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Un poquito de evidencia

Un poquito de evidencia

Carlos del Castillo

Is it like this
In death’s other kingdom
Waking alone
At the hour when we are
Trembling with tenderness

T.S. Eliot

La forma en la que el mundo se termina, ya lo escribía Eliot, no es con una explosión, sino con un quejido. En La hora mala (Tusquets, 2016), las trompetas del acabose suenan al compás de sandías huecas que se rompen en el pavimento. Con más detalle: un hombre, al parecer joven, con el rostro ensangrentado y el cráneo roto, yace en la calle “sin vida o, peor, dormido”, volviéndose símbolo, para los testigos de tal evento, de una de las catástrofes de moda: el no entender nada.

Sin duda, los mecanismos dialógicos, de una sociedad atravesada por la violencia, se repliegan hacia los límites del establishment. Según Luis Panini (Monterrey, 1978), esas fronteras se demarcan desde la farsa y el absurdo. Un absurdo, a la manera de Beckett o de Ionesco, ligado a una especie de terror inconmensurable: el terror a la humanidad.

En La hora mala ―me arriesgo: una suerte de nivola, sin datos duros sobre su tipo de gestación― todos son desconocidos. Con más precisión: Todos somos desconocidos. De hecho el autor nos obliga a observar cómo intencionalmente ha preparado el terreno para que sus personajes sigan autónomos a nuestro entrecruzamiento. Nosotros, los lectores que no debemos inmiscuirnos u otra suerte de cadáver pasivo, atento ante los vericuetos de los actantes. Una magia de juegos textuales, ora rayas ora sinónimos infinitos ora tachaduras ora espacios negros, funciona como herramienta para bloquear la comunicación.


― Un joven se suicidó, señorita. O lo empujaron desde una azotea. No estamos seguros.

― Sobre la calle ___________.

Este ruido se maneja a distintos niveles: entre personajes o, como dije, entre autor y lector, así como entre, y aquí la referencia unamunianna, autor y narrador (ese soez sabelotodo del Narrador Omnisciente que se mezcla en una conversación muy al pie de página con el mismísimo Luis Panini).

― ¿Quién eres tú? ―pregunta el autor.
― El Narrador Omnisciente, por supuesto. ¿Por qué me interrumpes?
― Soy Luis Panini, yo te inventé.
― Curioso… Hace treinta y cinco años yo inventé un personaje con ese nombre.Portada

La hora mala, que por inercia de mercado bien podría convertirse en un relato detectivesco, muy del Norte, o en una sangrienta bitácora criminal, se vuelve, a través de una técnica aguda de encubrimiento balanceándose entre lo cómico y la retórica, como Cosmos de Gombrowicz, en un puesta en escena para el desparpajo más solemne de una sociedad desorganizada y ridícula. Un inquilino, un vendedor de aguas frutales, una mujer con bolsas de mandado, un Godinez de funeraria, un deportista, un mago que desaparece hasta de la página. Somos llevados de la mano, a través de un recorrido delirante, por una prosa prolija, nunca dejando lugar al balbuceo o a la timidez. Más allá: preocupada por los detalles y el mundo microcósmico de las palabras altamente específicas.

La hormiga en el lagrimal izquierdo del herido que antes parecía estar muerta comienza a moverse, a sacudirse la sangre que baña su morfología tripartita. Es un milagro tan efímero. Y nadie se da cuenta, pobre.

Después del lector-cadáver, me queda otra hipótesis bajo la manga: el lector-personaje. El instrumento que utiliza esta sociedad (sometida al escrutinio de los minutos), para autodesestabilizarse, es el uso de la ficción en su aspecto más vivo y letal: el chisme. Y letal, porque despiadadamente su búsqueda ―desde la sinrazón y el extravío― tiene auténticas miras hacia la verdad. Imaginar (al leer) puede ser otra manera de mal decir.

En mi opinión, un montón de especulaciones sí aspiran a ser un poquito de evidencia. Una no, una no cuenta. Pero varias, varias sí.

No entender y hablar sin inhibiciones es más seguro cuando se hace en coro griego. Uno que destripa e inquiere al héroe, pero desde lejos. Inventar, una máxima en la construcción de escenarios narrativos, marca un trágico destino para nuestro cuerpo sanguinolento que vive sólo porque respira. De algún modo, el conjunto de distorsiones de los personajes condena al cuerpo. La palabra encubre las mentiras que pecan de verdad. Es su gran aliada.

Una comedia de enredos vaticinada por la imposibilidad de entendernos porque no nos importa. Una farsa que impide que un puñado de gente, marginada por sus paranoias y acorralada por la desconfianza, se ría de ella misma. Que perfila la abertura de la boca, desde una perspectiva quirúrgica, y el candor de la carcajada, como un acto de pena.

Lo que es seguro es que después de que terminen las tres, esa hora absurda de la tarde, todo volverá a ser igual. Dentro y fuera de La hora mala. Acompañado de los otros, cerraré el libro para desentenderme y comenzar a escribir esto que tiene cara de especulación, pero quién sabe si cuente.

Fotografía - Carlos del Castillo(2)Carlos del Castillo (Tampico, 1989). Obtuvo el Premio de Poesía Carmen Alardín (2011). Aparece en las antologías La vida encendida, revisitaciones a Carmen Alardín (ITCA, 2015), Rigo es amor (Tusquets, 2013) y Perros de agua, nuevas voces desde el sur de Tamaulipas (Miguel Ángel Porrúa, 2007). Ha publicado: Lo que nos han contado (ITCA, 2005) y El libro que no he escrito (CONARTE, 2012).


Posted: March 14, 2016 at 10:11 pm

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