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Colaboracionistas y facilitadores
COLUMN/COLUMNA

Colaboracionistas y facilitadores

José Antonio Aguilar Rivera

La acusación de Siracusa

Un “colaboracionista” es alguien que trabaja con el enemigo, con un poder de ocupación o con un régimen dictatorial. Como señala Anne Applebaum, es un término íntimamente relacionado con otros de connotación negativa como colusión y complicidad.[1] La categoría parecería estar fuera de lugar en regímenes democráticos. Tachar a partidos políticos, simpatizantes, burócratas o simples partidarios de un  gobierno democráticamente electo de “colaboracionistas” parecería ser no sólo un error taxonómico, sino político. Un exceso.  La cuestión, por supuesto, tiene una dimensión subjetiva. Lo que para algunos es traición, para otros es patriotismo. Y determinar quiénes se encuentran “del lado correcto de la historia” es un asunto peliagudo. A menudo eso solo se sabe ex post facto y muchas veces quienes “aciertan” son los vencedores en conflictos civiles. Sin duda, muchos franceses que apoyaron al régimen de Vichy se veían a sí mismos como patriotas. Si Hitler hubiera ganado la guerra probablemente el mariscal Pétain seguiría siendo considerado un héroe.

La razón de que el término no esté necesariamente fuera de lugar, que no sea un mero recurso retórico, es que los regímenes democráticos pueden ser destruidos desde adentro. ¿Qué nombre reciben quienes colaboran con gobiernos electos que, sin embargo, buscan subvertir a la democracia o deteriorarla significativamente?

¿Quiere decir esto que no es posible hablar de colaboracionismo en regímenes no dictatoriales o de ocupación? ¿Facilitador es una hipérbole injustificable, un exceso antidemocrático? No lo cree Applebaum, pues su ensayo tiene como blanco a los políticos republicanos trumpistas como Lindsay Graham –jugadores en un sistema democrático como el norteamericano—que traicionaron sus creencias y convicciones más íntimas para apoyar a Donald Trump. La razón de que el término no esté necesariamente fuera de lugar, que no sea un mero recurso retórico, es que los regímenes democráticos pueden ser destruidos desde adentro. ¿Qué nombre reciben quienes colaboran con gobiernos electos que, sin embargo, buscan subvertir a la democracia o deteriorarla significativamente? El problema es que la subversión no es auto evidente ni completamente objetiva: distinguirla de la política democrática normal, con su rispidez y estridencia constitutivas, puede ser sumamente difícil. Que sea un reto no quiere decir, con todo, que sea imposible.  El empleo del término “colaboracionista” presupone que una raya ha sido cruzada y que un régimen ha salido o pretende salir de los cauces institucionales o normativos de la democracia liberal. El modo de operación normal de la contienda democrática es el del recíproco reconocimiento de la legitimidad existencial de todas las opciones políticas en contienda. Eso presupone que no hay oposiciones ni gobiernos desleales al juego democrático. Todos aceptan las reglas e instituciones que hacen posible el pluralismo pacífico, donde diferentes opciones tienen derecho a manifestarse y contender por el poder. En esas circunstancias el lenguaje del colaboracionismo está fuera de lugar. Es más, es ridículo.

Sin embargo, cuando personajes de peso intelectual, académico o cultural apoyan a un gobierno que busca subvertir a la democracia –deslegitimar a quienes piensan distinto, desactivar contrapesos y subvertir instituciones– el término colaboracionista no es injusto. Por supuesto, la existencia de la pretendida subversión es en sí misma motivo de disputa. Eso fue lo que ocurrió en Alemania, por ejemplo.  En abril de1933, tres meses después de la llegada de Hitler a la cancillería, el filósofo alemán Martin Heidegger aceptó el nombramiento de rector de la universidad de Friburgo. La quema de Reichstag ocurrió a finales de febrero de ese año y  fue usado de pretexto para declarar el estado de emergencia. Ni el filósofo ni sus colegas podían ser ciegos a estas ominosas señales políticas. Algunos, sin embargo, se negaron a aceptar la existencia de la subversión. Otros, leyeron correctamente estas acciones como el fin de la democracia. Por eso, cuando un año después Heiddeger renunció al rectorado y regresó a su cubículo un colega lo increpó: “¿Qué tal su viaje a Siracusa?” Se refería a la aventura de Platón de servir a Dionisio, el tirano de Siracusa. Esa aventura de tratar de materializar la utopía del rey-filósofo por poco le cuesta la vida.[2] El colega de Heiddeger estaba acusándolo no sólo de ingenuo o ambicioso, sino de ser un facilitador: colaboracionista de una tiranía en ciernes. Es obvio que 1933 no era 1939, pero aún entonces para muchos era obvio que el régimen nazi había dejado de ser una democracia normal. Y el reclamo que se le hacía al ex rector de Friburgo era de naturaleza muy distinta al que se le podía formular a un votante alemán común y corriente. Existía una responsabilidad distintiva, conferida por el saber. Una responsabilidad que irónicamente el propio Heiddeger reconoció en el discurso inaugural de su rectorado. La  “acusación de Siracusa”, por llamarla de alguna forma, no es algo que en una democracia deba lanzarse a la ligera, como tampoco el uso de las palabras “colaboracionista” o “facilitador”. Son, sin embargo, palabras que pueden y deben emplearse en las circunstancias apropiadas. Al colega que increpó burlonamente a Heiddeger se le podría tachar de intolerante. ¿No era legítima la simpatía del autor de El ser y el tiempo por el nazismo y el régimen? Ahora sabemos que no.

Las palabras “colaboracionista” o “facilitador” […] pueden y deben emplearse en las circunstancias apropiadas. Al colega que increpó burlonamente a Heiddeger se le podría tachar de intolerante. ¿No era legítima la simpatía del autor de El ser y el tiempo por el nazismo y el régimen? Ahora sabemos que no.

Como arguye Applebaum, el punto no es que no haya diferencias significativas entre los colaboracionistas de la Francia de Vichy, la Alemania oriental, y los republicanos trumpistas, sino que  estos casos ilustran un fenómeno común. Elites que traicionan sus creencias y convicciones más íntimas para apoyar movimientos y líderes que son la encarnación de todo lo que combatieron en sus vidas. Estas personas aceptan ideologías ajenas y un “conjunto de valores en agudo contraste con el suyo”. ¿No es esto lo que ocurre en este país hoy? ¿No había una legión de políticos y académicos progresistas partidarios de los derechos humanos, el ecologismo y el feminismo que hoy apoyan a un gobierno que descree de ellos?  Intelectuales y académicos de izquierda que apoyan la destrucción del Estado mexicano, la militarización rampante del país y la persecución y el asedio de la comunidad científica. ¿Es un exceso llamarles colaboracionistas?¿Hacer un llamado a la memoria? Creer que el colega de Heiddeger era un Hitler en potencia es un error. Constituye una falsa equivalencia. Lo que hacía, a través de la ironía, era señalar, evidenciar, una debilidad y una flaqueza en el actuar ético del filósofo. Con todo, hasta donde sabemos no buscó al filósofo al final de la guerra para raparlo en escarnio de su colaboracionismo con los nazis. Eso sí, la historia a todos juzgó.

Intelectuales y académicos de izquierda que apoyan la destrucción del Estado mexicano, la militarización rampante del país y la persecución y el asedio de la comunidad científica. ¿Es un exceso llamarles colaboracionistas?¿Hacer un llamado a la memoria?

 

NOTAS

[1] Anne Applebaum, “History will Judge the Complicit”, The Atlantic, agosto 2020. https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2020/07/trumps-collaborators/612250/

[2] Como recuerda Fenando Savater. https://elpais.com/cultura/2014/06/09/actualidad/1402337253_504438.html

José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos y Amicus Curiae, en Literal . Twitter: @jaaguila1

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Posted: November 4, 2021 at 6:36 pm

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