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Locamente millonarios (Crazy Rich Asians), de Jon M. Chu

Locamente millonarios (Crazy Rich Asians), de Jon M. Chu

Naief Yehya

Las comedias románticas (o como las llaman ahora Rom-Coms) especialmente en el siglo XXI son usualmente estrategias de mercadotecnia sensiblera, envueltas en humor auto despreciativo, frivolidad conformista, manoseado candor entusiasta y dosis de auto ayuda chatarra, salpicadas de alusiones a la masturbación y a actos sexuales extremos y absurdos que inevitablemente culminan con finales felices. Por supuesto que la fórmula es elástica y cambiante, en ocasiones con tino y agudeza, en otras simplemente como regurgitaciones de vulgaridades encantadoras y chistes soeces, pronunciados con gracia por personajes entrañables. Todo al servicio del amor imposible, del cuento de hadas perfecto en el que los amorosos deben sortear toda clase de obstáculos para poder estar juntos.

Locamente millonarios, de Jon M. Chu es, independientemente de sus aciertos y defectos, más una causa o un movimiento que una película. Es un esfuerzo por conquistar la visibilidad en Hollywood para los artistas asiáticos, asiático americanos y los de la diáspora; así como un intento por abrir espacios para insertar historias de otros continentes y culturas en la maquinaria monolítica del “mainstream”, romper los patrones de “blanqueo” y desfetichizar a las minorías (por ejemplo ese viejo prejuicio de que los hombres asiáticos no pueden ser protagonistas de cintas románticas). La cinta de Jon Chu tiene una enorme responsabilidad a sus espaldas y ha sido, sin lugar a dudas, un enorme éxito que parece asegurar que no tendrá que pasar otro cuarto de siglo para que se realice en Hollywood la próxima película con un reparto completamente asiático, ya que la última vez que esto sucedió fue en 1993 con El club de la buena estrella (The Joy Luck Club, Wayne Wang).

Aquí se cuenta la historia del romance entre una profesora de economía de la Universidad de Nueva York (especializada en teoría de juegos), estadounidense de origen chino, Rachel Chu (Constance Wu) y un joven empresario de Singapur, Nick Young (Henry Golding). Tras un año de noviazgo Nick le propone a Rachel viajar a su país de origen para la boda de su mejor amigo. Al abordar el avión, Rachel (quien fue criada por una madre soltera y que viene de orígenes humildes) descubre que su novio es multimillonario, el heredero de la mayor fortuna de la isla. Es necesaria la suspensión de la incredulidad para tragarse que una académica no haya tenido la mínima curiosidad por averiguar, aunque sea en Google, algo de la familia de su novio. Así la historia de esta Cenicienta nos lleva por las intrigas de la alta burguesía de Singapur y la ansiedad de la madre de Nick, Eleanor (Michelle Yeoh), que a pesar de mantener su elegante ecuanimidad está horrorizada de que una plebeya advenediza y escaladora quiera seducir al hijo pródigo para arrebatarle la inmensa fortuna familiar. La chica pobre pero adorable es desde muy pronto víctima de la crueldad de las ricas herederas que la ven como una competidora inferior y desleal, por lo que le dan una recepción digna de la cabeza de caballo de El Padrino. Ese episodio grotesco palidece ante la frígida crueldad de su suegra potencial, quien le dice que ella nunca será parte de la familia.

Una de las incógnitas del filme es la ausencia del padre de Nick, quien convenientemente está en un viaje de negocios durante la crucial visita de su hijo y su novia. De esta manera se presenta un matriarcado donde Eleanor y la abuela rigen los destinos de la familia y combaten a los posibles usurpadores usando su poder monetario y moral (y sus detectives privados) como arma. Uno de los clichés más conocidos de la cultura china es el de las madres tigres, feroces y castrantes y si bien Eleanor es un personaje complejo, no hay duda de que representa ese estereotipo. La contraparte de esa imagen de autoridad es la prima de Nick, Astrid (la espectacular Gemma Chan de la serie Humans), una diva admirada por su generosidad, sensibilidad y estilo, que igual dedica su tiempo a comprar joyas que a los actos de caridad. Sin embargo, ella se casó con un hombre que no es de su clase social y su desgracia sirve como el espejo del fracaso que puede ser la relación de Rachel.

La cinta comienza con Rachel dando una clase en la que derrota a un estudiante en póker y demuestra que en cualquier juego que involucre psicología y toma de decisiones no se puede ganar “tratando de no perder”. Siguiendo esa lógica ella pasa de la desilusión, la rabia y el desconsuelo por el rechazo de que es objeto, a tratar de conquistar con su astucia a Eleanor o por lo menos a demostrarle que está equivocada en sus juicios. La matrona de la familia enfatiza que aunque Rachel sea china, vivir en Occidente la ha transformado, por lo que es como un plátano (amarillo por fuera y blanco por dentro), así al decir que “ella no es como nosotros”, hay una evidente implicación de clase pero también una de choque de culturas. Para Eleanor los estadounidenses y los asiáticos que viven ahí, están obsesionados con el individualismo, las satisfacciones personales y la gratificación instantánea, mientras que en Asia lo importante es la familia, el respeto, el sacrificio y las tradiciones. Pero este discurso puritano se estrella contra los excesos y la “pornografía de la opulencia”: las magnánimas despedidas de soltera/o, los paseos en helicóptero y superyates, las bodas de 40 millones de dólares y el despilfarro grandilocuente que va más allá de lo pretencioso o de las fiestas épicas del Gran Gatsby. Y al presentar ese despliegue obsceno de lujo Chu hace evidentes las referencias e incluso los pastiches al glamour del Hollywood de los años treinta. Así se ofrece una perspectiva, con cierta ironía pero con más admiración, del sistema de “privilegio chino” que domina en Singapur, y que en gran medida refleja la mentalidad colonial europea, al sustituir a los anglosajones por los chinos que llegaron a esa tierra cuando tan sólo eran pantanos, junglas y porquerizas. Eleanor se llena la boca con valores que supuestamente son los cimientos de la sociedad pero su riqueza y estatus de semi realeza es resultado de la especulación inmobiliaria, los desplazamientos de poblaciones, la ambición desmesurada, la explotación del trabajo ajeno, el egoísmo y la depredación capitalista, no a las tradiciones, la comunidad o las bondades de la familia.

[A partir de aquí hay algunos spoilers] La única estrategia ganadora que puede tener Rachel consiste en demostrarle a Eleanor que ella también cree en esos mismos valores y que de quedar fuera de la vida de su hijo, éste le tendrá resentimientos a su madre por el resto de su vida, lo cual no sólo destruirá a su familia sino también al negocio. Todo esto es puesto en evidencia en la secuencia del juego de mahjong, que no está en la novela de Kevin Kwan en la que está basado el filme. Ahí Rachel juega contra Eleanor un juego que muy significativamente ambas aprendieron de sus madres. La profesora confronta a su antagonista tomando la posición oeste, como Estados Unidos, y cediendo a su contrincante la posición del este, representando a Asia. Eleanor trata de ganar juntando piezas idénticas, para insistir en que su hijo debe casarse con alguien como él. Cuando Rachel le dice que Nick le propuso matrimonio y ofreció dejar a su familia, saca el ocho de bambú, un número que representa salud, prosperidad y alegría. Esa pieza le basta para ganar el juego pero también es la pieza que necesita Eleanor. En ese momento Rachel anuncia que ha rechazado la proposición de Nick y que lo dejará para que pueda casarse y tener hijos con alguien que Eleanor apruebe. La madre sonríe y saborea su triunfo hasta que Rachel, explica que esa alegría se deberá únicamente a que “una inmigrante, pobre” se sacrificó por él. En ese momento la joven desecha la pieza ganadora, dándole la victoria a Eleanor. Antes de irse muestra su juego, demostrando que pudo ganar de haber querido.

El guión evita caer en explicaciones y deja que los conflictos culturales, intergeneracionales y nacionales se manifiesten sin justificarlos. Lo más parecido a una explicación son los comentarios y humoradas de Peik Lin Goh (la espléndida comediante Awkwafina) quien fuera compañera de escuela de Rachel y que con agudo sarcasmo sirve como una especie de filtro e intérprete de lo que sucede. La fascinación casi erótica de la cinta con la extrema riqueza, (a diferencia de otras comedias de este tipo aquí no hay un maniqueísmo en contra de todos los ricos) parece un tanto densa en la era de Trump y su régimen de multimillonarios incompetentes y egoístas. Así mismo, en un tiempo en que la inmigración y el exilio son temas palpitantes y altamente politizados, resulta frívolo ver presentada a la cultura de la diáspora sólo como una curiosidad en vez de ser también el resultado de procesos trágicos.

Chu tiene el acierto de no caer en un convencional muestrario exótico de curiosidades asiáticas, sino que presenta con asombro la opulencia de Singapur, desde el lujoso aeropuerto Changi (al cual Rachel compara con el Kennedy de Nueva York, que “huele a salmonela y desesperación”) hasta los palacios que habitan los millonarios. Aquí se muestran con fidelidad costumbres y particularidades locales, así como la comida, estética, tradición (la escena de la familia haciendo dumplings es central a la narrativa) y excesos. Pero fuera de las suntuosas panorámicas de la delirante y extravagante arquitectura de la ciudad estado y las conversaciones de las súper élites tan sólo vemos atisbos de los mercados callejeros (en donde los juniors son reconocidos y tratados como estrellas de rock). Chu se enfoca únicamente en los locamente ricos y no muestra nada que parezca ser el pueblo (aparte, obviamente de la indispensable y siempre fiel servidumbre) y explícitamente están excluidos los miembros de las demás comunidades étnicas que conforman la sociedad singapurense. Entre los poquísimos actores que no son de origen chino y que tienen diálogos, destacan en la secuencia inicial los empleados ingleses del lujoso hotel londinense que desprecian a Eleanor y su familia (una vez más el padre está ausente) y les niegan el alojamiento (“Harían bien de ir a buscar algo más apropiado para ustedes en Chinatown”) para descubrir en un gesto de justicia poética que son los nuevos dueños del hotel. Esta secuencia es muy efectiva para conquistar al público. Mientras la madre de Rachel llegó a Estados Unidos sin nada, como una inmigrante más, Eleanor llega en esa secuencia a comprar un hotel de lujo. Este desfasado paralelismo entre las historias familiares debe interpretarse como un extraño vínculo entre los Young y la madre de Rachel, como una forma de insistir que estos son “buenos asiáticos” y no corresponden a los estereotipos que ha manejado el cine por décadas.

Singapur es una nación con una mitología del sacrificio y el trabajo, de la tolerancia étnica y racial, así como de la disciplina rígida (mascar chicle, tirar la ceniza del cigarro en la calle y no jalar el excusado son actos criminales) y la supresión de la disidencia. En cierta forma es un país que podría imaginarse como un reflejo de Estados Unidos, con su improvisada mitología del triunfo del hombre común en contraste con la solemnidad rígida de los países dominados por nobles. Chu ha logrado una cinta formidable visual y cinemáticamente, dentro del canon. Podemos pensar que su estrategia de crear un filme que presente una universalidad de las emociones y al mismo tiempo hacer entrañables para cualquier público a actores asiático ha logrado su objetivo. Sin embargo, es claro que el método de repetir y celebrar las fórmulas más rancias del cine hollywoodense dista mucho de incendiar una auténtica revolución fílmica, en lo estético o en lo político. Por lo tanto nos quedamos con una comedia romántica que celebra con gracia la opulencia insultante.

 

Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Entre sus libros recientes están: Las cenizas y las cosas (Random, 2017), Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Razón. Twitter: @nyehya

 

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Posted: September 26, 2018 at 11:09 pm

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