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No siempre se olvida algo: Virgilio Piñera en Artefactus

No siempre se olvida algo: Virgilio Piñera en Artefactus

Dainerys Machado Vento

Agosto de 2022 traerá el 110 cumpleaños del dramaturgo, poeta y narrador cubano Virgilio Piñera. Como él mismo afirmó en una entrevista en la revista Bohemia, en septiembre de 1963, cuando de literatura se trataba, él jugaba todas las bases y las jugaba bien. Por eso presenciamos hoy una amplia circulación de sus creaciones, que abarcan todos los géneros literarios, incluidos ensayo y periodismo, y que llegan al paroxismo de la experimentación con el lenguaje en una pieza como El Trac, escrita en 1974: “El/ hombre/ ya/ no/ era/ el/ hombre/ que/ era/ antes/ de/ ponerse/ a/ pensar/ que/ tenía/ que/ inventar/ su/ propio/ juego/… babor/ estribor/ babor/ estribor” (678).

Si el centenario del escritor, en 2012, resultó una gran celebración de su vida y obra, que incluyó puestas en escenas y congresos internacionales en La Habana, Miami y New York, entre otras ciudades, este aniversario promete ser un poco más discreto. Pero nunca pasar desapercibido. Piñera se ha consolidado como referente indiscutible de la tradición cubana. La censura que sufrió en vida, especialmente en las décadas de 1960 y 1970, lo han vuelto imagen de los autores marginados por el poder; a la vez que el absurdo que exhibe su obra se ha tornado espejo de todas las experimentaciones del siglo XX, pero también de todos los males que seguimos presenciando como sociedad.

Honrando este plural legado –literario, político, estético— llegó a la escena teatral de Miami la puesta de su obra Siempre se olvida algo, dirigida por Eddy Díaz-Souza para Artefactus Cultural Project. La primera temporada fue en marzo, coincidiendo con el Día Internacional del Teatro. Pero el éxito fue también tan rotundo, que la puesta regresará –por fortuna— en el mes de mayo. Esta versión de Siempre se olvida algo es teatro cubano. No solo porque el dramaturgo y director lo sean, sino porque actrices, actores, asistentes y equipo técnico han apostado por referentes cubanos, con todo lo que ello significa. Se enfatiza una escena tradicional, donde el movimiento de los personajes en el espacio logra conjugarse con el verbalismo de la pieza. Sí, porque en Siempre se olvida algo Piñera ya presentaba juegos de sonidos y ritmos lingüísticos que le atraerían cada vez más en sus últimos años:

Tota: (Se pone de pie, saca un papel de uno de los bolsillos de su vestido, lee lentamente.) Relación pormenorizada de las cosas que llevará en su viaje la señora Juana Camacho viuda de Pérez. (Pausa.) Prendas de vestir: dos vestidos de la mañana, dos de tarde, dos de noche; tres sayuelas, tres blúmers, tres ajustadores, cinco pares de media. (Pausa.) Artículos de tocador: un frasco de agua de colonia, uno de agua de violetas, uno de elíxir para los dientes… (353)

Para Rine Leal, entre los principales estudiosos de teatro cubano, Siempre se olvida algo era uno de los “momentos fallidos en la creación de Piñera”. Escrita en 1963, la obra es una de esas piezas que Leal incluyó en un período donde decir “No” era el “fondo anecdótico” constante del teatro piñeriano, con obras donde se exhibían “El derecho a decir No” y las “Consecuencias y deudas con un medio social” (XXIII). Efectivamente, la anécdota de la puesta es muy sencilla y está basada enteramente en una negación: La señora Lina, junto a su sirvienta Chacha, trata de convencer a la Señora Camacho de que siempre se olvida algo, llevando la situación al límite de dejar objetos en casa, para tener que regresar de un viaje planeado. Un regreso que la Señora Camacho aprovechará para demostrar, junto a su sirvienta Tota, que nunca se olvida nada. El juego de espejos producido por estos pares de personajes se interrumpe en dos momentos: la aparición de un boniato en la maleta de la organizadísima Señora Camacho y la entrada inesperada de un Desconocido a la casa de Lina.

La puesta de Díaz-Souza exhibe a plenitud el juego absurdo de estos personajes que representan los dos extremos en los que se basa la pieza en un acto. El director actualiza la mirada negadora de Piñera cuando enfatiza que los personajes eligen sus posturas de forma consciente. En definitiva, olvidar siempre algo en un mundo donde otros aspiran a no olvidar nada adquiere una nueva dimensión en una época y en una ciudad donde se impone el comportamiento en serie.

Considero la interacción grandilocuente entre las actrices como un acierto, coreografiada hasta parecer por momentos una danza de ritmos cambiantes que, hacia el final, se vuelve una especie de carnaval de salón. El más sobrio diseño de vestuario deja el mayor peso de la caracterización al llamativo maquillaje de los rostros, un diseño de Adela Prado. Las formas y los colores elegidos por Prado reafirman el juego en escena, recuerdan la representación de esas damas de barajas que acompañaron a las versiones cinematográficas de Alicia en el país de las maravillas de 1951 y 1955. Aunque algunas actrices aseguran que lo asumen como alegórico al Kabuki, Prado confiesa que se trata de la mezcla de dos estilos de maquillaje del medio siglo. El resultado final es una exageración en los movimientos de las actrices, en el timbre de su voz, una sobreactuación física y visual (siempre medidas) que redundan muy acertadamente en el absurdo de la situación que se representa.

Cada detalle contribuye a que la puesta se vuelva también la representación de un no tiempo, donde mujeres de clase alta tratan de probar sus puntos tan absurdos como poco importantes, usando su poder sobre las mujeres que trabajan para ellas. De ahí que la mínima actualización del texto que se hace en la adaptación, reducida a un par de referencias a Miami, bien podrían haberse obviado.

La puesta de Díaz-Souza demuestra que la obra de Piñera no es una apuesta fallida, sino un acto de humor donde la exhibición descarnada de lo superficial construye una crítica abierta a la apariencia social. El diseño escenográfico del mismo director, con escenografía de Aylin Silva y Carlos Arteaga son fundamentales para afianzar el ambiente. La sala de la casa de Lina, donde transcurre todo el acto, asemeja una casa de muñecas con sus colores pastel y su orden realista tradicional donde, a la misma vez, las tazas están pegadas a los platos.

La actriz Belkis Proenza resulta una Lina perfecta. Mantiene el ritmo exaltado del personaje desde la primera escena. Ella es la provocadora, la retadora de toda la acción, y Proenza logra incrementar el ritmo de la confusión que su personaje genera hacia el clímax final. El reto de Vivian Morales, como Chacha, es mantener este duelo con Proenza, duelo del que sale muy airosa. El contraste entre los cuerpos y la velocidad de los movimientos de estas dos actrices con los de Miriam Bermúdez, como la Señora Camacho, y Aylin Silva, como Tota, reafirma al juego de pares opuestos que presenta el argumento de la obra. Donde Chacha es agilidad y burla, como Lina; Tota es parsimonia, como la Señora Camacho. Completa el elenco Osmel Poveda, en el personaje de Desconocido.

Si Rine Leal se concentraba en el análisis de las convenciones sociales en la obra original de Piñera, para el escritor Sergio Andricaín, en las notas al programa, Siempre se olvida algo “reúne varios de los rasgos distintivos de la dramaturgia piñeriana: una trama farsesca, carente de sentido común pero abierta a múltiples posibles interpretaciones; el uso del retruécano para crear situaciones hilarantes; el gusto por el humor sarcástico y un excelente manejo del diálogo que recrea, en todo momento, los giros del habla popular cubana”. Es probable que el tiempo transcurrido y el cambio de escenario hayan otorgado mayor relevancia a la pieza elegida por Díaz-Souza para su puesta más reciente.

En diferentes momentos, importante ha sido el rol de Siempre se olvida algo en el regreso del dramaturgo a los escenarios. En diciembre de 1987, el grupo Rita Montaner la estrenó, por primera vez en Cuba, bajo la dirección de Nicolás Dorr en el teatro Miramar, de La Habana. Habían pasado 24 años desde la escritura de la obra y ocho desde la muerte de su autor. El periodista cubano José Manuel Otero publicó el miércoles 30 de diciembre de ese año una crítica al estreno en el diario oficial Granma. La crítica se titulaba “Dos obras y un director” y refería el montaje de dos piezas dirigidas por Dorr. Sobre la de Piñera realizaba una valoración demasiado similar a los criterios de Rine Leal, como para creer que no estuviera influido por él. Otero escribía: “Siempre se olvida algo no es lo mejor escrito por el autor de Aire frío y Electra Garrigó, pero deja en el espectador un saldo favorable, apoyado en el diálogo y en una recreación teatral no al uso”.

Independientemente de esta perspectiva, la puesta de Siempre se olvida algo en 1987 fue el síntoma de una apertura en la puesta de otras muestras de la dramaturgia de Piñera, que no fueran precisamente sus dos piezas más conocidas. En 1988, libretos y cuentos del escritor comenzaron a aparecer más sistemáticamente en medios cubanos como Tablas, La Gaceta de Cuba y Unión, entre otros. A casi diez años de la muerte de Piñera, se iniciaba el fin de su censura.

El Siempre se olvida algo de Artefactus Cultural Project presenta una mirada renovada de los directores del exilio cubano hacia la obra del escritor. Parece ser un nuevo asumir sin miedo, pero con gran cuidado, el absurdo desbordado. Quizás es un síntoma de que podrán llegar a escena incluso las piezas menos atendidas del dramaturgo. Es también una muestra de que la obra de Piñera tiene aún más valor cuando el tiempo transcurrido ha probado que su poética no nacía de una anécdota negadora, ni siquiera de una mirada cultural a la sociedad, sino de la puesta en escena de la más profunda condición humana.

Díaz-Souza demuestra, en definitiva, que la Señora Camacho tenía razón y de que no siempre se olvida algo. En Artefactus no se olvidaron ni de un solo detalle cuando subieron esta obra de Piñera a escena.

*Foto de portada de Jorge Ferret Vincench

 

Dainerys Machado Vento (Cuba, 1986). Traducción del inglésDainerys Machado Vento es una escritora y académica cubana. Nació en La Habana en 1986. Estudió periodismo en la Universidade de Habana, seguido de estudios de doctorado en lenguas modernas y literatura en la Universidad de Miami. Es autora de Las noventa Habanas (Katakana, 2019).

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Posted: April 26, 2022 at 10:20 pm

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