Julia Roberts
Daniela Becerra
Sientes el botón de los pantalones clavado bajo el ombligo. ¿Estarás más gorda? Inhalas, apretando el vientre, conteniendo las emociones que golpean en la garganta. El juzgado está lleno de obreros y oficinistas, del olor al trabajo y al desamparo. Quieres ser tú misma te repites avergonzada ante las manos curtidas de los hombres que te rodean, ante la mirada obscura de las mujeres con sus mandiles. ¿Cómo llegaste aquí? Los zapatos polvosos de las señoras conducen a tu propia tristeza. Ante denuncias de violencia y despojo, tú llegas con la infelicidad como causal. Tener cincuenta años son suficientes para lanzarse al vacío.
¿Están seguros de que quieren seguir con el trámite? pregunta el juez, y tú contestas que sí, aunque la imagen de los pasteles de cumpleaños de los niños te nublen la mirada. Te limpias las lágrimas. Tragas el dolor, las manitas sucias de lodo. ¿Harían un esfuerzo por sus niños? Te concentras para lanzarle una mirada de condena. Cómo se atreve a preguntar eso. Los niños. Esos jóvenes que ya no voltean a verte. Qué les importa a ellos ya.
Te truenas los nudillos, buscas, de forma mecánica, la argolla de matrimonio. Tu mano zurda, desnuda toma la pluma para firmar.
Las semanas se empujan unas a otras, idénticas. Mientras chateas con un poeta argentino, casi puedes tocar las siluetas de la ilusión. Estás a punto de reír, de jugar con las palabras en línea, cuando te ves en esa misma cocina, a veces abrazada a tu ex marido, a veces conteniendo la rabia ante sus exigencias.
Soñar con el argentino disipa la inquietud del insomnio. Los días pasan, los meses pasan, las sombras regresan a su sitio. El argentino se desvanece, es otra sombra, la realidad lo requiere. Sus antiguos amores lo habitan. A ti la vida digital te absorbe, vives en la pantalla para escapar de lo inmediato. El celular anula los recuerdos que flotan en el ambiente. Te resguarda de la casa que ahora se ha vuelto tan grande. Desde que nadie te dice qué hacer, vagas por las habitaciones para buscar acomodo.
Fines de semana de horas extendidas. Los chicos se dicen malas palabras, se ríen en un lenguaje que no entiendes. Se quejan de la comida, de los horarios, de tu peinado. Los dejas hablando solos, ni siquiera entiendes lo que dicen, como si hablaran un idioma extranjero, como si no fueran los bebés que habitaron tu vientre. Con los lentes obscuros, sales a dar una vuelta en el auto, aceleras y el viento te desacomoda el pelo. Pronto serás tú misma, como Julia Roberts, y viajarás por el mundo con un amante joven, aprendiendo yoga y meditación. Reinventarás una vida. Un remolino se agita en tu pecho. Regresas a casa. La sonrisa se esfuma al apagar el motor. La puerta de entrada aún necesita que la barnicen, la pintura de las paredes está descarapelada, el gato del vecino de nuevo ha tirado la basura. Las cuentas por pagar se amontonan en el pasillo.
Ahí sigues, en la misma casa, en la misma rutina. Sin la cabellera pelirroja de Julia Roberts. Con dos hijos más enojados y las fantasías puestas en un celular. No te reinventaste. Sólo duermes en una cama más ancha y eres dueña del control de la tele que ni siquiera has aprendido a usar.
Imagen: Bombdiggity
Daniela Becerra ha publicado en El Financiero, Reforma, Elle, Harpers Bazaa, además de Amura, Nagari Magazine, la revista Este País y el blog de corredores de El Universal. Fue editora del libro Alcanzando el vuelo. Responsabilidad social en la empresa, editado por CEMEFI y Celanese y de un libro sobre las etnias del Estado de México. Twitter: @danielabr3
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Posted: April 6, 2017 at 10:57 pm