Una carta sin pedirla
Virginia Woolf
La editorial Páginas de espuma acaba de publicar una maravillosa selección de la correspondencia de Virginia Woolf: las cartas entre una genia y su genial círculo de amistades. A continuación presentamos un extracto del libro
Traducción de Patricia Díaz Pereda
Una Carta Sin Pedirla de Woolf, Virginia 978-84-8393-344-2
A Janet Case
17 de agosto, 1912
The Plough Inn, Holford, Somerset
Es estupendo estar casada; muy simple y rápido. Te quedas de pie, repites dos frases y luego firmas. Nada salió mal, la única molestia fueron los nombres de Vanessa y Virginia que el del registro, que era medio ciego y por lo demás, deforme, no paraba de confundir; Nessa le puso más nervioso al decidir, de repente, cambiar el nombre de su hijo de Quentin a Christopher.
Tronó todo el tiempo, pero disfrutamos. Luego hubo un ágape; George y Gerald, con levitas, miraban con suspicacia a un pequeño y raro pintor que vino y solo sabía hablar de ropa empeñada. Supongo que una no debería disfrutar de su propia boda, pero yo lo hice, y de la luna de miel aún más. No hemos visto nada de los Quantocks, salvo grandes masas de niebla, pero hemos caminado hasta la cima y ahora mismo estamos sentados junto al fuego y leemos novelas como fieras. Ahora que hemos acabado las nuestras es muy divertido leer las de otra gente. Creo que no ha parado de llover desde que llegamos: mañana cruzaremos a Francia, donde hay tormentas de nieve por lo que vemos, y luego vamos a España e Italia.
Estamos en tratos para unas habitaciones en Kings Bench Walk, pero es incierto cuando las tendremos, así que empezaremos con una semana o dos en Brunswick Square. Es muy divertido hacer planes y suponemos que estaremos muy ocupados y no tendremos nunca una casa auténtica. Una nos la dejaban con cinco criados, pero nos deprimió tanto que acordamos este compromiso.
Leonard instruye al mundo en los modos científicos de la gestión, creo que él es un fraude, pero nadie parece saber nada. Mi nombre real es Woolf, pero solo para las tiendas, seré el animal corriente porque es más simple.
¡Qué aventuras ha vivido mi broche! Pero estoy muy contenta de que haya sobrevivido con tanto éxito.
Ahora debo acudir a mi marido para que me haga el equipaje.
Tuya affa.
V.W.
A Lytton Strachey
28 de febrero, 1916
Hogarth House
Queridísimo Lytton:
¡Vaya regalo, saber de ti!; aunque no marca una gran diferencia si escribes o no, siempre me parece que al final aparecerás y de hecho, nunca desapareces realmente.
Tu elogio [por Fin de viaje] es, con mucho, el más agradable que he recibido, al tener, como sabes, una antigua veneración por tu comprensión de estas cosas, así que apenas puedo creer que te guste ese libro. Casi me diste el valor para leerlo, lo que no he hecho desde que se imprimió, y me pregunto qué sensación me produciría ahora. Sospecho que tu crítica respecto al fracaso de la concepción es bastante acertada. Creo que tenía una concepción, pero no creo que la dejara ver. Lo que quería era dar la impresión de un vasto tumulto de vida, tan variado y desordenado como fuera posible, que sería cortado en un momento por la muerte y luego continuara; el total iba a tener una suerte de diseño y ser de alguna manera controlado. La dificultad era mantener algún tipo de coherencia —también dar los suficientes detalles para que los personajes fueran interesantes— lo que Forster dice que no consigo. Quería, en realidad, tres volúmenes. ¿Crees que es imposible lograr este tipo de efecto en una novela; está el resultado obligado a ser demasiado disperso para ser inteligible? Espero que una pueda aprender a tener más control con el tiempo. Te ves tan envuelta en los detalles —pero veámonos y tengamos una larga charla— ¿Qué tal el domingo próximo? ¿Vienes a cenar —o para el té— y pasar la noche? Llámanos y si no te va bien, propón otra fecha. Casi siempre tenemos una habitación libre.
¿En qué andas? ¿Estás enamorado? ¿Estás escribiendo? Supongo que aparecerás con brillantez, con las flores de la primavera.
Tuya
V.W.
Virginia Woolf
A Margaret Llewelyn Davies
17 de agosto 1919
Asheham, Rodmell
Queridísima Margaret:
Hay mucho espacio para ti en Monk´s House. Un prado, un huerto, un viejo granero y dos cobertizos. Mi idea es sentarme en mi ventana y tener a los amigos esparcidos por la finca. Me gustaría verte a ti y a Beatrice y Sidney [Webb], a la señora Cole y a Janet [Case] y Lilian y a otros de una variedad más frívola, disolviéndose y combinándose en formas a distancia. Pero de verdad, debes venir sola y sentarte en el medio de la chimenea, Leonard en una rinconera y yo en la otra; ya es hora de que tengamos un buen cotilleo. El verano se ha cortado por la mudanza. Entramos en posesión de Monk´s House mañana, pero tenemos que esperar a que los carros de la granja nos lleven y puede ser la semana próxima o la otra.
El último fin de semana, sin embargo, tuvimos a una dama joven [Hope Mirrleess] que se cambiaba de vestido todas las noches para la cena, que Leonard y yo cocinábamos porque las criadas tenían vacaciones. Sus medias iban a juego con una guirnalda en la cabeza, cada noche de un color distinto; los polvos le caían en copos, y el perfume era tal que tuvimos que sentarnos en el jardín. Por otra parte, sabe más de griego y ruso que yo de francés; es la discípula favorita de Jane Harrison y ha escrito un poema muy oscuro, indecente y brillante que vamos a imprimir. Tuvimos a Maynard Keynes para entretenerla, ya que poco podíamos ofrecerle en el capítulo de la comodidad. Él está completamente desilusionado con el gobierno y los peces gordos; solo va a ver a los Asquith porque gana cuarenta libras en un fin de semana y Margot le abraza por el cuello y solloza. La pobre mujer había perdido ochenta libras al bridge, así que tiene sus problemas como el resto de nosotros.
Ambos hemos terminado de corregir las pruebas de nuestros libros [Noche y día, y Empire and Commerce in Africa] y nos sentimos (esto es un poco en el estilo de los Webb) tan viejos, arrogantes e indiferentes que ni el elogio ni la crítica ni nada parece importar. Supongo que lo hará, cuando llegue el momento; supongo que esto es solo un refinamiento de la vanidad. Sin embargo, no parece que importe mucho el libro de nadie. Tengo que leer todo lo de George Eliot, todo lo de Hardy y buena parte de Henry James para escribir artículos acerca de ellos. Es bastante humillante leer las novelas de otra gente. George Eliot me fascina. ¿La conoció tu padre? ¿o ella estaba demasiado desacreditada? Nadie iba a visitarla o eso dice y, sin embargo, a mí su virtud me parece excesiva —ya no me queda más espacio. Besos a Lilian.
Tuya
V.W.
A Roger Fry
29 de agosto, 1921
Monk´s House, Rodmell, Lewes
Mi querido Roger:
He estado fastidiada por todo tipo de dolencias menores desde que llegamos y así hemos llevado una vida aburrida, triste y apenas humana, hasta la semana pasada, cuando me recuperé y gracias a Dios retomé la escritura. ¿Pero por qué inventaron el sistema nervioso?
Después, al habernos vuelto muy ambiciosos con nuestro jardín, nos enteramos de que el terrateniente va a construir una casa enfrente. Solo es un terrateniente impostor y la perspectiva de tener a Ted Hunter en el huerto es tan perturbadora que hemos salido a ver una granja en los prados, cerca de Ripe. No hay nada con lo que disfrute más que con buscar casas y pensar que voy a encontrar exactamente la mejor, así que no me importa mucho. Pero lo cierto es que este trocito del país se está volviendo pintoresco. Los viejos caballeros se sientan a bosquejar —los observo con los prismáticos. Ya sabes cómo lo hacen: una carretera herbosa, unas pocas vacas, una cría de color rosa, quizá un ganso al fondo. Ahora acaba de pasar un caballo muerto en un carro. Ya conoces mi pasión por lo sensacional. He intentado que Leonard viniera y lo mirara, pero nada. Está escribiendo una reseña. Lo que está deseando es encontrar una excusa para desenmascarar públicamente a Murry. Todas las semanas hay un artículo en The Nation que hace que se le suba la sangre a la cabeza. La semana pasada fue sobre ti —el panfleto de arquitectura— demasiado fútil, pensé; todo sobre la grandeza del profesor Lethaby, de la cual no te das cuenta. (Ahora acaba de pasar otro caballo, marrón, esta vez vivo). Creo que Murry está profundamente pervertido, me refiero a su crítica, su furia, su justicia, su profundo, masculino, honesto, recio, balbuceo, tartamudeo, el empeño en llegar a la verdad parece un deseo de dar alfilerazos —pero no consigue que sean muy profundos.
He estado leyendo a Henry James —Las alas de la paloma— por primera vez. Nunca he leído sus grandes obras, solo lo he fingido. Ciertamente es muy notable, estoy impresionada.
Por favor, vuelve a escribir. Ha sido delicioso saber de ti. Burbujeo de charla —quiero decir que debería, si estuvieras aquí. Leonard y yo pasamos parte de nuestra luna de miel en Vauclure; fuimos a ver una obra de teatro aldeana. También vimos a Mistral. Estoy tratando de impresionarte, pero no sirve de nada.
Siempre tuya
V.W.
A T.S. Eliot
Viernes Santo, 14 de abril, 1922
Mi querido Tom:
Leonard quiere que te diga que no puede enviarte ninguna traducción del ruso pronto, pero podría hacerlo, con seguridad, el 15 de agosto. Tiene en mente algunas cartas interesantes de Chejov, que hasta ahora no han sido traducidas. Koteliansky también escribe para decir que hay otros materiales, pero su información es vaga: Leonard averiguará a qué se refiere cuando lo vea. (Como sabes, Koteliansky es un fanático de la literatura rusa y con bastantes dificultades para expresarse).
En cuanto a mí, no te enviaré nada por ahora. Estoy intentando terminar y enviar a la imprenta un relato largo [La señora Dalloway en Bond Street] y aunque pretendí hacerlo en tres semanas, lo más seguro es que me lleve seis. Si puedo, intentaré escribir algo, de menos de cinco mil palabras para el 15 de agosto: me encantaría ser publicada por ti, pero ya sabes lo peliagudas que son estas cosas. Cuando una quiere escribir, no puede. En cualquier caso, no solo tendrás que fijar la extensión; tendrás que ser sincero y severo. Nunca puedo decir si lo hago bien o mal; te prometo que te respetaré mucho más si me haces pedazos y me tiras a la papelera. ¿Cuándo vamos a ver tu poema? [La tierra baldía] —y luego puedo cortejarte.
¿Te conté que me gasté cuatro libras en el Ulises y me pasé una o dos horas ayer cortando las páginas? Leonard empezó a leerlo anoche. Yo también lo voy a hacer si sigue lloviendo. Y entonces, ya sabes, tu reputación de crítico estará en juego.
Hasta ahora, sigo con 99; en temperatura, no en años, pero me siento sorprendentemente bien.
Siempre tuya
Virginia Woolf
A Dorothy Brett
2 de marzo, 1923
Hogarth House
Mi querida Brett:
No, no me cansaste en absoluto; claro que no. Fue egoísta por mi parte, me pareció, hacerte hablar de Katherine. Deseaba mucho hacerlo desde que murió. Pero debe de ser muy difícil para ti. He estado mirando en mi diario y veo que debí de escribirla en algún momento en marzo de 1921. Por lo que dices, quizá nunca le llegó mi carta. Me hace lamentar más que nunca el no haber persistido; sin embargo, me gustaría pensar que no me tomó antipatía, como creí, o se cansó de tener noticias mías. Me había estado viendo con Murry, que justo iba a reunirse con ella y dijo que se sentía sola y me pidió que la escribiera. Así que la escribí enseguida, una carta muy larga, diciendo que solo tenía que escribir una línea y yo seguiría escribiéndola con regularidad. Me duele que nunca me contestara y luego, como te conté, aquellos chismorreos me aseguraron que ese era su juego, etc., etc.; hasta que, aunque quería escribirla, sentí que ya no sabía en qué punto estábamos y esperé a verla —como creí con certeza que sucedería.
He estado pasando a máquina sus cartas esta mañana y es terrible para mí pensar que sacrifiqué algo por ese odioso chismorreo. Ella me dio algo que nadie más puede. Pero aquí estoy siendo egoísta otra vez. Ninguno de mis amigos la conocía, salvo tú y por eso no puedo evitar recurrir a ti.
Cuando te apetezca, vuelve otra vez, o iré yo.
Acuérdate de la foto, algún día.
Siempre tuya
V.W.
A Gerald Brenan
14 de junio, 1925
Tavistock Square 52
Mi querido Gerald:
Fuiste muy bueno al escribir. Pero no contestaré a tus críticas (y diría que no quieres que lo haga) porque en estos momentos solo puede enfrentarme a las de otra gente y no puedo conseguir que se refieran a la propia señora Dalloway. Es en parte, supongo, porque acabo de tener una larga conversación con Roger y me ha dado un punto de vista de la Sra. D. totalmente distinto al tuyo; de hecho, creo que os contradecís el uno al otro en prácticamente todos los puntos de importancia (ahora me acuerdo de que los dos se refieren a Septimus: para él, la parte más esencial de la Sra. D.: y esto es lo que pretendí, que Septimus y la señora Dalloway fueran completamente dependientes entre sí; si dices que él «no cumple ninguna función en el libro» entonces, por supuesto, es un fracaso. Y el destino; (para él no hay otro libro más lleno del destino). Entretanto, como lo acabé hace ocho meses y ahora trabajo en algo diferente [Al faro], me siento muy distante, como si os viera a ti y a Roger modelando una figurita de cera, algo con lo que ahora tengo muy poca conexión.
Quizá es la falta de crítica o el hecho de que afecto a la gente de forma tan distinta, por lo que me resulta tan difícil escribir un buen libro. Siempre siento que nadie, salvo quizá Morgan Forster, agarra lo que he hecho: se encuentran en conflicto en el aire y así tengo que crear la cosa nueva para mí misma cada vez. Probablemente todos los escritores están ahora en el mismo barco. Es el precio que pagamos por romper con la tradición, y la soledad hace que la escritura sea más excitante, y el ser leído, menos. Una debería hundirse en el fondo del mar y vivir sola con sus palabras. Pero esto no es muy sincero, porque es un gran estímulo que discutan sobre ti, te halaguen y te censuren; guardaré tu carta y la leeré cuidadosamente dentro de unos meses. Por el momento, dejo de lado las distintas opiniones (aquí hay dos cartas de personas muy inteligentes); una , que dice que la propia señora Dalloway es un fracaso y que todo el interés reside en Septimus y Rezia; otra, me implora escribir más como Chejov y lamenta el hecho de «contemplar la vida de los ricos ociosos». Bueno, dejo que estas opiniones se acumulen y luego, cuando todo se haya tranquilizado, saldré a rastras de mi agujero y las uniré todas.
Estoy de mal humor esta noche y desacreditada, porque he ido a casa de Ottoline y me he pasado la velada hablando con la señora Anrep, porque me gusta hablar con ella y ahora Ottoline me acusa de haber estropeado su velada porque debería haber hablado con veinte hombres jóvenes brillantes, los cuales me aburren mortalmente; pero una no puede desgarrar a Ottoline más de lo que se apuñala una almohada hasta el corazón, así que debo suprimir mi rabia. Pero la señora Anrep vale más que veinte docenas de Philip Ritchies, W. J. Turners y Kitchins, además; es mi opinión. Tiene unos ojos preciosos y manos femeninas. ¡Qué cosas tan raras hacen que te guste la gente! Pero encuentro que ya no me puedo molestar en que me guste la gente que me debería gustar.
Ven a vernos cuando estés de vuelta. ¿Cómo te va el alojamiento donde la judía en las downs de Wiltshire? ¿Haces progresos? Encuentro casi imposible concentrarme con este tiempo: mi mente es como un gran globo que se aleja flotando, y aunque tengo dos libros en mente, no puedo escribir más de veinte palabras en una mañana. ¿Cuántas palabras escribes tú?
Pon esta carta donde merece estar, en el retrete de la señora Levy; no la enviaría si pudiera escribir una mejor, pero no es posible, con este calor divino y perfecto. Estoy leyendo la novela japonesa de Waley y David Copperfield.
Tuya
V.W.
A Vita Sackville-West
3 de febrero, 1926
Tavistock Square, 52
Aquí hay una carta de El Cairo, quiero decir, de las costas de Grecia, llega esta mañana, una carta muda, pero me sienta bien leerla. Me gustó. Yo te mandé otra ayer, a Bagdad y veo que tengo que escribir ahora, para alcanzar el correo, a Teherán, así que no hay noticias. Que estarás emocionada, feliz y todo eso. Me habrás olvidado, a mí, a la habitación, a la grulla. Somos un pobre espectáculo frente a Teherán. Grizzle [la perra de los Woolf] está en el hospital, con sarna y estoy sola —ay, gracias a Dios— se acaban de ir Morgan Forster y un condenado francés que hablaba sin parar. ¡Qué difícil es imaginar que alguna de estas palabras te llegue a Teherán! ¿Has llegado sana y salva? ¿Eres feliz? ¿Qué ves cuando miras este papel? Una colina rosada y pequeños penachos de flores, imagino.
Estoy demasiado disipada para escribir. Morgan ha estado con el viejo Hardy; la productora de cine llama y dice «¿Nos organizaría una cita para filmar al gran novelista trabajando? Porque oímos que no va a vivir mucho más» La señora Hardy le contó esto a Morgan, muy angustiada porque el viejo Hardy no había estado bien. Luego dice «¿qué pensaría acerca de escribir la vida de mi marido?». Para pisar tierra firme, Morgan dice, «Bueno, Middleton Murry es un gran admirador» tras lo cual la señora Hardy se acalora (para nuestra alegría) «No, no, señor Forster, eso no nos gustaría en absoluto» —a pesar de la devoción de ese gusano, que se llevó a su esposa para que tuviera un hijo, que se iba a llamar Thomas, a Dorchester, pero tuvo una niña a cincuenta millas. Por cierto, Murry ha procesado a tu pobre Virginia y al Eliot de Virginia, y todas sus obras, en el Adelphi, y los ha condenado a muerte.
El viernes (pero esto habrá ocurrido hace semanas) nos vamos a Rodmell. Queridísima, qué bueno será tenerte allí dentro de uno o dos meses. Ayer gané, inesperadamente, veinte libras y prometí gastarlas en mejorar el retrete, para tu disfrute. Pero Teherán me excita demasiado. En estos momentos creo más en Teherán que en Tavistock Square. Te veo, con un largo abrigo y pantalones, como una emperatriz abisinia, andando con paso majestuoso por esas áridas colinas. Lo que de verdad quiero saber es cómo te fue el viaje, los cuatro días por la nieve, la caravana. ¿Me escribirás y me lo contarás? Y la carta cariñosa ¿cuándo llega?
He vuelto al meollo de mi novela, y las cosas se me agolpan en la cabeza: millones de cosas que podría poner; todo tipo de incongruencias, que elaboro andando por las calles, mirando el fuego de gas. Luego lucho con ellas, de 10 a 1: luego me tumbo en el sofá y observo el sol tras las chimeneas: pienso en más cosas: luego compongo los tipos de una página de poesía en el sótano, luego el té y Morgan Forster. He eludido dos fiestas y a otro francés, me he comprado un sombrero y he ido a tomar el té con Hilda Trevelyan: realmente no puedo combinar todo esto para que mi gente imaginaria siga adelante. No son gente: lo que una imagina, en una novela, es un mundo. Entonces, cuando una ha imaginado este mundo, de repente la gente viene —pero no sé por qué se hace o por qué aliviaría las miserias de la vida; sin embargo, no te hace exactamente feliz porque la tensión es muy grande. Ah, haberla terminado y ser libre.
Deambulando por el sótano, donde me parece que siempre hay alguien que anda arriba y abajo hablando, me tropecé con Bob Trevelyan, que empezó contigo y Dottie: que había leído un poema suyo; que piensa que tienes un auténtico don literario; le gustó tu artículo de Hops y luego, por supuesto, se limitó a su propia poesía y a cómo, para acabar tres obras de teatro y cuatro poemas épicos, debe retirarse a Italia. Aquí se abre la puerta y el señor Waley envía unos poemas de Camilla Doyle para que la señora Woolf los lea. La señora Woolf tiene que leerse dos largas novelas y debería estar con eso ahora, en vez de garabateando a Vita, que está demasiado feliz y emocionada para atender, y también divinamente hermosa (y digo yo ¿qué llevas puesto, el vestido de lana con los perros morados?). Así que acabo, siendo exigente por naturaleza y con odio por la atención dividida que es todo lo que puedo conseguir ahora.
Pero soy fiel y cariñosa y no he encontrado ni una mancha en ti —nadie tan reconfortante con quien estar.
Dale recuerdos ¿es esa la frase? a Harold.
Tuya
V.W.
A Hugh Walpole
20 de agosto. 1928
Monk´s House
Mi querido Hugh:
Siempre me dices que no tengo que contestar, así que nunca lo hago. Es uno, en absoluto el único, de los placeres de recibir una carta tuya. Ahora, aunque debería estar leyendo una enorme pila de manuscritos, aprovecho la ocasión para escribirte.
Sí, estamos muy bien, muy húmedos después de haber estado zambulléndonos en los prados pantanosos para buscar champiñones. Leonard y yo juntos hemos encontrado exactamente tres: un hombre en el campo de al lado, una bolsa llena. Tengo un bote de goma que se infla como un globo. Me siento y remo marea abajo hasta que veintitrés cisnes me rodean con las alas desplegadas. Ya ves, estoy alardeando, para rivalizar con tus aventuras córnicas. En secreto, todo el romance de mi corazón lo suscita Cornualles. La gente dice que está estropeado. Yo aún creo que atrapar una caballa en una bahía córnica es la mayor emoción bajo la luna. Y luego me tientas con la charla de un romance amoroso desdichado. ¿Por qué no me envías todos los detalles, suprimiendo los nombres? No veo por qué la gente le da tanta importancia a la castidad. Aunque no estoy segura de que lo sigan haciendo. Mis sobrinos estuvieron aquí ayer, los chicos de Vanessa, las cosas que dicen y las vidas que llevan, mientras siguen siendo tan inocentes como huevos recién puestos, me hacen sospechar que la figura de la Castidad ha cambiado desde nuestros tiempos. Sybil Colefax vino aquí, y Vita —no es que la conecte, en particular, con la Castidad. Sybil despierta mi piedad, equivocadamente, sin duda. Vaya vida, apresurando a los fontaneros y a los del papel pintado en Londres, por un 10 por ciento (no puedo escribir el signo apropiado) de comisión. Suspiraba por tener un cottage en el campo que seguramente podría tener si despidiera a su chófer y vendiera el Rolls-Royce, pero claro, eso es precisamente lo que no puede hacer.
Me alegra que estés escribiendo sobre Scott, aunque solo sea para sentirme segura, porque ayer compré las novelas de Waverley en veinticinco volúmenes grandes, y mis amigos piensan de mí que soy una tonta sentimental —¿o es un felpudo?. Dicen que es porque mi padre nos lo leía en voz alta cuando éramos niños —no del todo, creo. Sí, leeré tu libro, pero no esperes una crítica lúcida de mí. Estoy bastante en ese estado de las vacas que mascan la hierba de nuestro prado: adormilada, contenta, no muy consciente de lo bueno y lo malo. Pero lo leeré. Y ahora, ay, debo empezar a volcarme sobre ese horrible montón que representa, al menos, las ambiciones de tres corazones —y las ambiciones de los oficinistas de Paisley no me atraen.
Tuya
V.W.
A Ethel Smyth
Viernes, 14 de noviembre, 1930
Monk´s House
Una carta no; un garabateo junto al fuego, mientras espero la cena que, mi querida Ethel, consistirá en pollo asado y alguna obra maestra de Annie, algo esponjoso y con nata, ya sabes, con gelatina que se hunde en el centro.
No te hablaré de mis fiestas (dices que es un caso de comerse seis merengues y ponerse mala). Ahora bien, eso es injusto; es el tono áspero de la tos ferina, y lo que es peor para mí, falso. Piensa en esto: mi primera fiesta fue por mandato, en caso de Ottoline; fue una fiesta desaliñada entre dos luces, lo que es una componenda, porque una puede dejarse caer sin ponerse ni siquiera esos zapatos negros que tú llevas en una caja de cartón con imperdibles —no con grapas— para aplacar a la aristocracia. En ese crepúsculo, todos los muebles italianos y las granadas se desvanecen en rosa y ámbar y de vez en cuando, ella arroja al fuego un manojo de virutas de cedro; entierra la mano en un cesto y saca ovillos como vísceras de peces voladores, lanas de colores, todas enmarañadas y las deja caer de nuevo. Y a un lado del fuego se sienta el poeta Yeats, en el otro, el poeta De La Mare —¿y qué hacían cuando llegué? Lanzaban entre ellos, cada vez más alto, un sueño de Napoleón con ojos de rubí. Y me pasó por encima de la cabeza, porque lo que sé del significado más secreto de los sueños, yo, cuya vida se funda casi por entero en sueños (sí, llegaré al sueño del suicidio uno de estos días), quiero decir, no sé nada del significado espiritual de los ojos de rubí, o de un libro con líneas concéntricas de color negro, púrpura y naranja. Pero Yeats dijo, de la forma en que podría hacerlo un hombre identificando una rara hierba, que es el tercer estadio del alma en contemplación (o palabras a ese efecto; no te sorprenderá si las capté mal). ¿Y luego? ¿Me gusta Milton? Sí. Y luego —a De La Mare no le gusta Milton. Y luego, sueños y sueños, luego historias de la vida irlandesa con acento irlandés; luego, la actitud del alma hacia el arte; y luego (aquí me emocioné, diría que tú no), según la conversación se hacía más arrebatada vi que Ottoline tendía la mano a lo que parecía un cubo de carbón y se lo llevaba a la oreja: resultó ser una trompetilla negra corriente, sin el embudo dorado, y la aparición de este objeto desnudo y horrible tuvo, de alguna manera, un efecto sepulcral y grité en medio de la poesía, por Dios, Ottoline, ¿estás sorda? Y me respondió con una especie de noble negligencia que me impactó: «Sí, sí, bastante sorda» y alzó la trompetilla y escuchó. ¿Te conmueve esto? Bueno, a mí sí, y vi en un destello todo cuanto admiro en ella; pensé en lo que la gente pasa por alto, en la maraña de zarzas de su tortuosidad e hipocresía obvias.
Bueno, ese es el merengue; ahora, el siguiente. ¿Conociste al viejo Parry, que compuso una marcha y en algunos círculos sustituyó a Mendelssohn? Por supuesto que sí. Tenía dos hijas, Gwen y Dolly. El sonido de sus violines solía flotar por Kensington Square y a veces, siendo niña, yo adoraba sus ojos brillantes, sus maneras felinas, risas y demás; y allí estaba Gwen, en la cena, la esposa, sospecho que viuda, de Plunket Greene. Todo su color se había desvanecido; tenía bolsas en la cara; aún conservaba algo picaresco y extravagante, pero además un movimiento de cuello que solo he visto en pájaros bastante absurdos y fantásticos, alargándose, picoteando, revoloteando, retirándose, adelantándose, precipitándose hacia una semilla imaginaria. ¿Qué es lo que busca? me pregunté y entonces la vi, aún bamboleándose y lanzándose, deslizar un odioso manual brillante en la mano de nuestra anfitriona. Resulta que ambos son unos pervertidos —quiero decir conversos— renacidos en la Iglesia católica. Y eso es lo que percibí en ella, incluso mientras se comía el faisán.
Ahora ya me he comido el pollo, de la manera más directa del mundo. Estoy fumándome un cigarro y Leonard está recortando agujas de gramófono. Deseo que Ethel —que acabe la frase en su propio beneficio. Sí, creo que Henry Brewster tiene una mente con una estupenda textura reservada. Me viene a la cabeza al sumergirme en extractos: un estupendo diseño, lleno de ramitas y espinas, como el fondo de un cuadro italiano. Pero aplazo su lectura hasta que mi cerebro se clarifique mañana. Por amor a ti, no tomé cloral esta madrugada, a las 4:30, me quedé tumbada con los ojos abiertos y dudo bastante que el cloral no sea la menor droga de los dos.
Un merengue más, o mejor, un pequeño macarrón, previendo que estás en la cama y tienes tiempo para toda esta charla.
¿Conoces a Colefax? Con frecuencia me has dicho qué tonta eres al pisar el umbral de su puerta y beber su vermut y siempre he contestado, con mi inimitable ingenuidad, paz, paz. Bueno (este es uno de los trucos de tu estilo, un escalón conveniente). Bueno, hace un año, Colefax perdió todo su dinero; se lo dio a un hijo para que lo invirtiera, este eligió América y hasta el último penique desapareció: todos sus ahorros para el retiro y la vejez; al mismo tiempo, sir Arthur perdió el oído, su bufete, sus veinte mil al año: allí estaban con sus miserables mil para abastecer a todo Londres de vermut. Ella dijo, no me dejaré derrotar e inmediatamente se hizo decoradora; puso un cartel en Ebury Street, vendió su Rolls-Royce, y ahora está, literalmente, en la oficina, con lavabos, tras escritorios, pasando el dedo por zócalos y tomando medidas desde las 9:30 a las 7. Así que dije, ven a cenar, y vino; había un paté corriente y allí estaba yo, saltando para traer el pollo y a L.; sirviendo vino francés barato; de vez en cuando, ella cogía el tenedor y lo enchufaba a la trufa y todo concordaba. Todo fácil, el hambre, el desaliño, incluso el cansancio; sin esmalte rojo en las uñas, tirada en un sillón chismorreando y contando historias de esa venta y aquel millonario, desde el punto de vista de la clase trabajadora profesional, como cualquier mujer detrás de un mostrador.
Suficiente
V.
A G.L. Dickinson
27 de octubre, 1931
Tavistock Square, 52
Mi querido Goldie:
Que extraordinariamente amable por tu parte escribirme. No puedo explicarte el placer que me proporcionó tu carta. Lo que dices que sentiste con Las olas es exactamente lo que quería comunicar. Mucha gente dice que es absolutamente triste, pero no pretendí eso. De algún modo quise descifrar, aunque solo fuera para mi propia satisfacción, un motivo para las cosas. Esto es, por supuesto, ponerlo de forma más definitiva de lo que tengo derecho a hacer, porque mis motivos son solo conceptos generales que me golpean cuando camino por Londres y luego intento encajar a mis pequeños personajes en ellos. Pero intenté decir que, de alguna forma vaga, todos somos la misma persona y no gente separada. Se suponía que los seis personajes eran uno. Me estoy haciendo mayor, cumpliré cincuenta el año próximo, y cada vez siento más lo difícil que es reunirse en una sola Virginia; incluso la Virginia especial en cuyo cuerpo vivo por el momento es muy susceptible de todo tipo de sentimientos diferentes. Por ello, quería dar la sensación de continuidad en lugar de lo que dice la mayoría de la gente, no, has dado el sentimiento de flotar y desaparecer y de que nada importa. Pero siento que las cosas importan enormemente. Cuál es el significado, el cielo sabe que no puedo adivinarlo, pero hay significado —lo siento abrumadoramente. Quizá para mí, con mis limitaciones —me refiero a la falta de capacidad de razonamiento y demás— todo lo que puedo hacer es un conjunto artístico, y dejarlo ahí. Pero resulta que me fastidia que me digan que no soy nada salvo una enhebradora de palabras, palabras y palabras. Empiezo a desconfiar de las palabras bellas. Cómo desea una, a veces, haber hecho algo en el mundo. Así que ya ves cuanto me reconforta pensar que de alguna forma me tenías en mente a la orilla del río. El mundo en el que vivo —porque no veo cómo vivir en cualquier otro —parece hasta cierto punto tener esa justificación. Así que gracias otra vez, muy muy sinceramente, por haberme escrito.
Siempre tuya
Virginia Woolf
A Benedict Nicolson
13 de agosto, 1940
Monk´s House
Querido Ben:
Justo cuando empecé a leer tu carta, sonó la alarma antiaérea. Escribiré las reflexiones que se me ocurrieron, con tanta honestidad, si puedo, como escribes las tuyas al leer mi vida de Roger Fry mientras das las alarmas antiaéreas en Chatham.
Ahí va la maldita sirena, me dije, y me sumergí en tu carta. Estabas sacando extractos de las cartas de Roger mientras la escuchabas. «Volviendo lentamente por Francia, se detenía en muchas de las ciudades y pueblos…». Empecé a hacer extractos de tu biografía. «Volviendo lentamente de Italia con Jeremy Hutchinson, Ben Nicolson llegó a Venecia en mayo de 1935…».
Aquí los aviones me pasaron sobre la cabeza. Fui a mirarlos. Luego volví a tu carta. «Estoy tan impresionado por el paraíso de tontos en el que él y sus amigos vivían. Se cerró a todas las realidades desagradables y permitió que creciera el espíritu del nazismo sin dar ningún paso para controlarlo…» Dios, pensé, ¿que Roger se cerró a las realidades desagradables? Roger, que se enfrentó a la locura, a la muerte y a todo tipo de desagradables…¿qué quiere decir Ben? ¿Estamos Ben y yo enfrentándonos a las realidades porque oímos caerle bombas a otra gente? Y seguí con la biografía de Ben. Después de volver por un delicioso viaje por Italia, para el que le habían preparado bien su costosa educación en Eton y Oxford, obtuvo trabajo como conservador de los cuadros del rey. Bueno, pensé, Ben fue mucho más afortunado que Roger. La gente de Roger era el mismo diablo; cuando tenía la edad de Ben se ganaba la vida dando conferencias y haciendo extrañas reseñas. Tuvo que esperar a tener sesenta años para conseguir una cátedra en la Slade. Y seguí pensando en esa fiesta tan deliciosa que diste en Guilford Street dos meses antes de la guerra. Me acuerdo de Isaiah Berlin hablando de filosofía —no la de Spinoza—, la de [G. E] Moore con Leonard; Stephen Spender flirteando con una joven Freud; Cressida Ridley y los demás jóvenes hablando exactamente como solíamos hablar en Bernard Street. Luego miré tu carta. «Este inmenso mundo privado que cultivó Roger Fry solo se podía comunicar a unas pocas personas, tan sensibles e inteligentes como él…» Entonces, ¿por qué daba Ben Nicolson esas fiestas? ¿Por qué aceptó un trabajo bajo Kenneth Clark en Windsor? ¿Por qué no lo abandonó y se metió en política? Después de todo, la guerra estaba mucho más cerca en 1939 que en 1900.
Aquí los ataques de los aviones empezaron a emitir estelas de humo. Me pregunté si me iba a caer una bomba encima; me pregunté si estaba enfrentando realidades desagradables; me pregunté qué podía haber hecho para parar las bombas y las realidades desagradables…Me volví a sumergir en tu carta. «Todo esto suena como si quisiera decir que el artista, el intelectual, no tiene sitio en la sociedad moderna. Por el contrario, su misión es ahora más necesaria que nunca. Aún estará impresionado por la estupidez y la falsedad, pero en vez de ignorarlas, las combatirá; en vez de retirarse a su torre para mantener ciertos estándares éticos, su trabajo será persuadir a la mayor cantidad de gente posible de pensar y comportarse en la misma forma; de su éxito o fracaso depende el futuro del mundo».
¿Quién este mundo, pensé, hizo esa tarea más incesante y exitosamente que Roger Fry? ¿No se pasó media vida, no en una torre, sino viajando por Inglaterra, dirigiéndose a masas de gente que nunca habían mirado un cuadro y haciéndoles ver lo que él veía? ¿Y no era la mejor manera de controlar el nazismo? Entonces abrí otra carta; era de Sebastian Sprott, profesor en Nottingham; leí como una vez estaba vagando por el Museo South Kensington «…entonces vi a Roger. Todo cambió. En diez minutos consiguió que disfrutara con lo que estaba viendo. Los objetos se volvieron vívidos e inteligibles…Debe de haber mucha gente como yo, gente con escamas en los ojos y cera en los oídos…si tan solo alguien pudiera venir y remover las escamas y sacar la cera. Roger Fry lo hacía…»
Entonces el ataque aéreo pasó. Pensé que no había podido darle a Ben la más mínima noción de cómo era Roger. Supongo que fue culpa mía. ¿O es en parte, naturalmente, que debe de haber sido un chivo expiatorio? Admito que quiero uno. Detesto estar sentada aquí esperando que caiga una bomba, cuando me gustaría estar escribiendo. Si no me mata a mí, matará a otro. ¿A quién puedo echarle la culpa? ¿A los Sackville? ¿O a los Dufferin? ¿O a Eton y Oxford? Me parece que hicieron bastante poco para controlar el nazismo. Personas como Roger y Goldie Dickinson me parece que hicieron muchísimo. Bueno, disentimos en la elección de chivos expiatorios.
Pero lo que me gustaría saber, suponiendo que ambos sobrevivamos a esta guerra, es ¿qué deberíamos hacer para prevenir otra? Seré demasiado vieja para hacer otra cosa que escribir. ¿Pero tirarás por la borda tu trabajo como crítico de arte y te dedicarás a la política? Y si permaneces en la crítica de arte ¿cómo la harás más pública y menos privada de lo que la hizo Roger? En cuanto a los puntos que planteas, creo que si lees algunos de sus últimos artículos en Transformations, verás que Roger fue más allá de los pintores muy clásicos e intelectuales; incluyó Rembrandt, Tiziano y demás. No tengo dudas en que tienes razón al decir que sus intentos del tipo de conocedor de [Bernard] Berenson fueron lamentables. Nunca he leído a B.B., así que no puedo afirmarlo. Sin embargo, leí las últimas conferencias de Roger en la Slade y me impresionó mucho el conocimiento histórico que demostraban. Pero, claro, no soy crítica de arte y no tengo derecho a expresar una opinión.
Bueno, los aviones enemigos ya han pasado por encima de mi cabeza; supongo que están tirando bombas en Newhaven y Seaford.
Espero que esta carta no suene poco amable. Es solo porque me gustó tanto tu sinceridad que yo también he intentado ser sincera. Y por supuesto, sé que lo estás pasando mucho peor que yo en este momento…Acaba de sonar otra sirena.
Siempre tuya
Virginia Woolf
No estoy segura, al releer esta carta, que haga bien en enviarla. Suena demasiado severa. Lo he estado hablando con Leonard. Dice que cree que hay que culpar a todos por la condición actual del mundo, pero la dificultad estriba en saber lo que cualquiera —en el caso particular de Roger Fry— podría haber hecho, que hubiera supuesto la menor diferencia respecto a lo que ha sucedido. Igualmente, entenderás que no te culpo, así que te la envío.
Adeline Virginia Stephen (1882-1941), más conocida como Virginia Woolf, es una de las figuras más estimadas del modernismo en lengua inglesa y una figura precursora del movimiento feminista. Con tan solo veintidós años, la escritora de Bloomsbury comenzó a publicar sus primeros ensayos en el periódico Guardian, rescatando y prestigiando la historia de mujeres. Autora de novelas tan fundamentales como La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) y Las olas (1937), y ensayos tan conocidos como Un cuarto propio (1929) y Tres guineas (1938). (1958).
En 1912, cuando contaba treinta años, se casó con el escritor Leonard Woolf, economista y miembro también del grupo de Bloomsbury. Los dos colaboraron también profesionalmente, fundando juntos en 1917 la editorial Hogarth Press, que editó la obra de la propia Virginia y la de otros escritores como Katherine Mansfield, T.S. Eliot, Sigmund Freud, Laurens van der Post y otros.
Con la publicación de La señora Dalloway y Al faro comenzaron a elogiar los críticos su originalidad literaria. Éxito que continuó con Orlando y Las olas.
Virginia Woolf escribió también una serie de ensayos en los que destacó la construcción social de la identidad femenina y reivindicó el papel de la mujer escritora, como en Una habitación propia. Destacó a su vez como crítica literaria y fue autora de dos biografías: una divertida recreación de la vida de los Browning a través de los ojos de su perro (Flush) y otra sobre el crítico Robert Fry (Fry).
El 28 de marzo de 1941 desapareció de su casa de campo dejando a Leonard una carta de despedida.
Posted: February 27, 2024 at 8:31 pm