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La sonrisa de los aviones

La sonrisa de los aviones

Ana Clavel

Hace años un amigo que viajaba frecuentemente por razones de trabajo, me confesó que el paraíso verdadero estaba en los aviones, no antes ni después, sino durante el vuelo. Yo no creo haber alcanzado ese estado de beatitud, preocupada por aprovechar el tiempo para concluir el texto para una conferencia, o dormir como descerebrada para reponerme de los desvelos previos al viaje, o ansiosa porque todo ese movimiento de estar en tránsito me hace sentir como si el alma se me hubiera quedado en otro lugar. Cuando yo vuelo no puedo aún experimentar tal goce, pero sí el de imaginar el placer de mi amigo montado en su deseo y plenitud. Pienso en él y puedo ver la sonrisa de los aviones. Enhiesto, la punta en alto cargada de promesas, el avión alza el vuelo hacia lo incierto: un horizonte que se abre de piernas a las manos de la imaginación. Una sonrisa flota en los labios de mi amigo. Definitivamente, ni antes ni después, el paraíso está en los aviones.

Así que ya podrán imaginar la tentación que representó para mí el volumen de cuentos Leer en los aviones  (Era, 2021), de una de mis narradoras favoritas contemporáneas,  Ana García Bergua. Un libro misceláneo sobre el tema del viaje y sus alrededores: medios de transporte (aviones, barcos, autobuses, trenes, automóviles, patines), hoteles, servicios turísticos, travesías, terminales, puertos, ciudades y pueblos ensoñados… pero sobre todo pulsiones de tránsito en pos de la felicidad, del cambio de circunstancias y escenarios para transformar la vida insatisfecha o menguar la existencia rutinaria. Viajes planeados o inesperados que siempre ocultan una caja de sorpresas como la del relato “La puerta contigua”, esa puerta que comunica algunos cuartos de hotel, un pasadizo que podría desvelar nuestra propia “cueva de los deseos” si nos deslizáramos por ahí, como la protagonista Soledad que teme que esa puerta se abra y arribe a una escena primordial de su infancia, cuando compartió con sus hermanos una habitación de hotel mientras en la otra sus padres se agitaban “dislocados”. Cuando esa puerta se abre, Soledad y nosotros con ella, atisbamos, no sólo el alma sino el cuerpo en vilo, el despertar de los placeres ocultos.

En pos de lograr sus anhelos, o escapar de ellos, los diferentes personajes empeñan todos sus recursos, desde ahorros de toda una vida como en los cuentos “El Concorde” o “Matar al padre”, o hasta la posibilidad de cometer un asesinato o crimen como en “Talismán” o “Crimen y castigo”. Perder el trabajo o el patrimonio, incluso la vida para quedar en calidad de fantasma viajero, no parecen ser precios demasiado altos si al final cada quien encuentra la posibilidad de remontar el vuelo de la ilusión, o habitar la historia feliz que se ha fabricado a fuerza de atesorar expectativas y sueños. Aunque siempre, con habilidad maestra, la autora introduce un golpe de humor, un sesgo de ironía que revela que incluso las vidas más anodinas pueden tener un cariz de grandiosidad, belleza o… tragedia. Muchas de las soluciones de estas tramas se antojan inusitadamente sorpresivas y azarosas, como si García Bergua descorriera el velo de una poética delirante, para la que no hay lógica posible en la búsqueda frustrada de la felicidad. Sin duda se trata de una perspicacia luciferina: la vida no es como nos la habían pintado, las oportunidades llegan pero de maneras torcidas: la patita de conejo cuya pérdida, más que su posesión, deriva en el retorno a una isla mediterránea y a un cambio imprevisto en el itinerario de vida; el camión de mudanza que de pronto se convierte en una suerte de cámper a mitad de la carretera, con muebles en medio de la nada y perro de compañía incluido; o la escapada de una pareja de amantes que cifra en un hotel con nombre de mar de Estambul la realización imposible de sus existencias comprometidas.

La realidad de aspiraciones y anhelos se ve aquí muy pronto trastornada con desviaciones de lo fantástico que sitúan a la autora en la tradición de imaginadores del corte de Gogol, Supervielle, Calvino, Cortázar, Hiriart. El vuelo de Apolodoro de este último, con sus inusitadas vueltas de tuerca de una imaginación portentosa para efectuar una dificilísima suerte de trapecio que conjunta giros, ejercicios de contorsionismo y malabares de pelotas mientras se realiza el supremo acto circense con consecuencias inimaginables, podría hablarnos acaso de los horizontes sorprendentes por los se desplazan los relatos de Leer en los aviones. Una magia con la que la autora nos había hipnotizado en volúmenes anteriores, pero que aquí encuentra una sutil consagración narrativa. Ejemplo de ello son cuentos  como “La señorita Rossini”, “El viento de los fantasmas” o “Don de lenguas”, exquisitos actos de magia literaria para perder a una mujer en los pasadizos que recorren un elevador; darle un segundo aire a una nueva Comala que responde al nombre de Heredia con sentido del humor y ligereza fantasmal; o ese portento del absurdo que es la ciudad de Tesla con sus sagaces habitantes multilingües, vuelta de tuerca prodigiosa a la Torre de Babel proverbial, que el mismísimo Italo Calvino hubiera celebrado con sonrisa volátil.

Algo más llamó mi atención en este volumen en el que se disfruta el arte del buen narrar, sin estridencias ni requiebros formales. Tal vez por la violencia e incertidumbre de nuestros días, hay cuentos que se deslizan hacia una grieta donde los dientecillos de lo siniestro parecieran asomarse en el horizonte existencial de los protagonistas. Es el caso de “Rico”, “Servicio de paquetería”, “El hoyo” y “Mudanzas Rodríguez”,  en los que la amenaza del crimen organizado se proyecta como una sombra inquietante donde antes se abría la veta de lo extraordinario o sobrenatural. Pero lo cierto es que aquí y allá siempre con la ligereza de perspectiva, incluso humor, equipaje necesario para deslizarse en los patines de los amores adolescentes, asomar el rostro por la ventanilla de la ilusión aunque sea escenografía de oropel, o en los cruceros y trenes de quienes ya pueden desperdiciar el tiempo a sus anchas.

Definitivamente Leer en los aviones de Ana García Bergua consuma la felicidad de leer, un paraíso que no sucede antes ni después, sino durante la travesía de ese mundo perfecto que es el tiempo de la imaginación lectora. Todo ese prodigio gracias a la maestría de una narradora siempre sólida y siempre sorprendente. Lo mismo para calar en nuestras rutinas, manías, ilusiones, desasosiegos, que para ofrecernos derroteros inesperados a través de lo fantástico y el humor. Una magia de hipnotista se desprende de este arte de narrar, ligero como volar y trepidatorio como la turbulencia que provoca un cúmulo de nubes; capaz de despejarnos cielos de imaginación, y a la vez descolocarnos con sus cambios de ruta cargados de lluvia fresca, soles sutiles y sonrisas intempestivas.

 

(Postal: Sin referencia de autor. Torrelavega, Cantabria, 18 de abril de 1943.)

 

Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007).  Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter es @anaclavel99

 

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Posted: January 30, 2022 at 12:53 pm

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