Guía para la domesticación humana
Alberto Chimal
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A continuación, el subgénero más específico y curioso que me he encontrado en mucho tiempo: una variedad muy extraña de la ficción contemporánea.
Desde el siglo XVI, la cultura de occidente vuelve constantemente a las historias de conquista y colonización. Con frecuencia, incluso en la actualidad, obras de todo tipo celebran la idea de la expansión y la explotación llevadas a cabo por las naciones europeas (u otras, inspiradas por ellas). De igual forma, la crítica o refutación directa de ese argumento ha existido por siglos. Desde la llamada Controversia de Valladolid de 1550-51 –en la que los sacerdotes Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda discutieron famosamente acerca de los derechos de los “naturales” de las colonias españolas– hasta películas como Apocalipsis ahora de Francis Ford Coppola (1979), basada en la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad (1899), o autoficciones como Huaco retrato de Gabriela Wiener (2021), no han faltado argumentaciones en las artes y en la vida real contra el sojuzgamiento de grandes poblaciones humanas que ha marcado los últimos 500 años de la historia del mundo.
Dentro de estos discursos, hay un subconjunto relativamente pequeño: narraciones en las que personajes de origen europeo son colocados en situaciones de sometimiento y rápidamente pierden toda fuerza y toda agencia (en el sentido actual del término: capacidad o condición de ejercer poder) de manera dolorosa o grotesca. Cuentos como “Un episodio distante” de Paul Bowles (1947) o novelas como Silencio de Shūsaku Endō (1966) se concentran en la sumisión forzada de individuos desprevenidos o imprudentes; películas como El planeta de los simios de Franklin J. Schaffner (1968) o El planeta salvaje de René Laloux (1973) se valen de la fantasía para llegar aún más lejos, y muestran a la humanidad entera –siempre representada por protagonistas blancos– reducida a un estado animal, cazada como una plaga por otra especie superior. En El planeta salvaje, la única alternativa a la muerte para los personajes es una forma retorcida de esclavitud. Unos pocos seres humanos son domesticados por la civilización extrarrestre que se impuso sobre ellos, y utilizados como animales de compañía… o de caza: “sabuesos”, equipados con collares y traíllas, entrenados para perseguir a otros seres humanos.
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Ninguna de las obras mencionadas hace explícita la relación obvia de sus tramas con las prácticas de sometimiento y degradación llevadas a cabo por colonizadores en muchos lugares y épocas diferentes, y en las que no faltan casos de hombres, mujeres y niños perseguidos y tratados como animales u objetos. Algunos de sus creadores deben haber pensado que no hacía falta decir más. Todas las historias mencionadas fueron creadas en el norte global, cuya población puede ignorar por completo la historia de opresión de muchos otros grupos humanos; lectores y espectadores distraídos encontrarían siempre, al menos, la posibilidad del horror ante el espectáculo inesperado de un personaje que los representa y es convertido en víctima.
Por otra parte, una versión todavía más radical de estas ficciones existe hoy en foros marginales de internet, en una comunidad aislada que escriben para sí misma, no se vincula con empresas editoriales o de medios y de hecho no pretende vender masivamente sus creaciones. Sus narraciones forman un conjunto sumamente estrecho y delimitado, y en ellas el tema del “colonizador colonizado” de una vuelta muy inusual.
Yo encontré este sub-subgénero en Archive of Our Own (AO3), un depósito en línea creado inicialmente para alojar fan fiction, es decir, “creaciones derivadas” con base en diferentes series, productos o personalidades del entretenimiento, desde las películas de Star Wars hasta cantantes de moda. En este sitio, cada conjunto de ficciones pertenece a un fandom o grupo de aficionados diferente, y por supuesto es muy desigual en intención, calidad y temáticas: hay desde cozy fantasies, narraciones reconfortantes desprovistas de grandes conflictos, hasta erotismo o pornografía.
Los textos de la llamada Human Domestication Guide (“Guía para la domesticación humana”, o HDG) son cuentos, novelas cortas y novelas extensas de ciencia ficción kinky, escritas en inglés y publicadas (hasta donde puede verse) desde países del norte global. Los aficionados publican, leen y comentan utilizando siempre nombres supuestos: su comunidad es semiclandestina por razones obvias, y porque la comunicación en línea de nuestra época todavía lo permite. El fandom toma su nombre del título de su texto madre, que inspiró a todos los demás: una novela corta firmada con el seudónimo GlitchyRobo y publicada en 2021.
El universo ficcional de GlitchyRobo no parece muy original. En un tiempo futuro, la humanidad se ha expandido por el espacio, pero es conquistada por una especie extraterrestre mucho más antigua y poderosa; ésta se anexa a la Tierra y los otros mundos habitados por nuestra especie, impone su modo de vida, etcétera. Como es de suponer, unos cuantos humanos capturados intentan rebelarse y repeler a los invasores. La diferencia entre ésta y miles de otras historias es que los rebeldes fracasan: son persuadidos de que su situación es irremediable, se les somete a un lavado de cerebro y terminan convertidos en alegres mascotas de los conquistadores alienígenas. Más aún, los textos tratan esa transformación como algo positivo. Los extraterrestres, llamados affini, descienden de plantas que capturaban y controlaban animales para ayudarse en su ciclo reproductivo en algún mundo remoto; ahora se expanden por el universo y consiguen mascotas de entre todas las especies inteligentes que encuentran y conquistan, pero la relación entre mascotas y dueñas acaba siendo de afecto incondicional y profundo. Además, los individuos sometidos claramente están mejor teniendo a alguien de quien depender, que les cuide y proteja, que atienda sus necesidades y que les proporcione –dentro de la vida de obediencia a la que están sometidos– oportunidades de satisfacer sus propios apetitos sexuales.
Los textos prestan mucha atención a este último tema: expresiones comportamentales minoritarias –las que antes se llamaban parafilias, o incluso perversiones– comúnmente relacionadas con las culturas BDSM. Sobre todo, aparecen relaciones de sumisión/dominación, fantasías de control mental y, por supuesto, el llamado petplay: juego de rol de mascotas, en el que la persona dominante en una pareja trata a la otra como un animal de compañía. Abundan collares, traíllas, cadenas y otros instrumentos de sujeción, que primero se rechazan y luego se aceptan con felicidad y emoción. Nada de estos intereses se niega o se disfraza. Desde luego, la HDG apunta no solamente a los gustos personales de los miembros de su comunidad, sino a una parte de lo reprimido, lo recóndito, en las sociedades de las que ellos provienen. Los textos “perversos” reflejan siempre una porción de eso que está prohibido: lo que no se puede decir de los seres individuales, las sociedades y la Historia, con hache mayúscula (o las varias Historias).
¿Qué significa que una minoría de la cultura dominante en el mundo se excite imaginando –como un acto deseable y a la vez transgresor, convertida en juego y fantasía– la degradación y la sumisión que han padecido millones?
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Las narraciones de la HDG pueden verse como más que un tema de estudio sociológico. Son lo que son, pero una serie de detalles constantes que pueden observarse en ellas se refiere al pensamiento de los individuos que la componen y sus situaciones concretas de vida, que en muchos casos están marcadas por la precariedad y la discriminación.
Por una parte, la mayoría de las historias coincide en tener personajes trans o no binaries, y muchos miembros de la comunidad se identifican de la misma manera. En el entorno futurista del subgénero, la sociedad affini ofrece –sin cargo alguno– terapias de reemplazo hormonal más avanzadas que las realmente existentes, modificaciones corporales que van incluso más allá de la subversión o la borradura del binarismo hombre-mujer y, sobre todo, un entorno de aceptación y tolerancia que muchos en el fandom probablemente no conocen en su vida real. El ascenso de la extrema derecha y la intolerancia en muchos lugares del mundo representa la amenaza de un peligro auténtico para las poblaciones a las que esta comunidad pertenece (más amplias y, pese a ello, reducidas, fáciles de aislar y emplear como chivos expiatorios). Si lo mejor de la ficción especulativa permite expresar alternativas a la vida realmente existente, además de aspectos angustiosos o tendencias preocupantes de la misma, la HDG resulta legible como una forma de escapismo en el mejor sentido posible del término: una manera de imaginar condiciones de vida concretas que podrían, y deberían, existir en el mundo que habitamos. El que muchas narraciones comiencen con violencia pero terminen como cozy fantasies, con los personajes conviviendo en armonía y sin dificultades, refuerza esta impresión.
Por otra parte, el escenario creado por GlitchyRobo y ampliado por cientos de otras personas tiene otra reversión crucial: hay un imperio malvado en la HDG, pero ese imperio es la civilización humana, y sobre todo su capital, en la Tierra. El imperio –llamado irónicamente el Acuerdo Terrestre– es un proyecto colonizador, extractivista, excluyente, opresivo de todas las formas imaginables y en especial de varias que son muy apremiantes en la actualidad, incluso en ciertas regiones del norte global. Muchos protagonistas comienzan sus historias en trabajos precarios y oprobiosos, o bien en ciudades o mundos enteros que se caen a pedazos por falta de mantenimiento. La clase gobernante ha pasado décadas o incluso siglos aumentando la desigualdad entre los más ricos y todos los demás, dicen los textos; en cambio, insisten también, las affini no hacen mascotas de todo el mundo, y miles de millones de seres humanos simplemente existen en una sociedad post-capitalista, libre de escasez gracias a tecnologías limpias y poderosísimas, con una política firmemente basada en aspiraciones de justicia social y equidad. Redes de transporte público eficiente suplen a las calles y carreteras repletas de automóviles; hay (previsiblemente) áreas verdes por todas partes; el dinero no existe y no hace falta.
(Una gran limitación de esta ciencia ficción utópica/salaz/genderqueer sólo es visible, tal vez, desde el sur global: todos los personajes humanos provienen claramente de sociedades que se consideraban colonizadoras, fuertes y victoriosas, antes de ser colonizadas. No tengo idea de quiénes podrían ampliar todavía más el universo de la HDG para incluir perspectivas más diversas, racializadas y conscientes de la historia de saqueo y violencia a la que me referí al comienzo de este artículo.)
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En el día en el que escribo estas palabras, el escritor y caricaturista Zach Weinersmith publicó (en Instagram, nada menos) un diagnóstico que me parece bastante bueno de una parte de la cultura mercantilizada del presente:
¿Alguna vez se han dado cuenta de pronto, y con terrible claridad, de que nos hemos vuelto incapaces de comunicarnos entre nosotros si no es mediante fandoms, propiedad de grandes corporaciones, elegidos para subsumir nuestra identidad, expresados mediante redes sociales propiedad de grandes corporaciones y diseñadas para condicionarnos y volvernos adictos?
Tiene razón, por desgracia, pero fandoms como la HDG y otros, igualmente recónditos, se escapan de esa lógica cerrada y aplastante, simplemente porque los “productos” en los que se basan no podrán entrar nunca en un “canal” de explotación mercantil a gran escala. Esta es la mitología de una población expresamente marginada, respetuosa de las reglas mínimas que le permiten protegerse en el ambiente virtual de nuestro tiempo (“todos los personajes tienen más de 18 años”, etcétera) y pese a ello lo que escriben será siempre extraño, de difícil comprensión, y hasta francamente repulsivo, para las grandes poblaciones que mueven la uniformidad y el conformismo de streamers, estudios de cine y demás. Y en ciertos rincones de estos lugares remotos hay ideas de futuro.
“Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Esta frase se ha atribuido a Fredric Jameson, a Slavoj Žižek y a varios otros, y con frecuencia se toma como una verdad incontestable. Pero no lo es, y las historias de la HDG son la enésima demostración de su falsedad. El fin del capitalismo se imagina todos los días, dentro y fuera de la cultura popular. ¿Podemos archivar el aforismo de una buena vez? ¿Podemos dejar de complacernos con la impotencia a la que obliga? ¿Podemos admitir que la Historia humana no terminó a fines del siglo XX?
*Foto de Lesya Tyutrina Andrey Biyanov en Unsplash
Alberto Chimal es autor de tres novelas, más de 30 libros de cuentos, ensayos y guiones de cine y de cómic. Recibió el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002, el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2014 y el premio del Banco del Libro 2021, entre otros. Su libro más reciente es la novela La visitante. Contacto y redes: https://linktr.ee/
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Posted: October 21, 2024 at 8:39 pm