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La culpa es de la oposición
COLUMN/COLUMNA

La culpa es de la oposición

David Medina Portillo

No existe nada racional que explique esta conexión con el líder. Sus seguidores se dejan guiar por un tercer ojo: el lazo anímico, emocional y hasta místico que le da sentido al sinsentido. No hay oposición, dicen. O, en todo caso, la verdadera opción se encuentra a la sombra del caudillo.

No veo alternativas en la oposición ni en el oficialismo, me dice un amigo: populistas y liberales son lo mismo, todos comparten idéntica matriz priista, discurso ramplón y cola que les pisen. Esto es México, extraviado en un momento crucial de nuestra historia cuando debería definirse en torno de un candidato del proceso racional y democrático que nos aleje de la patología regresiva del obradorismo, el pueblo mágico de los otros datos.

La idea cuenta con tales y tantas evidencias que se vuelve sospechosa: ¿todos son iguales? Precisamente ese fue el argumento de quienes votaron en 2018 por la opción ahora en el poder. Votar por Meade era un despropósito, más de lo mismo: otros seis años de corrupto priísmo. La otra era peor, votar por Anaya. No hay mayor enemigo para la imaginación de izquierda que el PAN, poco o nada importa su tradición democrática, la que contrasta con la inagotable –y documentada– tentación autoritaria de nuestra izquierda.

Los que ahora se sienten agraviados por AMLO aún velan por su representante legítimo, la verdadera izquierda, una vez que la izquierda mayoritaria los traicionó. ¿Qué significa esto? En primer lugar —y lo más importante: que no van a dar su voto a la oposición porque consideran, precisamente, que esa oposición (PAN, PRI y PRD) es la responsable de que López Obrador esté donde está, no amenazando con liquidar el juego democrático sino, horror de horrores, posponiendo el arribo de la verdadera izquierda.

Digámoslo una vez más: la oposición es la culpable… Por supuesto, no ellos, quienes en el reino obtuso de la realidad votaron y hasta convocaron por el voto masivo en favor de AMLO. No quienes desde la opinión pública alentaron una intensa campaña en favor del cambio verdadero aminorando, desdeñando o negando alegremente las señales de regresión autoritaria. En efecto, quienes juraban que AMLO era otra cosa volteaban a otro lado cuando veían saltar a los impresentables desde el viejo priísmo a los puestos de mando del cambio verdadero. En contraste, entre todos los candidatos posibles hoy afirman que no hay a cuál irle. Ninguno de ellos se parece a Bartlett, el redimido.

Qué duda cabe, sus referentes no son políticos sino morales. Una moral no comprometida con la realidad, por supuesto, sino con una suerte de vago absoluto: con lo bueno. Por eso se sienten atraídos por cualquier personalidad magnética que los acerca al supremo bien, así sea solo simbólico pues ya se sabe que el verdadero bien siempre es esquivo. Por ello mismo, jamás se sienten responsables cuando la figura carismática resulta un político mexicano en la peor tradición de la dádiva y la componenda. La culpa no es de ellos, quienes votaron por él, sino de la realidad que siempre les ha quedado a deber.

No existe nada racional que explique esta conexión con el líder. Sus seguidores se dejan guiar por un tercer ojo: el lazo anímico, emocional y hasta místico que le da sentido al sinsentido. No hay oposición, dicen. O, en todo caso, la verdadera opción se encuentra a la sombra del caudillo.

Según este juicio, para la oposición la presidencia ya está perdida y los ciudadanos deberían concentrarse en que esa oposición ocupe la mayoría en el congreso y, al mismo tiempo, elegir el menos malo de entre los candidatos del partido en el poder. ¿Votar por Morena es respaldar la amenaza autoritaria? Un remilgo que afecta apenas a algunos extraviados, no a la mayoría, las masas obradoristas que solo esperan la continuidad de los programas sociales y, evidentemente, no consideran que en la elección del 2024 se juega nuestro futuro democrático.

Curiosamente, la mayoría a cuyo nombre hablan constituye el sufragio clientelar y el voto duro de Morena que, a juzgar por las elecciones del 2021 cuando el oficialismo perdió la hegemonía en el congreso, volvió a sus niveles del 18% o 20% del padrón electoral. Así pues, se trata de una mayoría más bien demagógica que cierta izquierda opone al discurso ciudadano –el de la marea rosa que tomó conciencia tras las elecciones de 2021– y al que la izquierda verdadera (subrayo el adjetivo) no duda en descalificar como elitista.

Dicho esto, la oposición sí está terrible. ¿Peor que el oficialismo? Hace tiempo decía un genio del pesimismo que en política “nunca es la lucha del Bien contra el Mal: es lo preferible contra lo detestable” (Aron, Le Spectateur engagé). De eso se trata, precisamente, de mantener todavía abierta la opción de elegir entre lo preferible y lo detestable.

 

David Medina Portillo. Ensayista, editor y traductor. Editor-In-Chief de Literal Magazine. Twitter: @davidmportillo

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Posted: May 25, 2023 at 5:53 am

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