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Los costos económicos de la guerra
COLUMN/COLUMNA

Los costos económicos de la guerra

Sergio Negrete Cárdenas

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No solo se trata de las graves consecuencias económicas para los países participantes en una guerra, sino del impacto que puede tener a nivel global, particularmente en un mundo tan integrado como el actual. Hay un producto cuya relevancia en prácticamente cualquier país implica un impacto para una economía, aunque esté muy lejos del conflicto: el petróleo.

Hace poco más de un siglo, en 1919, John Maynard Keynes, uno de los más grandes economistas del siglo XX, publicó un libro que lo catapultaría como un duro crítico de políticas gubernamentales. En “Las consecuencias económicas de la paz”, advirtió sobre las graves secuelas que los términos de paz impuestos por los ganadores, particularmente los pagos por reparaciones que debían ser hechos por Alemania, tendrían para Europa tras la Gran Guerra (hoy conocida como Primera Guerra Mundial). Pocos años más tarde, la economía alemana estaba sumida en una hiperinflación.

Eso fue en la paz, mucho peor por supuesto es la guerra, en primerísimo lugar por sus consecuencias humanas, destacando muertos, heridos e inválidos, sea en un sentido físico o psíquico. Los más afectados en ese sentido siempre estarán entre la población civil atrapada en el conflicto, aparte de pérdidas materiales directas para las personas.

 

La prioridad es ganar

Una guerra, por supuesto, trastoca por completo la economía de una nación. La prioridad militar es absoluta por encima de temas presupuestales o financieros. Los déficits fiscales son prácticamente obligados, junto con el endeudamiento. No sorprende que hasta el siglo XX las naciones en guerra abandonaran con rapidez el patrón oro para emitir dinero sin respaldo, aparte de forzar a la población a financiar el esfuerzo bélico por medio de la compra de bonos de guerra. En términos macroeconómicos, el resultado es inflación, deuda pública o ambas.

Los costos económicos o financieros del esfuerzo bélico se convierten en irrelevantes, cuando previamente eran fundamentales. Un ejemplo extraordinario en ese sentido es la Guerra de las Malvinas de 1982 entre Argentina y Reino Unido. Una guerra de 10 semanas que, peculiarmente, nunca fue formalmente declarada. El gobierno británico había decidido retirar un barco que daba apoyo defensivo a las islas por ahorrar dinero, y eso para los argentinos fue una señal que los ingleses no estarían dispuestos a defender las islas si ellos las ocupaban por la fuerza. Se equivocaron. Eso de ahorrar quedó relegado. Solo el conflicto costó 1,200 mil millones de dólares de entonces al gobierno inglés, unos 3,900 millones de hoy. No deja de ser irónico que representaba más de dos millones de dólares por habitante de las islas que defendieron con éxito. Por cierto que en el Gabinete de Guerra que formó la Primer Ministro Margaret Thatcher, a propósito no incluyó al Secretario de Hacienda. La derrota argentina al menos trajo un dividendo político: aceleró la caída de la dictadura militar y el regreso a una democracia que hasta el día de hoy se mantiene.

Lo que fue diferente de la Guerra de las Malvinas es que esta no afectó los territorios argentino o británico, fuera obviamente de las islas que ambas naciones reclaman como propias. Ese daño sí es lo habitual en muchos conflictos. La destrucción de infraestructura y la obstaculización o destrucción de actividades productivas son costos enormes que trae un conflicto armado. Destrucción que en ocasiones hasta causa el propio país, como es volar un puente para que no lo utilice el enemigo. Por supuesto, está además toda la reasignación de recursos que demanda una guerra, como transformar una fábrica de automóviles en una de tanques, por dar un ejemplo del siglo XX. El racionamiento es muchas veces una consecuencia, para evitar el uso de recursos materiales con otros fines. La planeación rigurosa de la producción sustituye muchas veces, para bien o para mal, la asignación de recursos del mercado.

 

Lo local se hace global, sobre todo con petróleo

No solo se trata de las graves consecuencias económicas para los países participantes en una guerra, sino del impacto que puede tener a nivel global, particularmente en un mundo tan integrado como el actual. Hay un producto cuya relevancia en prácticamente cualquier país implica un impacto para una economía, aunque esté muy lejos del conflicto: el petróleo.

Entre los muchos ejemplos disponibles, destacan tres: en octubre de 1973 países productores de petróleo, encabezados por Arabia Saudita, declaran un boicot a países europeos y Estados Unidos por su apoyo a Israel en la guerra de Yom Kipur. El estrangulamiento de la oferta trae consigo que el precio del barril se cuadruplique en pocos meses, trayendo consigo inflación y recesión en muchos países, destacadamente Estados Unidos y economías de Europa Occidental. La inflación que resultó se lograría controlar hasta una década más tarde, en 1982, y eso gracias a un alza en las tasas de interés sin precedentes, lo que a su vez también trajo una recesión global.

El segundo ejemplo es la invasión de Ucrania por Rusia en febrero de 2022. Como los árabes, Rusia trató de usar un energético, el gas natural, para presionar a Europa Occidental a no apoyar a Ucrania. Y por supuesto estuvo el enorme impacto en el precio internacional del crudo. Fue el empujón a los precios que faltaba para consolidar el impacto inflacionario que se vivía en la superación de la pandemia, tanto por el excesivo gasto público en economías avanzadas, destacadamente Estados Unidos, como por la aparición de severos cuellos de botella productivos, particularmente por la escasez de microprocesadores.

El resultado fue una tormenta perfecta de inflación que tuvo que ser enfrentada como más de 40 años antes: con una fuerte subida en las tasas de interés por parte de los bancos centrales. Hay un consuelo, y no es menor: se ha aprendido a controlar una inflación que parecía salirse de control. Lo que tomó casi 10 años en los años 70 y principios de los 80, se logrará en máximo dos años.

El tercer ejemplo es por desgracia muy actual: una nueva invasión de Israel en el mes de octubre, de nuevo por árabes, aunque en este caso por un grupo militar palestino no reconocido como autoridad política por muchas naciones. Pero el potencial involucramiento de otras naciones de la región ha sido suficiente para impulsar los precios del petróleo al alza.

¿Qué podemos aprender de la historia, tantas veces repetida? Una es la importancia geopolítica que tiene la energía, que sigue presente a pesar de que han surgido en décadas recientes nuevas potencias petroleras, destacando Estados Unidos. El costo económico de una guerra puede ser planetario, por más que el conflicto sea local. La otra lección es que, por ejemplo, las autoridades monetarias ya aprendieron a lidiar con una de las consecuencias económicas que puede traer una guerra: la inflación. Lo que no se ha aprendido, por desgracia, es a evitar los conflictos armados entre pueblos supuestamente civilizados.

 

Sergio Negrete Cárdenas. Profesor de Tiempo Completo en la Escuela de Negocios del ITESO. Trabajó en el Fondo Monetario Internacional. Profesor en varias universidades de España y México, destacadamente la Universidad Pompeu Fabra y la Escuela Superior de Comercio Internacional, en Barcelona, la UNAM y la Escuela de Periodismo Carlos Septién en la Ciudad de México. Doctor en Economía y Maestría en Economía Internacional por la Universidad de Essex. Diplomado en Política Exterior de Estados Unidos por la Universidad de Maryland. Licenciado en Economía por el ITAM y en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Twitter: @econokafka

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Posted: October 16, 2023 at 4:14 pm

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