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Bienvenidos al Hotel Francés

Bienvenidos al Hotel Francés

Ana Clavel

“You can check out any time you like,

but you can never leave…”

Eagles, Hotel California

Como toda buena novela, Hotel francés de Raúl Carrillo Arciniega concentra en su primer párrafo una síntesis certera que logra enganchar al lector:

La muerte de mi madre me tomó por sorpresa. No porque nunca la hubiera imaginado (qué hijo no fantasea con la muerte de sus padres). Recuerdo una cita de Süskind de la novela El perfume que leí a los veinte años: “la verdadera libertad sólo comienza cuando no hay padres”. La verdadera libertad, entonces, se inaugura con la orfandad.

Estamos ante la mirada crítica, deconstructiva sobre la relación con la madre –plagada de desencuentros y traiciones– a partir de la reflexión de un joven que, al examinar su origen sudcaliforniano, pasa revista a los prejuicios y costumbres sociales y familiares de su entorno, y muy en especial a su propio machismo y al de los hombres que lo rodean, incluido por supuesto su padre.

A lo largo de sus 300 páginas, el narrador-protagonista, Rico o Ricardo, en su calidad de hijo autoexiliado, dará cuenta de esa decepción como una herida permanentemente abierta, a veces supurante de rencor, otras distante y pretendidamente aséptica, pero nunca una cicatriz resuelta. De hecho, la novela en sí es una suerte de ejercicio psicoanalítico, estupendamente urdido en cuatro partes, que dan cuenta de la relación del protagonista con sus progenitores desde la infancia, así como una reconstrucción del pasado de las figuras parentales que los llevó a convertirse en personas fracturadas, con sus propios sueños y carencias, para los que la paternidad-maternidad no fue más que un modelo heredado por los mandatos sociales.

El diván del escritor

Rico coloca en el diván a Enrique, el padre priísta, médico y con puestos estatales y federales en el sector salud en las últimas décadas del pasado siglo, pero sobre todo a Silvia, la madre ávida de escalar y ser aceptada en una sociedad de apariencias. Por supuesto, el narrador también se coloca a sí mismo en el diván, y el lector-lectora se convierte en una suerte de terapeuta que escucha en silencio las confesiones, acusaciones, culpas, temores de esta, más que Divina, infernal Providencia familiar, este triángulo vicioso e irregular, cuya toxicidad conduce a la insatisfacción permanente de sus miembros. He insistido en la mirada deconstructora desde el enfoque psicoanalítico porque Hotel francés, de pronto en una relectura reciente, se me ha dibujado como el mapa transgresor de un Edipo consumado, en el que por supuesto el papel de la sexualidad cobra una dimensión fundamental. Cito un primer apunte del narrador:

Lamenté mucho haber cogido antes con una puta. Quería encontrar cuerpos cálidos en los cuales poder refugiarme. Buscaba amor corporal, epidérmico, buscaba el cuerpo de mi madre. Mis pesquisas corporales se extendieron a los burdeles, a los teibols de todo tipo. No me dediqué a la pornografía, me dediqué al sexo o, mejor dicho, a su fantasma, al deseo, pero sobre todo a la piel femenina.

Mapa transgresor porque, al contrario de la prohibición habitual de acceder al cuerpo de la madre, acá sucede todo lo contrario: la madre se ofrece al hijo, a sus toqueteos y deseo fantaseado, en aras de corregir una supuesta poca virilidad. De hecho, el narrador confiesa que, siendo un niño de diez años:

En una ocasión acarició sobre mi piyama mi pene erecto, tal vez con la satisfacción de que aún producía erecciones en los hombres, aunque fueran incipientes, tal vez con ello desbancaba fantasmas y yo me convertía en el hombre que había dejado. La sexualidad de mi madre era una bomba de tiempo que nos llevaría a explosiones disímbolas y dolorosas que ahora encaro, a sabiendas de que no es que los dragones no existan, sino con la certeza de que es posible matarlos … De alguna manera lo sospechaba porque cada vez que teníamos esa clase de encuentros nocturnos una erección me sorprendía cada vez que se levantaba de mi cama y la descubría sin ropa interior para que yo tomara la iniciativa. Ser hombre era eso: tomar la iniciativa, atacar sin miramientos, poseer con fuerza como mi madre habría querido que alguien la penetrara, someter a la mujer para saciar esa parte viril que mi madre desconocía de mí.

Patologías familiares y otras linduras

En ese enredo de patologías familiares y sociales, el protagonista, un académico que ha emigrado a una universidad extranjera, obligado a volver tras la muerte primero del padre y después de la madre, hace un ejercicio de autoanálisis, introspección y autocrítica. Analiza los rasgos edípicos en su relación temprana con la sexualidad e incluso, se muestra en toda su vulnerabilidad al reconocer una experiencia de penetración homosexual, mezcla ambigua de confusión, abuso y afecto, con el chofer indígena de la familia, en una de sus estadías en Oaxaca. Sin embargo, la novela transita también por el entonces DF, según los puestos y candidaturas políticas del padre, pero sobre todo se arraiga en el contexto de Baja California Sur, La Paz, Santa Rosalía, Todos Santos, Los Cabos, una sociedad estragada por un pacto patriarcal, colonial y racista, al grado de creerse o fabricarse un pasado ancestral europeo como símbolo de superioridad moral para todos aquellos y todas aquellas, como Silvia, la madre, que legitiman su identidad en el color de la piel.

Al margen de que existe un “Hotel Francés” en Santa Rosalía, y no en el puerto de La Paz como en la novela, la permanencia del protagonista en ese lugar la primera vez que regresa tras diez años de ausencia –pero, atención: no puedes regresar a un lugar de donde nunca te has ido—, parece aludir a la fantasía clasista del mundo de la madre, que será diseccionada por el narrador con sus mecanismos de sometimiento, manipulación y acoso, no por subrepticios menos violentos. Esta manera de abrirse de capa de un hijo del patriarcado más esquemático y tradicional tiene mucho de examen de conciencia de una masculinidad que ya no se sostiene con las sinrazones y violencias previas. Un ejercicio radiográfico de las vísceras propias, un mostrar las emociones y signos de vulnerabilidad como antes sólo se hubiera atribuido a una “naturaleza femenina”. El resultado: un ajuste de cuentas más conforme con las pulsiones, deudas, resentimientos, deseos para conformar una identidad masculina propia menos estereotipada, más libre de los demonios de la culpa y los mandatos de una virilidad feroz, abstracta y muchas veces ajena, como cuando nos revela:

Había tenido un entrenamiento constante para lidiar con la intolerancia en condiciones completamente adversas. Había sido educado en el odio, la furia, el resentimiento, la venganza, la conspiración, la vejación, el maltrato infantil, el abuso sexual, la soledad, el aislamiento, la intolerancia, la violencia, pero sobre todo la culpa y la duda sobre qué fuerzas secretas habían operado en mí.

… fui educado en el machismo. Ser hombre y ser educado como tal era la norma. Esto quería decir que lo que la mujer opinara no tenía mucho sentido ni valor. Cada uno tenía su lugar en la sociedad. Mi madre ponderaba, siempre que pudo, su rol de mujer como inferior y subrayaba el papel del hombre como proveedor. Ser hombre era resolver los problemas económicos de la familia con alto nivel. De acuerdo con la profesión venía cierto respeto, pero lo más importante era darle a la mujer casa y una vida estable, es decir, llena de todos los productos que pudiera. De ahí que lidiar con las infidelidades era una parte del papel de la mujer. En eso constaba la hombría según mi madre: dinero y mujeres.

El ocaso de los falos

Un machismo en el que sobran erecciones y odios descalificadores hacia todo aquello que represente la figura de lo débil (sea mujer, indígena, pobre). En consecuencia, Hotel francés se revela como un mural de prejuicios y apariencias que pasa por la máscara del poder político y económico, en el que también las mujeres en busca de la mejor inversión social, hacen lo propio. Cómplices y a la vez instigadoras de un reino atávico en el que se confunde la necesidad de supervivencia con las frustraciones aspiracionales, en un filo donde la pérdida del sentido de la vida va de la mano con la despersonalización y lo demencial.

Es así como esta novela, merecedora entre más de 600 postulaciones del Premio Internacional de Narrativa Altamirano 2021, desmantela las violencias heredadas y las somete a escrutinio. Lo hace con rigor novelesco y literario, pero tan despiadadamente que seguro provocará resquemor e incomodidad porque no es una obra que busque la corrección política a ultranza, sino una que examina con ferocidad los esquemas patriarcales más execrables, como a fin de cuentas lo hace la mismísima novela de Rulfo, la canónica Pedro Páramo. De hecho, no puedo evitar pensar en una reactualización descarnada de la búsqueda del origen rulfiana. Sólo que acá, ese “cóbraselo caro” que aconseja Dolores a su hijo Juan Preciado, va dirigido no contra la imagen del macho violador, cacique, tirano, sino a la figura de la madre, cómplice en esa mascarada, prisión, madeja, pantano que es la familia tradicionalmente disfuncional.

No he mencionado la ironía del título en relación con la afamada melodía de los Eagles, “Hotel California”, pero me parece aquí necesario recordar unas líneas de la letra: You can check out any time you like, / but you can never leave… Una verdadera trampa existencial: puedes salir cuando quieras, pero no te puedes ir… A menos que te adentres en una novela catártica, rompedora de modelos, iconoclasta de símbolos y falos como Hotel francés.

*Imagen de College of Charleston Magazine

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Raúl Carrillo Arciniega. Hotel francés, Universidad Autónoma del Estado de México, 2021.

Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007).  Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter es @anaclavel99

 

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Posted: July 29, 2024 at 10:38 pm

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