Roberto Bolaño: leerlo es escribirlo
Adán Ramírez Serret
• Roberto Bolaño: Cuentos completos (Ciudad de México, Alfaguara, 2019. 647 pp.)
La estupidez consiste en querer concluir
Gustave Flaubert
Termino de leer a Bolaño. Cierro el ejemplar con una sensación extraña. Con una cierta nostalgia, pero, sobre todo, con un vacío. Como si de alguna manera hubiera participado en su escritura y lo hubiera dado todo, como si de alguna forma una parte de mí se hubiera convertido en Bolaño, B o Belano mientras lo leía.
El grueso ejemplar de 647 páginas descansa sobre la mesa. Tengo la alucinación de haberlo vaciado mientras lo leía. De haber vertido el contenido, a ratos sobre mí y otras veces derramado las palabras sobre mi cabeza y haber salpicado las calles de la ciudad con la escritura urbana de Bolaño. Imagino que, si alguien viniera ahora y lo leyera, no encontraría más que páginas en blanco.
Por otro lado, los tabiques siempre generan sospechas. ¿Acaso se pueden juntar todos los relatos de William Faulkner, Elena Garro, Vladimir Nabokov o Marguerite Yourcenar? ¿Qué tanto se pierden los mejores cuentos en estos volúmenes inmensos, transformándose en el bosque que no deja ver los árboles? Lo cierto es que, por alguna extraña razón, los cuentistas son escritores obsesivos –pensemos en los paradigmáticos Antón P. Chéjov o en Clarice Lispector– que pueden llegar a escribir una cantidad bestial de relatos, reunidos en ejemplares de cuentos que se presumen completos hasta que, un buen día, aparece un lector erudito y políglota que demuestra lo contrario.
Roberto Bolaño fue un autor tardío, pero una vez que se puso a escribir fue sumamente prolífico. Escribió la mayor parte de su obra gravemente enfermo, prácticamente con un pie en la tumba y parecía que tenía miles de ideas; cada vez más y más, según se acercaba el final. Cientos de planes que llevar a cabo, al grado que terminó mirando hacia el futuro mientras escribía. En el prólogo de esta nueva edición de Alfaguara, Lina Meruane propone que sufría una especie de futurismo pues aventó todo lo que pudo hacia la posteridad y dejó el problema a amigos, familiares y editores de ordenar ese mare magnum narrativo –y de venderlo, sin duda.
El de Bolaño es el caso paradigmático de un autor póstumo, pues desde que se murió se han publicado las novelas 2666, El Tercer Reich, Los sinsabores del verdadero policía, El espíritu de la ciencia-ficción y Sepulcros de vaqueros y las colecciones de cuentos El gaucho insufrible, Diario de bar (con A. G. Porta; además de la reedición de Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce), El secreto del mal y estos Cuentos completos. Se ha lucrado muchísimo con su nombre por lo que sus lectores más escrupulosos y obsesivos se indignan con cada libro póstumo suyo. Los primeros se enfurecen moralmente, mientras que los segundos comienzan a sentir un vacío en el estante de su biblioteca en el momento que se enteran de la existencia, ya sea espuria o auténtica, de un nuevo Bolaño.
La mala noticia para estos dos tipos de lectores es que al parecer, los herederos y editores seguirán publicando sus obras póstumas. Basta echar un salto a la red en donde se puede encontrar el listado de Luciano Alonso, quien enumera al menos veinte relatos que se presumen inéditos: “Lento palacio de invierno”, “Tres minutos antes de la aparición del gato” y “Las rodillas de un autor de ciencia ficción”, de varios más, entre los cuales se encuentra otro que cierra este volumen, “El contorno del ojo” –casi inédito y sobre el que los editores advierten que sólo había sido publicado en una edición “difícilmente localizable” bajo el título “Encuentro en Praga” –.
La antología, por otro lado, está muy bien armada y luce el prólogo ya mencionado de la brillante escritora chilena Lina Meruane –un tanto anecdótico, un tanto existencial– en donde relata en tercera persona la vez que conoció a Bolaño y le hizo una entrevista. Abre con esta cita que tomó del encuentro: “Mi propuesta literaria está en relación directa con mi vida. Mi propuesta literaria es mi vida… La propuesta literaria, el poema del poeta, es el poeta mismo. Siempre, ¿sabes? Siempre”. Es un prólogo-homenaje, pues reproduce el tono de cualquier relato de Llamadas telefónicas, esa melancolía particular de los solitarios y amantes de la literatura que abunda en las páginas de Bolaño. Y Meruane se sorprende que un autor tan virtuoso estuviera obsesionado con una frase que a ella le parece, además de excesivamente sencilla, “triste y ominosa: ‘nunca más lo volvió a ver.’”
También resulta congruente esta edición, porque abre con el primer libro de cuentos que Bolaño publicó, Llamadas telefónicas, que comienza con el famosísimo relato “Sensini”, en donde retrata a un escritor que es un profesional de enviar relatos a concursos literarios. Es un cuento en donde aparecen los rasgos y personajes característicos de Bolaño: la pobreza, la literatura y su alter ego, Arturo Belano.
En el relato, el narrador se lleva el tercer lugar en un concurso literario y descubre que quien se llevó el segundo es su admiradísimo Sensini (quien, como todo mundo sabe, no es otro que Antonio di Benedetto). “El contorno del ojo” dialoga de nuevo con Sensini, pues es el relato con el cual Bolaño ganó el tercer lugar del concurso que inspiró el cuento. Es un diario introspectivo, cosmopolita, de un chino poeta con un bloqueo creativo que lo lleva a coleccionar notas extrañas en el periódico, tales como “Una curiosa criatura parecida a una vaca gigante pero que posee un pico de pato”. Fue escrito durante los años ochenta, cuando Bolaño se encerró y se salió del mundo, algo que él mismo relata en otro cuento, “Encuentro con Enrique Lihn”, donde escribe: “vivía encerrado en una casa de Girona casi sin nada de dinero ni perspectivas de tenerlo, y la literatura eran un vasto campo minado en donde todos eran mis enemigos”.
Dentro de este campo minado, el siembra relatos de amor, relatos cosmopolitas en Rusia, reflexiones eruditas, La Pampa, Ciudad de México, Santiago, Buenos Aires… Si en Vargas Llosa, García Márquez o Carlos Fuentes aparece Latinoamérica como un lugar atractivo para el mundo, pues era virgen, salvaje y tercermundista; la diferencia estética en Bolaño la logra más bien con personajes marginales para quienes es lo mismo estar en Barcelona, Moscú, París o Ciudad de México. El mundo está caduco en todos lados y se vive a la deriva, escribe en “Vida de Anne Moore”, “como si creyera que todas las personas estaban extraviadas y que era pretencioso que un extraviado le indicara a otro extraviado la manera de encontrar el camino”.
En donde sí se encuentran similitudes literarias, es en varios de sus contemporáneos y amigos. Comparte con Enrique Vila-Matas la erudición, sabiduría literaria e ideas desparpajadas sobre los escritores al grado de parafrasear a los grandes autores para llevarlos a cambiar obras tan canónicas como la de Kafka; con Javier Cercas el estilo adictivo y obsesivo por reflexionar al mismo tiempo que relata una historia, retractarse para intentar descubrir qué fue lo que en verdad sucedió.
Los relatos de Bolaño son una entrada o un extravío en la búsqueda de la obra total a la que parecía aspirar. La construcción del personaje escritor que, de manera romántica y terrible (a Bolaño le costó la vida) vive, tan pobre como una rata, leyendo todo lo que puede. Porque escribir para Bolaño era destrozar, un acto parricida para buscar la obra. Por eso leerlo siempre tiene un tinte existencial, un matiz adolescente, y, como tal, autodestructivo, ególatra. En ese sentido, estos Cuentos completos (aunque está claro que no lo son, dado que sólo contienen un relato casi inédito) sí son una muestra maravillosa de la obra sobre la que se ha dicho tanto pero que siempre que la vuelvo a leer descubro esa mezcla, ese efecto fantástico que causa la narrativa de Bolaño, donde deslumbra el estilo, la pureza poética de lo políticamente incorrecto, más el tenue equilibrio entre el lumpen diletante y el rabioso escritor profesional que busca la obra y la fama, aunque éstas lo lleven a muerte. Aunque ciertamente, si Bolaño hubiera vivido ochenta años, jamás habría completado nada, porque jamás podría dejar de escribir. Su única ambición era la de ser escritor-lector y vivir con la impresión, la certeza, de nunca llegar al final. Cito por última vez a Meruane: “Postergando siempre el cierre definitivo que tanto se parece a la muerte”.
Adán Ramírez Serret nació en la Ciudad de Oaxaca en 1982. Desde hace siete años está a cargo de la sección de los libros en el programa Atando Cabos, con Denise Maerker; ha colaborado divulgando la literatura en programas de radio y televisión con Leo Zuckerman, Javier Tello, Pamela Cerdeira, Sergio Sarmiento, Javier Risco, Gabriela Warketing y varios más. Escribe una columna semanal en El Sur de Guerrero. Su Twitter es @AdanSerret
Posted: November 3, 2019 at 7:20 pm