Nuevas instrucciones para vivir en México
Ana Clavel
Uno se despierta en estos tiempos revueltos y quisiera encontrar un manual de instrucciones para salir a la calle y enfrentar el mundo. En particular, enfrentar el país y la ciudad donde le tocó vivir.
De 1969 a 1976, el escritor Jorge Ibargüengoitia publicó una columna en Excélsior, “el periódico de la vida nacional”, que luego fue editada y reunida por Guillermo Sheridan en 1990, bajo el título de Instrucciones para vivir en México, muy en el estilo de ironía sutil y a la vez demoledora de nuestro autor. En ellos, Ibargüengoitia exploró, con humor incisivo, el absurdo de vivir en un país que tiene varios defectos: “El principal de ellos es el estar poblado por mexicanos, muchos de los cuales son acomplejados, metiches, avorazados, desconsiderados e intolerantes. Ah… y muy habladores”. Como señala uno de sus lectores, Guillermo Núñez Jáuregui: “Hay un siniestro juego de dobleces en la sátira de Ibargüengoitia: él lo escribe y luego comprobamos que así es. Peor: que así ha sido desde hace cincuenta años…”
Recientemente la editorial Gris Tormenta sacó a la luz unas Nuevas instrucciones para vivir en México, homenaje y puesta al día de aquellas observaciones críticas y muchas veces satíricas que alentaron los artículos del autor guanajuatense. Veinte autores mexicanos y extranjeros revisitan esa mirada y escudriñan los mismos nuevos defectos. En sus textos, Ibargüengoitia observó los rasgos del mexicano de su momento. ¿Qué dicen estos escritores contemporáneos reunidos en la presente antología sobre nuestra idiosincrasia y costumbres? El resultado son veinte versiones que ensayan alrededor de Jorge Ibargüengoitia y las peculiaridades —muchas veces risibles, casi siempre patéticas— de nuestra vida contemporánea.
Un mosaico de miradas, geografías y anécdotas que, no me cabe duda, habría hecho sonreír, entre pesimista y resignado, al maestro Ibargüengoitia ante un país que al parecer no tiene remedio pero no nos cansamos de morir en él.
*
Algunos ejemplos de por qué esta guía contemporánea podría ayudarle a usted con señales de orientación y perplejidad:
Daniela Tarazona: “Cuesta creer lo que ocurre aquí. Desde que tengo memoria, cuando algo insólito sucede en México suelo pensar que no puede tener lugar un asunto todavía más estrambótico. Y me equivoco de nuevo. Tenemos la capacidad de transgredir cualquier límite, por eso somos monstruosos”. (“La alegría de vivir en México”)
Ingrid Solana: “El mexicano tiene temperamento para los argüendes. De ahí su inmensa credulidad que proporciona habilidades de invención… Las habladurías saltan de boca en boca. La labia para vender es ilimitada, verbo churrigueresco de beneficios incomprensibles… Ningún escenario se ha convertido en espacio ideal del argüende como las redes sociales. En ellas somos inocentes, frágiles, hiperbólicos y bífidos…” (“Tierra de argüendes”)
Jorge Comensal: “Sospecho que México destaca entre las naciones por su riqueza en monumentos feos. Si yo fuera presidente (o por lo menos Secretario de Cultura), nombraría una comisión de expertos para otorgar cada año el Premio al Monumento Más Feo de la Patria y asignaría una partida presupuestal para su estudio y mantenimiento”. Arqueología y sociología del monumento. La cabeza de Benito Juárez, lo mismo en San Luis Potosí que en Iztapalapa, de enorme parecido con E.T. el extraterrestre, tan fea que haría falta una “Comisión de Poetas Infrarrealistas” para describirla. (“Monumentos para morir en México”)
Aura Penélope López: “Hay cosas con las que un chilango debería reconciliarse si pretende conservar un mínimo de cordura … El estado de alerta al cruzar una calle, la basura y los muebles abandonados en las esquinas, las mierdas secas de los perros en los veinte centímetros de áreas verdes alrededor de árboles tullidos, las contingencias ambientales, los temblores, los automóviles que invaden las entradas de los edificios porque son sus entradas y no una banqueta, las bicicletas circulando en la banqueta y el ruido. ¡Ah, el ruido!” (“Las reconciliaciones”)
Tedi López Mills: “En las calles por las que camino cotidianamente, a cada casa o edificio le corresponde su propia expresión de banqueta: desigual, agrietada, en declive, lisa, protuberante, amplia o estrecha, siempre con su porción ya casi anticuada de basura, la característica bolsa o botella de plástico, la bolita de papel, la caca de perro. El cuerpo debe adaptarse a la complejidad de los tramos; hay que ir mirando hacia abajo antes de que el pie dé su pisada. Yo lo olvido con frecuencia y me tropiezo o se me tuerce un tobillo”. Metafísica de las banquetas que le permite a la autora perorar sobre los frustrados esfuerzos de convivencia vecinal, y a corroborar en carne propia un sentido extra para lo patético en la frase: “Nuestro país es chusco, no triste”, tal vez porque ya “nada es muy chistoso; quizá porque parece definitivo”. (Enlace para leer el texto completo: “Cuestión de perspectiva”).
José Manuel Velasco: “Los mejores apodos son una epifanía. Surgen de una iluminación repentina en donde Luis, María y Carlos se muestran en la desnudez más absoluta de su singularidad para volver a nacer con su verdadero nombre”. El ingenio insospechado para catafixear el nombre de Jerónimo por “Jeringas”, Cristina Elizabeth en “Pelos de Elote”, Menéndez en “Monsergas”. En el apodo queda revelada la verdadera identidad, una suerte de síntesis ontológica. (“Notas para una fenomenología del sobrenombre”)
Felipe Restrepo Pombo: “Vivir en la Ciudad de México tiene un precio alto”. Le da la razón a Elena Poniatowska cuando señala: “Es un lugar en el que el carnaval convive con el apocalipsis”. Para un extranjero que busca obtener la residencia, todo está diseñado para perderse en trámites sin fin. Como la exigencia de un comprobante de domicilio, para lo cual cita a Villoro: “La constancia de domicilio no prueba nada definitivo, pero se solicita porque en México las molestias son una forma de eficacia… Moriré siendo mexicano, pero al hacer trámites tengo la impresión de que moriré de ser mexicano”. (“El costo de sobrevivir”)
Ana V. Clavel: Sobre qué hubiera podido escribir nuestro autor de no haber muerto en el avionazo de 1983: el temblor del 85, la caída en el infierno electoral del 88, el saqueo a la nación llamado Fobaproa, la muerte del candidato Colosio, la Suavicrema de Luz en el país de los hambreados. En particular el caso Florence Cassez al que hubiera podido hincarle el diente por su trama de montaje para guión de entretenimiento y que lo hubiera hecho exclamar: “Caracho, no vuelvo a escribir novelas, si ahora se escriben solas…”
(Enlace para leer el artículo completo: “Si Ibargüengoitia no hubiera muerto”)
- Nuevas instrucciones para vivir en México. Veinte autores ensayan alrededor de Jorge Ibargüengoitia y las peculiaridades de nuestra vida contemporánea. México, Gris Tormenta, 2019, 160 pp. (Autores incluidos: Jazmina Barrera, Andrés Burgos, Ana V. Clavel, Jorge Comensal, Aura Penélope Córdova, Eduardo de la Garma, Julieta Díaz Barrón, Pablo Duarte, Mempo Giardinelli, Yuri Herrera, Tedi López Mills, Alejandro Merlín, Antonio Ortuño, Felipe Restrepo Pombo, Xitlalitl Rodríguez Mendoza, Antonio Ruiz-Camacho, Ximena Sánchez Echenique, Ingrid Solana, Daniela Tarazona, José Manuel Velasco. Prólogo de Guillermo Núñez Jáuregui.)
Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007). Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter es @anaclavel99
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Posted: November 28, 2019 at 12:07 am