Fuego en el mar, de Gianfranco Rosi
Naief Yehya
Alrededor de 400,000 personas que trataban de llegar a Europa desde el Medio Oriente y África, en los últimos 20 años, pasaron por la pequeña isla siciliana de Lampedusa. De estos por lo menos 15,000 murieron en esta aparentemente corta pero peligrosa travesía. Este rincón del Mediterráneo se ha transformado en un filtro, en un depósito temporal de inmigrantes (las modestas instalaciones no pueden albergar a muchos por periodos largos, así que estos son pronto despachados a otros sitios en Italia) y un cementerio. La historia de esta isla, desde hace milenios, está repleta de episodios trágicos y violentos, como el bombardeo de un barco de guerra italiano que en 1943 ardió iluminando la noche. En honor a esa catástrofe alguien compuso la canción Che Fuoco a mare che c’è stacera (Que fuego arde en el mar esta noche), la cual aún se recuerda y canta, casi como un himno, como un recordatorio constante de los peligros de alta mar.
Gianfranco Rosi es uno de los documentalistas más inquietantes y peculiares de la actualidad. Su cine está más cerca de la poesía que del reportaje, lo suyo es buscar la verdad del documental, lo cual define como: “Encontrar algo profundamente íntimo en lo que filmas y ese algo es precisamente la esencia de ese personaje y esa persona, la síntesis de la vida y el momento en el que la persona busca expresión” (entrevista con Dario Zonta). Rosi decidió hacer un filme sobre la catástrofe de la inmigración por lo que viajó a Lampedusa, donde conoció a algunos de los locales: al niño de 12 años, Samuele Puccilo, y su familia, a un conductor de un programa de radio, a un buzo que pesca erizos y a un médico, Pietro Bartolo. Después de ganarse su confianza (la gente de la isla detesta en general a los periodistas, a quienes ven como intrusos que explotan el sensacionalismo y en cierta forma son también invasores) viviendo casi un año en la isla, comenzó a filmar la vida cotidiana, y logró que la marina guardacostas le permitiera acompañarlos en algunas patrullas.
Rosi filma solo, sin asistente de sonido ni personal, ya que considera que ese acercamiento es mucho más íntimo. “Esta es la única manera de volverse transparente” (explica a Zonta). Además que al filmar así sus costos son bajísimos. Rosi construye sus filmes con detalles y sutilezas, no emplea narración en off y es un autor que rechaza no sólo los documentales convencionales sino también el proceso usual de financiamiento de los documentalistas que a menudo depende de escribir propuestas para convencer patrocinadores y de esa manera el trabajo queda limitado y encasillado por adelantado. “El documental está siendo asesinado por los editores que comisionan trabajos, la cadena de financiamiento y el aparato de intermediarios” dijo en esa misma entrevista. Esto fomenta una estandarización y homogenización, donde todo se parece y todo parece ya visto. Para Rosi la fortaleza del documental radica en que: “Cuando no haces preguntas ni le pides al personaje que actúe de determinada forma, el personaje está libre de volverse otra cosa”.
Los filmes de Rosi: Sacro GRA, El Sicario, Habitación 164, Tantos futuros posibles, Boatman, Bajo el nivel del mar y este no caben en la categoría del documental de “quejas y explicaciones”, como los define él, es decir, esos que invariablemente presentan un problema, entrevistan víctimas y expertos, todo mundo coincide en condenar algo y lamentar una situación. Lo suyo no ofrece justificaciones ni lecciones de historia o política sino que parte de la imposibilidad de escribir diálogos y de la confianza en que la persona al ser filmada encuentre sus propias palabras y se transforme en personaje y la historia se convierta en cine. Rosi da inicio a su filme con una transmisión de radio en la que alguien pide auxilio desesperadamente y la marina responde pidiendo sus coordenadas, una y otra vez, angustiosamente, con lo que se evoca lo rutinario de esas situaciones. Buena parte del estilo de Rosi depende de su paciencia y actitud ante el material, lo que lo lleva inevitablemente a tener hallazgos sorprendentes, como la misma canción que da título al filme Fuocoammare, la cual escuchó por accidente en la isla mientras filmaba.
El enfoque en estos personajes parece desconcertante, pero pronto los contrastes comienzan a volverse reveladores. Samuele fabrica resorteras y tiene un “ojo vago”, es decir, que padece de ambliopía, por lo que el médico le recomienda el viejo remedio de tapar el ojo bueno para estimular las vías neuronales del otro ojo al obligarlo a trabajar más. El chico, como la gran mayoría de los habitantes de Lampedusa, sabe que será pescador, sin embargo cada vez que se sube en un bote padece de mareos, siente además que tras hacer ejercicio le falta al aire y a menudo sufre de ansiedad. Poco a poco Samuele se va convirtiendo en una metáfora ambulante, un conjunto de síntomas del malestar de la población de la isla (y por extensión de Europa) que no ve a los inmigrantes que están recluidos en campamentos y, sin embargo, puede sentir la atmósfera enrarecida al vivir a las puertas de un mundo en colapso.
La parsimonia y silencio de la vida de los nativos apenas parece perturbada por las decenas o cientos de muertes, de gente desesperada que terminan en el fondo del océano o que se asfixian aplastados bajo la cubierta de embarcaciones inestables o que sufren de violentas quemaduras por el diesel o agonizan por la deshidratación. Tan sólo se evoca la cercanía cuando la abuela de Samuele escucha en las noticias que han muerto más personas en el mar y murmura, “Pobres almas”, así como cuando Samuele trata de aprender a remar y termina varado entre dos barcos patrullas que poco antes vimos rescatando náufragos.
Rosi nos muestra por un lado inmigrantes siendo procesados al llegar a la isla así como a Samuele escuchando a su padre hablar de sus experiencias como marinero, el cineasta filma un partido de futbol nocturno entre inmigrantes en un campamento, Samuele batalla con una lección de inglés en la escuela, un nigeriano declama acerca de las penurias del viaje y también vemos ancianos bebiendo café en sus hogares. No se habla de la situación de los inmigrantes, no se discuten las guerras que están desgarrando naciones ni se menciona lo que depara el futuro. Y en ese collage Samuele representa una inocencia sofocada. Dos mundos opuestamente distintos viven de espaldas y el único que parece poder vivir en ambos es el médico, Bartolo, quien además de atender a los locales se encarga de los recién llegados. Él es el único que habla a la cámara acerca de los horrores que ha visto, de la hecatombe humana a la que él se acerca con desconsuelo a ofrecer ayuda o por lo menos a tratar de identificar los cadáveres y sus causas de muerte. “Es el deber de todo ser humano ayudar a esta gente”, dice. Sin embargo, esas nobles palabras parecen estrellarse contra la magnitud del desastre humano así como con la propia violencia intrínseca de nuestra especie. De ahí que es relevante mostrar al carismático Samuele construyendo “con pasión” armas, sus resorteras, jugando a la guerra con su amigo y tratando de cazar pájaros. Pero en el espíritu destructivo de Samuele, Rosi encuentra redención al mostrar cómo rompe cactus afinando su puntería, pero luego intenta parcharlos y repararlos, y muy particularmente al final de la cinta cuando por la noche encuentra un pájaro que no huye, en vez de matarlo lo acaricia embelesado.
En una de las patrullas en las que Rosi acompaña a la marina, encuentran un barco donde docenas de personas han muerto. Él inicialmente se niega a filmar y a fotografiar a los cuerpos, por respeto y porque lo que intentaba era mostrar otro punto de vista que el de los noticiarios. Hasta que el capitán lo presiona para que lo haga y le pide que le muestre al mundo lo que está sucediendo. Este es un dilema particularmente profundo para el director, como le comentó a Joseph Confavreux en entrevista, ya que nunca intentó hacer un reportaje periodístico como tantos otros, que a fuerza de mostrar nos han insensibilizado. Por tanto, reconsideró la edición y el material está organizado de manera que nos conduce a un crescendo, desde la filmación de un rescate de gente al borde de la muerte, mujeres presas de histeria que gritan y sollozan, gente desorientada y niños inertes hasta las imágenes atroces de las víctimas del calor, los golpes, la falta de oxígeno y las enfermedades.
Rosi dijo a Confavreux que este no es un filme sobre inmigrantes sino acerca de encuentros; no quiere explicar el fenómeno ni proponer soluciones ni denunciar autoridades o políticas, lo suyo es mostrar estas micro historias y la forma en que se vinculan, de esa manera deja al espectador ante la responsabilidad de tomar conciencia por sí solo, sin instrucciones ni dogmas. “Mi objetivo no es ofrecer un mensaje o defender una teoría. No quiero informar. No nos hacen falta datos, ya que estos aplastan nuestras percepciones y nuestras emociones respecto de lo real”. De tal manera Fuocoammare está mucho más cerca de la poesía que del ensayo, donde se trata de “transformar y sustraer, en vez de amontonar”, con la esperanza de dejar huella en algunas conciencias.
Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya
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Posted: November 6, 2016 at 5:40 pm