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Crónicas legendarias

Crónicas legendarias

Anadeli Bencomo

Título: La eterna parranda. Crónicas 1997-2011, Aguilar, Bogotá, 2011.

Autor: Alberto Salcedo Ramos

Voy a soltarlo así de entrada y sin tapujos: “La eterna parranda de Diomedes”, uno de los textos compilados en este volumen, es una pieza maestra del género que debe divulgarse entre lectores, emplearse como modelo en talleres de escritura, reconocerse como logro consumado del oficio de cronista. Esta semblanza del “más celebrado cantante vallenato de todos los tiempos” demuestra de manera contundente el don de Salcedo Ramos de saber ‘echar un cuento’ muy bien hilado, convirtiendo a la figura del cronista en un pariente cercano de estos rapsodas populares a los que dedica varias de las crónicas inolvidables agrupadas en el apartado de “Los Irrepetibles”. Más aún, la maestría de Salcedo Ramos se advierte en la perspectiva desde donde se aborda al carismático personaje bajo cuyos encantos no sucumbe el cronista quien indaga perspicazmente tras las pistas, los personajes y los incidentes que rodean al halo de Diomedes Díaz. En esta crónica se desnuda implacablemente a su protagonista, al combinar de manera ejemplar los recursos del reportaje, la investigación y entrevistas periodísticas, la nota de sucesos, el discurso biográfico, la prosa ensayística y el aliento literario. Este texto no sólo nos ofrece un retrato del famoso cantante, sino que sirve como marco para representar ciertos aspectos de la cultura popular colombiana y la manera cómo ésta construye y celebra a sus ídolos. En este sentido, “La eterna parranda de Diomedes” es un texto emblemático al modo de “El entierro de Cortijo” de Edgardo Rodríguez Juliá o de las crónicas que en su momento Carlos Monsiváis dedicara a José Alfredo Jiménez y Agustín Lara. La filiación es clara, pues estamos ante crónicas que parten de la celebración de las figuras rutilantes de la industria musical para mostrarnos un ima- ginario que da sentido a lealtades colectivas, a gustos musicales, a la idea de una trayectoria individual como hazaña casi épica. En estos casos, la crónica manifiesta sus posibilidades como género legendario, en tanto selecciona protagonismos y sucesos que conforman un parnaso local rescatado de esta manera para la memoria de generaciones futuras.

Hay en las crónicas reunidas en “Los Irrepetibles” un deseo de rendir homenaje a las glorias que corren el riesgo de pasar al olvido nacional. Son los héroes locales que conocieron mejores momentos y que la crónica rescata en una antigua estatura que contrasta con las realidades presentes de estos individuos empobrecidos, enfermos, físicamente caducos aunque legendarios. A estas crónicas de los irrepetibles les siguen las dedicadas a los “Bufones y perdedores”, es decir, la contracara de las anteriores pues ahora Salcedo Ramos se detiene en personajes que aunque menores o marginales, alcanzan gracias a su atención dimensiones inolvidables. En estas páginas nos conmovemos con el boxeador de tercera categoría, con un equipo de futbolistas travestis, con un bufón de velorios, con toreros enanos. Toda una galería de excéntricos que recuerda que la crónica bien escrita no sólo sirve para acuñar héroes y episodios legendarios, sino también para registrar otras pulsiones menos esplendorosas del imaginario colectivo.

Un tercer apartado nos ofrece una mutación en el tono y la materia narrativas, al reunir textos que documentan los avatares de un país acosado por la violencia de grupos paramilitares y guerrilleros que siembran un ambiente de zozobra nacional. Estas crónicas que no se dejan leer con el gusto o al ritmo de las anteriores, tocan en el lector más de una fibra y revelan una cara crítica del acontecer nacional. Si las crónicas anteriores deambulaban por los espacios de la nostalgia y la admiración, éstas se acercan más definitivamente al ánimo indignado y pesimista de quien no vislumbra una salida a esta guerra sostenida que ha sembrado al país de víctimas, que ha desmembrado familias, arruinado promesas. Sin embargo, dentro de este apartado textos como “Perra vida, perra muerte” sirven para establecer una especie de respiro y de contrapunto, al presentar versiones menos trágicas del fatalismo cotidiano.

Finalmente, La eterna parranda cierra con una tríada de textos protagonizados por el propio Alberto Salcedo Ramos y que replican de cierta manera a los apartados anteriores al presentarnos un homenaje a la madre del cronista, una bufonería de la infancia y un episodio donde el autor se convierte en víctima de la violencia urbana. Tres modos entonces de cronicar a un país y de habitar su memoria y sus regiones: itinerario muy bien logrado por este periodista colombiano de indiscutible talento narrativo.


Posted: June 12, 2012 at 3:36 pm

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