2024: señas de continuidad
José Antonio Aguilar Rivera
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Es cierto que es más competente y ordenada que López Obrador, pero ese probablemente no será su rasgo definitorio Que nada sería igual después del pacto con el diablo lo entendía hasta el Doctor Fausto. Haríamos bien en recordarlo para no sorprendernos después.
Si la candidata del oficialismo gana las elecciones, ¿cómo sería su gobierno? ¿Cuál es la distancia entre Claudia Sheinbaum y su artífice político? Las respuestas a estas preguntas dividen a los observadores. Algunos piensan que C. S. sería la copia al carbón de López Obrador, sin ninguna autonomía. Un títere sin agencia. Otros, en cambio, creen que hay diferencias sustantivas: la ex jefa de gobierno de la ciudad de México es más competente y ordenada. La sucesora sería menos voluntarista y podría actuar estratégicamente: no sería dada a la ocurrencia. Creo que ambas posiciones se equivocan. Para entender las implicaciones del relevo es necesario considerar tres factores: el contexto político de la sucesión, las transformaciones de Claudia Sheinbaum y los incentivos estructurales que enfrenta.
1. Entonces y ahora
La idea extendida de que el poder presidencial tiene su origen en el cargo está en el periodo posrevolucionario. El poder fluía automáticamente hacia quien estaba sentado en la silla del águila. Así fue durante un largo periodo, desde que Lázaro Cárdenas acabó con la diarquía de poder al expulsar al ex presidente Calles y terminó con el llamado Maximato. Durante ese periodo mandaba uno, pero no era el que estaba sentado en la silla presidencial sino el caudillo. El partido de la Revolución Institucionalizada (PNR-PRM-PRI) acabó con las bases personalistas del poder político y creó una maquinaria autoritaria despersonalizada que confería al jefe del ejecutivo un enorme poder, pero sólo durante un periodo fijo, sin reelección. Daniel Cosío Villegas llamó “monarquía sexenal” a este sistema. Las estructuras del partido hegemónico, los intereses políticos y los diferentes sectores eran factores de poder que limitaban y contenían a los presidentes. Funcionaba en parte porque el presidente carecía de poder autónomo y personal fuera del partido. La rotación de las élites garantizaba la lealtad política de los participantes. El hecho es que ese sistema no existe más. Y creer que esas reglas (sin los incentivos que las hacían racionales entonces) rigen el proceso actual es un error.
Por primera vez desde Calles un ex presidente tendrá una base de poder propia, que no dimana de la presidencia, sino que la precede: se trata del partido/movimiento personalista que construyó. Creer que Sheinbaum sencillamente la heredará del caudillo es una simpleza. La solución que ideó López Obrador al romper con el PRD después de 2012 no admite rivales políticos y se basa en la lealtad al caudillo. Fue un arreglo personalista y vertical, no horizontal, que tenía como objeto llegar al poder y concentrarlo. López Obrador hizo realidad el sueño de Carlos Salinas de Gortari de usar al Estado para construirse una base propia de poder y legitimidad a partir del clientelismo.
No hay precedentes en la historia de un caudillo que se desprenda voluntariamente de su poder personalista. Dejar la presidencia no significa dejar el poder. El movimiento de López Obrador abrazó a Claudia Sheinbaum únicamente porque fue ungida por el caudillo: su legitimidad es delegada. ¿Podría Claudia Sheinbaum, como Lázaro Cárdenas, desplazar a su antiguo jefe capturando su base de poder cuando asuma la presidencia? Aun cuando quisiese enfrentarlo, ¿podría hacerlo? Cárdenas lo hizo con el apoyo de una parte del ejército, pero López Obrador tiene un movimiento popular que le es leal y que sólo mantendrá el apoyo a la sucesora mientras ésta goce del beneplácito del caudillo. Algunos creen que tener el control del presupuesto federal bastará para sacudirse a Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, el presupuesto no construye automáticamente legitimidad. Además, AMLO se aseguró de dejar una garantía institucional de continuidad: la consulta popular de revocación de mandato. Sólo él podría echarla a andar. Así funcionará como una espada de Damocles sobre la presidenta (sea quien sea) a partir de 2024. En un conflicto político entre López Obrador y su sucesora habría pocos políticos dispuestos a desafiar al ex presidente, quien después de todo es un político fogueado en la oposición. La primera que entiende esto es la candidata oficialista.
2. El pacto fáustico
En segundo lugar es necesario comprender la naturaleza transformativa de las decisiones políticas de Claudia Sheinbaum. Como señalé en otro lugar, Sheinbaum se benefició no sólo del amplio y generoso manto que la UNAM tendió sobre los hijos del desarrollo estabilizador sino también de la posibilidad de estudiar posgrados, con cargo al erario, en las mejores universidades del mundo.[1] Esas que a diario denuesta el presidente en su homilía matinal. Sheinbaum encarna un indudable triunfo cultural en un país con innumerables fracasos seculares que van de la pobreza a la desigualdad pasando por pendientes civilizacionales, como el imperio de la ley, la salud y la educación. Llegó a la mayoría de edad en pleno periodo populista: tenía veinte años cuando José López Portillo nacionalizó la banca en 1982. Una mujer de izquierda, científica, tendría que ser la gran promesa de la izquierda mexicana. El emblema de un tiempo cumplido. La gran ironía es que no es así.
¿Qué sería Claudia Sheinbaum –y casi todos los cuadros dirigentes de MORENA– sin ese factotum telúrico llamado Andrés Manuel López Obrador? Poco. Una política poco carismática, desangelada, incapaz de convocar al entusiasmo de las masas. Muy probablemente cualquiera de sus competidores, Marcelo Ebrard o Adán López, tendría la misma intención de voto que ella. Eso que la hace un triunfo de la clase media ilustrada, el talante sobrio, la habría vuelto incapaz de volar sin el impulso del caudillo y una maquinaria política que se asemeja mucho a la del antiguo régimen. Lo mismo puede decirse de los tránsfugas de todos los partidos políticos que componen la corte. Son integrantes de una mediocre clase política que produce fastidio o aburrimiento en amplísimos sectores del electorado que los considera piezas intercambiables en un juego de poder. Lo único que los redime es su cercanía con el líder carismático quien los ha ungido. Y todos ellos lo saben.
El costo de elevarse a la sombra del caudillo ha sido conmensurable al beneficio obtenido. Poco habría sido Sheinbaum sin la unción de López Obrador, un político que está en otra liga y que está hecho de otra cosa. Tal vez, estaría de regreso en su cubículo en la UNAM. Ahora, en cambio, la silla del águila está a su alcance. Nadie (salvo el doctor Fausto) quiere admitir sus pactos fáusticos. Sheinbaum, una persona de inteligencia superior, no es la excepción. El precio de su éxito es una claudicación y una transformación. No es, después de todo, tan diferente su historia a la de los jóvenes universitarios echeverristas que después de 1968 y 1971 creyeron a pie juntillas que el presidente de las ocurrencias representaba la redención de México y el Tercer mundo.
Es tentador creer que la ex jefa de gobierno tenía los dedos cruzados al momento de suscribir el pacto fáustico con López Obrador que la encumbró y la convirtió en su posible sucesora. París bien vale una misa, dijo el rey Enrique de Navarra, protestante, ante la perspectiva de convertirse en el rey Enrique IV de Francia. El precio era la conversión al catolicismo. La cosa funcionó bien hasta que un católico fanático lo asesinó. Si París valía una misa, la silla del águila vale mirar para otro lado, hacer la vista gorda ante el personalismo, el patrimonialismo, la intolerancia y la irracionalidad del caudillo. Tal vez la izquierda universitaria jamás habría llegado al poder con sus propios recursos: para hacerlo debió aliarse con el diablo, pactar con él. Dejar de ser.
La ilusión es que una vez que Sheinbaum esté instalada en la presidencia volverá a ser la científica que cree en la ciencia y dejará atrás el estilo personal de gobernar de López Obrador. Algunos piensan esperanzados que romperá con el ex presidente para conducir, ahora sí, una verdadera política de izquierda. Los detentes quedarán atrás.
El problema con esta ilusión la avizoró Maquiavelo hace siglos: ignora el poder transformativo del pacto fáustico. Se trata del predicamento del reformador. Transformar una república corrupta en una virtuosa requiere de una persona dispuesta a echar mano de métodos extraordinarios y brutales. El reformador debe convertirse en el amo absoluto del Estado. La paradoja es esta: querer “reconstituir la vida política en un Estado presupone a un hombre bueno, mientras que el recurrir a la violencia para volverse príncipe en una república presume a un hombre malo”. Los medios, más que el fin, hablan del carácter moral de quien está dispuesto a hacer estas transacciones morales. Tal vez el entrenamiento técnico le dará a su gobierno modalidades distintas al de López Obrador, pero mantendría sus rasgos autoritarios centrales.
La claudicación en el caso que nos ocupa es evidente para quien quiera verla. A pesar de reconocer el talento –y la preparación académica en algunos de los miembros de su equipo cercano– Claudia Sheinbaum observó con absoluta indiferencia mientras López Obrador se lanzó a destruir el sistema de ciencia y tecnología del país y atacó a las universidades, incluida aquella que la formó y la empleó. Esta es sólo una de las aduanas que decidió pagar. Hay más misas.
Cualquier científico habría enfrentado una emergencia como la pandemia de COVID 19 con las armas de su método. En cambio, la Jefa de gobierno se plegó al oscurantismo irresponsable del gobierno federal que llevó a un exceso de mortandad de 700,000 personas en el país. Fue incapaz de oponer la autoridad de la ciencia a la charlatanería. Ante el moralismo que a menudo recurre a la religión, la mujer de izquierda, heredera de batallas seculares, fue incapaz de desmarcarse de un discurso oscurantista y anti liberal.
Todos los políticos bajo el ala protectora del caudillo claudicaron de la idea, consustancial a la izquierda progresista, de aumentar la recaudación fiscal para redistribuir en la forma de más y mejores servicios públicos. Consintieron a una criminal política austericida. La opción ha sido canibalizar, y desvalijar al maltrecho Estado mexicano. Esta política no halló oposición en la ciudad de México y por ello los servicios públicos padecen de una crónica falta de mantenimiento.
Participar en la simulación cambia la fibra moral de las personas. Maquiavelo habría sonreído al ver a Claudia Sheinbaum enlazar manos con los líderes del Partido Verde. Creer que el príncipe –o el adlátere del príncipe—restaurará a la república después de haber recurrido a métodos tiránicos es una ingenuidad. La afinidad política de Claudia Sheinbaum con el actual presidente es de larga data; sin embargo sólo hasta que López Obrador llegó al poder en 2018 tuvo que elegir entre ser una mujer de izquierda o una política a la sombra del caudillo. Sabemos qué eligió. Por eso se engañan quienes creen que, una vez ungida, Sheinbaum descruzará los dedos y volverá a ser la científica. Es cierto que es más competente y ordenada que López Obrador, pero ese probablemente no será su rasgo definitorio Que nada sería igual después del pacto con el diablo lo entendía hasta el Doctor Fausto. Haríamos bien en recordarlo para no sorprendernos después.
3. La regresión y sus incentivos estructurales
Tal vez sea un error concentrarse exclusivamente en los rasgos personales de Claudia Sheinbaum. Hay algunos aspectos que probablemente son más importantes. El marco de la competencia política es clave porque determina los incentivos que enfrentan los actores. Los candidatos que compiten en un contexto plenamente democrático enfrentan un tipo peculiar de incertidumbre. Se ignora quién ganará las elecciones, pero en cambio existe certeza sobre cómo se desarrollarán las elecciones y también en que el resultado del proceso formal será respetado por los contendientes. En cambio, en el autoritarismo competitivo hay muchos tipos de incertidumbre: sobre el desarrollo de la elección, sobre si los perdedores concederán, sobre si lo que decidirá al triunfador serán los votos, la fuerza o la negociación tras bambalinas.
Para entender lo que significa la candidatura presidencial del oficialismo es clave entender el marco en el que se llevarán a cabo las elecciones de junio. El proceso electoral ocurre en un contexto de regresión autoritaria. Una regresión ocurre cuando las instituciones de un régimen democrático son erosionadas para impedir que los oponentes puedan ganar elecciones en el futuro. Se trata de “un proceso incremental (pero a final de cuentas significativo) de erosión de los tres predicados básicos de la democracia: elecciones competitivas, derechos liberales de expresión y asociación y el estado de derecho”. ¿Qué incentivos enfrenta una candidata oficialista inmersa en un proceso político de este tipo. Más allá de las inclinaciones personales, un proceso de regresión o autocratización abre la posibilidad de gobernar de manera más libre, sin molestos contrapesos. El autócrata iniciador de la erosión es el principal responsable de debilitar los contrapesos institucionales. Al hacerlo modifica los costos que enfrentará en el futuro su potencial sucesora. Claudia Sheinbaum no es, porque no podría serlo en las condiciones del país, una candidata normal. En las democracias el gobierno no captura las instituciones judiciales que adjudican las elecciones. Esto es precisamente lo que ha ocurrido. El legado de AMLO consiste en, por un lado, disminuir para su sucesora los costos de continuar la demolición de la estructura institucional de la democracia. Una parte importante de esa tarea se ha consumado ya. De esta manera le ha facilitado continuar por ese camino. Por el otro, crea incentivos perversos, pues ningún político rechazará voluntariamente un poder expropiado a la ciudadanía que se le sirve en bandeja de plata. Incluso los políticos democráticos serían incapaces de resistir la tentación de arrogarse un poder liberado de limitaciones. Nadie que no esté obligado devuelve el poder a la sociedad. Por esa razón las transiciones a la democracia son procesos largos y tortuosos que buscan desconcentrar y limitar el poder, atándole las manos a sus detentadores. Es una brega dura y azarosa. En cambio, como hemos podido ver en estos años la destrucción de los contrapesos y las instituciones es un asunto rápido, como talar un bosque. El legado de AMLO es precisamente ese: haber restaurado una buena parte del poder autocrático de la presidencia del antiguo régimen. Lo hizo capturando instituciones y debilitando o destruyendo aquellas que no logró capturar. Como bien sabían los padres fundadores de los Estados Unidos, si los hombres fueran ángeles no requerirían de gobierno. Ningún político dejará pasar la oportunidad de abusar del poder si las circunstancias se lo permiten. Este es el contexto en el que se desarrollarán las elecciones en México y es crítico entenderlo.
Claudia Sheinbaum tiene todos los incentivos para consumar la restauración del autoritarismo en México porque le conviene personalmente y porque ningún político se abstiene del poder emancipado de sus limitaciones. Es un regalo irresistible: ¿cómo rechazarlo? El costo político de iniciar la destrucción del entramado democrático ya ha sido amortizado por López Obrador; Sheinbaum sólo debe concluir esa obra. Esa es la razón por la cual ha apoyado, por ejemplo, el llamado plan “C”. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Si los políticos no abusan de su poder no es porque sean virtuosos: es porque no es racional para ellos hacerlo. En el caso de Sheinbaum, lo racional es cosechar los frutos del proceso de los últimos cinco años. Creer que se abstendrá de concentrar aún más poder y que no lo utilizará autocráticamente es una ilusión. Eso sin considerar que ha sido cómplice de la regresión autoritaria del lopezobradorismo.
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La fe en que la candidata se sacudiría al caudillo en cuanto se siente en la silla del águila es näive, pues ignora cómo se transformó la presidencia en el sistema político post autoritario, la metamorfosis fáustica de la candidata y los incentivos estructurales creados por del proceso de regresión autoritaria. La personalidad de los políticos, o sus méritos técnicos, raramente son un freno a su ambición. Lo central en una elección en la que se decide la supervivencia de la democracia no es el carácter del aspirante a suceder al líder populista sino los incentivos que enfrenta. En el 2024 la candidata del oficialismo tendrá todas las razones para consumar la obra de destrucción del régimen democrático iniciada por López Obrador. Si gana seguramente pondrá empeño en liberarse por completo de las cadenas que aún la atan para restaurar el autoritarismo en México. Primero, el poder.
Nota
[1] “El político y la científica”, Etcétera, septiembre 2023.
José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1
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Posted: April 16, 2024 at 7:41 pm