Teclear y tabular
Ana Emilia Felker
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La escritura de Olivia Teroba se siente honesta, como si la leyéramos sincerarse en su diario sobre una caída intempestiva que le dejó el rostro amoratado; sobre una mala relación con cierto dentista exnovio de su madre; sobre cómo se ha apoderado de sus palabras en este oficio sacrificado y poco lucrativo. Sobre estar exhausta. Teroba reivindica la queja como espacio literario, una reacción contra la exigencia de productividad y fotogenia. Vivir de la escritura no es fácil, pero la escritora tlaxcalteca ha aprendido a jugar el juego poniendo sus propias reglas. Quizá la más importante: la transparencia.
En los ensayos que componen su nuevo libro, Dinero y escritura (Sexto piso, 2024), Teroba le habla a sus contemporáneas: escritoras latinoamericanas que se enfrentan, como ella, a retos tales como aprender a cobrar, al síndrome de la impostora o a presentar la propia obra a la familia cuando se escribe desde la autobiografía o la autoficción. Es desgarradora la escena del ensayo “Literatura canónica” en que la madre recrea una conversación con el abuelo sobre el primer libro de Olivia, Un lugar seguro (Paraíso perdido, 2019). La madre le pregunta al patriarca de la familia si ya lo había leído y él contesta, con desaprobación, que no quería hablar al respecto. Claro que lo había leído. U otra escena en el ensayo “Retrato de mi cuerpo a través del suyo” en que un tío machista hojea el mismo libro frente a todos en una comida familiar. Sostiene el delgado ejemplar con tal displicencia que la escritora se siente vulnerable en lugar de orgullosa de su propio trabajo.
Teroba también le habla a quienes escriben en sus propios diarios por gusto o por necesidad de articular lo que les revolotea dentro; todas las que se inscriben en talleres literarios y círculos de lectura; las que dan el salto a pequeñas publicaciones; las que ganan algún premio local; las que comienzan a creerse y sentirse validadas para pensar y sentir desde sí mismas. Tanto Un lugar seguro como Dinero y escritura me recordaron la sensación de comenzar a escribir: un secreto que guardaba en un diario con candado y que luego escondía detrás de un cuadro. Mi voz era solo mía, pero ahí se gestaba. La escritura nos hace libres en algún punto de la adolescencia. Pero cuando una ya se dedica a esto y con las palabras paga la renta, puede llegar a convertirse en una mártir de la escritura, plantea Teroba. Son demasiadas horas sentada frente al escritorio sin ningún tipo de seguridad laboral, con frecuencia sin seguridad social ni seguro de gastos médicos, mismo que se vuelve cada vez más necesario conforme envejecemos y ya no salimos tan bien en las fotos.
“México es el país con más horas de trabajo y menos vacaciones en toda Latinoamérica”, argumenta Teroba. Nos hemos convertido en máquinas dedicadas por completo a producir, en este caso, a escribir. A veces quisiéramos que el cuerpo no existiera para no tener que cuidar de él, pero el cuerpo irrumpe como le ocurrió a ella en una crisis de agotamiento. Una caída sobre el asfalto significó “un glitch” en el sistema, como describe en el ensayo “Esto es máquina” donde replica en la sintaxis el ritmo maquínico de la vida cotidiana.
Desde su experiencia personal, Teroba aborda los derechos laborales tan pisoteados en nuestro país. Esto no lo menciona en el libro, pero en años recientes han surgido cuentas anónimas para esgrimir denuncias que no podrían hacerse de otra forma ante las dinámicas de poder y amedrentamiento de los espacios laborales. Por ejemplo, Terror restaurantero ha exhibido la explotación de los trabajadores de cocina (por mucho tiempo naturalizada), incluso de los establecimientos más connotados como Pujol. En el ámbito de la cultura han habido iniciativas similares.
En 2019 las escritoras Martha Mega, Yeni Rueda López y Judith Santopietro lanzaron en redes sociales el hashtag #EscriboYCobro con la intención de reunir los tabuladores de pago del gremio. La premisa era transparentar la diferenciación en los pagos: algunos escritores ganan más que otros, quizá porque tienen más trayectoria, son más reconocidos o tal vez porque para ciertos editores son más talentosos que otros. Sin embargo, la iniciativa señalaba que estos reciben mejor retribución por pertenecer a grupos literarios o a una clase social alta. También se discutió que los escritores de los estados o, más aún, aquellos racializados o de contextos más precarios son excluidos de las dinámicas culturales hegemónicas, salvo por algunas figuras que sirven como cuota de diversidad para las editoriales y revistas. A partir de una inquietud similar, surgió una cuenta de denuncias anónimas de maltratos laborales dedicada a las editoriales mexicanas. Desde esta misma cuenta, @terroreditorialmx, también se impulsa la creación de un tabulador para el gremio.
En marzo de 2022 aquí en Literal organizamos también una serie de conversaciones sobre las condiciones materiales de la creación y la escritura con la participación de Vivian Abenshushan, Judith Santopietro, Alejandra Eme Vázquez, Sara Uribe, entre otros: “Condiciones materiales y la búsqueda de lo real“. Aquí se pueden consultar las diferentes posturas que se plantearon en el momento y que vaticinaban reacciones posteriores. Abenshushan, por ejemplo, fue de las pocas escritoras que hicieron eco de las denuncias de Terror Editorial en redes sociales para pedir que, al menos, se esclarecieran.
Estos ejemplos no los menciona Olivia Teroba en su libro, pero sí aborda el tema en su ensayo “Propuesta para una exposición” que esboza los pasos para un performance a lo Hans Hacke, quien hace crítica institucional al interior de los museos. En el punto 5 del performance plantea:
“Un tabulador en proceso, en busca de colaboradores. Conformar un espacio físico donde se pueda integrar la opinión de diversos participantes en la producción de un libro. […] Recopilar la mayor información posible sobre las tarifas destinadas la trabajo intelectual en distintas empresas y regiones del país. Publicar y difundir el resultado para uso común”.
Esta parte del performance me entusiasmó. Con el mismo impulso, en “Cuerpo y alma” habla de “construir un entorno que no se perciba siempre en estado de emergencia y carencia [..] la posibilidad de sostener materialmente nuestras vidas, pero también anímicamente, es decir disfrutar de tiempo libre”. Más adelante aclara: “No estoy en una situación desesperada, ni mucho menos. Pero no por ello renunciaré a mi derecho a quejarme. Pienso que el disgusto puede ser una forma de encontrar otros caminos”.
El peformance termina de la siguiente forma: “Cada uno hará registro de ingresos y egresos por un mes. Estos registros de entregarán al museo, que los triturará. El material resultante se colocará y exhibirá en un contenedor transparente”. Luego viene el gran final donde bailamos sobre la conciencia de la precariedad y la desigualdad salarial: “una fiesta a la que estén invitados escritores, editores, lectores, libreros […] con buena música para bailar, bebidas gratis y comida en abundancia. Se procurará un espacio donde el volumen sea lo suficientemente bajo para permitir la conversación”.
Dinero y escritura se suma a una conversación ya en marcha a través de la cual se repiensan las relaciones y las jerarquías, así como los ritmos de producción como lo propuso Vivian Abenshushan en Escritos para desocupados (Sur+, 2013).
Este tema preocupa a las personas que se dedican a la literatura en diferentes latitudes. Por ejemplo, La Unión de Escritoras y Escritores en Argentina presentó en 2022 el primer tarifario para tener claridad sobre cuánto cobrar por presentar una charla, revisar un manuscrito, escribir una columna y que así también se estableciera el consenso de que no es viable trabajar a cambio de aire o de “reconocimiento y proyección”. Se trata de un esfuerzo gremial lo cual lo salva de la creación de nuevos grupos que terminen replicando las mismas dinámicas mafiosas.
El libro de Olivia Teroba es una señal esperanzadora de que estamos discutiendo el tema y de que vendrán otros libros a engrosarlo desde otras vivencias, pero también con nuevas propuestas. Como plantea Olivia, bailemos, bebamos y comamos sobre los tabuladores triturados, pero no antes de difundirlos para no ser unas mártires de la escritura.
*Foto de Sexto Piso
Ana Emilia Felker es autora de los libros Pantano (Almadía, 2024) y Aunque la casa se derrumbe (UNAM, 2017). Es doctora en Estudios Hispánicos y Escritura Creativa por la Universidad de Houston. Ganó el Premio Nacional de Periodismo 2015 en Crónica. Exbecaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y de Jóvenes Creadores del FONCA.
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Posted: July 28, 2024 at 10:19 pm