Essay
En busca de Casiodoro de Reina
COLUMN/COLUMNA

En busca de Casiodoro de Reina

Adolfo Castañón

I

Habitualmente, nadie se fija en los nombres de los traductores. Pocos saben que el primer traductor de la Biblia fue San Jerónimo y que Lutero inició la Reforma de la Iglesia a partir de la traducción directa al alemán de las Sagradas Escrituras… El traductor no sólo está sentado en el último lugar, como dice Valery Larbaud, sino que en cierto modo aspira a emular al mismísimo Espíritu Santo en la medida en que aspira a ser invisible…

A los lectores suele no gustarles que les recuerden que no están leyendo a Martin Heidegger sino a José Gaos y que, en español, las 1001 noches no se las está contando Sherezada, sino que están leyendo una traducción de Rafael Cansinos Asséns. Nada o muy poco dice al lector común y corriente el nombre de Casiodoro de Reina (1520-1594), traductor pionero de la Biblia al castellano o español en el siglo XVI a partir de las fuentes hebreas y griegas. Sin embargo, él es autor del trabajo que luego de ser revisado por su amigo y compañero Cipriano de Valera, ha estado en las manos de los miles o acaso millones de protestantes hispanohablantes dispersos por el mundo…

En México su nombre está indisociablemente ligado al del escritor protestante Carlos Monsiváis (1938-2010), educado por su madre Esther con las palabras de este texto en mano y que citaba en la parte inicial de su Autobiografía (México, Empresas editoriales, 1966, pp. 13-14):

En el Principio era el Verbo, y a continuación Casiodoro de Reyna y Cipriano de Valera tradujeron la Biblia, y acto seguido aprendí a leer. El mucho estudio aflicción es de la carne, y sin embargo la única característica de mi infancia fue la literatura: himnos conmovedores (“Cristo bendito, yo pobre niño, por tu cariño me allego a Ti, para rogarte humildemente tengas clemente piedad de mí”). Cultura puritana (“Instruye al niño en su carrera y aun cuando fuere viejo no se apartará de ella”), y libros ejemplares: (El progreso del peregrino, de John Bunyan; En sus pasos o ¿Qué haría Jesús?; El Paraíso Perdido, La institución de la vida cristiana de Calvino, Bosquejo de dogmática de Karl Barth). Mi verdadero lugar de formación fue la Escuela Dominical. Allí en el contacto semanal con quienes aceptaban y compartían mis creencias me dispuse a resistir el escarnio de una primaria oficial donde los niños católicos denostaban a la evidente minoría protestante, siempre representada por mí. Allí, en la Escuela Dominical, también aprendí versículos, muchos versículos de memoria y pude en dos segundos encontrar cualquier cita bíblica. El momento culminante de mi niñez ocurrió un Domingo de Ramos cuando recité, ida y vuelta a contrarreloj, todos los libros de la Biblia en un tiempo récord: Génesiséxodolevíticonúmerosdeuteronomio.

El cronista de la Portales era también un fervoroso lector no sólo de la Biblia sino de Borges, como hizo constar José Emilio Pacheco en su apéndice al libro de Jorge Luis Borges titulado: “Jugar a Borges con Borges: biblioteca virtual de imposibles libros posibles”, donde apunta que Monsiváis “escribió” La Biblia en Borges: estudio y concordancias (Sociedades Bíblicas del Nuevo Milenio, México). Ahí hace ver hasta qué punto el pulso bíblico latente en el argentino proviene del impulso de Casiodoro de Reina. Por ejemplo, en el cuento “La casa de Asterión”, el detective mexicano detecta que las palabras del minotauro, transcritas por Borges, provienen de la versión de Job realizada por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera: “Yo sé que mi redentor vive y al fin se levantará sobre el polvo”, Job 19:25. El texto bíblico continúa más allá de Borges y de Monsiváis: “y después de desecha ésta mi piel, aún he de ver en mi carne a Dios”. Si bien Borges no tenía en su catálogo personal la Biblia del Oso, consta que dentro de uno de los libros que formaban parte de su biblioteca (Studies in Words de C. S. Lewis) se encuentra una boleta de pedido a la Biblioteca Nacional, firmada por él, solicitando la versión de Casiodoro de Reina, en la edición príncipe de 1569.[1] Esta traducción que se encuentra en el catálogo de las obras proscritas por el Index, fue la más usada por el autor de El Aleph.[2]

II

Casiodoro de Reina ha sido objeto recientemente de dos libros: uno, de talante más académico, escrito y razonado por la historiadora catalana Doris Moreno: Casiodoro de Reina. Libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI,[3] el otro, la novela de la sevillana Eva Díaz Pérez, Memoria de cenizas, con prólogo de Félix de Azúa.[4] Ambas obras permiten conocer al personaje y su contexto y valorar y reconocer el peso que tuvo la Inquisición española en la fragua de la sensibilidad española de esa época y de otras e implícitamente en la de los colonizados americanos que la sufrieron con no menos rigor. El bien documentado libro de Doris Moreno no escapa al señalamiento arriba enunciado de pasar por alto el nombre de los traductores. Por ejemplo y caso, cita y se apoya en las obras de Marcel Bataillon Erasmo y España o en la de George Williams sobre La Reforma radical, pero omite que las tradujo Antonio Alatorre para el Fondo de Cultura Económica de México. Eso no invalida desde luego su bien construida obra que tanto debe a la biografía de Casiodoro de Reina, de Gordon Kinder, publicada en 1975, y al libro de José C. Nieto: El Renacimiento y la otra España (1992).[5]

Casiodoro de Reina ha sido enaltecido como una de las mayores figuras literarias del siglo XVI, comparable a la de Cervantes y cuya expresión tiene, según Antonio Muñoz Molina, la vivacidad de la de Fernando de Rojas y es “una lengua poseída por la misma capacidad de crudeza terrenal y de altos vuelos literarios de La Celestina… un castellano mudéjar todavía empapado de árabe y de hebreo, forzado en sus límites sintácticos para adaptarse a las cadencias y las repeticiones y las exageraciones de la lengua bíblica” (A. Muñoz Molina. “La obra maestra escondida”, El País, 26 de julio de 2014, citado por D. Moreno, p. 188).

Casiodoro es también un personaje relevante en el escenario cultural y político de su época por su excelencia literaria y por la vida errante que se vio forzado a llevar por toda Europa a partir de su exilio y del auto de fe en que fue quemado en efigie el 26 de abril de 1562. El mapa de su errancia incluye, entre otras ciudades: Londres, Orleans, Amberes, Frankfurt, donde finalmente morirá el traductor de la legendaria Biblia del oso,[6] impresa en Basilea en 1569. Legendaria pues esta conjunción y traslación del Antiguo y Nuevo Testamento, “nueva y felizmente traducida del original griego en romance castellano” fue leída y estampada copiosamente fuera de España, en donde se imprimió solamente cuando ya estaba bien avanzado el siglo XIX. Consta que a principios del siglo XVII, “Don Nicolás de Anasco, Deán de la Iglesia de Santo Domingo, quemó en la plaza de la ciudad trescientas biblias en romance, glosadas conforme a la secta de Lutero y de otros impíos”. Añade Pedro Henríquez Ureña: “Significativa profusión de ejemplares de la Biblia de Casiodoro de Reina y de Cipriano de Valera: la heterodoxia, según parece, tuvo libertad hasta entonces” (PHU. Obra, “La cultura y las artes coloniales en Santo Domingo”, p. 397. FCE, Primera ed., 1960, Segunda reimpresión, 2001).

Casiodoro, “hombre de fronteras”, como dice Doris Moreno, trató y conoció a protestantes y calvinistas, hugonotes y disidentes… Un reojo: estuvo muy cerca de Bergerac, punto de reunión de los hugonotes y, aunque no conoció a Montaigne, trató a algunos líderes franceses protestantes como Gaspard de Coligny. Tal vez habría que releer los ensayos de Montaigne a la luz de las guerras de religión y de los conflictos religiosos entre católicos, protestantes y calvinistas entre cuyas filas tuvo que deslizarse sigilosamente el autor francés. Significativamente, Montaigne no cita en los ensayos ni a Calvino ni a Lutero, aunque sufrió a sus seguidores. Hablar de Casiodoro de Reina es hablar del Imperio español, de la Inquisición, de la tupida red de espías que tenía la Corona de los Austrias sembrada por toda Europa. Es hablar sobre todo de Sevilla, la capital herética en cuyas calles y paisajes se centra la novela Memoria de cenizas, de Eva Díaz. Es hablar, desde luego, del movimiento protestante y calvinista en cuyo centro se encuentra Casiodoro de Reina. Uno de los momentos más admirables de la biografía de Doris Moreno es el encuentro que se da en Frankfurt entre Casiodoro de Reina y Benito Arias Montano, el autor de la Biblia Regia o Biblia Políglota (1568-1572), auspiciado por el impresor Cristóbal Plantino de Amberes, amigo de ambos. La biografía de Casiodoro de Reina deja ver los fluidos lazos que tiene la filología con la política y con las cuestiones relacionadas con la educación y la formación moral. La biografía de la profesora Doris Moreno se divide en siete capítulos: 1) Introducción, 2) La huida, 3) La decepción, 4) La vocación, 5) Sólo lo que importa, 6) Epílogo, 7) Bibliografía, y cierra con un útil “Anexo” de “Personajes destacados”.

La exposición histórica y académica va entrecortada por tramos narrativos que le permiten a la autora llenar los huecos y lagunas de la exposición. El capítulo 3 se titula “La memoria de las cenizas de Miguel Servet”. Y ese será precisamente el título de la novela de Eva Díaz Pérez Memoria de cenizas. Esta reconstrucción narrativa se divide en seis partes y cuenta treinta y cinco capítulos, además de un epílogo, un “Glosario de personajes”, una “Cronología histórica” y una “Bibliografía básica”. Los treinta y cinco capítulos de la novela, dueña de brío y de movimiento, están casi todos, salvo el primero y los dos últimos, situados en Sevilla. Memoria de cenizas, el título parecería claro, pero tiene cierta ambigüedad. ¿Se trata de un relicario de ascuas frías? ¿O bien alude a los recuerdos que podrían tener esos mundos y personajes enmudecidos por las llamas? Memoria de cenizas, novela la historia de una ciudad —Sevilla—, de una época —el siglo XVI—, de unos edificios —por ejemplo, el monasterio de San Isidro del Campo, unas instituciones— la Inquisición y la Reforma— y ofrece una galería de retratos de los contemporáneos que componían el mundo de Casiodoro de Reina: Cipriano de Valera, Antonio del Corro, María Bohórquez, Isabel de Baena, Juan Gil (Egidio), Constantino de la Fuente, Juan Pérez de Pineda, Julián Hernández, (Julianillo), Garci Arias de Montalvo, Francisco de Zafra, entre otros, para no hablar de otras figuras mayores como Erasmo, Lutero, Calvino, Servet, Plantin… La escala narrativa practicada por la novela acierta detallando como en un mural o un fresco las distintas estaciones y tránsitos, peripecias, tormentos, autos de fe sufridos por ese grupo de disidentes y heterodoxos cautivos y condenados en los Autos de Fe practicados a partir de 1554. La efigie de Casiodoro de Reina fue quemada al menos tres veces en distintos autos, amén y a más de incluirse la Biblia del Oso traducida por él en el Índice de los libros prohibidos y de ser quemados a granel copias de esa obra en España y América, como consta por el hecho de que, de la primera edición impresa en Basilea, en 1569, sólo quedan 32 ejemplares de los 2600 impresos entonces.

De todos los personajes que ambas obras comparten destaca, además de la figura andariega y erudita de Casiodoro de Reina, la del librero itinerante Julián Hernández, “Julianillo”, español convertido al protestantismo, quien “se puso al servicio de los españoles residentes en París, Ginebra o Frankfurt para, disfrazado de arriero, distribuir libros, manuscritos y cartas, y hacer de nexo vivo de comunicación entre los protestantes españoles exiliados y los que se habían quedado en Valladolid, Aragón y Sevilla”… Murió en el auto del 22 de diciembre de 1560 “calificado como hereje, apóstata contumaz y dogmatizante”: Doris Moreno, p 256. Marcel Bataillon le dedica un hermoso capítulo a este personaje que, por sí mismo, merecería una saga.

Este hombre-red es una de las figuras clave en la biografía de Casiodoro de Reina y su perfil permite reconstruir lo que fue el arriesgado comercio de la letra entre las fronteras territoriales, lingüísticas y religiosas…

Curiosamente ahí no se encontraba la Biblia de Casiodoro de Reina revisada por Cipriano de Valera, en cuya lectura se formó el citado escritor protestante Carlos Monsiváis. Ésta había que ir a buscarla a un anexo donde vendían baratijas, libros para niños y “¡la Biblia protestante!”, como la llamaban ahí, es decir, la de Casiodoro de Reina. Era considerada una Biblia poco confiable…

III

No soy ni católico ni protestante. A pesar de ello, me han interesado siempre las religiones. Durante unos años de fervorosa búsqueda, frecuenté en la colonia Clavería la Librería Parroquial. Era y es una gran librería católica. Ahí tenían una colección completa de la Biblioteca de Autores Cristianos y una sección entera dedicada a las diversas ediciones de la Biblia: la Nacar Colunga, la de Jerusalén, la Latinoamericana, etc. Curiosamente ahí no se encontraba la Biblia de Casiodoro de Reina revisada por Cipriano de Valera, en cuya lectura se formó el citado escritor protestante Carlos Monsiváis. Ésta había que ir a buscarla a un anexo donde vendían baratijas, libros para niños y “¡la Biblia protestante!”, como la llamaban ahí, es decir, la de Casiodoro de Reina. Era considerada una Biblia poco confiable, aunque sí la vendían y lo hacían al por mayor… México es un país católico e incluso en una librería como la que recuerdo se daba esa distinción. El protestantismo llegó a México a mediados del siglo XIX, una vez consumada la Independencia. Uno de sus introductores fue el olvidado liberal y masón Sóstenes Juárez (1830-1891), según algunos, primo hermano de Benito Juárez y amigo de Ignacio Manuel Altamirano. Sóstenes participó activamente en la introducción de esta religión.

La Biblia del Oso. El nombre fue para mí durante muchos años un misterio. No soy protestante y más bien asociaba yo el nombre de esta Biblia al escudo de la ciudad de Madrid que tiene un Oso y un madroño. Nada tienen que ver entre sí los dos plantígrados.

IV

Como se sabe poco de la vida de Casiodoro de Reina, la historiadora Doris Moreno ha construido esta biografía alternando la exposición histórica con tramos o “bloques” que permiten al lector llenar huecos y reconstruir pasajes de la vida del fraile traductor. Dice así: “El libro está estructurado en bloques cronológicos para que el lector pueda acompañar a Casiodoro en su peregrinaje vital por media Europa. Al mismo tiempo, cada bloque pretende acentuar momentos o aspectos significativos de la vida del hispalense, todo ello fundamentado en trabajos académicos de historiadores que me precedieron en este camino y mis propias investigaciones en archivos españoles”, p. 17.

Un ejemplo de esto es el tramo titulado “Ante el Árbol de la vida” en el que, al describir la contemplación por Casiodoro de la imagen del fresco mural en el monasterio de San Isidro del Campo, en Santiponce Sevilla, la historiadora expresa los motivos plausibles que llevaron al poliglota a poner manos a la obra en la traducción directa de los originales griegos y hebreos para lograr realizar su tarea… El Monasterio se transformó en un eje de la investigación espiritual gracias al relajamiento de la disciplina, como asienta la estudiosa Doris Moreno: “El monasterio de San Isidro del Campo se transformó, con el progresivo abandono de la regla y la introducción de las ideas reformadas no en un sentido individual sino como una auténtica comunidad cristiana centrada en la reflexión sobre la Biblia y en una devoción y piedad renovadas: las horas de coro y rezo se convirtieron en explicaciones de las Sagradas Escrituras; las oraciones por los muertos se suprimieron o redujeron a la mínima expresión, muchas indulgencias y explicaciones papales quedaron obsoletas; ningún culto quedó para las imágenes; los ayunos periódicos se sustituyeron por perpetua sobriedad”, Doris Moreno, p. 69.

No es casual que haya sido la ciudad y puerto de Sevilla, el lugar desde donde inició su traslación Casiodoro. Tenía 100,000 habitantes, según registra Ferdinand Braudel, citado por Moreno, p. 26. Era una de las ciudades más cosmopolitas y con mayor cantidad de razas, clases, oficios, castas, uno de los espacios urbanos más complejos del Renacimiento Europeo y, desde luego, el puerto de entrada de las mercancías y bienes provenientes de Las Indias, es decir, de la recién descubierta América, en fin, uno de los enclaves comerciales y burocráticos más complejos del Imperio español de los Austrias, de Carlos V y de Felipe II. En el aspecto religioso, la huella e influjo de Erasmo de Rotterdam fueron decisivos. No sólo porque abrió las puertas a la Reforma, que luego emprendería Lutero, sino porque despertó y desató dentro de la Iglesia católica misma una diversidad de corrientes espirituales como la de los “alumbrados”, los “dexados” y otros practicantes del quietismo en cuyo contexto se desarrolló la actividad del fraile peregrino y traductor. A eso hay que añadir el ascendiente de las comunidades cripto-sefarditas, mozárabes y cripto-islámicas que actuaban en silencio, a la sombra y en la penumbra de las actividades públicas… En ese contexto deben recordarse las páginas que Marcelino Menéndez y Pelayo dedica en su Historia de los heterodoxos españoles a “Casiodoro de Reina. Su vida sus cartas, su traducción de la Biblia” (Tomo V. Libro IV, capitulo X, EMECE Editores, Buenos Aires, 1945, pp. 150-172).

Si alguien me preguntara cuál de los dos libros sobre Casiodoro de Reina preferiría, tendría que decir que la lectura de ambos me parece necesaria. Los vasos comunicantes que se establecen entre el libro de la profesora Doris Moreno y la escritora Eva Díaz Pérez traman un vivo paisaje que permite rescatar a este benemérito y maldito traductor.

 

NOTAS

[1] Laura Rosato y Germán Álvarez, Borges, libros y lecturas, Buenos Aires, Ediciones de la Biblioteca Nacional, 2010, p. 224.

[2] Lucas Martín Adur, “Las biblias de Borges”, Variaciones Borges, núm. 41, 2016, pp. 3-25.

[3] Doris Moreno, Casiodoro de Reina. Libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI Fundación Pública Andaluza. Centro de Estudios Andaluces. Junta de Andalucía. Sevilla, Primera edición, julio de 2017, Segunda edición, junio de 2018, 262 pp.)

[4]  Eva Díaz Pérez, Memoria de cenizas, prólogo de Félix de Azúa, El Paseo Editorial, Colección Narrativa, Ópera Prima, Sevilla, España, 2020. 280 pp.

[5] Librairie Droz, Ginebra, 1992.

[6] La Biblia del Oso según la traducción de Casiodoro de Reina, publicada en Basilea en 1569. Edición Conmemorativa del 500 Aniversario de la Reforma (1517-2017). Juan Guillén Torralba, G. Flor Serrano y José María González Ruiz (editores). Alfaguara, Sociedades Bíblicas Unidas, Madrid, 2001. 1220 pp. Biblia del oso, edición coordinada por Andreu Jaume, 4 volúmenes, Alfaguara, 2021.

 

Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Xavier Villaurrutia 2008, Premio Alfonso Reyes 2018 y Premio Nacional de Artes y Literatura 2020. Creador Emérito perteneciente al SNCA. Twitter: @avecesprosa

 

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Posted: January 17, 2022 at 7:57 pm

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