El explosivo endeudamiento de AMLO
Sergio Negrete Cárdenas
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Así acabó López Obrador, haciendo lo que tanto criticó y, además, sin siquiera poder terminar sus obras que deberá continuar (a un costo que seguirá agregando déficit y deuda) Claudia Sheinbaum.
Muchas veces se dice que Andrés Manuel López Obrador no hizo aquello que prometió que haría y en cambio hizo todo aquello que dijo que jamás iba a hacer. Al menos con respecto a las finanzas públicas, esto se cumplió fehacientemente. Reiteró en numerosas ocasiones que en su gobierno no habría déficit fiscal y endeudamiento, que el gasto público se financiaría con los ingresos gubernamentales. Nunca cumplió con ese compromiso que hizo tantas veces de candidato y que además reafirmó enfático en su toma de posesión:
Tampoco, que se oiga bien y que se oiga lejos, tampoco vamos a endeudar al país… Nada más para pagar el servicio de esa enorme deuda tenemos que destinar del presupuesto del año próximo alrededor de 800 mil millones de pesos. Por eso, ya no va a aumentar la deuda pública. Ese es nuestro compromiso. No gastaremos más de lo que ingrese a la hacienda pública.
Un ofrecimiento que también plasmó en su Plan Nacional de Desarrollo, publicado en mayo de 2019.
Un déficit creciente
Pero desde el primer año del sexenio hubo déficit fiscal, que además no fue mayor porque el gobierno utilizó buena parte del Fondo de Estabilidad de Ingresos Presupuestarios (FEIP) en el que Enrique Peña Nieto la había dejado un buen colchón de recursos, que para el año siguiente (el de la pandemia) acabó de limpiar, junto con 109 fideicomisos que extinguió (el Fonden siendo el más importante). Fue la tónica del sexenio: saquear los ahorros o apartados de recursos para usarlos de inmediato. Dependencias completas se cerraron, como ProMéxico o el Consejo de Promoción Turística de México, reasignando el presupuesto correspondiente.
La llamada austeridad republicana resultó tan falsa como la honestidad de AMLO. Lo que se presentaba como austeridad en realidad era recortar presupuesto en un lado para gastarlo en otro, destacadamente en los voraces proyectos faraónicos del obradorismo: Tren Maya, Dos Bocas y el AIFA. Entre los recortes más crueles realizados fueron aquellos hechos a programas sociales como las estancias infantiles y comedores comunitarios, aparte de ahorrar (aunque esa palabra no es la adecuada) en la compra y distribución de medicamentos.
El desequilibrio oficial en las finanzas públicas (sin contar los saqueos y reasignaciones presupuestales) ascendió a 1.6% del PIB en el primer año del sexenio, que aumentó a 2.8% en 2020, si bien se justificó por la pandemia (de hecho, muchísimos países gastaron mucho más para salvar empresas y empleo, lo que rehusó hacer AMLO). Se repitió esa cifra en 2021, aunque ese año la economía experimentaba un fuerte rebote en materia de crecimiento. Para 2022 el déficit fiscal había aumentado a 3.2% del producto y al año siguiente, el penúltimo del sexenio, a 3.3%. Muy lejos del equilibrio y cero endeudamiento tan prometido. Pero esas cifras serían moderadas con respecto a lo que seguiría.
El explosivo déficit de 2024
Porque el Tren Maya no costó más de lo esperado, sino muchísimo más. El presupuesto original era 120 mil millones de pesos y la estimación más reciente es de 480 mil millones (es un hecho que superará el medio billón). Dos Bocas iba a costar 8 mil millones de dólares y, todavía sin terminarse, va en 25 mil millones. El AIFA oficialmente está terminado, pero necesita enormes inversiones para expandir su capacidad en materia de carga.
Finalmente llegó 2024 con la imperativa necesidad de tratar de terminar las grandes obras del obradorismo, literalmente a toda costa y cualquier costo. Y se rompió la presa de la contención y la prudencia fiscal en aras de la vanidad presidencial. Un desequilibrio que solo puede financiarse con deuda puesto que AMLO siempre rehusó hacer una reforma fiscal para aumentar los ingresos gubernamentales. Por otra parte, ya había saqueado todo aquello a su alcance; había roto el cochinito de los ahorro y ya no quedaba nada.
La proyección oficial de Hacienda en septiembre de 2023 era que al año siguiente el déficit sería de 5.3% del PIB, el nivel más elevado desde 1989, pero seis meses más tarde este había aumentado a 5.9%. Lo más probable es que este supere el 6%, un tren de gasto sin control que pasará a la siguiente administración que parece no darse cuenta de lo que tendrá que enfrentar. Puede decirse que es una ventaja que Claudia Sheinbaum haya ratificado al frente de Hacienda a Rogelio Ramírez de la O. Al menos este no podrá decirse sorprendido de la herencia recibida, pero es como esperar que uno de los principales responsables del incendio actúe como bombero.
Un billón por aquí, un billón por allá…
Everett Dirksen fue un senador republicano estadounidense que destacaba por su prudencia presupuestal. Una de las frases más asociadas con su persona, aunque quizá apócrifa, fue una advertencia con la facilidad con la que el gasto público se sale de control: “un billón (de dólares) por aquí, un billón por allá, y de repente estamos hablando de dinero de verdad” (el billón americano son mil millones; el utilizado en México es un millón de millones).
Así con el endeudamiento del obradorismo en su cierre sexenal. El tabasqueño recibió una deuda acumulada de 11.21 billones (que criticó con dureza al tomar el cargo en diciembre de 2018). Ya para el cierre de 2023 estaba en 15.09 billones, aunque una parte expandida por el efecto inflacionario y otra comprimida por la fuerte apreciación del peso frente al dólar. Pero desde entonces es el diluvio deficitario. A fines de mayo alcanzaba 16.34 billones, acumulando un cuarto de billón de pesos por mes.
Así acabó López Obrador, haciendo lo que tanto criticó y, además, sin siquiera poder terminar sus obras que deberá continuar (a un costo que seguirá agregando déficit y deuda) Claudia Sheinbaum. Un billón de pesos o más será el total, que horrorizaría al senador Dirksen y a muchos otros, por un tren que devastó el medio ambiente, sobre todo selva y cenotes, una refinería que no se termina y un aeropuerto del que nadie quiere volar. Serán, sin duda, obras emblemáticas del obradorato, con la factura reflejada en una deuda que pagarán los mexicanos por generaciones.
Sergio Negrete Cárdenas. Profesor de Tiempo Completo en la Escuela de Negocios del ITESO. Trabajó en el Fondo Monetario Internacional. Profesor en varias universidades de España y México, destacadamente la Universidad Pompeu Fabra y la Escuela Superior de Comercio Internacional, en Barcelona, la UNAM y la Escuela de Periodismo Carlos Septién en la Ciudad de México. Doctor en Economía y Maestría en Economía Internacional por la Universidad de Essex. Diplomado en Política Exterior de Estados Unidos por la Universidad de Maryland. Licenciado en Economía por el ITAM y en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Twitter: @econokafka
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Posted: July 21, 2024 at 9:28 pm
El problema con algunos articulistas es que, en lugar de argumentar consistentemente para sostener sus tesis, se derrapan en adjetivos que obstaculizan su credibilidad. Si bien existen “odiadores” para quienes los adjetivos y las vísceras en la argumentación le dan mucho valor, hay otros que sabemos que con ello pierde credibilidad, además de que buscamos objetividad, datos duros, alternativas de interpretación, que nos permitan pensar más allá de lo que se dice en el discurso oficial. Lamentablemente, artículos como este se empeñan en mostrar hacia dónde van y con ello impiden que su cometido se realice. Por lo que considero que si de lo que se trata es de convencer o al menos introducir una sospecha o duda, habría que hacer uso de la razón, más que de la pasión, y advertir que la gente que lee no es tonta como creen o no está convencida previamente de lo que escriben. En esos “pequeños” detalles nos damos cuenta de que de nada sirve tener tantas insignias internacionales, si no se es capaz de reconocer en el otro alguien igual y racional.