Entre la magia y la tragedia
Alejandro Badillo
Orhan Pamuk, La mujer del pelo rojo, Alfaguara 2018, 281 pp
El azar, el destino y la figura del padre son algunos de los temas que desarrolla el escritor turco Orhan Pamuk en La mujer del pelo rojo, su más reciente novela. Pamuk, premio Nobel de Literatura 2006, ha retratado en sus obras la historia de su país, los conflictos con el exterior y la progresiva occidentalización de la sociedad turca. Siguiendo el camino de autores como el libanés Amin Maalouf, Pamuk narra las vicisitudes de Medio Oriente y su papel siempre complejo como frontera entre dos visiones del mundo. Sus herramientas son, además de la ficción, la crónica y la biografía. En libros como Estambul, ciudad y recuerdos, hace un recorrido a través de la historia de su ciudad natal y, a través de ella, narra pequeñas biografías, sucesos en apariencia intrascendentes pero que sirven para construir la narrativa de una sociedad, sus dilemas históricos y sus cambios.
La mujer del pelo rojo, décima novela del autor, se mueve en la línea de otras obras suyas como Me llamo rojo (1998) o El castillo blanco (1985). Pamuk, en ambas propuestas, usa la historia de Turquía como telón de fondo para temáticas como lo policial o la narrativa de aventuras. Ese balance, afortunado en la mayor parte de las ocasiones, ha rendido buenos frutos, sobre todo con la crítica internacional. Por supuesto, hay que decir que, en casi todos sus libros, Pamuk se erige como una especie de intérprete de la realidad turca, alguien que habla para los lectores extranjeros sin caer en un exotismo ramplón o en lo excesivamente didáctico. La mujer del pelo rojo cuenta la historia de Cem Bey, un adolescente que vive en Beşiktaş, un barrio cercano a Estambul, en 1985. Contada la mayor parte en primera persona, la narración sigue los pasos de Cem Bey, hijo único de una familia de clase media que, en un instante, es abandonado por su padre, un farmacéutico de ideas marxistas. Este evento lo marcará profundamente. Días después del abandono, Cem Bey comienza a trabajar en un pueblo cercano con Mahmut Usta, un constructor de pozos, para ayudar a su madre y costear sus estudios. La relación del aprendiz con el maestro abarca toda la primera parte de la novela, y culmina con la entrada en escena de Gülcihan Hamm, una mujer de unos treinta años, pelirroja, actriz de teatro que está de paso en el pueblo con su espectáculo. Cem Bey se obsesiona con la mujer y trata de forzar un encuentro. Finalmente, ambos tendrán una sola oportunidad que culminará en la iniciación sexual del adolescente y una consecuencia que sólo se descubrirá pasados los años.
Hecho este recuento de la primera parte conviene apuntar varias cosas, la más importante es la aparición de un eje temático principal: la figura ausente del padre y su pronta sustitución por el hombre que le da trabajo a Cem Bey. El constructor de pozos toma al joven no sólo como su aprendiz sino como su hijo. La admiración surge casi de inmediato en el discípulo que, además, comienza a interesarse –gracias a unas incipientes lecturas– en Sófocles y Edipo Rey, su tragedia más conocida. Pronto tratará de encontrar coincidencias entre su lectura favorita y los hechos de su vida. Visto este panorama, el lector podría pensar en una novela con una tensión en aumento o construida con base en la exploración psicológica entre los personajes. Sin embargo, los primeros capítulos adolecen por completo de fuerza narrativa. El narrador cuenta con una excesiva parsimonia –siempre embelesado por describir los lugares por los que se mueven los personajes– la actividad del constructor de pozos. Acaso hay un poco de interés en la vida nueva que tiene Cem Bey, pero este anzuelo se pierde por las descripciones excesivas y, sobre todo, por las jornadas interminables que seguimos, casi al pie de la letra, mientras maestro y alumno intentan cavar un pozo que promete grandes ganancias. Parecería que, al menos en estos capítulos, Pamuk está más interesado en explicar cómo es la vida de un constructor de pozos en los años 80 de su país que en plantear incógnitas o hechos que sacudan la vida de sus personajes. Uno de los problemas, sin duda, es Cem Bey. El adolescente, como protagonista, carece de fuerza como para resistir, polemizar o revelarse ante lo que le sucede. Adolescente casi conforme con todo, parece ser un pez que va con la corriente sin muchos problemas. Se entiende, por supuesto, que está en un proceso de formación y que las figuras dominantes –los adultos– monopolicen sus opiniones. Sin embargo, esta actitud se mantendrá a lo largo de toda la novela. Incluso, en los dos momentos de clímax de la primera parte, el adolescente apenas muestra un poco de voluntad para interactuar o ser partícipe activo de su destino. Después de muchas jornadas de trabajo, mientras Mahmut está en el fondo del pozo, Cem Bey comete un error que desencadena un accidente. Sin saber qué hacer, en medio del shock por haber dejado caer una pesada herramienta sobre su maestro, el adolescente huye pensando que lo ha matado. No hay consecuencias de ese accidente y en ese limbo se mantiene la narración hasta el final de la primera parte. En lugar de construir un poco de tensión con la posibilidad de que los vecinos hayan podido atestiguar el hecho y, por lo tanto, crear el riesgo de una posible denuncia o detención, Pamuk deja toda posible consecuencia en la mente del protagonista cuyo sentimiento de culpa se limita a repetir las mismas preguntas una y otra vez. Un poco antes de la aparente tragedia, hay otro momento desaprovechado por el autor: Cem Bey, después de seguir por varios días los pasos de la mujer pelirroja, Gülcihan Hamm, logra, al fin, platicar un poco con ella. La cadena de hechos es la común en cualquier relación entre un joven inexperto y una mujer de mucho mayor edad: ella lo mueve hacia su territorio (en este caso un restaurante en donde departe con sus compañeros después de cada función de teatro) y, lentamente, comienza a completar la seducción. Sin embargo, la excesiva inocencia de Cem Bey vuelve el encuentro demasiado predecible y monótono. Es verdad que un adolescente, enfrentado a la experiencia de su primer amor, tiende a idealizar a la mujer amada y no se plantea reflexiones muy profundas. Sin embargo, la literatura debe transformar –por más límites que imponga el origen y la edad del personaje– una situación en algo más allá del lugar común. Se debe, en todo momento, crear un personaje con varias aristas, que tenga un criterio interesante, una visión que lo haga memorable. Cem Bey apenas puede bosquejar pensamientos. Su universo se reduce a frases hechas que usa, torpemente, para describir la belleza de la mujer que lo seduce: “Me confortaba perdiéndome en ensoñaciones con la Mujer del Pelo Rojo, su dulce sonrisa, su hermoso cuerpo, su apasionada manera de hacer el amor”. De esta forma, con el regodeo del primer amor, pero sin una mirada que contribuya a fortalecer al personaje, termina el primer capítulo.
A partir de la segunda parte de la novela, Pamuk parece escribir otro texto. Si en las primeras páginas existe la sensación de internarnos en las calles antiguas, los barrios dispersos de Estambul, al estilo de Ahmet Hamdi Tanpınar –escritor turco perteneciente a una generación anterior a Pamuk–, en la continuación de la historia nos enfrentamos a un escenario casi globalizado. Apenas los nombres de los personajes nos indican que no estamos en Londres, México o Brasil. Aquí hay otro punto fundamental, un viraje mayor: Pamuk lleva la novela a una narración en la que el peso de la intriga y atar los cabos sueltos son más importantes que las preguntas de los personajes. Cem Bey sigue su vida con la inquietud, omnipresente, de la fortuna de su maestro. La mujer pelirroja desaparece del horizonte y sólo queda como una reminiscencia de sus años juveniles. La narración es despachada de forma más veloz. Si el autor dedicó largos capítulos a la construcción del pozo y la tragedia que provoca el joven, en las escenas que siguen se enfoca en el veloz encumbramiento de Cem Bey. Aprovechando la modernización de Turquía, su progresiva occidentalización, el joven crece y logra convertirse en un próspero hombre de negocios, especializado en la compra de bienes raíces. También, logra casarse con una compañera universitaria con quien vive en aparente tranquilidad, disfrutando su creciente fortuna. Sin embargo, además del recuerdo de la mujer pelirroja y de su maestro, hay otra huella que lo acompaña y que, incluso, se fortalece: la historia de Edipo Rey y las coincidencias con su vida. Este leitmotiv es crucial en la novela porque es el que, al menos en el papel, tiene más alcance: llevar el texto al territorio de la alegoría y lejos de las simplezas. Parece que Pamuk intenta ir por ese camino cuando Cem Bey, usando sus recursos, se dedica a profundizar en la historia de Sófocles. No es una interpretación hermenéutica sino mística. El ahora adulto busca conectar su presente y su pasado a través de las similitudes con la tragedia griega. Además, extiende esa búsqueda con la historia de Rostam y Sohrab, del poeta persa Ferdousí perteneciente a la epopeya de Shahnameh o el Libro de los Reyes que también coincide, en sus supuestos principales, con Edipo Rey. Cem Bey visita museos, husmea en bibliotecas, recorre países acompañado de su esposa, sin abandonar sus negocios. En esta parte de la novela, el punto de vista del narrador –siempre inmediato, que intenta profundizar pero que constantemente cae en pensamientos demasiado elementales– sigue siendo un lastre. El lector no sabe, a ciencia cierta, si está ante un misterio por resolver –quizás una clave, una palabra escondida en la tragedia– o simplemente atestigua un recorrido, un puente que lo llevará a un escenario que colme todas sus expectativas.
En el último tercio de la novela Pamuk sucumbe a un truco que, utilizado de vez en cuando, no representaría mayor problema: el azar. El novelista David Lodge en su libro El arte de la ficción –una recopilación de columnas semanales en las que aborda las herramientas que han usado autores clásicos para sus novelas– explora en el capítulo 33, “Casualidades”, el artificio del azar en la narrativa. Por supuesto, la vida de cualquier persona está expuesta a una broma del azar, un evento poco probable que, de repente, se le planta enfrente con toda su cauda de sorpresa e imprevisión. Lodge argumenta que, si la serie de coincidencias abruma, el texto se vuelve una especie de parodia y, por esta razón, es importante dosificar los encuentros y las coincidencias. La mano del autor y no del narrador no debe ser evidente. Pamuk, quizás para darle a su libro un tono más acorde a un thriller, vuelve a la mujer pelirroja, el misterio del maestro en el fondo de pozo y la tragedia de Sófocles, elementos solamente para resolver, encontrarles una solución. Por ello, en los últimos capítulos de la novela todo se resuelve de manera mágica: Cem Bey, motivado por la posibilidad de un negocio próspero, regresa a su lugar de origen para enterarse que su maestro no murió y que el accidente sólo lo hirió en un hombro. También –y aquí entramos al espinoso ámbito del azar– se entera que tiene un hijo con la mujer del pelo rojo y que, pronto, se volverá su antagonista. También aparecerán, como truco de prestigitador, otros personajes de su infancia como una especie de reencuentro para un ajuste de cuentas apresurado. Ni si quiera el cambio en el narrador en el último capítulo sirve para diluir la sensación de que las tres primeras partes de La mujer del pelo rojo son un preámbulo demasiado farragoso que, a la postre, desecha caminos que pudieron ser más interesantes como la relación de Edipo Rey y sus posibles ramificaciones. A Pamuk sólo le interesa resolver un acertijo que, ni siquiera, plantea un dilema más allá de resolver acciones puntuales. De esta manera la nueva novela del autor turco se parece más a la trama de un bestseller que pronto languidecerá en la memoria de los lectores, que a una novela que problematice las relaciones entre Oriente y Occidente o que explore las siempre inquietantes similitudes de nuestras vidas con la literatura.
Alejandro Badillo, es escritor y crítico literario. Es autor de Ella sigue dormida, Tolvaneras, Vidas volátiles, La mujer de los macacos, La Herrumbre y las Huellas. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela. Su Twitter es @alebadilloc
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Posted: October 31, 2018 at 8:23 pm