Björk y Yoko. Celebridad, talento y controversia en MoMA
Naief Yehya
Mujeres famosas, mujeres invisibles
En los últimos meses en Nueva York tuvieron lugar dos exposiciones sucesivas de dos polémicas mujeres artistas: Björk y Yoko Ono en el Museo de Arte Moderno. A pesar de que entre ellas hay pocas similitudes o intersecciones, es necesario señalar que se trata de un momento relativamente inusual simplemente porque son dos figuras prominentes en la cultura popular que son reconocidas por la institución más importante del arte moderno de la ciudad y del mundo. Por otro lado no debemos olvidar que la representación femenina en los principales museos es escasa. En el propio MoMA, la obra expuesta de mujeres artistas va del 1 al 8% del total, dependiendo del periodo. Por algo el crítico Jerry Saltz, señala que esta omisión equivale a una especie de apartheid. Por supuesto que no se trata de establecer cuotas de participación femenina ni imponer absurdos criterios políticamente correctos de inclusión de minorías, sino tan sólo de romper con los rigores de los cánones, sacudir un poco la misoginia enquistada en estas instituciones y abrir los ojos para poder apreciar la enorme cantidad de artistas extraordinarias que han sido históricamente ignoradas. La decisión de incluir muestras mínimas de arte de mujeres no es obviamente exclusiva del MoMA (que dicho sea de paso fue fundado por una mujer), basta considerar que la venerable colección Frick tan sólo exhibe un 1% de arte de mujeres y no hablemos del mercado y las subastas donde la situación comercial de la mayoría del arte hecho por mujeres es deprimente. Por su parte el Museo Whitney (también fundado por una mujer) desde su mudanza a su nueva sede se ha impuesto como meta cambiar la narrativa y reconsiderar la presencia e importancia de las mujeres artistas. En su show inaugural en el nuevo y flamante edificio del Meatpacking District el arte de mujeres ocupa alrededor del 30%, una cifra sin precedente en una muestra representativa del arte moderno.
Björk: la oscura gruta de la celebridad
La controvertida “Retrospectiva de media carrera” de la artista islandesa Björk en el Museo de Arte Moderno provocó reacciones tan violentas que llevaron a muchos críticos y asistentes a exigir la renuncia de Klaus Biesenbach, curador en jefe y director de PS1. El show fue acusado de ser el peor que ha tenido este museo desde su fundación. La reacción no se debió únicamente a lo que fue percibido como otro show ostentoso y populista de una celebridad, con la intención mercenaria de atraer a las masas (como fueron los shows de Tim Burton, Tilda Swinton en el papel de princesa encantada dormida en una caja de cristal e incluso Marina Abramovic mirando a los ojos a los visitantes que deseaban sentarse frente a ella para volverse parte de la historia), sino que se trataba de una exposición holgazana y miserable que consistió en un muestrario de modas en un minúsculo cajón negro que llamaron Songlines, en donde el público seguía una especie de recorrido anecdótico sentimental de los ochos discos de la compositora en lo que parecía un closet laberíntico y claustrofóbico, guiado por una verbosa narración en audio, “El triunfo del corazón”, escrita por el poeta islandés Sjón; en otra sala se mostraban ininterrumpidamente tres horas de videoclips; en una sala más se proyectaba en dos pantallas Black Lake una pieza de video hecha especialmente para el show; y en PS1 se mostraba el video de Stonemilker, filmado para el Oculus Rift en 360 grados de realidad virtual (que por cierto puede verse en todo su esplendor técnico en un Smartphone o una tableta). Y para todo esto había que hacer largas colas.
El show, al cual no pudieron ni siquiera cederle un piso completo del MoMA no muestra el menor atisbo de introspección en los procesos de composición o las numerosas y variadas propuestas visuales, así como no se da importancia al contexto histórico, social o creativo de la obra. Se trata de un amontonamiento que vuelve cursi y frenético un trabajo sólido, diverso y complejo al reducirlo a “la fábula de una niña que recorre varios reinos” y, como apunta Peter Schjedahl: “Cada vez que cualquier cosa artística es descrita como un ‘viaje’ se puede estar muy seguro de que no se va a ninguna parte”. Es claro que trataron de evitar el formalismo convencional de una retrospectiva pero en lugar de eso tan sólo pudieron ofrecer una propuesta que se pretende fantasiosa y onírica, una “experiencia sonora experimental”, como la define Biesenbach. Esto fracasa dolorosamente al dejar insatisfecho tanto al fanático como al que desconoce a Björk. Pero más que nada el show no logra explicar porqué le “tocaría” a Björk semejante privilegio antes que a otras celebridades con más veteranía y reconocimiento y que han trascendido el pop, como David Bowie (quien recientemente tuvo su propia retrospectiva itinerante), Laurie Anderson, Pink Floyd e incluso David Byrne, por mencionar a los primeros músicos que se me vienen a la cabeza. El asunto no es si le “toca” o no le “toca”, sin embargo, sí es importante entender los criterios estéticos usados para llevarla al MoMA.
Los videos de algunas de las canciones de Björk son fabulosos y han sido profundamente influyentes desde el punto de vista musical, coreográfico, fílmico y tecnológico. Esta artista multifacética, camaleónica y con un carisma arrollador es una virtuosa de la colaboración, basta ver como se adapta y se reinventa al trabajar con directores como Michel Gondry, Spike Jonze, Andrew Thomas Huang, Nick Knight y Chris Cunningham, así como con diseñadores de la talla de Alexander McQueen e Iris van Herpen. Pero eso no parece interesarle al curador en jefe, quien quedó satisfecho con hacer una exposición que recuerda la decoración del Hard Rock Café (zapatos, vestidos, diarios, páginas manuscritas, instrumentos exóticos, memorabilia y parafernalia en asépticas vitrinas), de ahí que se le haya acusado de carecer de ambición, de lógica y de vergüenza. La sensación de la mayoría de los críticos ha sido que Björk, esa “artista que define una era”, de acuerdo con el propio MoMA, merecía un poco más de respeto y no ser utilizada como gancho comercial para atraer incautos y turistas (y sí, por supuesto que fue incluido al maléfico vestido de cisne con que se presentó a la ceremonia del Oscar).
Yoko Ono: One Woman Show de nuevo
Mientras aún estaba colgado el desastroso show de Björk se estrenó una mucho mejor concebida exposición de Yoko Ono, quien es probablemente la artista más despreciada e incomprendida de las últimas décadas. Ono será para siempre, desde la perspectiva de muchos, la arpía que destruyó a los Beatles y echó a perder a John Lennon. Incluso críticos serios insisten en considerarla un producto de la cultura pop y otra celebridad incómoda y escandalosa que puede ser descalificada sin tomarse la molestia de revisar su carrera.
En 1971 Ono publicó en el Village Voice un anuncio de su “One Woman Show” en MoMA. En la foto se veía a Ono en la acera del museo llevando una bolsa grande con una letra F impresa. Por su posición frente al letrero del museo podía entenderse el chiste irreverente: Museum of Modern (F)art (Museo del pedo moderno). Obviamente tal exposición nunca tuvo lugar y algunos de los que fueron a verla tan sólo se encontraron en la acera de enfrente a un hombre con un cartelón colgado del cuello que explicaba que el show consistía en que Ono había liberado moscas en el jardín escultórico del museo y que en este momento podían estar volando en cualquier parte de Manhattan. Ono realizó una película con entrevistas al público que asistía al museo, esos testimonios y reacciones sobre la obra ausente eran la obra.
La exposición individual, también llamada “One Woman Show”, que fue inaugurada 44 años más tarde, el 17 de mayo de 2015, es un eco y un contrapunto de aquella que fue literalmente una exposición conceptual, por tanto puede ser considerada la primera o la segunda de la artista en MoMA. Se trata de una notable selección de trabajos que comienzan en la época en que participaba eventualmente con el grupo Fluxus, de George Brecht y George Maciunas, quienes impregnaban un cierto humor mordaz y sarcástico a sus obras antiarte y antiobjeto, que principalmente eran performances y publicaciones. Aquí, a diferencia del show de Björk, hay un enorme interés en determinar el contexto, las influencias y la importancia del trabajo de Ono.
La exposición comienza con la obra Apple (1966), una manzana Granny Smith, verde y brillante (que tiene resonancias con el sello de los Beatles) en un pedestal de plexiglás, que espera el efecto del deterioro del tiempo. A partir de ahí se ofrece un recuento cronológico de algunos de los años más vitales en el trabajo de Ono, en particular de lo que se hacía en su loft de la calle Chambers, el cual más que un estudio se convirtió en un salón de arte experimental, una galería, un espacio para el perfomance y una sala de conciertos a la que asistían personalidades como Marcel Duchamp, Jasper Johns, John Cage, Isamu Noguchi y Peggy Guggenheim, entre otros.
La selección de trabajos de Ono pertenecen al periodo de 1960 a 1971, e incluye más de cien obras (algunas de ellas reproducciones), entre las que destacan dibujos en tinta sumi, una selección de música de su Plastic Ono Band, películas, instalaciones y una obra realizada especialmente para esta muestra que es una escalera de caracol metálica tambaleante en la que se puede subir al techo donde no hay nada que ver. Ono concibió la idea de hacer arte en forma de instrucciones para crear piezas una, mil veces o nunca, estas “guías” que van de lo surreal a lo pragmático fueron recopiladas en su libro seminal Grapefruit, de 1964 (que ha sido reeditado recientemente). Esos textos breves y simples, al borde de la poesía y que coquetean con el haikú, tienen un enorme poder de evocación que va de lo humorístico a lo sublime. Si bien buena parte de sus objetos parecen ahora un poco ingenuos, su trabajo conceptual inspirado por un misticismo Zen fue pionero de la corriente conceptual en la que ideas y discursos sustituyen a la pintura, la escultura y los objetos físicos en el arte contemporáneo.
Una de las obras centrales de la expo es el registro en video de su performance Cut piece (filmada por los extraordinarios documentalistas Albert y David Maysles, 1964), puesta en escena en tres ocasiones y en la cual Ono se sentaba sola en un escenario y se ofrecían al público unas tijeras con las cuales podían recortarle ropa a voluntad mientras ella permanecía inmóvil con un gesto imperturbable, en una inquietante reflexión que va del budismo a la victimización como espectáculo y que fue la inspiración para un performance similar de Abramovic. Para 1969, cuando se casó con Lennon, Ono tenía ya una trayectoria amplia e interesante y fue entonces que dio un giro de las galerías a los medios masivos en campañas por la paz mundial: Bed Peace, desde la cama de una habitación de hotel en Ámsterdam y después en anuncios espectaculares de su serie War is Over (La guerra ha terminado). Piezas que retoman el concepto del arte ausente y del poder e insignificancia de la palabra.
Esta no es la primera retrospectiva amplia de Ono, sin embargo, es la más importante ya que tiene el mérito de estar enfocada principalmente en el periodo preLennon, aunque se incluyen colaboraciones con él (que están entre lo más flojo del show) y la virtud de mostrar que su importancia no radica en su difunto esposo. Inicialmente cuando le propusieron una exposición ella pensó mostrar su obra más reciente, afortunadamente la convencieron de la relevancia de celebrar su trayectoria en una exposición que rescata a la artista feminista, que sin recurrir al panfletarismo ni a la militancia activista ha sido, sin ostentarlo, inspiración e influencia de varias generaciones de creadores.
Ambos shows llegan a MoMA rodeados de prejuicios, arrastrando el estigma de la obsesión por la fama y las celebridades de Biesenbach, a quien algunos apodan Herr Zeitgeist, y acusan de querer convertir al MoMA en un templo al consumo y el glamur (no faltan quienes aseguran que viene un show de Lady Gaga). Sin embargo, también es importante señalar que sus tres exposiciones más controvertidas, estas dos, más La artista está presente, de Marina Abramovic, han sido de mujeres que hacen una obra experimental, comprometida y difícil. Independientemente de errores de concepción, actitudes de fanatismo y complacencia, estas exposiciones ponen en evidencia la dificultad de llevar performances a un museo, y enfatizan la complejidad del viejo conflicto entre una institución rígida y la fluidez del arte no objetual. A pesar de su extravagancia y sus escandalosas transgresiones, Biesenbach ha corrido riesgos y ha sido un promotor importante del arte femenino, y yo diría feminista, en un sentido amplio, en el foro más cotizado del arte moderno. Y eso no es poca cosa.
Posted: August 12, 2015 at 10:22 pm
Excelente reportaje.
Felicidades.