Por el cubano en la calle, con dolor
Odette Casamayor-Cisneros
Quisiera escribir mesuradamente, pero cuanto sale son estas notas entrecortadas y cargadas de ansiedad e incertidumbre. Por encima de cada palabra, prima el dolor ante las imágenes de los cubanos que pacíficamente se manifestaban en la isla el 11 de julio y eran violentamente reprimidos. Un video muestra el avance de los grupos de élite de las Fuerzas Armadas, amenazantes, con sus uniformes negros. En otro van oficiales de verdeolivo, policías, agentes en ropa de civil. Veo porras y fusiles, se escuchan tiros y unos gritos. Supongo que sean ellos “los revolucionarios” convocados por el presidente Díaz-Canel cuando, a escasas horas de iniciadas las protestas populares, anunció que “la orden de combate ha sido dada”, exhortando el enfrentamiento violento contra los manifestantes.
Pero la calle no puede ser y no es sólo de los revolucionarios o, más exactamente, de aquellos que se autoconsideran revolucionarios, aunque no sea en realidad a hacer revoluciones a lo que se dedican. La calle es de su pueblo. Del que vive y muere en ella, del que la sufre y la cuida. Del que la construye y repara y cae en sus baches. La calle es de aquellos que tienen que atravesarla día y noche para acceder a sus casas, los que en ellas trabajan. Es de los que la caminan, no de aquel presidente y sus acólitos, que apenas la recorren, a toda prisa, en autos con aire acondicionado y vidrios oscuros.
Y es ese pueblo el que ha salido a sus calles, a su dominio. Pedían comida y medicinas, ser vacunados, pero también libertad de expresión, cambios políticos que conlleven mejorías a las duras condiciones de vida de la mayoría de los cubanos. Reconocían haber perdido el miedo. La desesperación los hacía volcarse sobre sus calles incluso en momentos en que Cuba vive los peores días de la pandemia (a más de 6000 ascienden diariamente los casos). ¿No es un indicador de la intolerable crisis socio-económica –tal vez la peor en al menos cincuenta años– que domina la vida nacional?
A la desesperación popular, respondieron el presidente Díaz-Canel y su equipo con una extensa reunión con la prensa oficialista, en la mañana del 12 de julio. Mientras discurrían, continuaba el pueblo en la calle gritando sus demandas, a un tiempo que arreciaban sobre ellos los golpes y las detenciones. En uno de los salones de “Palacio” (así se expresa el presidente), se sucedían largas intervenciones dominadas por una retórica soporífera y plagadas de cifras y detalles técnicos, que parecían registrar una situación muy diferente a la que ahora mismo se vive en la isla. Palabras, palabras lanzadas desde locales bien climatizados, deslizándose a través de las pantallas de televisión hacia el interior de la depauperada y calurosa vivienda del cubano, a quien el reducido servicio de internet –convenientemente interferido por las autoridades desde que se iniciaron las protestas– no le permite enterarse a cabalidad de lo que ocurre en todo el país. Afortunadamente, hay resquicios por los que se cuelan las noticias, y el pueblo consigue filtrar imágenes y videos mostrando la masividad de las marchas y el atropello y las amenazas de que son objeto. Han salido al mundo esas imágenes, volviendo poco creíble el discurso sostenido por las autoridades. No se trata de una protesta aislada. No ocurrió sólo un día. No es un “golpe blando”, pues no surge de la nada; responde a un largo y duro proceso durante el cuál los cubanos han soportado prolongadas privaciones y se han sacrificado por su país y por otros, en África, Asia y América Latina. No es “intervencionismo extranjero”, como le ha llamado el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a coro con el gobierno cubano, sino un verdadero estallido social. Es el pueblo en las calles de pueblos y ciudades, cansado ya de hacer preguntas que ningún señor, tan rebosante que al hablar parece saltársele los botones de las guayaberas de hilo bien planchadas, conseguiría responder adecuadamente en mesas redondas y ruedas de prensa.
Porque, en esas reuniones, nadie descifra los más acuciantes misterios de la actualidad cubana. Limitémonos a la escasez de jeringuillas para utilizar las exitosas vacunas creadas y fabricadas en la isla.
¿Por qué, si no han dejado de funcionar los hoteles para los turistas rusos de Varadero, no ha permitido la existencia de este turismo adquirir las necesitadas jeringuillas, y así proteger de la enfermedad y la muerte al cubano que trabaja para que esos mismos turistas puedan disfrutar de la prístina playa? Puede justificarse el mantenimiento del turismo ruso con la crisis económica, pero, ¿por qué prosigue la construcción de hoteles en la capital, cuando se insiste en que no hay dinero para comprar las tan necesitadas jeringuillas? También, cabría preguntarse, ¿hay recursos para mantener un fuerte cuerpo policial y militar y no para jeringuillas que necesita el pueblo? Esas armas que portan los “revolucionarios” convocados a las calles por el presidente, ¿cómo se pagan? ¿No podría utilizarse ese dinero en comprar las jeringuillas, medicinas, la comida que el pueblo está pidiendo?
Pero en “Palacio” los señores de palidísima tez y guayabera fina, solamente hablan. La única acción inmediata que proponen es la represiva. No es sugerido en ningún momento el diálogo, la implementación de soluciones concretas, urgentes, que mejoren la situación de los cubanos. Sería esa en mi opinión la única acción legítima en este momento, por parte de un gobierno que se exhibe como representante del pueblo. Hay definitivamente algo fundamental que en esta ecuación falla.
El concepto de pueblo.
“Nosotros no vamos a entregar la soberanía ni la independencia del pueblo”, dijo también Díaz Canel en su alocución del 11 de julio. La pregunta aquí es, ¿quiénes integran ese “nosotros”? El pueblo es el que protesta, el que pide cambios, tal vez revoluciones verdaderas. Y ese “nosotros” esgrimido por el presidente no incluye al pueblo, se le opone.
Entretanto, en Miami hay quienes piden intervención norteamericana, con gestos que apuntan más hacia ambiciones y obsesiones personales que hacia las verdaderas necesidades del pueblo que protesta en las calles. El presidente Biden ha anunciado su apoyo al pueblo cubano y pidió al gobierno en la isla que escuche a los manifestantes. Por su parte, Rusia los conmina a restaurar el orden público a un tiempo que “advierte contra toda injerencia”.
Desearía que fuera diferente el día después.
Desearía que, por un lado, el gobierno se decidiera a atender a su pueblo, que lo escuchase y trabajara exclusivamente para él; por el otro, que los Estados Unidos levantasen el embargo contra la isla. En definitiva, quienes más sufren, asfixiados por la intransigencia o la torpeza o el egoísmo de unos y otros, son los cubanos sudorosos y hambrientos, los de la calle.
Cuba no es un simple símbolo, un token a disposición de la izquierda o la derecha. Es su gente. Pero, desafortunadamente, son muchos los que prefieren mantenerse atrapados dentro de sus utopías o el oportunismo económico y político en lugar de reconocer la experiencia dolorosa de un pueblo que, exhausto, se lanza a la calle.
Odette Casamayor-Cisneros es profesora de literatura y cultura latinoamericanas en la Universidad de Pennsylvania. Autora del volumen Utopía, distopía e ingravidez: reconfiguraciones cosmológicas en la narrativa postsoviética cubana y del libro de cuentos Una casa en los Catskills, actualmente prepara nuevas entregas sobre la experiencia y la producción cultural afrolatinoamericanas. Twitter: @odettecasamayor
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Posted: July 13, 2021 at 9:32 am
BRAVA!