La noche de los cuerpos. Entrevista con Giuseppe Caputo
Alba Lara Granero
Hace menos de un año, Literatura Random House publicó en Colombia Un mundo huérfano, la primera novela de Giuseppe Caputo (Barranquilla, 1982). Su lanzamiento no pasó desapercibido, como demuestran sus reediciones, las decenas de lectores y críticos que vieron en la obra una renovación formal y temática, o su nominación al Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, del que fue finalista. Giuseppe Caputo, además de narrador y poeta, es actualmente director cultural de la Feria del Libro de Bogotá. Su posición en el centro de una vida literaria internacional y su sólida formación humanística (periodismo, literatura, estudios culturales) dan a su pensamiento una articulación que deleita. Caputo acaba de ser seleccionado por el Hay Festival como uno de los narradores hispanoamericanos menores de 39 más interesantes. Hablamos con él sobre su obra, la orfandad, la teoría queer y el poder de la belleza y de la violencia.
* * *
Leí un borrador de tu novela en Iowa y recuerdo que tu título inicial no era Un mundo huérfano. Barajaste otras posibilidades, como De noche los cuerpos y Versiones de la noche. ¿Qué te hizo desechar estas y aceptar aquella?
Es verdad, esos dos que mencionas eran títulos tentativos. Cuando empecé a escribir la novela quería un nocturno en prosa, entonces todos los títulos posibles le hablaban a la noche. “De noche los cuerpos” tiene que ver con los cuerpos que bailan y gozan pero también con los masacrados y fragmentados: los cadáveres. “Versiones de la noche” tiene que ver con las miradas tan radicalmente distintas que tienen el padre y el hijo ante lo que viven y ante ciertos hechos de su pasado, una época de mucha precariedad económica que ellos llaman “las noches difíciles”. El título definitivo, “Un mundo huérfano”, quedó cuando escribí la escena en la que el padre le cuenta al hijo la historia de un mundo huérfano, sin sol, en el que la noche era perpetua. Un mundo situado a las afueras del universo, donde todo podía mezclarse con todo –los árboles con las tortugas, por ejemplo, o los hombres con los cometas–, creando así paisajes inéditos y criaturas inéditas permanentemente.
¿Cómo crees que el título de tu obra influye en su lectura?
Uno se pregunta por la orfandad –o mejor: las orfandades– de ese mundo. La historia ocurre en una ciudad cuyo nombre no sabemos, construida a orillas de un mar. Tiene como vértebra una calle, la Calle de las Luces, que está llena de faroles al inicio y se va apagando más y más a medida que se acerca a la playa. En la novela dice que los faroles de esa calle “eran comunes al inicio, abundantes en el centro y distanciados al final” y que “iban apagándose, o quedándose atrás, simplemente, como evitando el margen, o como si la calle fuera entristeciéndose” a medida que se acercaba a la playa.
Ese mundo de los protagonistas está compuesto por lo que ellos mismos llaman tres inmensidades: la ciudad, el cielo y el mar. De la ciudad se saben excluidos. Hay, entonces, una orfandad social: la dinámica económica de la ciudad los ha expulsado a sus márgenes; los proyectos económicos del padre y el hijo fracasan una y otra vez, casi podríamos decir que aunque esto los hace sujetos precarios, también los vuelve subversivos pues sólo producen imaginación.
El cielo, en cambio, y el mar, son bálsamos para ellos. El cielo ofrece paisajes y los inspira a hacerse preguntas que parten de una nostalgia de trascendencia y de un deseo de entendimiento de su lugar en el mundo. Podríamos decir que esas preguntas de los personajes parten de lo que George Steiner llama “nostalgia de absoluto”, es decir, nostalgia de tener una historia clara del ser humano en el planeta. Padre e hijo están en la vida sin una narrativa que los vincule a algo o a alguien.
El mar, por su parte, es lo más parecido a Dios que hay en la novela. El mar es el dador. El mar es la promesa de la felicidad. Pero así como deja regalos, también deja basura. A veces no deja nada y a veces se lleva lo que deja. El mar es Dios y su ausencia.
También hay una orfandad que podríamos llamar familiar: el hijo cuida al padre y esto, a su vez, lo deja a él sin nadie que lo cuide.
Tu novela ocurre principalmente de noche. Y parece que incluso esa noche es la noche remota en la que todo estaba creándose. Por ejemplo, es frecuente encontrar escenas en las que los personajes nombren realidades al señalarlas, como demiurgos. ¿Hay algo de Génesis en Un mundo huérfano?
La noche nos lleva a la mística: a la “Noche oscura del alma”, de San Juan de la Cruz –una noche llena de momentos de miedo, tristeza, ansiedad, angustia, desconcierto y soledad; momentos que, en la obra de San Juan, preceden la unión del alma con Dios, una unión que, como mencionaba antes, no ocurre en “Un mundo huérfano”– pero también a la “Noche oscura del cuerpo”, de Jorge Eduardo Eielson –noche en la que el cuerpo se presenta como un espacio de placer y un espacio de violencia y sufrimiento. La noche también nos hace pensar en los nocturnos y, con los nocturnos, en los sentimientos de pérdida y melancolía. Pero la noche, por supuesto, también habla de fiesta. Hay muchas escenas de bar, de baile y de algarabía en “Un mundo huérfano”, en la tradición de novelas como “El cuarto de Giovanni”, de James Baldwin, y “El danzarín y la danza” (“Dancerfromthe Dance”), de Andrew Holleran, ambas muy importantes para mí.
En cuanto al Génesis, ¡me encanta que me preguntes eso! Me parece que los personajes de la novela están tratando de rehabitar el mundo luego de sufrir una pérdida increíble y una violencia increíble, y la novela, me gusta pensar, se pregunta por el lugar que pueden tener los relatos de creación en ese intento de rehabitar el mundo.
Por otro lado, pienso en la importancia que tiene la luz eléctrica en la novela, por todo lo que hablábamos antes. A mí no deja de sorprenderme la luz eléctrica: de lo prosaico de hundir un botón pasamos al milagro de ver un espacio iluminado inmediatamente. Es invisible ese poder y de alguna forma puede hacernos pensar en Dios, como dice Vicente Verdú, pero también en la creación o en inicio del universo. No hay nada, no se ve nada, y de repente un centellazo que se queda al tiempo que va agotándose.
¿Hay un anhelo en la noche de la novela?
Si hay un anhelo, creo que podría condensarse en lo que el padre le dice al hijo en un momento: “Somos pobres, pero no hay que sentirnos condenados”. A lo largo de la novela se dan a sí mismos lo que la sociedad no les da: un estatus artístico, se visten socialmente.
Más allá de la noche no he podido definir un tiempo ni un lugar específico en Un mundo huérfano, ¿por qué decidiste que era mejor no precisar la ambientación?
El tiempo de la novela es un tiempo híbrido, y esa hibridez se ve en la tecnología: hay internet como hay grabadora de cassette, por ejemplo. El tiempo pasa pero también es cierto que el tiempo no pasa, entonces me gusta pensar el presente como un tiempo con varias capas en las que los momentos que nos hacen pensar en progreso o linealidad están mezclados y enrarecidos.
Te pongo un ejemplo: en Un mundo huérfano hay una masacre en un bar gay. Ocurre esa violencia definitiva. Pero mientras esa violencia ocurre, también ocurre el sexo y la amistad y el sentimiento de comunidad y la liberación y el orgullo y la ira por la violencia y el recuerdo de la violencia y la fiesta: todo es simultáneo como en el mundo. A veces me preguntan cómo veo a Colombia en términos de exclusión o apertura hacia la comunidad LGBTI, y pues creo que uno no puede hablar en términos de linealidad. Al tiempo que ocurre la marcha por el orgullo ocurre el suicidio del jovencito y ocurre la aprobación del matrimonio igualitario. Lo mismo si llevamos la pregunta a otros países: al tiempo que hay marchas multitudinarias y matrimonios y más y más salidas del clóset, ocurre la masacre en México y en Orlando y los suicidios y los asesinatos de personas LGBTI en Brasil y Nueva York.
Me pareció encontrar muchas tensiones binarias en tu texto. Por ejemplo, las escenas de ternura muchas veces (y al mismo tiempo) están cargadas de una violencia sutil pero constante; el sexo es un gozo y a la vez un miedo; un ejercicio de libertad y, sin embargo, un espacio que no escapa de las relaciones de poder; no hay resistencia sin desesperación; abunda un hálito sobrehumano e intangible y, no obstante, los cuerpos están por todas partes… ¿Han desaparecido los dualismos?
No creo. Sí pienso, sin embargo, que todo es mucho más enrarecido y mezclado de lo que parece. Pienso, por ejemplo, que el lugar común del sexo es que es un espacio de placer, pero también es cierto que puede ser un espacio de decepción, aburrimiento, miedo, incluso asco… Me cuesta pensar que algo o alguien sean una sola cosa.
Una de las características más destacadas de Un mundo huérfano es el cuidado del lenguaje, una búsqueda de lo sublime que no excluye vergas ni pobreza. ¿Por qué este especial cuidado?
Pienso, como Joseph Brodsky, que los escritores de ficción deberían ser poetas. Si una obra no tiene trabajo con el lenguaje, la verdad prefiero que me la cuenten. No le veo mucho sentido a que la experiencia de leer 350 páginas sea la misma a que me cuenten esas 350 páginas en un café. Las tramas no me producen ansiedad. O quizás es lo contrario: quizás me producen tanta ansiedad que prefiero que me resuman todos los giros de la historia y chao, se acabó. Valoro muchísimo obras como las de Herta Muller (me estoy leyendo todo de ella, es absolutamente increíble, recomiendo especialmente Hoy hubiera preferido no encontrarme a mí misma), en las que cada párrafo se lee como un poema. Es una lectura en la que me quedo rato largo, en la que no hay ansiedad por pasar la página sino al contrario: cada página te provoca que quieras quedarte en ella mucho tiempo. Inventémonos un término en inglés: no es un page turner sino un page stayer. (Risas).
Mientras hacías tu segundo MFA en escritura creativa en Estados Unidos, te especializaste en estudios queer. ¿Cómo influye la teoría en tu escritura?
Quizás esos estudios me hicieron ser consciente de que hay experiencias vitales que te dan unos sentimientos específicos y unos conocimientos culturales específicos. Experiencias, claro, por las que no todo el mundo pasa.
Dime dos libros sobre teoría queer que debería leer ahora mismo.
Te digo dos que pueden hablarle a alguien que no está familiarizado con la teoría: The Queer Art of Failure, de Jack Halberstam, sobre la búsqueda de alternativas a lo que entendemos convencionalmente como “éxito”, y Reflexiones sobre la cuestión gay, de Didier Eribon: lo leí hace un rato ya, hay varias cosas con las que ya no estoy de acuerdo, pero puede ser un gran inicio para quienes no están familiarizados con la teoría.
En Un mundo huérfano no hay términos despectivos. La amenaza que reza el muro que se yergue en el lugar de la masacre (sigan bailando, mariposas) queda reapropiada en la obra, donde ese mariposas se transforma en un término bello, deseable. ¿Se vence así al lenguaje de la violencia?
Una de las cosas que más admiro del movimiento LGBTI es la resignificación del lenguaje despectivo: si tú te reapropias de las palabras y te llamas a ti mismo “mariposa”, el insulto pierde sentido. Deja de ser insulto. Pero no creo que eso venza el lenguaje de la violencia: siempre es posible inventarse nuevos insultos, pero también siempre será posible resignificarlos. La violencia puede ser creativa.
Me detengo en esta idea: A veces pienso que lo contrario de una matanza –que lo contrario de la violencia– es la creación. Esto se ha dicho mucho. En Hombre y superhombre, por ejemplo, Bernard Shaw habla de la creación y de la matanza como contrarios. Pero también pienso que es posible hablar de una “destrucción creadora”. Es decir, la violencia puede deshacer el mundo pero también lo rehace. Ahí estamos ante un desafío: cuando la violencia y la creación dejan de ser realidades que recíprocamente se excluyen.
¿Y dirías que la belleza y la violencia sí son contrarios?
Quisiera decir que sí, pero en verdad no sé. Pienso en Elaine Scarry y su ensayo “Sobre la belleza”. Ahí, ella se pregunta cuál es la experiencia cognitiva de una persona cuando está ante algo bello. Menciona varios sucesos, a destacar: un “contagio de imitación” (es decir, para Scarry, la belleza provoca que quien la contempla la quiera reproducir; en otras palabras, provoca creación); el deseo de mantener en el presente la belleza (uno se queda mirándola); y la voluntad de cambiar la propia locación para ponerse uno mismo en el camino por el que transita lo bello.
Si tomamos estas ideas y nos preguntamos cuál es la experiencia cognitiva de una persona cuando está ante la matanza o la violencia, podemos llegar a conclusiones similares: la violencia puede producir un contagio de imitación y deseo de ser reproducida (pienso en la decisión que tomó la policía de no mostrar los videos que grabaron los estudiantes de Columbine antes de matar a sus compañeros para evitar los llamados “copycats”). La violencia también provoca que la mantengamos presente: aunque uno quiera olvidarla, vuelve y vuelve, y a veces es imposible no mirarla, ya sea por estupefacción o por morbo o por deseo de entender cómo es. Y por último, la violencia también hace que cambiemos nuestra locación, ya sea para verla más y mejor o para alejarnos de ella.
Como la belleza, la violencia también provoca creación.
Y hablando de violencia y creación, en febrero de 2015 tu padre falleció mientras escribías la novela. ¿Crees que hiciste duelo escribiéndola?
Seguramente la escritura fue parte del duelo; sí, aunque no me gusta pensar en la escritura como terapia.
Alba Lara Granero (El Pedernoso, 1988) es escritora y licenciada en Filología Hispánica y máster en Formación del Profesorado por la Universidad Complutense de Madrid. Es graduada del programa MFA de la Universidad de Iowa y sus ensayos han sido publicados en Iowa Literaria y otras revistas.
© Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Posted: May 3, 2017 at 10:28 pm