Prosa azotada
Anadeli Bencomo
• Fernanda Melchor: Temporada de huracanes (México: Random House, 2017).
Me habían comentado que la más reciente novela de Fernanda Melchor venía con mucha fuerza y no hay duda de que este libro arremete con furia huracanada. Las primeras páginas son de una contundencia irrefutable pues en ellas la autora despliega una prosa que fluye como un río desbocado, como si la página se volviera palabra hablada, monólogo indetenible. Este fluir verbal que hace evidente en su registro coloquial, nos recuerda en más de una oportunidad a la prosa de Yuri Herrera, autor que apadrina este libro de Melchor. Esta calidad de una escritura que se decanta en la página como si de palabra hablada se tratara, sin párrafos divisorios, con giros rápidos entre una impresión, un juicio o una maldición, nos lleva a pensar en una suerte de “monólogo exterior” pues, si bien la narración a cargo de los personajes que van tomando la palabra gira en torno a las recreaciones personales de los eventos, presentes y pasados, los pasajes se dirigen a alguien fuera del entorno inmediato de la historia.
El acontecimiento con el que inicia la intriga narrativa (el asesinato de la Bruja de La Matosa) sirve de motivo para disparar el relato en distintas direcciones. En Temporada de huracanes nos encontramos con unos personajes que pretenden huir de sus circunstancias pero que terminan envueltos en la red de la fatalidad, la violencia, la miseria. La Matosa es un caserío maldito, perdido en medio de Veracruz, fantasmagórico, consumido de orfandad. Los personajes de esta novela (Yesenia, Luismi, Brando, Norma) son huérfanos por partida doble, de una manera semejante a los protagonistas de Falsa liebre. En ambas novelas de Melchor los jóvenes han sido abandonados literal o simbólicamente y sobreviven en medio de sensaciones narcotizadas. Estos personajes nos relatan sus vidas empleando su propia voz a lo largo de páginas que se suceden como una avalancha de palabras o un desahogo sin respiro. No hay divisiones de párrafos en la prosa de Melchor, como tampoco guiones para marcar los diálogos. La narración fluye sin mayores obstáculos y, si bien esta disposición tipografica propicia la lectura ininterrumpida, las pausas se hacen obligatorias puesto que el lector se siente como azotado por la vehemencia de las historias y las escenas recogidas en estas páginas. Y en este sentido me parece muy atinada la elección de Melchor de poner el relato en boca de sus personajes pues un narrador extradiegético no se ubicaría, como sí lo hacen estos personajes, en el ojo mismo de ese huracán del que no escapan las existencias recreadas en las páginas de esta novela. El lector no puede dejar de sentir vértigo ante el tremendismo del infierno terrenal que representa La Matosa y hay que reconocer que Melchor logra conmover y remover al lector dado que el tema de la provincia mexicana secuetrada por la violencia ha sido extensamente explotado por los relatos ficcionales o periodísticos de las últimas décadas.
En primera instancia el título de esta novela me hizo pensar en los culebrones televisivos al estilo Televisa y el arranque a partir del episodio de la bruja alentaba esta analogía aunque, obviamente, nada de retórica rosa nos aguarda en las páginas de Melchor. Lo que sí coincide en ambos formatos, el televisivo y el novelesco, es la retórica del exceso, de aquello que sobrepasa el encuadre de la escena. A tal opulencia narrativa, a aquello que por excesivo o reiterado conforma el patrón estilístico de lo melodramático, lo asociamos con ciertos contornos culturales que nos han conformado imaginariamente, tal y como discurre Carlos Monsiváis en Las alusiones perdidas. Y entonces una novela como Temporada de huracanes no nos toma del todo por sorpresa, pues las claves dramáticas de las historias de sus personajes ponen en juego cierto repertorio familiar: incesto, traición, pasión prohibida, asesinatos, robos. Pero Temporada de huracanes no reproduce este repertorio de la manera esperada, sino que lo pone de cabeza, invirtiendo sus lugares comunes: de la choza romántica al cuartucho con techo de zinc, de la gallardía del galán al flacucho de cara y dientes picados, de los atardeceres románticos a la noche hedionda, pegajosa, ruidosa, perdida, de esta tierra de nadie.
El escenario provinciano en Temporada de huracanes nada tiene de bucólico o redentor pues en cada apartado asistimos a una anécdota conformada por pérdidas, engaños, decepciones. Todo ello encuadrado en un ambiente ganado por la violencia característica de esas zonas de México azotadas por el narcotráfico, por la falta de recursos básicos, por la vida convertida en un barranco donde se despeñan la esperanzas, la juventud, la justicia. El temporal anunciado por el título no se materializa como fenómeno meteorológico, pero poca falta hacen los huracanes verdaderos pues las poblaciones de las zonas rurales han sido arrasadas hasta el hartazgo por toda una serie de factores adversos. Aunque todos los apartados del libro giren en torno al mismo desencanto, me parece que destaca, temática y estilísticamente, el narrado por Norma (con intervenciones de Chabela). Este capítulo nos sacude hasta la médula, conmovedor en su crudeza y su inevitable desenlace. Muchas de las imágenes sobre Norma son indelebles y nos acompañan un buen rato tras cerrar el libro.
Luego de tal clímax es difícil repetir la intensidad y el efecto que nos produce esta parte y, por tanto, el apartado siguiente dedicado a Brando se siente menos potente y no cumple las expectativas generadas por las páginas anteriores. Lo que sí persiste es el impecable manejo del registro coloquial que nos lleva a pensar en esta novela como un tributo narrativo a un autor inevitable, nuestro Juan Rulfo. El 2017 marca el centenario del nacimiento de Rulfo y, si nos pusiéramos a trazar una posible genealogía de Fernanda Melchor, yo apostaría precisamente a esa familia de narradores que logran trasladar a la escritura la cadencia, la prosodia, el ritmo del habla. Un habla que en el caso de las novelas de Melchor nos pone en contacto con realidades incómodas, huracanadas. Esta capacidad de narrar a partir de las voces ajenas es un atributo narrativo importante que esta autora despliega muy bien en este libro. Considero que Temporada de huracanes es una excelente novela, que golpea sin tregua al lector, recordándole que la literatura sigue siendo uno de esos lenguajes donde ciertas temáticas o problemas desgastados por la sobreexposición recobran una renovada potencia.
Anadeli Bencomo es profesora de literatura latinoamericana en el Departamento de Estudios Hispánicos en la Universidad de Houston. Es autora de Entre héroes, fantasmas y apocalípticos. Testigos y paisajes en la crónica mexicana. Colección Voces del Fuego. Cartagena: Pluma de Mompox, 2011 y Voces y voceros de la megalópolis: la crónica periodístico-literaria en México (1968-1990). Madrid: Editorial Iberoamericana/Vervuert, 2002 entre otros títulos.
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Posted: August 9, 2017 at 10:33 pm
Por favor, alguien dígale a la autora que “azotada” en el español de México es pasivamente ambiguo… Y así, de ser un rasgo positivo como se desprende del contenido de la reseña, pasa a ser un título equívoco para una novela que literalmente da de azotes a la sensibilidad del lector, y no, como lo sugiere el título, que los recibe masoquistamente.