: por mucho tiempo ni siquiera pensaré en morir allá, como mueren esos exiliados que al final de su vida buscan el nido que los vio nacer.

Hoy me levanto, podría escribirlo en mi diario, con que una manifestación en Roma, de fascistas con la camisa negra fue reprimida, hace unos años no dormía pensando en que Emmanuel Macron no ganaría el balotaje frente a la ultraderechista Marine Le Pen, odié a los brasileños por votar a Jair Bolsonaro y cada vez que entrevisto a algún escritor hablamos del avance de la ultraderecha.

Yo entiendo un poco a mi país. Los que tienen 40 años y votaron a Javier Milei, el líder ultraderechista de la motosierra y de la injusticia, están cansados de que la democracia no les resuelva los problemas. Pedirles razón en estos aproximamientos políticos es como si a mí me hubieran pedido razón mientras acariciaba el rostro del Che Guevara delante de unos soldados asesinos.

Mientras escribo esto pienso que vivo en México, un país que elegí hace 24 años y donde el líder ultraderechista Eduardo Verástegui no pudo conseguir una candidatura independiente para poder ser presidente. “Este lunes 8 de enero, el Instituto Nacional Electoral (INE) dio a conocer que de los aspirantes independientes que buscaban una candidatura en las elecciones de 2024 no cumplieron con los requisitos solicitados, por lo que en la boleta electoral no figurará el nombre de ningún candidato independiente, entre quienes figuraba el nombre del actor Eduardo Verástegui”, dice la noticia.

Esa memoria del miedo tan cotidiana y tan poco legible en los miles de libros que se han escrito sobre la ultraderecha y las dictaduras vuelve a mí con una energía prohibida. No duermo, no como, pienso en tanta gente querida atravesando ese momento. Mi amigo Nicolás Alvarado me invitó a su podcast La pinche complejidad para que hablara de Milei. Lo hicimos. Fui alarmista, pero no exagerada. Un oyente me escribió que no había pinche complejidad en mi participación porque yo fui “fanática y alarmista”. Le dije del DNU, de ese decreto en un estado de emergencia, que arrasaba con 400 leyes del gobierno, emitido apenas a una semana de asumir la presidencia. Me dijo que eso lo iba a hacer Sergio Massa, el candidato opositor.

Pues no. Una de las cosas por las que decíamos que había que votar a Massa fue precisamente para seguir en democracia. Ese miedo cotidiano de vivir en una dictadura, de ver las playas vacías durante el veraneo, de observar como los jubilados compran un blíster de su caja de remedios porque no les alcanza el dinero, de ver cómo se reproducen los comedores populares en momentos en que el Estado no aporta, es mucho más que caer en las líneas políticas que plantea cualquiera que odie al peronismo, al kirchnerismo, a los “populismos de izquierda” como los llaman.

Esto es la ultraderecha, señores. Esto es como la política de Adolf Hitler, de Donald Trump, de Jair Bolsonaro. Esto no tiene nada que ver con el sistema democrático en el que nos hemos criado y algunos hemos luchado para tener.

Dice Diego Fischerman, musicólogo, periodista musical, escritor: “Hoy, domingo, habría varios programas en Radio Nacional Clásica. OMNI, de Marcelo Delgado, La voz humana de Víctor Torres, Un programa de ópera, de Marcelo Lombardero, el mío, La discoteca de Alejandría. Ignoro cuántos oyentes teníamos. Seguramente no todo les gustara de la misma manera a los mismos y habría diferencias entre uno y otro. Pero sin duda había gente que nos escuchaba y disfrutaba y sentía que se enriquecía con nuestros programas. Y todos nosotros –y seguramente muchos otros también– hacíamos programas profesionales, donde además de difundir aquello que no se difunde en ninguna otra parte (para eso, entre otras cuestiones, es una radio oficial destinada a la música artística) hablábamos de otras cosas que nuestros gustos y éramos capaces, incluso, de ponerlos en discusión. Programas que cumplían con una función indelegable del Estado en tanto a ninguna empresa privada le interesaría la difusión y la discusión del patrimonio universal –ni tendría por qué hacerlo–. Nuestros programas, después de quince años, no están más. No hubo explicación ni comunicación de autoridad alguna que, por otra parte, desconocemos. Ignoramos si la suspensión es temporaria o definitiva. Los perjudicados no somos nosotros. O no económicamente, por lo menos. Nuestros honorarios eran muy bajos e insignificantes en el marco de la administración del Estado. Los perjudicados son los oyentes y, desde ya, una concepción democrática de la cultura y del rol del Estado que fue, hasta ahora, y más allá de cambios políticos y vicisitudes incontables, parte de lo mejor que ha caracterizado a la Argentina”.

Tal es así lo que plantea Fischerman que hasta fue despedido Víctor Hugo Morales, que hacía un programa ad honorem en homenaje a Astor Piazzolla. El Estado no es el que gasta plata, el Estado es un enemigo ideológico. Milei a los congresistas les dice “coimeros” y no rindió su juramento frente a la Asamblea. Ahora acaba llamar “idiotas útiles” a los diputados, que el Congreso hace “estupideces y no vamos a negociar nada, que quede claro que ellos son los responsables”.

Su política “no es pro empresa, digamos, es pro mercado y aseguró que su DNU situará a Argentina en los primeros lugares del mundo de aquí a 35 o 40 años”.

Una devaluación a 12 días de asumir, por más del 50 por ciento, hace imposible la compra de los productos básicos y ante el reclamo, el presidente dice que “no hay plata”. Su famosa motosierra se dirige clasificadamente. Porque no hay plata para los pobres que tienen que comprar un aceite o una leche, pero sí hay plata cuando el Banco Central (que él dijo que lo iba a quemar, pero no lo hizo) autorizó la emisión por dos billones de pesos (lo mismo que hacía Sergio Massa) para contemplar los gastos de 2023.

“Su plan de congelar la obra pública, que dejará a unos 250.000 obreros sin trabajo, según el sindicato de la construcción. O la propuesta de suspender por un año la llamada “pauta oficial” (los avisos institucionales del gobierno en medios), que generará despidos y podría llevar al cierre de medios pequeños que dependen fuertemente de esos ingresos. Pero el principal golpe para los trabajadores se está dando por el vertiginoso aumento del dólar oficial, que pasó, de un golpe, de cerca de $400 a más de $800, con un consiguiente traslado a precios que llevó a que la inflación se duplicara este mes, pasando de menos del 13% en noviembre a más del 25% en diciembre, según la mayoría de las consultoras privadas”, analiza Verónica Smink en su artículo de la BBC: “Las contradicciones de Milei: cuánto se parece el “plan motosierra” anunciado por el presidente argentino a lo que dijo en campaña”.

El péndulo y el transcurrir de la historia dice que el pueblo argentino no esperará los 40 años en donde Javier Milei dice que viviremos en el paraíso (bueno, yo no lo veré), probablemente el año que viene no estaremos hablando de Milei, que asumió su cargo con una ignorancia política rayana en lo absurdo. “Como Milei no está bien, es una persona profundamente autoritaria. No acepta que tú le cuestiones algo”, dijo la periodista y escritora Olga Wornat a Aristegui Noticias.

“Para gobernar un país se necesita sensatez y serenidad y tener claro qué vas a hacer con el país. Milei es un outsider. Tapa la ignorancia con autoritarismo y a la Argentina le espera una catástrofe”, agrega.

“Milei es un ignorante que no reconoce la vida del Radicalismo, un partido de 130 años”, dijo el actor Luis Brandoni.

“Milei dice que las universidades argentinas son “centros de adoctrinamiento”. ¿Se lo diría a Luis Agote –que logró en una universidad pública la primera transfusión sanguínea–; a los premios Nobel Houssay, Leloir y Milstein; a Juan Maldacena –aspirante al Nobel en estos días por la teoría de las cuerdas– o a los miles de estudiantes que hoy avanzan con esfuerzo en sus carreras y pueden contribuir al desarrollo del país?”, dice en su nota Milei y el pavoneo de la ignorancia”, el periodista Ricardo Braginski en Clarín.

Más allá de todas estas opiniones es probable que Javier Milei “haga el trabajo sucio” para la derecha y que como dice el dirigente Juan Grabois, Mauricio Macri, el perdedor de Juntos por el Cambio y la vicepresidenta negacionista y genocida Patricia Villarruel estén haciendo alianzas para quedarse con el gobierno.

“Los que quieren voltear a Milei son Villarruel con Macri. Ellos están conspirando abiertamente sabiendo que habrá una crisis fenomenal hacia fines de febrero cuando haya una nueva devaluación”, dijo Grabois en una entrevista con la señal C5N.

En el medio está, por supuesto, la actual Ministra de Seguridad Patricia Bullrich, quien ideó un protocolo antipiquetes para las marchas contra el gobierno, dijo que si dos o tres personas se reunían en una esquina iban a ser apresadas y que habrá sanciones para los que lleven niños a las manifestaciones.

El terror otra vez y la falta de dinero en una Argentina pobre y presa de un futuro sin rumbo.

 

*Foto de Nestor Barbitta en Unsplash

 

Mónica Maristain (Concepción de Uruguay, Argentina). Editora, periodista y escritora. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales como Clarín, Página 12, La Nación y la revista Playboy. Ha sido colaboradora en las agencias EFE y DPA. En 2010 publicó “La última entrevista a Roberto Bolaño y otras charlas con grandes autores” . En n 2011, coordinó la antología El último árbol. Cuentos de navidadEl hijo de Míster Playa fue publicado originalmente por Almadía en 2012. Su título más reciente es Antes, poema largo editado por Literal Publishing en 2017.

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Posted: January 18, 2024 at 9:28 pm

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